29 de MARZO – VIERNES –
3ª – SEMANA DE CUARESMA – C –
San Eustasio de Luxeüil
Lectura
de la profecía de Oseas (14,2-10):
ESTO dice el Señor:
«Vuelve,
Israel, al Señor tu Dios, porque tropezaste por tu falta. Tomad vuestras
promesas con vosotros, y volved al Señor.
Decidle:
“Tú quitas toda falta, acepta el pacto. Pagaremos
con nuestra confesión: Asiria no nos salvará,
no volveremos a montar a
caballo,
y no llamaremos ya
‘nuestro Dios’
a la obra de nuestras
manos.
En
ti el huérfano encuentra compasión”.
“Curaré
su deslealtad, los amaré generosamente, porque mi ira se apartó de ellos.
Seré
para Israel como el rocío,
florecerá como el lirio,
echará sus raíces como los cedros del Líbano.
Brotarán sus retoños y
será su esplendor como el olivo, y su perfume como el del Líbano.
Regresarán
los que habitaban a su sombra, revivirán como el trigo, florecerán como la
viña, será su renombre como el del vino del Líbano.
Efraín,
¿qué tengo que ver con los ídolos?
Yo
soy quien le responde y lo vigila.
Yo
soy como un abeto siempre verde, de mí procede tu fruto”.
¿Quién
será sabio, para comprender estas cosas, inteligente, para conocerlas?
Porque los caminos del
Señor son rectos: los justos los transitan, pero los traidores tropiezan en
ellos».
Palabra
de Dios
Salmo: 80,6c-8a.8bc-9.10-11ab.14.17
R/.
Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz
Oigo un lenguaje
desconocido:
«Retiré sus hombros de
la carga,
y sus manos dejaron la
espuerta.
Clamaste en la
aflicción, y te libré. R/.
Te
respondí oculto entre los truenos,
te puse a prueba junto a
la fuente de Meribá.
Escucha, pueblo mío, doy
testimonio contra ti;
¡ojalá me escuchases,
Israel! R/.
No
tendrás un dios extraño,
no adorarás un dios
extranjero;
yo soy el Señor, Dios
tuyo,
que te saqué del país de
Egipto. R/.
¡Ojalá me escuchase mi
pueblo
y caminase Israel por mi
camino!
Los alimentaría con flor
de harina,
los saciaría con miel
silvestre». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (12,28b-34):
EN aquel tiempo, un
escriba se acercó a Jesús y le preguntó:
«¿Qué
mandamiento es el primero de todos?».
Respondió
Jesús:
«El
primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente,
con todo tu ser”.
El
segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamiento
mayor que estos».
El
escriba replicó:
«Muy
bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no
hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más
que todos los holocaustos y sacrificios».
Jesús,
viendo que había respondido sensatamente, le dijo:
«No
estás lejos del reino de Dios».
Y
nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra
del Señor
1.
Este relato plantea un problema que toca el centro mismo de todo el Evangelio.
El problema está en esto: El letrado le pregunta a Jesús solamente cuál es el
primer mandamiento, o sea el más importante de todos (D. C. Allison, Joel Marcus).
A lo que Jesús responde recordando la
Shemá o declaración fundamental de la fe (Mt 12, 29-30; Deut 6,4-5).
Pero Jesús recuerda además el texto de
Lev 19, 18, que es inseparable del primero (Gal 5, 14; Rom 13, 8-10; St 2,
8-12). 0 sea, no es posible amar a Dios, si no se ama igualmente al prójimo.
2.
Dando un paso más, hay que preguntarse: si Jesús unió el amor al prójimo
(sobre el que no le habían preguntado) con el amor a Dios (que es lo que le preguntaron),
- ¿por qué unió lo uno con lo otro? - ¿Por qué, a juicio de Jesús no es posible
separar el amor a Dios del amor al prójimo?
3.
Porque Dios es, por definición, "el Trascendente". Es decir, "a Dios nadie
lo ha visto jamás" (Jn 1, 18; cf. 14, 8-10; 1 Jn 4, 12).
0 sea, Dios "nos
trasciende", no está a nuestro alcance. Lo propio y definitorio del Trascendente
está en que es
"incomunicable". Los humanos solo podemos comunicarnos con
"lo inmanente". Y, por tanto, cuando decimos que amamos a Dios, bien
puede ocurrir que no sea a Dios a quien estamos amando, sino que estemos amando
la "representación" que nosotros nos hacemos de Dios. Y ocurre que cada
cual
se representa a Dios como le conviene. Pero la
única realidad humana, en la que
Dios se ha encarnado, ha sido nuestra propia
humanidad. Por eso Jesús le dijo
al apóstol Felipe: "Quien me ve a mí está
viendo a Dios" Un 14, 9).
No es posible relacionarse con Dios y
amar a Dios, si no se ama "lo humano", a cualquier "ser humano".
"Quien no ama a su hermano a quien está
viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo" (1 Jn 4, 20b).
Es más: Jesús llegó al culmen humanístico
más radical cuando, en la Última Cena, en el momento en que los otros evangelios
relatan la institución de la Eucaristía, el IV evangelio pone en boca de Jesús el
mandamiento nuevo: "que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto
conocerán que sois discípulos míos" (Jn 13, 34-35).
Aquí ya el amor a Dios, ni se menciona. Solo queda en pie el amor a los demás. Lo que
quieras a la gente, eso
es lo que quieres a Dios. Todo lo que no sea
eso, es puro engaño.
San Eustasio de Luxeüil
En
el monasterio de Luxeuil, en Burgundia (Francia), san Eustasio, abad, discípulo
de san Columbano, que fue padre de casi seiscientos monjes (629).
Nació Eustasio pasada la segunda mitad del siglo VI, en Borgoña.
Fue discípulo de san Columbano,
monje irlandés que pasó a las Galias buscando esconderse en la soledad y que
recorrió el Vosga, el Franco-Condado y llegó hasta Italia. Fundó el monasterio
de Luxeuil a cuya sombra nacieron los célebres conventos de Remiremont,
Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.
Eustasio tiene unos deseos grandes de encontrar el lugar adecuado
para la oración y la penitencia. Entra en Luxeuil y es uno de sus primeros
monjes. Allí lleva una vida a semejanza de los monjes del desierto de oriente.
Columbano se ve forzado a
condenar los graves errores de la reina Bruneguilda y de su nieto rey de
Borgoña. Con esta actitud, por otra parte inevitable en quien se preocupa por
los intereses de la Iglesia, desaparece la calma que hasta el momento
disfrutaban los monjes. Eustasio considera oportuno en esa situación
autodesterrarse a Austrasia, reino fundado el 511, en el periodo merovingio, a
la muerte de Clodoveo y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el
hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican por el Rhin,
río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a tierras suizas.
Columbano envía a Eustasio al
monasterio de Luxeuil después de nombrarle abad. Es en este momento -con nuevas
responsabilidades- cuando la vida de Eustasio cobra dimensiones de madurez
humana y sobrenatural insospechadas. Arrecia en la oración y en la penitencia;
trata con caridad exquisita a los monjes, es afable y recto; su ejemplo de
hombre de Dios cunde hasta el extremo de reunir en torno a él dentro del
monasterio a más de seiscientos varones de cuyos nombres hay constancia en los
fastos de la iglesia. Y el influjo espiritual del monasterio salta los muros
del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania las que se benefician de
él prometiéndose una época altamente evangelizadora.
Pero han pasado cosas en el
monasterio de Luxeuil mientras duraba la predicción por Alemania. Un monje
llamado Agreste o Agrestino que fue secretario del rey Tierry ha provocado la
relajación y la ruina de la disciplina. Orgulloso y lleno de envidia, piensa y
dice que él mismo es capaz de realizar idéntica labor apostólica que la que
está realizando su abad; por eso abandona el retiro del que estaba aburrido
hacía tiempo y donde ya se encontraba tedioso; ha salido dispuesto a
evangelizar paganos, pero no consigue los esperados triunfos de conversión. Y
es que no depende de las cualidades personales ni del saber humano la
conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo quien mueva las
inteligencias y voluntades de los hombres y esto ordinariamente ha querido
ligarlo el Señor a la santidad de quien predica. En este caso, el fruto de su
misionar tarda en llegar y con despecho se precipita Agreste en el cisma.
Eustasio quiere recuperarlo, pero
se topa con el espíritu terco, inquieto y sedicioso de Agreste que ha empeorado
por los fracasos recientes y está dispuesto a aniquilar el monasterio. Aquí
interviene Eustasio con un feliz desenlace porque llega a convencer a los
obispos reunidos haciéndoles ver que estaban equivocados por la sola y
unilateral información que les había llegado de parte de Agreste.
Restablecida la paz monacal, la
unidad de dirección y la disciplina, cobra nuevamente el monasterio su perdida
prestancia.
Sus grandes méritos se
acrecentaron en la última enfermedad, con un mes entero de increíbles
sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario el 29 de marzo del año 625.
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