domingo, 17 de marzo de 2019

PÁRATE UN MOMENTO: El Evangelio del dia 18 de MARZO – LUNES – 2ª – SEMANA DE CUARESMA – C – San Cirilo de Jerusalén




18 de MARZO – LUNES –
2ª – SEMANA DE CUARESMA – C –

Lectura de la profecía de Daniel (9,4b-10):

¡AY, mi Señor, Dios grande y terrible, que guarda la alianza y es leal con los que lo aman y cumplen sus mandamientos!
Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos.
No hicimos caso a tus siervos los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
Tú, mi Señor, tienes razón y a nosotros nos abruma la vergüenza, tal como sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo Israel, a los de cerca y a los de lejos, en todos los países por donde los dispersaste a causa de los delitos que cometieron contra ti.
Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti.
Pero, mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona, aunque nos hemos rebelado contra él. No obedecimos la voz del Señor, nuestro Dios, siguiendo las normas que nos daba por medio de sus siervos, los profetas.

Palabra de Dios

Salmo: 78,8.9.11.13

R/. Señor, no nos trates
como merecen nuestros pecados

 No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados. R/.
 Socórrenos, Dios, Salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre. R/.
 Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:
con tu brazo poderoso, salva a los condenados a muerte. R/.
Nosotros, pueblo, ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
cantaremos tus alabanzas de generación en generación. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,36-38):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

Palabra del Señor

1.  En el sermón de la llanura (Lucas), Jesús habla de la "misericordia", mientras que en el sermón del monte (Mateo), pone en boca de Jesús la "perfección". Son dos expresiones para proponer la "imitación de Dios" (Lev 19, 2) como proyecto de vida para los cristianos. Lucas sigue, sin duda, la traducción de los Setenta, que utiliza el calificativo griego oíktirmon ("compasivo", "misericordioso") trece veces. Es la insistencia divina en la necesidad, que   todos tenemos, de ser buenas personas   siempre, con todos, en las circunstancias
imaginables.

2.  En el fondo, la incapacidad para perdonar, comprender, tolerar y tener
misericordia, todo eso es la demostración   más clara de la propia inseguridad, de la propia debilidad, de la propia miseria, en el peor sentido que puede tener esta palabra que tanto nos horroriza. El que no perdona es, en definitiva, un miserable que da pena y produce repugnancia. La mayor grandeza de una persona es saber estar por debajo de los demás. Y no verse jamás como superior a nadie.

3.  Bien podemos (y debemos) soñar con el día en que nuestra religiosidad y
nuestras creencias sean tan hondas y tan fuertes, que nos hagan capaces de
reaccionar siempre como buenas personas. No se trata de caer en la pantomima del "buenísimo", que solo sirve para entontecer más y más al que lo vive con el convencimiento de que eso es lo mejor que se puede hacer en este mundo.
Jesús -por lo que cuentan los evangelios- fue tajante y duro, cuando tuvo que serio (cf. Mt 23). Por eso, siempre me ha dado que pensar la afirmación de la Ética de Spinoza: No deseamos las cosas porque son buenas, sino que son buenas porque las deseamos. En el fondo, el problema es: ¿yo qué deseo?, ¿lo que me viene bien a mí o lo que hace felices a todos? (cf. Victoria Camps).

San Cirilo de Jerusalén

               


San Cirilo de Jerusalén Doctor de la Iglesia
(año 386)

San Cirilo, obispo de Jerusalén y doctor de la Iglesia, que a causa de la fe sufrió muchas injurias por parte de los arrianos y fue expulsado con frecuencia de la sede. Con oraciones y catequesis expuso admirablemente la doctrina ortodoxa, las Escrituras y los sagrados misterios.
San Cirilo nació cerca de Jerusalén y fue arzobispo de esa ciudad durante 30 años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. 5 veces fue desterrado: tres por los de extrema izquierda y dos por los de extrema derecha.
Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones. Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de un partido y otra vez los del otro.
Aunque los de cada partido extremista lo llamaban hereje, sin embargo, San Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo llama "valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión".
Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido varias posesiones de la Iglesia de Jerusalén para ayudar a los pobres en épocas de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.
El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de Jerusalén para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.
San Cirilo de Jerusalén se ha hecho célebre y ha merecido el título de Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman "Catequesis". Son 18 sermones pronunciados en Jerusalén, y en ellos habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.
En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí está presente en la Santa Hostia de la Eucaristía. A los que reciben la comunión en la mano les aconseja: "Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro, sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los pedacitos de Hostia Consagrada".
Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalén llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica.
A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386.
En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.

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