21 de MARZO – JUEVES –
2ª – SEMANA DE CUARESMA – C –
Lectura
del libro de Jeremías (17,5-10):
Esto dice el Señor:
«Maldito
quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su
corazón del Señor.
Será
como cardo en la estepa,
que nunca recibe la
lluvia;
habitará en un árido
desierto,
tierra salobre e
inhóspita.
Bendito
quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza.
Será
un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme
la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se
inquieta, ni dejará por eso de dar fruto.
Nada
hay más falso y enfermo
que el corazón: ¿quién
lo conoce?
Yo, el Señor, examino el
corazón,
sondeo el corazón de los
hombres
para pagar a cada cual
su conducta según el fruto de sus acciones».
Palabra
de Dios
Salmo:
1,1-2.3.4.6
R/.
Dichoso el hombre
que ha puesto su
confianza en el Señor
Dichoso el hombre
que no sigue el consejo
de los impíos
ni entra por la senda de
los pecadores,
ni se sienta en la
reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la
ley del Señor,
y medita su ley día y
noche. R/.
Será como un árbol
plantado al borde de la
acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus
hojas;
y cuanto emprende tiene
buen fin. R/.
No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata
el viento.
Porque el Señor protege
el camino de los justos,
pero el camino de los
impíos acaba mal. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (16,19-31):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a los fariseos:
«Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un
mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con
ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros
venían y le lamían las llagas.
Sucedió
que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió
también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los
tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y
gritando, dijo:
“Padre
Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y
me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero
Abrahán le dijo:
“Hijo,
recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por
eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y,
además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que
quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de
ahí hasta nosotros”.
Él
dijo:
“Te
ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos:
que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este
lugar de tormento”.
Abrahán
le dice:
“Tienen
a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero
él le dijo:
“No,
padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán
le dijo:
“Si
no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni, aunque resucite un
muerto”».
Palabra
del Señor
1.
Para comprender el alcance de esta parábola, hay que echar mano de los datos
convergentes sobre el personaje Lázaro, que se encuentran en los evangelios de
Lucas y Juan. El Lázaro de la parábola,
que propone Lucas, ¿tiene
algo que ver con el Lázaro que, en el
evangelio de Juan, fue devuelto a "esta"
vida (no es que resucitó para la
"otra" vida)?
Marta y María eran hermanas de Lázaro.
Las dos se mencionan en Lucas (Lc 10, 38-42; cf. Jn 11, 2. 32) y luego
aparecen, de nuevo en la unción de Betania (Mc
14, 3-9 y Lc 7, 36-50), en el
evangelio de Juan (12, 1-11). De ahí que el
relato de Jn 11, 1-12, 19 es una mezcla (collage) de cuatro textos de Lucas: la
resurrección del hijo de la viuda de Naín (Lc 7, 11-17), la parábola del rico y
Lázaro (Lc 16, 19-31), el relato de Marta y María (Lc 10, 38-42) y la unción de Betania (Mc 14,
3-9 y Lc 7, 36-50) (Jean Zumstein; H.
Thyen; cf. C. K. Barret).
2. ¿Qué nos viene a decir esta
relación entre el Lázaro de la parábola de Lucas y el Lázaro que, según el
evangelio de Juan, era el hermano de Marta y María?
No se puede decir que ambos Lázaros
fuera el mismo personaje. Pero sí se puede afirmar que, al relacionar
ambos relatos, el de Lucas y el de
Juan, nos vemos, frente a frente, ante una enseñanza que impresiona y que
resulta
sobrecogedora. - ¿De qué enseñanza se trata?
3.
El rico epulón, el que se desentendió del sufrimiento, de la salud, del
hambre del pobre Lázaro, cuando se vio perdido en el infierno, le dijo a Dios
(representado en Abrahán) que sus cinco
hermanos iban, como él ya lo había hecho, por el camino de la buena vida, desentendidos
del dolor del pobre y el enfermo. Por eso, el condenado epulón le pidió a Dios
que les mandara a Lázaro. Porque, si resucitaba un muerto, seguro que se
convertían. Y entonces vino del cielo la respuesta escalofriante: Ya tienen la
Palabra de Dios. Y si es que no hacen caso ni a la Palabra de Dios,
"aunque resucite un muerto, no le harán caso". Y eso justamente es lo
que les pasó a los dirigentes de la religión del Templo. Resucitó Lázaro. Y la reacción no fue convertirse, sino
reunirse en el Sanedrín y allí
decidieron matar también a Jesús (Jn 11, 47-53).
Los que hoy tienen poder y dinero, que lean el
Evangelio. Y si no le hacen caso al Evangelio, aunque se abran las tumbas y
salgan los muertos, seguirán robando y causando dolor.
San Nicolás de Flüe
En
la región montañosa vulgarmente llamada Ranft, junto a Sachseln, en Suiza, san
Nicolás de Flüe, el cual, por inspiración divina, deseoso de otro género de
vida dejó a su esposa y a sus diez hijos, retirándose al monte para abrazar la
vida de anacoreta, donde llegó a ser célebre por su dura penitencia y desprecio
del mundo. De su celda sólo salió una vez, y fue para apaciguar con una breve
exhortación a quienes estaban a punto de enfrentarse en una guerra civil.
Vida
de San Nicolás de Flüe
Suiza en los siglos XIV y XV está
empapada de corrientes espirituales que son propicias para la ascesis y para
las visiones. Y no solamente se dan entre los clérigos o en los claustros de
los monasterios; han trascendido también al laicado y en cualquier esquina o
iglesia puede uno toparse con gente que transmita experiencias sobrenaturales
habidas en la intimidad de la oración.
Nicolás de Flue es un santo suizo
y de esta época. Soporta sobre su figura, no legendaria sino bien probada por
la historia, la dignidad nacional tanto por parte de los protestantes como de
los católicos, dada la curiosa complejidad que desde siglos lleva consigo el
pueblo suizo, aunque ciertamente unos y otros lo tienen como personaje
emblemático por distintos motivos; los que se llaman reformadores lo miran
desde la cara política y los católicos añaden el matiz espiritual.
Nació en el 1417, justo el año en
que termina el Cisma de Occidente con la elección de Martín V como Papa por el
concilio de Constanza. En familia de católicos campesinos, se ocupa de los
trabajos del campo, pero es asiduo a la oración y practica el ayuno como cosa
habitual cuatro días por semana. Se casa cuando tiene treinta años con Dorotea
Wyss. La unidad familiar dura veinte años, tienen 10 hijos, uno de ellos llega
a frecuentar la universidad y el mayor consigue ser presidente de la
Confederación. Siendo Nicolás un hombre de paz, tuvo que intervenir en tres
guerras, en la de liberación de Núremberg, en la vieja de Zúrich y en la de
Turgovia contra Segismundo.
En el año 1467 da comienzo la
parte de su vida que, aunque llena de contradicciones, es la forja de su
santidad y de su fecundidad política. Veámosla. Tiene cincuenta años y con el
permiso de su esposa y de sus hijos se retira a vivir como eremita en la
garganta de Ranft. Vive entregado a la meditación preferentemente de la Pasión
del Señor que contempla siguiendo los distintos episodios, como hicieron Juan
Ruysbroeck y Enrique Suso. Obtiene un alto y profundo conocimiento de la
Santísima Trinidad. Hace notable penitencia y practica riguroso ayuno. La celda
que le han construido los paisanos solo dispone de una ventana para ver los oficios
del sacerdote y otra para contemplar la naturaleza de Unterwald. El obispo de
Constanza va a bendecir el lugar que se convierte en centro de peregrinación.
El contenido será el culto a la Eucaristía y el motivo el hecho milagroso del
ayuno absoluto y prolongado de Nicolás. No prueba bocado en veinte años; sólo
ingiere la Eucaristía y una vez come porque lo manda su obispo para probar su
obediencia, humildad y el carácter sobrenatural del ayuno. Aquí tiene visiones
sobrenaturales y de aquí arranca su energía y acierto para enfocar los asuntos
políticos que darán a Suiza estabilidad y forma de gobierno peculiar.
El místico pacificador y salvador
de la patria suiza fue juez y consejero en su cantón; también Diputado en la
Dieta federal en 1462 y rechazó la jefatura del Estado. En 1473 propicia y
consigue se firme el tratado de paz perpetua con Austria. En la Dieta de Stans
del 1478 evita la guerra civil, consiguiendo el milagro de la reconciliación.
Su obra política no fue sólo coyuntural, sino que hizo técnicamente posible la
realidad de la patria común suiza.
Se cierra su vida con una
enfermedad cargada de dolor y de sufrimiento que lleva con paciencia tan grande
como su pobreza. Después de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, muere el
21 de marzo de 1487.
Desde el siglo XVI tanto los
protestantes como los católicos requieren su patronazgo; unos por sus
recomendaciones de mantenerse dentro de las fronteras, por los razonamientos
que les ayudan a lo mezclarse en políticas extranjeras y por la cuasi prohibición
de mostrar interés por la política europea; los otros, por ser un gran político
que saca su genio de la condición de santo y fiel.
Sea como sea, Nicolás supo
articular, unir y compaginar de un modo asombrosamente original lo que a la
mayoría de los mortales nos parece un imposible contradictorio: Cuidó con
esmero las cosas de la tierra y amó intensamente las del cielo; fue un hombre con
una actividad incansablemente eficaz, sin dejar de ser contemplativo; es a la
vez casado y eremita; resulta al mismo tiempo el primer político y el más
grande santo; tiene la extraña sabiduría que valora lo poco nuestro y la
inmensidad de lo divino.
Los católicos comenzaron en el
1591 el proceso de canonización que no llega a promulgarse -un dato
contradictorio más- hasta el 1947 por el papa Pío XII, el mismo día de la
Ascensión. Han pasado más de 350 años y es que la santidad, antes de ser
oficialmente reconocida, está supeditada a las contingencias históricas.
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