3
de Abril –
MARTES
de la SEMANA DE PASCUA – B
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (2,36-41):
El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos:
«Con toda seguridad conozca toda la casa de
Israel que, al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha
constituido Señor y Mesías».
Al oír esto, se les traspasó el corazón, y preguntaron
a Pedro y a los demás apóstoles:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?».
Pedro les contestó:
«Convertíos y sea bautizado cada uno de vosotros
en el nombre de Jesús, el Mesías, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis
el don del Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros
hijos, y para los que están lejos, para cuantos llamare así el Señor Dios
nuestro».
Con estas y otras muchas razones dio testimonio y
los exhortaba diciendo:
«Salvaos de esta generación perversa».
Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y
aquel día fueron agregadas unas tres mil personas.
Salmo: 32,4-5.18-19.20.22
R/. La misericordia del Señor llena la tierra
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esteran su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.
Secuencia (Opcional)
Ofrezcan
los cristianos
ofrendas
de alabanza
a
gloria de la Víctima
propicia
de la Pascua.
Cordero
sin pecado
que a
las ovejas salva,
a Dios
y a los culpables
unió
con nueva alianza.
Lucharon
vida y muerte
en
singular batalla,
y,
muerto el que es la Vida,
triunfante
se levanta.
«¿Qué has
visto de camino,
María,
en la mañana?»
«A mi
Señor glorioso,
la
tumba abandonada,
los
ángeles testigos,
sudarios
y mortaja.
¡Resucitó
de veras
mi amor
y mi esperanza!
Venid a
Galilea,
allí el
Señor aguarda;
allí
veréis los suyos
la
gloria de la Pascua.»
Primicia
de los muertos,
sabemos
por tu gracia
que
estás resucitado;
la
muerte en ti no manda.
Rey
vencedor, apiádate
de la
miseria humana
y da a
tus fieles parte
en tu
victoria santa.
Lectura del santo evangelio según san Juan (20,11-18):
En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al
sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles
vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había
estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le preguntan:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella contesta:
«Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde
lo han puesto».
Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero
no sabía que era Jesús.
Jesús le dice:
«Mujer, ¿por qué lloras?».
Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta:
«Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo
has puesto y yo lo recogeré».
Jesús le dice:
«¡María!».
Ella se vuelve y le dice.
«¡Rabbuní!», que significa: «¡Maestro!».
Jesús le dice:
«No me retengas, que todavía no he subido al Padre.
Pero, ande, ve a mis hermanos y diles: “Subo al Padre mío y Padre vuestro, al
Dios mío y Dios vuestro”».
María la Magdalena fue y anunció a los
discípulos:
«He visto al Señor y ha dicho esto».
1. Lo más importante que contienen los relatos
de la resurrección es que muestran que la vida y la presencia de Jesús, en este
mundo y en esta vida, no se acabó con la muerte en la cruz.
De Jesús no nos queda
solo la memoria de sus enseñanzas y el ejemplo de su vida. Además de eso, nos
queda sobre todo su presencia.
Por su Encarnación,
Dios, en el hombre Jesús de Nazaret, se fundió y se confundió con lo
humano.
Por su Resurrección,
Jesús prolonga su presencia en cada ser humano, hasta el fin de los
tiempos.
La cristología
tradicional (descendente) tenía su
centro en la Encarnación.
La cristología
moderna (ascendente) tiene su centro en la Resurrección. El centro está en el
hombre Jesús, en el que Dios se encarna y se revela (Encarnación) y que fue
constituido Hijo de Dios, siendo para siempre el Viviente (Resurrección).
2. En la vida de Jesús, ocuparon un lugar de
singular importancia las mujeres. Ellas le acompañaron (Lc 8, 2-3). Se dejó
besar, tocar y perfumar por ellas (Lc 7, 36-50; Jn 12, 3). Siempre las
comprendió, las disculpó, les devolvió su dignidad (Jn 8, 1-11; Mc 5, 25-34). Y
en los relatos de Pascua, las primeras apariciones del Resucitado son para las
mujeres, de forma que ellas fueron las primeras que anunciaron que Jesús, el
Señor, está vivo entre nosotros.
3. Es un dolor que, en la Iglesia, desde sus
orígenes en las comunidades que fundó Pablo, el puritanismo helenista ha tenido
(y sigue teniendo) más fuerza que la presencia del Resucitado. Y lo peor de
todo es que este puritanismo ha impregnado la cultura de Occidente en forma, sobre
todo, de marginación, exclusión y hasta desprecio de la mujer.
Es evidente que la
miseria del puritanismo no tiene nada que ver con la memoria del Resucitado.
Para el Resucitado, lo primero fueron las mujeres, mientras que, para muchos
ahora, son lo último.
SAN RICARDO
Obispo - (1197-1253)
Parece como si el Señor quisiera ya señalar
desde la cura que algunos hombres pueden hacer obras grandes en este pequeño
mundo.
La vida de nuestro protagonista San Ricardo no
fue fácil desde que nació hasta su muerte. Le tocó vivir en una nación y en un
tiempo en el que tanto la Iglesia como la misma sociedad atravesaba tiempos
nada fáciles. Los obispos eran más bien como «lores» y amantes de las grandezas
de este mundo. Los mismos monjes dejaban tanto que desear ya que estaban
entregados al lujo y a la vida fácil con el detrimento que esto lleva a la vida
de oración y entrega al Señor y a los hermanos. Sin embargo el lema de Ricardo
fue siempre éste: «Austeridad, caridad y energía». Sí, fue muy enérgico y nunca
se casó con la injusticia.
Nació por el 1197 en Wyche, no lejos de
Worchester, en Inglaterra, de padres ricos y buenos cristianos. Lo enviaron a
diversas partes para que realizara sus estudios en los que siempre sobresalió
por su inteligencia y constancia. Pronto la prueba más dura iba a llegar.
Siendo todavía muy jovencitos él y sus hermanos, murieron sus padres quedando
en manos de familiares y tutores desaprensivos, ya que lo que les interesaba
era apoderarse de la hacienda de aquellos desamparados muchachos.
Pero no sabían con quién se las jugaban.
Ricardo abandonó los estudios y con gran firmeza y exquisito tacto se puso al
frente de toda la herencia de sus padres para que el patrimonio familiar no
quedara desamparado.
Una vez ya en orden las cosas, y seguro el
patrimonio familiar, reanuda los estudios en las más famosas Universidades de
Europa: Oxford, París, Bolonia... llamando la atención por su gran erudición y
más aún por su ejemplaridad de vida con la que ayuda a muchos otros a seguir su
ejemplo de una auténtica vida cristiana.
Despreciando la cátedra y las riquezas, se
entregó al Señor y se ordenó sacerdote para ser más útil a la gloria de Dios y
bien de las almas el año 1243. Al año de ser sacerdote, tantas eran sus
cualidades, que, ya fue nombrado Obispo de Chichester por el arzobispo de
Cantorbery, pero su nombramiento fue causa de duras calumnias y persecuciones
por parte del rey Enrique III que quería seguir gobernando la Iglesia igual que
gobernaba el Estado. El Papa Inocencio IV confirmó este nombramiento, pero a
pesar de ello el rey dio órdenes muy severas contra él y contra los que lo
ampararan. Todos le negaban alojamiento; caminó vagabundo por diversas ciudades
hasta que se hizo obispo misionero, recorriendo pueblos y aldeas, predicando a
Jesucristo y haciendo el bien que podía a todos los pobres.
El coraje de Ricardo no decae ante las
dificultades y persecuciones de que es objeto por parte del rey y sus secuaces.
Más de una vez se presentó valientemente ante el rey para echarle en cara - con
palabras muy duras sus errores y sus injustas pretensiones contra los poderes
de la Iglesia. El rey es intransigente, y se burla de él, pero Ricardo no
decae. Más aún, él mismo alienta a los que no creen las patrañas del monarca y
les dice que tengan paciencia que ya llegará el día que se haga justicia. San
Ricardo supo defender con energía los derechos de la Iglesia y de los
católicos, que ya en este tiempo eran atacados y querían ser absorbidos por la
omnímoda autoridad del rey. Ya está iniciándose, aun a distancia de varios
siglos, lo que a mediados del XVI surgirá como el cisma anglicano.
Junto con este coraje y carácter enérgico San
Ricardo era todo bondad y caridad para con los pobres, los necesitados y los
marginados. Él estaba siempre dispuesto a defender al más débil. Roma amenazó
al rey que quedaría excomulgado si no reconocía a Ricardo como legítimo obispo
de Chichester. Por fin era llegada la hora de la paz y reconocimiento de sus
derechos. Ya estaba extenuado de fuerzas y le llegó su hora a primeros de Abril
de 1253 mientras decía: «María, Madre de Dios y Madre de misericordia,
defiéndenos del enemigo y recíbenos en el Cielo».
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