10 de MARZO – DOMINGO –
1ª – SEMANA DE CUARESMA – C
Lectura
del libro del Deuteronomio (26,4-10):
Dijo
Moisés al pueblo:
«El
sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el
altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: "Mi
padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas
pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande,
potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos
impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros
padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo
y nuestra angustia.
El
Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran
terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta
tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las
primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado."
Lo
pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu
Dios."
Palabra
de Dios
Salmo:
90,1-2.10-11.12-13.14-15
R/.
Está conmigo, Señor, en la tribulación
Tú que habitas al amparo
del Altísimo,
que vives a la sombra
del Omnipotente,
di al Señor:
"Refugio mío, alcázar mío,
Dios mío, confío en
ti." R/.
No se te acercará la
desgracia,
ni la plaga llegará
hasta tu tienda,
porque a sus ángeles ha
dado órdenes
para que te guarden en
tus caminos. R/.
Te llevarán en sus
palmas,
para que tu pie no
tropiece en la piedra;
caminarás sobre áspides
y víboras,
pisotearás leones y
dragones. R/.
"Se puso junto a mí: lo
libraré;
lo protegeré porque
conoce mi nombre,
me invocará y lo
escucharé.
Con él estaré en la
tribulación,
lo defenderé, lo
glorificaré." R/.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (10,8-13):
La Escritura dice:
"La
palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón."
Se
refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus labios profesan
que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los
muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por
la profesión de los labios, a la salvación.
Dice
la Escritura:
"Nadie
que cree en él quedará defraudado."
Porque
no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos,
generoso con todos los que lo invocan. Pues "todo el que invoca el nombre
del Señor se salvará."
Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (4,1-13):
En aquel tiempo, Jesús,
lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el
Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.
Todo
aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le
dijo:
"Si
eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan."
Jesús
le contestó:
"Está
escrito: No sólo de pan vive el hombre".
Después,
llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del
mundo y le dijo:
"Te
daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy
a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo."
Jesús
le contestó:
"Está
escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".
Entonces
lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a
los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús
le contestó:
Está
mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios".
Completadas
las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Palabra
del Señor
LAS
TENTACIONES DE JESÚS
El primer
domingo de Cuaresma se dedica siempre a recordar el episodio de las tentaciones
de Jesús. También los evangelios sinópticos abren la vida pública con ese
famoso episodio. Es un relato programático, para que el lector del evangelio
sepa desde el primer momento cómo orienta Jesús su actividad y los peligros que
corre en ella. Para eso, lo enfrenta con Satanás, que encarna las fuerzas de
oposición al plan de Dios, y que intentará apartar a Jesús de su camino.
Marcos habla de ellas de forma
escueta y misteriosa: “En seguida el Espíritu lo empujó al desierto. Se
quedó en el desierto cuarenta días, y Satanás lo ponía a prueba; estaba con las
fieras y los ángeles le servían” (Mc 1,12-13).
(Satanás,
los ángeles y las fieras son los elementos que ofrece la pintura de Sandro
Boticelli.)
Tenemos los datos básicos que recogerán todos los evangelios (menos Juan,
que no habla de las tentaciones): lugar (desierto), duración (40 días), la
prueba. Pero Mc no habla del ayuno ni concreta en qué consistían las
tentaciones; y el servicio de los ángeles es continuo durante esos días.
Mateo y Lucas, utilizando una tradición
paralela, han completado el relato de Marcos con las tres famosas tentaciones
que todos conocemos; al mismo tiempo, presentan a Jesús ayunando durante esos
cuarenta días (igual que Moisés en el Sinaí) y relegan el servicio de los
ángeles al último momento.
Las tentaciones empalman
directamente con el episodio del bautismo y explican cómo entiende Jesús lo
que dijo en ese momento la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi
predilecto”. ¿Significa esto que la vida de Jesús vaya a ser cómoda y
maravillosa como la de un príncipe?
1ª
tentación: utilizar el poder en beneficio propio
En aquel tiempo, Jesús, lleno del
Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue
llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo
estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
—Si eres Hijo de Dios,
dile a esta piedra que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "No
sólo de pan vive el hombre".
1ª Tentación: "No sólo de pan vive
el hombre".
Partiendo del
hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera
tentación es la de utilizar el poder en beneficio propio. Es la
tentación de las necesidades imperiosas, la que sufrió el pueblo de Israel
repetidas veces durante los cuarenta años por el desierto. Al final, cuando
Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades sufridas, le explica por qué
tomó el Señor esa actitud: “(Dios) te afligió, haciéndote pasar hambre, y
después te alimentó con el maná, para enseñarte que no sólo de pan vive el
hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3). En la
experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de necesidad (hambre)
y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber aprendido dos cosas.
La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que vivir es algo mucho
más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las necesidades primarias.
En este concepto más rico de la vida es donde cumple un papel la palabra de
Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo no aprendió la lección.
Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado. Mientras no
estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de sentido la palabra
de Dios.
Lo que acabo
de decir refleja el gran problema teológico de fondo. En la práctica, la
tentación se deja de sutilezas y va a lo concreto: “Si eres Hijo de Dios, di a
esta piedra que se convierta en pan”. Jesús, el nuevo Israel, no necesita
quejarse del hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés. Es el Hijo
de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús, el
nuevo Israel, demuestra que tiene aprendida desde el comienzo esa lección que
el pueblo no asimiló durante años: “Está escrito: No sólo de pan vive el
hombre”.
La enseñanza
de Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla
a una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio
propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más
importante, expresada de forma casi subliminar, es esa visión amplia y profunda
de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se
alimenta de la palabra de Dios.
Después, llevándole a lo alto, el diablo
le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
—Te daré el poder y la gloria de todo
eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te
arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "Al Señor, tu Dios,
adorarás y a él sólo darás culto".
2ª tentación: Tener, aunque haya que arrastrarse
Cuanto más alto llevase Satanás a Jesús, menos vería el esplendor de todos
los reinos del mundo. El episodio no debemos interpretarlo en sentido literal e
histórico. Lo importante es su sentido.
La segunda
tentación no es la tentación provocada por la necesidad urgente, sino por el
deseo de tener todo el poder y la gloria del mundo. ¿Es esto malo, tratándose
del Mesías? Los textos proféticos y algunos Salmos hablaban de su dominio cada
vez mayor, universal, concedido por Dios. Pero Satanás parte de un punto de
vista muy distinto, propio de la mentalidad apocalíptica: el mundo presente es
malo, no está en manos de Dios, sino en las suyas; es él quien lo domina y
entrega su poder a quien quiere. Solo pone como condición que se postren ante
él, que lo reconozcan como dios. Jesús se niega a ello, citando de nuevo un
texto del Deuteronomio: “Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, a él solo
darás culto”.
El relato es
tan fantástico que cabe el peligro de no advertir su tremenda realidad. El
ansia de poder y de gloria lo percibimos continuamente (mucho más en España en
tiempos de elecciones y de formación de gobierno), y también queda clara la
necesidad de arrastrarse para conseguir ese poder. Pero este peligro no es solo
de políticos, banqueros y grandes empresarios. Todos nos creamos a menudo
pequeños ídolos ante los que nos postramos y damos culto.
3ª tentación: pedir pruebas
que corroboren la misión encomendada.
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso
en el alero del templo y le dijo:
—Si eres Hijo de Dios,
tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que
cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu
pie no tropiece con las piedras".
Jesús le contestó:
—Está mandado: "No tentarás al
Señor, tu Dios".
Completadas las tentaciones, el demonio
se marchó hasta otra ocasión.
Pináculo del templo de Jerusalén
Desde el
pináculo del Templo de Jerusalén, se pueden contemplar la impresionante vista
de las murallas de Herodes prolongándose en la caída del torrente Cedrón. En
ese escenario sitúa Satanás a Jesús para invitarlo a que se tire, confiando en
que los ángeles vendrán a salvarlo.
Esta tentación
se presta a interpretaciones muy distintas.
Podríamos
considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos
extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La multitud
congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como Hijo de
Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante: el tentador nunca
hace referencia a esa hipotética muchedumbre, lo que propone ocurre a solas
entre Jesús y los ángeles de Dios.
Considero más
exacto decir que la tentación consiste en pedir pruebas que corroboren
la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados a esto, pero es
algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex
4,1‑7), Gedeón (Jue 6,36‑40), Saúl (1 Sam 10,2‑5) y Acaz (Is 7,10‑14). Como
respuesta al miedo y a la incertidumbre espontáneos ante una tarea difícil,
Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo
que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío
nocturno (Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran
milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo
importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir la
tarea.
Jesús, a punto de comenzar su misión, tiene derecho a
un signo parecido. Basándose en la promesa del Salmo 91,11‑12 (“a sus ángeles
ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos; te llevarán en volandas
para que tu pie no tropiece en la piedra”), el tentador le propone una prueba
espectacular y concreta: tirarse del alero del templo. Así quedará claro si es
o no el Hijo de Dios.
Sin embargo,
Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del
Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). La frase del Deuteronomio
es más explícita: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba,
como lo tentasteis en Masá”. ¿Qué ocurrió en Masá? Lo cuenta el libro de los
Números en el c.17,1-7: el pueblo, durante la marcha por el desierto, se queja
por falta de agua para beber. Y en esta queja se esconde un problema mucho más
grave que el de la sed: la auténtica tentación consiste en dudar de la
presencia y la protección de Dios: "¿Está o no está con nosotros el
Señor?" (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios
encubre una duda en la protección divina. Jesús confía plenamente en Dios, no
quiere signos ni los pide. Su postura supera con mucho incluso la de
Moisés.
Cuando termina
el relato de las tentaciones, Lucas añade que “el tentador lo dejó hasta otro
momento”. Ese momento será al final de la vida de Jesús, cuando esté
crucificado.
Nuestras tentaciones
Las
tentaciones tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la
comunidad cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades,
miedos y apetencias y nuestro grado de interés por Dios.
1) La
necesidad primaria: afecto, comprensión.
2) ¿Está Dios
en medio de nosotros?
3) La
tentación de tener.
4) La
tentación del dejarse arrastrar, dejar hacer a los demás, callar.
1ª lectura: recordar nuestra
historia con gratitud (Deuteronomio 26,
4-10)
El texto del
Deuteronomio recoge la oración que pronuncia el israelita cuando, después de la
cosecha, ofrece a Dios las primicias de los frutos. Va recordando la historia
del pueblo, desde Jacob (“mi padre era un arameo errante”), la opresión de
Egipto, la liberación y el don de la tierra. En el contexto de la cuaresma,
esta lectura nos invita a pensar en los beneficios recibidos de Dios y a ser
generosos con él. El agradecimiento a Dios es más importante incluso que la
mortificación cuaresmal.
Dijo Moisés al pueblo:
—El sacerdote tomará de tu mano la cesta
con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios….
2ª lectura: confesar al Señor
e invocarlo (Romanos 10, 8-13)
En este breve
pasaje Pablo comenta dos frases de la Escritura, aplicándolas al tema de la
salvación personal
-
(1ª cita) y de toda la
humanidad (2ª cita).
-
¿Cómo se alcanza la
salvación?
Confesando que
Jesús es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos. Algo que estamos
tan acostumbrados a repetir que no valoramos rectamente. A mediados del siglo
I, confesar a Jesús como Señor (Kyrios), cuando el Emperador romano era
considerado el único Kyrios (César), suponía mucho valor. Y confesar que Dios
lo había resucitado podía provocar más sonrisas y escepticismo del que podemos
imaginar.
La segunda
cita «Nadie que cree en él quedará defraudado» la
interpreta Pablo de forma revolucionaria. Para un judío, estas palabras sólo
podrían aplicarse a los judíos, al pueblo elegido. Ellos serían los único en no
quedar defraudados. En cambio, Pablo la aplica a toda la humanidad, judíos y
griegos. Cualquiera que invoca el nombre del Señor alcanzará la salvación.
Hermanos:
La Escritura dice: «La palabra está
cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón»…
Dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará
defraudado».
Porque no hay distinción entre judío y
griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo
invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se
salvará».
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