14 de MARZO – JUEVES –
1ª – SEMANA DE CUARESMA – C –
Lectura
del libro de Ester (14,1.3-5.12-14):
EN aquellos días, la
reina Ester, presa de un temor mortal, se refugió en el Señor. Y se postró en
tierra con sus doncellas desde la mañana a la tarde, diciendo:
«¡Bendito seas, Dios de Abrahán, Dios de Isaac
y Dios de Jacob! Ven en mi ayuda, que estoy sola y no tengo otro socorro fuera
de ti, Señor, porque me acecha un gran peligro.
Yo
he escuchado en los libros de mis antepasados, Señor, que tú libras siempre a
los que cumplen tu voluntad. Ahora, Señor, Dios mío, ayúdame, que estoy sola y
no tengo a nadie fuera de ti. Ahora, ven en mi ayuda, pues estoy huérfana, y
pon en mis labios una palabra oportuna delante del león, y hazme grata a sus
ojos. Cambia su corazón para que aborrezca al que nos ataca, para su ruina y la
de cuantos están de acuerdo con él.
Líbranos
de la mano de nuestros enemigos, cambia nuestro luto en gozo y nuestros
sufrimientos en salvación».
Palabra
de Dios
Salmo:
137,1-2a.2bc.3.7c-8
R/.
Cuando te invoqué, me escuchaste, Señor
Te doy gracias, Señor, de
todo corazón,
porque escuchaste las
palabras de mi boca;
delante de los ángeles
tañeré para ti,
me postraré hacia tu
santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu
lealtad,
porque tu promesa supera
tu fama.
Cuando te invoqué, me
escuchaste,
acreciste el valor en mi
alma. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus
favores conmigo.
Señor, tu misericordia
es eterna,
no abandones la obra de
tus manos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (7,7-12):
EN aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos:
«Pedid
y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que
pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
Si
a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?; y si le pide
pescado, ¿le dará una serpiente? Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar
cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos
dará cosas buenas a los que le piden!
Así,
pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros
con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas».
Palabra
del Señor
1.
La primera enseñanza, que Jesús deja aquí patente, es que la oración de
petición nunca falla. Lo que, a juicio de Jesús es cierto, por más que tantas
veces tengamos la impresión -y hasta la evidencia- de que las cosas no son así.
La insistencia de Jesús queda fuera de duda.
Lo que no podemos saber es "cómo
nos oye el Señor y cómo escucha nuestra petición". De la misma manera que
no siempre pedimos lo que más nos conviene, igualmente el Padre del cielo nos
concede lo que nosotros no vemos como lo
que realmente más necesitamos.
2.
Para fundamentar nuestra fe en la oración, Jesús recurre al argumento de
la relación "padre-hijo": un padre (al menos, así era en aquellos
tiempos) no le niega la ayuda al hijo que suplica y necesita esa ayuda. Pero la
argumentación de Jesús es más fuerte.
Porque Jesús no se refiere a los padres "buenos", sino a los
"malos". Y viene a decir: "si hasta los "malos" dan
cosas buenas a sus hijos, - ¿cuánto más el Padre del cielo, que es "el más
bueno" de todos los padres imaginables, dará lo mejor a sus hijos que le
suplican?
3.
La "regla de oro", tal como la propone Jesús como final de
este relato, se presenta en su formulación positiva, no la negativa, tal como
la presentaba, por ejemplo, el rabino Hilel (J. Jeremías, U. Luz).
En la forma positiva, es más universal.
Y, por eso, más totalizante. En esto se resume "la ley y los
profetas". Es decir, todo lo que Dios nos pide y espera de nosotros. Todo,
absolutamente todo, se condensa en que seamos siempre buenos. Y no nos cansemos de serlo.
La bondad es la mayor fuerza para
cambiar este mundo tan convulso. Y para hacer la vida más soportable.
Santa Matilde
En Quedlinburg,
en Sajonia, santa Matilde, esposa fidelísima del rey Enrique I, la cual,
conspicua por la humildad y la paciencia, se dedicó a aliviar a los pobres y a
fundar hospitales y monasterios.
Vida de Santa Matilde
Matilde era descendiente del
célebre Widukind, capitán de los sajones en su larga lucha contra Carlomagno,
como hija de Dietrich, conde de Westfalia y de Reinhild, vástago de la real
casa de Dinamarca. Cuando la niña nació en el año 895, fue confiada al cuidado
de su abuela paterna, la abadesa del convento de Erfut. Allí, sin apartarse
mucho de su hogar, Matilde se educó y creció hasta convertirse en una jovencita
que sobrepasaba a sus compañeras en belleza, piedad y ciencia, según se dice.
A su debido tiempo se casó con
Enrique, hijo del duque Otto de Sajonia, a quien llamaban "el
cazador". El matrimonio fue excepcionalmente feliz y Matilde ejerció sobre
su esposo una moderada, pero edificante influencia. Precisamente después del
nacimiento de su primogénito, Otto, a los tres años de casados, Enrique sucedió
a su padre en el ducado. Más o menos a principios del año 919, el rey Conrado
murió sin dejar descendencia y el duque fue elevado al trono de Alemania. No
cabe duda de que su experiencia de soldado valiente y hábil le resultó muy
útil, puesto que su vida fue una lucha constante en la que triunfó muchas veces
de manera notable.
El mismo Enrique y sus súbditos
atribuyeron sus éxitos, tanto a las oraciones de la reina, como a sus propios
esfuerzos. Esta seguía viviendo en la humildad que la había distinguido de
niña. A sus cortesanos y a sus servidores, más les parecía una madre amorosa
que su reina y señora; ninguno de los que acudieron a ella en demanda de ayuda
quedó defraudado. Su esposo rara vez le pedía cuentas de sus limosnas o se
mostraba irritado por sus prácticas piadosas, con la absoluta certeza de su
bondad y confiando en ella plenamente. Después de veintitrés años de
matrimonio, el rey Enrique murió de apoplejía, en 936. Cuando le avisaron que
su esposo había muerto, la reina estaba en la iglesia y ahí se quedó, volcando
su alma al pie del altar en una ferviente oración por él. En seguida pidió a un
sacerdote que ofreciera el santo sacrificio de la misa por el eterno descanso
del rey y, quitándose las joyas que llevaba, las dejó sobre el altar como
prenda de que renunciaba, desde ese momento, a las pompas del mundo.
Habían tenido cinco hijos: Otto,
más tarde emperador; Enrique el Pendenciero; San Bruno, posteriormente
arzobispo de Colonia; Gerberga que se casó con Luis IV, rey de Francia y
Hedwig, la madre de Hugo Capeto. A pesar de que el rey había manifestado su
deseo de que su hijo mayor, Otto, le sucediera en el trono, Matilde favoreció a
su hijo Enrique y persuadió a algunos nobles para que votaran por él; no
obstante, Otto, resultó electo y coronado. Enrique no aceptó de buena gana
renunciar a sus pretensiones y promovió una rebelión contra su hermano, pero
fue derrotado y solicitó la paz. Otto lo perdonó y, por la intercesión de
Matilde, le nombró duque de Baviera. La reina llevó desde entonces una vida de
completo auto-sacrificio; sus joyas habían sido vendidas para ayudar a los
pobres y era tan pródiga en sus dádivas, que dio motivo a críticas y censuras.
Su hijo Otto la acusó de haber ocultado un tesoro y de mal gastar los ingresos
de su corona; le exigió que rindiera cuentas de todo cuanto había gastado y
envió espías a vigilar sus movimientos y registrar sus donativos.
Su sufrimiento más amargo fue
descubrir que Enrique instigaba y ayudaba a su hermano en contra de ella. Lo
sobrellevó todo con paciencia inquebrantable, haciendo notar, con un toque de
patético humor, que por lo menos la consolaba ver que sus hijos estaban unidos,
aunque sólo fuera para perseguirla. "Gustosamente soportaré todo lo que
puedan hacerme, siempre que lo hagan sin pecar, si es que con ello se conservan
unidos", solía decir, según se afirma.
Para darles gusto, Matilde
renunció a su herencia en favor de sus hijos y se retiró a la residencia
campestre donde había nacido. Pero poco tiempo después de su partida, el duque
Enrique cayó enfermo y comenzaron a llover los desastres sobre el Estado. El
sentimiento general era que tales desgracias se debían al trato que los
príncipes habían dado a su madre; Edith, la esposa de Otto, lo convenció para
que fuera a solicitar su perdón y le devolviera todo lo que le habían quitado.
Sin que se lo pidieran, Matilde los perdonó y volvió a la corte, donde reanudó
sus obras de misericordia. Pero no obstante que Enrique había cesado de importunarla,
su conducta continuó causándole gran aflicción. El nuevamente se volvió contra
Otto y, posteriormente castigó una insurrección de sus propios súbditos en
Baviera con increíble crueldad; ni aun los obispos escaparon a su cólera.
En 955, cuando Matilde lo vio por
última vez, le profetizó su próxima muerte y lo instó a arrepentirse, antes de
que fuera demasiado tarde. En efecto, al poco tiempo, murió Enrique y la
noticia causó un dolor muy profundo en la reina.
Emprendió la construcción de un
convento en Nordhausen; hizo otras fundaciones en Quedlinburg, en Engern y
también en Poehlen, donde estableció un monasterio para hombres. Es evidente
que Otto jamás volvió a resentirse porque su madre gastara los ingresos en
obras religiosas, pues cuando él fue a Roma para ser coronado emperador, dejó
el reino a cargo de Matilde.
La última vez que Matilde tomó
parte en una reunión familiar fue en Colonia, en la Pascua de 965, cuando
estuvieron con ella el emperador Otto "el Magno", sus otros hijos y
nietos. Después de esta reaparición, prácticamente se retiró del mundo, pasando
su tiempo en una y otra de sus fundaciones, especialmente en Nodhausen. Cuando
se disponía a tratar ciertos asuntos urgentes que la reclamaban en Quedlinburg,
se agravó una fiebre que había venido sufriendo por algún tiempo y comprendió
que pronto iba a llegar su último momento. Envió a buscar a Richburg, la
doncella que la había ayudado en sus caridades y que era abadesa en Nordhausen.
Según la tradición, la reina procedió a hacer una escritura de donación para
todo lo que hubiera en su habitación, hasta que no quedó nada más que el lienzo
de su sudario. "Den eso al obispo Guillermo de Mainz (que era su nieto). Él
lo necesitará primero que yo". En efecto, el obispo murió repentinamente, doce
días antes de que ocurriera el deceso de su abuela, acaecido el 14 de marzo de
968. El cuerpo de Matilde fue sepultado junto con el de su esposo, en
Quedlinburg, donde se la venera como santa desde el momento de su muerte.
Vida de los Santos de Butler, Tomo I
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