5 de MARZO – MARTES –
8ª – Semana del T. O. – C –
Lectura
del libro del Eclesiástico (35,1-12):
Quien observa la ley
multiplica las ofrendas, quien guarda los mandamientos ofrece sacrificios de
comunión.
Quien
devuelve un favor hace una ofrenda de flor de harina,
quien da limosna ofrece
sacrificios de alabanza.
Apartarse
del mal es complacer al Señor, un sacrificio de expiación es apartarse de la
injusticia.
No
te presentes ante el Señor con las manos vacías, pues esto es lo que prescriben
los mandamientos.
La
ofrenda del justo enriquece el altar, su perfume sube hasta el Altísimo.
El
sacrificio del justo es aceptable, su memorial no se olvidará.
Glorifica
al Señor con generosidad, y no escatimes las primicias de tus manos.
Cuando
hagas tus ofrendas, pon cara alegre y paga los diezmos de buena gana.
Da
al Altísimo como él te ha dado a ti, con generosidad, según tus posibilidades.
Porque
el Señor sabe recompensar y te devolverá siete veces más.
No
trates de sobornar al Señor, porque no lo aceptará; no te apoyes en sacrificio
injusto. Porque el Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las
personas.
Palabra
de Dios
Salmo:
49,5-6.7-8.14.23
R/. Al
que sigue buen camino
le haré
ver la salvación de Dios
«Congregadme a mis fieles,
que sellaron mi pacto
con un sacrificio».
Proclame el cielo su
justicia;
Dios en persona va a
juzgar. R/.
«Escucha, pueblo mío, voy a hablarte;
Israel, voy a dar
testimonio contra ti;
—yo soy Dios, tu Dios—.
No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus
holocaustos ante mí». R/.
Ofrece
a Dios un sacrificio de alabanza,
cumple tus votos al
Altísimo.
«El que me ofrece acción
de gracias, ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación
de Dios». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (10,28-31):
En aquel tiempo, Pedro se
puso a decir a Jesús:
«Ya
ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús
dijo:
«En
verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o
madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba
ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e
hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna.
Muchos
primeros serán últimos, y muchos últimos primeros».
Palabra
del Señor
1.
La afirmación segura, que hace
Pedro: "lo hemos dejado todo", y eso lo
hemos hecho "para seguirte",
indica obviamente una convicción de
orgullo.
Un orgullo que contrasta con el miedo y el
abandono del joven rico. Un orgullo, además, que queda más destacado en el
relato paralelo de Mateo, donde se añade: ¿Qué, pues, recibiremos? (19, 27). Y conste
que seguramente Pedro hacía aquí también de portavoz de los demás apóstoles.
2.
Los que hemos entrado en los seminarios, en los conventos, en instituciones
apostólicas, hacemos algo que se considera como un acto y se toma una decisión de enorme generosidad. De eso no cabe duda. Pero no todo es trigo
limpio en estos casos. Ni en tantos otros que, de la manera que sea, afectan a
la
vida de quienes decimos que creemos en el
Evangelio y lo tomamos en serio.
Porque, en los estratos más hondos de la
propia conciencia, llevamos lacras y manchas, que seguramente jamás nos
atrevemos a reconocer que están ahí, en nuestra propia intimidad.
"Ser importantes", "salir del anonimato",
"llegar a ser algo" en la vida, "mandar sobre otros",
"tener una vida asegurada y con dinero", ¡qué sé yo!
3.
Jesús le dijo a Pedro (y a los demás, de entonces y de ahora) que no le
iba
a faltar nada. Pero que, además de tenerlo
todo, le esperaban también persecuciones.
¿Por qué? Muy sencillo: el que "lo deja
todo", no está atado a nada. Si es verdad que lo deja todo, sin duda que
se queda completamente libre: para pensar,
para decir, para tomar decisiones. Y es evidente que una persona así es
temible. Las trampas y los tramposos de la vida se basan en el miedo de los que
prefieren vivir sujetos, atados, pero seguros. Por eso abundan tanto los
canallas.
San Adriano, mártir
En
Cesarea de Palestina, san Adriano o Adrián, mártir, que en la persecución bajo
el emperador Diocleciano, en el día en que solían celebrarse los festejos de la
Fortuna de los Cesarienses, por mandato del procurador y por su fe de Cristo
fue arrojado ante un león y después degollado a espada.
En el sexto año de la persecución de
Diocleciano, siendo Firmiliano gobernador de Palestina, Adrián y Eubulo fueron
de Batenea a Cesarea para visitar a los confesores de la fe.
Cuando los guardias de la ciudad les
interrogaron sobre el motivo de su viaje, los mártires respondieron sin rodeos
que habían ido a visitar a los cristianos.
Inmediatamente fueron conducidos ante
el gobernador, quien los mandó azotar y desgarrar las carnes con los garfios de
hierro, para ser arrojados después a las fieras.
Dos días más tarde, durante las
fiestas de la diosa Fortuna, Adrián fue decapitado, después de haber sido
atacado por un león.
Eubolo corrió la misma suerte, uno o
dos días después. El juez le había prometido la libertad a este último, con tal
de que sacrificara a los ídolos, pero el santo prefirió la muerte.
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