11 de SEPTIEMBRE – MIÉRCOLES
– 23ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Pafnucio de Egipto
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (3,1-11):
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá
arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes
de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con
Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces
también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
En
consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación,
la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. Eso es
lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.
Entre
ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en
cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías,
¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros.
Despojaos
del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando
como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay
distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y
escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en
todos.
Palabra
de Dios
Salmo:
144,2-3.10-11.12-13ab
R/. El
Señor es bueno con todos
Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por
siempre jamás.
Grande es el Señor,
merece toda alabanza,
es incalculable su
grandeza. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus
fieles;
que proclamen la gloria
de tu reinado,
que hablen de tus
hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de
tu reinado.
Tu reinado es un reinado
perpetuo,
tu gobierno va de edad
en edad. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (6,20-26):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos,
les dijo:
«Dichosos
los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos
los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos
los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos
vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y
proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre.
Alegraos
ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero
¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay
de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay
de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay
si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres
con los falsos profetas.»
Palabra
del Señor
1.
Las llamadas "bienaventuranzas" plantean una pregunta difícil
de responder.
¿Qué sentido puede tener afirmar que
la dicha y la felicidad está en los pobres, en los que pasan hambre, en los que
lloran, en los que se ven excluidos y marginados?
¿No es una locura o, al menos, un
despropósito, hacer semejantes
afirmaciones?
¿Es creíble el Evangelio cuando dice
estas cosas?
Por supuesto, si estas sentencias se
aplican a individuos aislados, suenan a tonterías sin pies ni cabeza. Por la
sencilla razón de que son afirmaciones contradictorias. A no ser que nos remitamos a una felicidad y una dicha que no
están en "este" mundo, sino en el "otro", en un futuro
indeterminado, indemostrable y que, en cualquier caso, ni puede competir, ni se
puede comparar con la felicidad que disfrutan los instalados y satisfechos de
esta vida.
Entonces, - ¿qué enseñanza puede contener todo esto?
2.
Hay un hecho, perfectamente
comprobado: un mundo, en el que todos sus habitantes y ciudadanos se
ponen a buscarse la mayor riqueza posible, el mayor bienestar posible, la mayor
fama y gloria posible, un mundo así, es un
mundo que se convierte en un infierno. Porque en un mundo así,
inevitablemente el poderoso machaca al débil, el rico al pobre, el grande al
chico, el patrono al trabajador. Y así sucesivamente.
Además, en un mundo así -y esto
es seguramente lo más peligroso-, se
anulan los valores humanos, los derechos humanos, la dignidad humana, la seguridad
que necesitamos los mortales, y terminamos desarmados "espiritualmente"
para poder organizar la convivencia de una forma "racional".
3.
La clave de la cuestión está en
esto: Un mundo o una sociedad, en la que
todos buscamos lo mejor y lo que más le
conviene o le interesa a cada cual, eso
es un mundo o una sociedad que termina deshumanizándonos a todos, hasta hacer
verdadera la vieja sentencia: homo homini, lupus = "el hombre es lobo para
el hombre".
O sea, nos deshumanizamos hasta el
extremo de convertirnos (sin darnos cuenta de lo que nos sucede) en una inmensa
manada de lobos. Pero con una agravante: los lobos matan a otros animales para
comérselos ellos. Cuando
los humanos nos deshumanizamos, hasta ser
lobos para los demás, nos destrozamos
unos a otros, nos destrozamos con disfraces de "sabios", de
"religiosos",
de "educados", de lo que sea. Pero
nos destrozamos.
No hay más salida que -sea por el
motivo que sea- busquemos ante todo la felicidad de los demás, sobre todo la
alegría de los pobres, de los que lloran, de
los que sufren, de los "nadies" de la vida.
Esto es lo que Jesús propone. Y lo que
Jesús quiere, ante todo y, sobre todo.
San Pafnucio de Egipto
Obispo
de Tebaida
Martirologio
Romano:
Conmemoración de san Pafnucio, obispo en Egipto, que fue uno de
aquellos confesores que, en tiempo del emperador Galerio Maximino, habiéndoles
sacado el ojo derecho y desjarretado la pantorrilla izquierda, fueron
condenados a las minas, y después, asistiendo al Concilio de Nicea, luchó
denodadamente por la fe católica contra el arrianismo (s. IV).
Fecha
de canonización: Información no disponible, la antigüedad
de los documentos y de las técnicas usadas para archivarlos, la acción del
clima, y en muchas ocasiones del mismo ser humano, han impedido que tengamos
esta concreta información el día de hoy. Si sabemos que fue canonizado antes de
la creación de la Congregación para la causa de los Santos, y que su culto fue
aprobado por el Obispo de Roma, el Papa.
Breve
Biografía
Fue
uno de los anacoretas de su época. Vivía de las verduras que daba la tierra,
agua, un poco de sal y poco más. Compartía consigo mismo la soledad del
desierto. La oración y la penitencia eran su principal modo de emplear el
tiempo. A su cueva acudían las gentes a recibir consejo, escuchar lo que
aprendía del Espíritu con sus rezos y a contrastar la vida con el estilo del
Evangelio.
Se vio
obligado a dejar la soledad contra su gusto porque fue nombrado obispo de
Tebaida. Por defender a Cristo sufrió persecución, le amputaron una pierna y le
vaciaron un ojo cuya órbita desocupada, según cuenta la historia, gustaba besar
con respeto y veneración el convertido emperador Constantino.
Estuvo
presente en el Concilio de Nicea, donde se defendió la divinidad de Cristo y se
condenó el arrianismo.
En esa
ocasión, al tratarse otros temas de Iglesia, tuvo el obispo Pafnucio la ocasión
de dar muestras de profunda humanidad. El hombre que venia del más duro rigor
del desierto y podía exhibir en su cuerpo la marca de la persecución se mostró
con un talante más amplio, abierto, moderado y transigente que los padres que
no conocían la dureza de la Tebaida ni los horrores de la amenaza, ni la
vejación.
Numerosos
padres conciliares pretendieron imponer que los obispos, presbíteros y diáconos
casados dejaran a sus esposas para ejercer el ministerio. El obispo curtido en
la dura ascesis anacoreta se opuso a tal determinación haciendo que se fuera
respetuoso con la disciplina de la época: autorizar el ejercicio del Orden
Sacerdotal a los ya casados y no permitir casarse después de la Ordenación.
Fuente: Archidiócesis de Madrid
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