lunes, 2 de abril de 2018

Párate un momento: El Evangelio del dia 3 de Abril – MARTES de la SEMANA DE PASCUA – B SAN RICARDO





3 de Abril –
MARTES de la SEMANA DE PASCUA – B

Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,36-41):
El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos:
«Con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que, al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías».
Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?».
Pedro les contestó:
«Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare así el Señor Dios nuestro».
Con estas y otras muchas razones dio testimonio y los exhortaba diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día fueron agregadas unas tres mil personas.

Salmo: 32,4-5.18-19.20.22

R/. La misericordia del Señor llena la tierra
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esteran su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.

Secuencia (Opcional)
Ofrezcan los cristianos
ofrendas de alabanza
a gloria de la Víctima
propicia de la Pascua.
Cordero sin pecado
que a las ovejas salva,
a Dios y a los culpables
unió con nueva alianza.
Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.
«¿Qué has visto de camino,
María, en la mañana?»
«A mi Señor glorioso,
la tumba abandonada,
los ángeles testigos,
sudarios y mortaja.
¡Resucitó de veras
mi amor y mi esperanza!
Venid a Galilea,
allí el Señor aguarda;
allí veréis los suyos
la gloria de la Pascua.»
Primicia de los muertos,
sabemos por tu gracia
que estás resucitado;
la muerte en ti no manda.
Rey vencedor, apiádate
de la miseria humana
y da a tus fieles parte
en tu victoria santa.

Lectura del santo evangelio según san Juan (20,11-18):
En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice.
«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».

1.  Lo más importante que contienen los relatos de la resurrección es que muestran que la vida y la presencia de Jesús, en este mundo y en esta vida, no se acabó con la muerte en la cruz.
De Jesús no nos queda solo la memoria de sus enseñanzas y el ejemplo de su vida. Además de eso, nos queda sobre todo su presencia.
Por su Encarnación, Dios, en el hombre Jesús de Nazaret, se fundió y se confundió con lo humano.  
Por su Resurrección, Jesús prolonga su presencia en cada ser humano, hasta el fin de los tiempos. 
La cristología tradicional (descendente) tenía su   centro en la Encarnación.
La cristología moderna (ascendente) tiene su centro en la Resurrección. El centro está en el hombre Jesús, en el que Dios se encarna y se revela (Encarnación) y que fue constituido Hijo de Dios, siendo para siempre el Viviente (Resurrección).

2.  En la vida de Jesús, ocuparon un lugar de singular importancia las mujeres. Ellas le acompañaron (Lc 8, 2-3). Se dejó besar, tocar y perfumar por ellas (Lc 7, 36-50; Jn 12, 3). Siempre las comprendió, las disculpó, les devolvió su dignidad (Jn 8, 1-11; Mc 5, 25-34). Y en los relatos de Pascua, las primeras apariciones del Resucitado son para las mujeres, de forma que ellas fueron las primeras que anunciaron que Jesús, el Señor, está vivo entre nosotros.

3.  Es un dolor que, en la Iglesia, desde sus orígenes en las comunidades que fundó Pablo, el puritanismo helenista ha tenido (y sigue teniendo) más fuerza que la presencia del Resucitado. Y lo peor de todo es que este puritanismo ha impregnado la cultura de Occidente en forma, sobre todo, de marginación, exclusión y hasta desprecio de la mujer.
Es evidente que la miseria del puritanismo no tiene nada que ver con la memoria del Resucitado. Para el Resucitado, lo primero fueron las mujeres, mientras que, para muchos ahora, son lo último.

SAN  RICARDO

Obispo - (1197-1253)
Parece como si el Señor quisiera ya señalar desde la cura que algunos hombres pueden hacer obras grandes en este pequeño mundo.
La vida de nuestro protagonista San Ricardo no fue fácil desde que nació hasta su muerte. Le tocó vivir en una nación y en un tiempo en el que tanto la Iglesia como la misma sociedad atravesaba tiempos nada fáciles. Los obispos eran más bien como «lores» y amantes de las grandezas de este mundo. Los mismos monjes dejaban tanto que desear ya que estaban entregados al lujo y a la vida fácil con el detrimento que esto lleva a la vida de oración y entrega al Señor y a los hermanos. Sin embargo el lema de Ricardo fue siempre éste: «Austeridad, caridad y energía». Sí, fue muy enérgico y nunca se casó con la injusticia.
Nació por el 1197 en Wyche, no lejos de Worchester, en Inglaterra, de padres ricos y buenos cristianos. Lo enviaron a diversas partes para que realizara sus estudios en los que siempre sobresalió por su inteligencia y constancia. Pronto la prueba más dura iba a llegar. Siendo todavía muy jovencitos él y sus hermanos, murieron sus padres quedando en manos de familiares y tutores desaprensivos, ya que lo que les interesaba era apoderarse de la hacienda de aquellos desamparados muchachos.
Pero no sabían con quién se las jugaban. Ricardo abandonó los estudios y con gran firmeza y exquisito tacto se puso al frente de toda la herencia de sus padres para que el patrimonio familiar no quedara desamparado.
Una vez ya en orden las cosas, y seguro el patrimonio familiar, reanuda los estudios en las más famosas Universidades de Europa: Oxford, París, Bolonia... llamando la atención por su gran erudición y más aún por su ejemplaridad de vida con la que ayuda a muchos otros a seguir su ejemplo de una auténtica vida cristiana.
Despreciando la cátedra y las riquezas, se entregó al Señor y se ordenó sacerdote para ser más útil a la gloria de Dios y bien de las almas el año 1243. Al año de ser sacerdote, tantas eran sus cualidades, que, ya fue nombrado Obispo de Chichester por el arzobispo de Cantorbery, pero su nombramiento fue causa de duras calumnias y persecuciones por parte del rey Enrique III que quería seguir gobernando la Iglesia igual que gobernaba el Estado. El Papa Inocencio IV confirmó este nombramiento, pero a pesar de ello el rey dio órdenes muy severas contra él y contra los que lo ampararan. Todos le negaban alojamiento; caminó vagabundo por diversas ciudades hasta que se hizo obispo misionero, recorriendo pueblos y aldeas, predicando a Jesucristo y haciendo el bien que podía a todos los pobres.
El coraje de Ricardo no decae ante las dificultades y persecuciones de que es objeto por parte del rey y sus secuaces. Más de una vez se presentó valientemente ante el rey para echarle en cara - con palabras muy duras sus errores y sus injustas pretensiones contra los poderes de la Iglesia. El rey es intransigente, y se burla de él, pero Ricardo no decae. Más aún, él mismo alienta a los que no creen las patrañas del monarca y les dice que tengan paciencia que ya llegará el día que se haga justicia. San Ricardo supo defender con energía los derechos de la Iglesia y de los católicos, que ya en este tiempo eran atacados y querían ser absorbidos por la omnímoda autoridad del rey. Ya está iniciándose, aun a distancia de varios siglos, lo que a mediados del XVI surgirá como el cisma anglicano.
Junto con este coraje y carácter enérgico San Ricardo era todo bondad y caridad para con los pobres, los necesitados y los marginados. Él estaba siempre dispuesto a defender al más débil. Roma amenazó al rey que quedaría excomulgado si no reconocía a Ricardo como legítimo obispo de Chichester. Por fin era llegada la hora de la paz y reconocimiento de sus derechos. Ya estaba extenuado de fuerzas y le llegó su hora a primeros de Abril de 1253 mientras decía: «María, Madre de Dios y Madre de misericordia, defiéndenos del enemigo y recíbenos en el Cielo».

No hay comentarios:

Publicar un comentario