lunes, 11 de marzo de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 12 de MARZO – MARTES – 1ª – SEMANA DE CUARESMA – C – San Inocencio I, papa





12 de MARZO – MARTES –
1ª – SEMANA DE CUARESMA – C –

Lectura del libro de Isaías (55,10-11):

ESTO dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo».

Palabra de Dios

Salmo: 33,4-5.6-7.16-17.18-19

R/. El Señor libra de sus angustias a los justos

 Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.

 Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

    Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.

 Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,7-15):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día,
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Palabra del Señor

1.  Orar es expresar un deseo. Y el deseo es la experiencia lógica de una
carencia.
Cuando deseamos algo, sin duda alguna, lo que nos ocurre es que tenemos un vacío o sufrimos una carencia, que apetecemos satisfacer. De ahí, la importancia capital del "deseo" en nuestras vidas. Si lo que apetecemos
pertenece a otro, el deseo de apropiarse lo ajeno es un asunto tan grave, que
eso precisamente es lo que constituye el último de los mandamientos del
Decálogo (Ex 20, 17) (cl. René Girard).
Por otra parte, cuando deseamos algo,
que necesitamos y que es bueno, aunque   no nos pongamos a rezar, el deseo íntimo es nuestra oración. Ese deseo, por sí solo, es ya nuestra oración. No hace falta más.

2.  El Padrenuestro es "un resumen de toda la enseñanza sobre la fe y las costumbres" (U. Luz). Es un breviarium totius Evangelii, la forma breve de expresar el Evangelio entero (Tertuliano).
De este "Breviario" de todo el Evangelio, se han hecho dos interpretaciones:

 1) Una, "dogmática": el resumen    condensado de todo lo que Jesús nos enseñó en el Evangelio.
2) La interpretación "ética": la síntesis de lo que tenemos que hacer, una "guía para nuestra espiritualidad". Que nos viene a decir: Dios es siempre bueno. Sed vosotros también siempre buenos. Y buenos con todos, con los que te hacen el bien y con los que te hacen el mal. Esta es la síntesis de nuestra religiosidad. No hay más. Ni menos tampoco.

3.  Esta oración es de una profundidad asombrosa: 
1) Se siente a Dios como Padre. Y nada más que como Padre.
2) Lo que más importa es que se haga lo que Dios quiere, no lo que nos interesa a los mortales.
3) Lo que apetecemos es que sea Dios el que mande, el que se imponga.   Nada más que eso.
4)  Que no nos falte el pan, lo elemental para vivir. Y el compromiso de perdonar siempre, lo mismo exactamente,  que queremos ser perdonados.
Tener siempre la tolerancia y el respeto con que queremos ser tratados.  ESTA ES NUESTRA RELIGIÓN.

San Inocencio I, papa



En Roma, en el cementerio de Ponciano, junto al “Oso peludo”, sepultura de san Inocencio I, papa, que defendió a san Juan Crisóstomo, consoló a san Jerónimo y aprobó a san Agustín.

Vida de San Inocencio I, papa

Nació en la segunda mitad del siglo IV y parece ser que, en Albano, aunque documentalmente no pueda demostrarse con certeza. Fue elegido papa en el año 401, como sucesor de Anastasio I.
Consiguió que se reconociese su autoridad papal en Iliria, región montañosa situada en la región nororiental del Adriático que hoy corresponde a Bosnia y Dalmacia.
Expulsó de la Ciudad Eterna a los perseguidores y detractores de san Juan Crisóstomo, a pesar de la oposición del emperador Arcadio (407). Pero no pudo, a pesar de sus esfuerzos y negociaciones, evitar el saqueo de Roma por Alarico el 24 de agosto del año 410.
A petición de san Agustín, condenó la herejía pelagiana (417).
Con respecto al gobierno que debió ejercer en Hispania, hay que mencionar la carta dirigida a Exuperio, obispo de Tolosa, dándole normas para la reconciliación y admisión a la comunión a los que una vez bautizados se entregaran de modo pertinaz a los placeres de la carne. De alguna manera, modera la disciplina, en vigor hasta entonces, contemplada en los concilios de Elvira y de Arlés y propiciada por las iglesias africanas; eran normas un tanto rigoristas -extremadamente extrañas para nuestra época-, que negaban la admisión a la comunión de este tipo de pecadores incluso en el momento de la muerte, aunque se les concediera fácilmente la posibilidad de la penitencia. Reconoce en su escrito que hasta ese momento "la ley era más dura", pero que no quiere adoptar la misma aspereza y dureza que el hereje Novaciano. De todos modos no presume de innovaciones, ni se presenta como detentor de un liberalismo laxo; justifica plenamente las normas anteriores, afirmando que esa praxis era la conveniente en aquel tiempo.
En el 416, cuando quiere recordar a los obispos españoles la autoridad indiscutida del obispo de Roma y la obediencia que le deben desde España, escribe una carta en la que afirma que en toda Italia, Francia, Hispania, África y Sicilia sólo se han instituido iglesias por Pedro o por sus discípulos. Esta carta es empleada como argumento documental muy importante por quienes desautorizan la antiquísima tradición que sostiene la predicación del Apóstol Santiago en España y la conjetura fundada de la visita del apóstol Pablo a este extremo del Imperio.
Interviene también por los años 404-405 para restaurar la paz entre los obispos de Hispania, después de las resoluciones cristológicas anti priscilianistas del concilio de Toledo del año 400; recomienda el reconocimiento de la autoridad y gobierno episcopal de los que fueron ordenados por partidarios de Prisciliano pero que continúan profesando la fe verdadera al aceptar la consubstancialidad del Hijo con el Padre y la unicidad de Persona en Cristo.
Ocupó la Sede de Pedro hasta su muerte en el 417.


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