martes, 5 de marzo de 2019

6 de MARZO – MIÉRCOLES DE CENIZA – “INICIO DE LA CUARESMA”




6 de MARZO
MIÉRCOLES DE CENIZA –
“INICIO DE LA CUARESMA”

En el inicio de la Cuaresma recordemos las palabras que el año pasado pronunciaba el papa Francisco: «La Cuaresma es un camino: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo lo que intenta aplastarnos o reducirnos a algo que no sea acorde a la dignidad de los hijos de Dios.
La Cuaresma es el camino de la esclavitud a la libertad, del seguimiento a la alegría, de la muerte a la vida».
De hecho, la llamada a la conversión que resuena con fuerza este día nos abre a un nuevo horizonte; nos recuerda que hay un camino para el hombre que va mucho más lejos de lo que imaginamos y que solo podemos descubrir volviéndonos hacia Dios. Ese camino toma una forma concreta en el seguimiento de Cristo.
San Lorenzo de Brindis señalaba que en el Antiguo Testamento veíamos las obras buenas que Dios ha hecho, y en el Nuevo se dice que Jesús todo lo ha hecho bien. Y comentaba: «Es verdad que muchos hacen cosas buenas, pero no las hacen bien, como es el caso de los hipócritas que hacen ciertas cosas buenas, pero con un mal espíritus y con una intención perversa y falsa».
Daba, pues, a entender que la auténtica conversión pasa por abrirnos a la gracia de Dios, a dejar que Cristo realice en nosotros su obra sana y nos impulse a obrar según él.
Así, la imposición de la ceniza cobra un sentido especial y nos recuerda nuestra fragilidad. Somos polvo y estamos llamados a volver al polvo. Pero además   el gesto nos recuerda la cercanía de Dios, que nos ama en nuestra debilidad y que quiere infundirnos nueva vida. Para ello hemos de volvernos a él y redescubrir su misericordia, la conversión.
El evangelio habla de los peligros de una falsa conversión o de que esta se quede en lo superficial. Cuando realizamos nuestras obras para ser aplaudidos o nos complacemos en ellas, es como si estuviéramos olvidando nuestro fin, que es la amistad con Dios. Esa es la llamada a dejarnos reconciliar con él de que habla san Pablo. Nos lo recuerda el profeta Joel: «Rasgad vuestros corazones, no vuestros vestidos», porque todas las obras, incluso aquellas que parecen más gratuitas y desinteresadas, como la oración, el ayuno o la limosna, han de ser movidas por el amor de Dios.
Jesús, al llamarnos a entrar en nuestro interior, señala así mismo que este es el lugar del encuentro del hombre   con Dios, y nos recuerda que antes de lo que nosotros podamos hacer, está su amor que nos precede.  Actuar ante los hombres, dejarse ver por ellos, no es más que el reverso de otra actitud que es la de estar pendientes de ellos.
Regresar al corazón, a lo escondido, es descubrir aquello que Dios ve y darnos cuenta de la necesidad que tenemos de ser sanados en lo más profundo. La Cuaresma nos lo recuerda para que nuestro corazón no se endurezca.
En el salmo 50, se nos dice que nuestros pecados pueden ser rojos como la grana, pero que Dios los puede volver blancos como la nieve.
   Por eso, la Cuaresma es un tiempo   de gracia, y san Pablo nos recuerda que Dios quiere que suceda algo ahora. A la gracia, que es el don de Dios, respondemos con nuestra receptividad, con nuestra conversión. Las prácticas cuaresmales conducen al desapego y, al mismo tiempo, al descubrimiento de la maravilla de que es el amor de Dios el que nos salva.  Somos polvo, pero somos    amados infinitamente.
Un polvo que se reconoce sostenido por Dios en la oración, que no se confunde   sobre sí mismo (ayuno), y que se abre a las necesidades del hermano (limosna).

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