17 de SEPTIEMBRE – MARTES –
24ª – SEMANA DEL T. O. –
C –
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,1-13):
Es cierto que aspirar al cargo de obispo es aspirar a una
excelente función. Por lo mismo, es preciso que el obispo sea irreprochable,
que no se haya casado más que una vez; que sea sensato, prudente, bien educado,
digno, hospitalario, hábil para enseñar; no dado al vino ni a la violencia,
sino comprensivo, enemigo de pleitos y no ávido de dinero; que sepa gobernar
bien su propia casa y educar dignamente a sus hijos.
Porque,
¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios quien no sabe gobernar su propia casa?
No debe ser recién convertido, no sea que se llene de soberbia y sea por eso
condenado como el demonio.
Es
necesario que los no creyentes tengan buena opinión de él, para que no caiga en
el descrédito ni en las redes del demonio. Los diáconos deben, asimismo, ser
respetables y sin doblez, no dados al vino ni a negocios sucios; deben
conservar la fe revelada con una conciencia limpia. Que se les ponga a prueba
primero y luego, si no hay nada que reprocharles, que ejerzan su oficio de
diáconos.
Las
mujeres deben ser igualmente respetables, no chismosas, juiciosas y fieles en
todo. Los diáconos, que sean casados una sola vez y sepan gobernar bien a sus
hijos y su propia casa. Los que ejercen bien el diaconado alcanzarán un puesto
honroso y gran autoridad para hablar de la fe que tenemos en Cristo Jesús.
Palabra
de Dios
Salmo:
100
R/.
Danos, Señor, tu bondad y tu justicia
Voy a cantar la bondad y la justicia;
para ti, Señor, tocaré
mi música.
Voy a explicar el camino
perfecto.
¿Cuándo vendrás a mí? R/.
Quiero proceder en mi casa con recta conciencia.
No quiero ocuparme de
asuntos indignos,
aborrezco las acciones
criminales. R/.
Al que en secreto difama a su prójimo
lo haré callar;
al altanero y al
ambicioso
no los soportaré. R/.
Escojo a gente de fiar
para que vivan conmigo;
el que sigue un camino
perfecto
será mi servidor. R/.
Lectura
del santo Evangelio según san Lucas (7,11-17):
En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naín,
acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la
población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de
una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.
Cuando
el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo:
«No
llores.»
Acercándose
al ataúd, lo tocó y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús:
«Joven,
yo te lo mando: levántate.»
Inmediatamente
el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su
madre.
Al
ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios,
diciendo:
«Un
gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.»
La
noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones
circunvecinas.
Palabra
del Señor
1. El capítulo siete
del evangelio de Lucas se centra, sobre todo, en presentar
a
Jesús como "profeta". Lo repetiremos de nuevo enseguida. Esta idea central del "profeta" es
la que explica, en gran medida, el episodio que se relata en este evangelio.
Como es lógico, resulta inevitable que, para el lector común
de los evangelios, surjan dudas sobre el valor histórico de este episodio, como
de otros parecidos (resurrección de muertos, poderío sobre las fuerzas de la
naturaleza...). Por eso es conveniente saber que, en la literatura antigua, una
forma literaria de enaltecer la memoria de un personaje consistía en atribuirle
hechos extraordinarios y milagros en general (J. E. Meier).
2. Por otra parte,
está fuera de duda que el evangelio de Lucas, en su capítulo séptimo, destaca
la intención de presentar a Jesús como un profeta (Lc 7,
16.
39), un "gran profeta" (prophétes megas). Y para eso, relata un hecho que
tiene
notables paralelismos con los primeros profetas de Israel: Elías (1 Re
17,
8-24) y Eliseo (2 Re 4, 18-36), que ambos resucitaron a dos niños, hijos de
mujeres
extranjeras, una viuda de Sarepta y una sunamita. Así, el evangelio
de
Lucas elogia la misión profética de Jesús, es decir, presenta a Jesús como
el
más grande de los profetas que Dios envió a su pueblo. Es la idea que se
apunta
en la tradición romana cuando se
menciona el milagro de Apolonio de Tiana (en la antigua Capadocia), que,
según Flavio Filóstrato, resucitó también a un muerto.
Teniendo en cuenta siempre que una cosa es resucitar (pasar
a la "otra" vida; y otra es revivir (volver a "esta" vida).
3. La enseñanza
religiosa, que contienen estas referencias a Jesús como profeta, y profeta de
entrañable misericordia ante el sufrimiento de una pobre viuda que llora la
muerte de su único hijo, destaca que la bondad de Dios hacia su pueblo se
revela, no en la misión sagrada de los sacerdotes, sino en la humanidad bondadosa de los profetas.
Es sabida la tensión que ha existido, en la tradición
judeo-cristiana, entre sacerdotes y profetas.
En el gran relato del evangelio, esta tensión sobrepasa el
límite supremo de lo admisible, ya que fueron los sacerdotes los que asesinaron
al profeta, que fue Jesús.
No se trata de optar entre el "culto religioso" o
la "profecía secular". Pero, cuando el Evangelio insiste en que Dios
prefiere la misericordia a los sacrificios, nos está advirtiendo que jamás
debemos ver las cosas de la religión
de forma que
la
fidelidad a las observancias sagradas termine ahogando la libertad de la
misericordia propia de los profetas de Dios.
Obispo y Doctor de la
Iglesia (1542-1621)
San Roberto Belarmino,
obispo y doctor de la Iglesia, miembro de la Compañía de Jesús, que intervino
de modo preclaro, con modos sutiles y peculiares, en las disputas teológicas de
su tiempo.
Fue cardenal, y durante algún tiempo
también obispo entregado al ministerio pastoral de la diócesis de Capua, en
Italia, desempeñando finalmente en la Curia romana múltiples actividades en
defensa doctrinal de la fe (1621).
Roberto
significa: "el que brilla por su buena fama". (Ro: buena fama. Bert:
brillar).
Belarmino quiere
decir: "guerrero bien armado". (Bel: guerrero. Armin: armado).
Este
santo ha sido uno de los más valientes defensores de la Iglesia Católica contra
los errores de los protestantes. Sus libros son tan sabios y llenos de
argumentos convencedores, que uno de los más famosos jefes protestantes exclamó
al leer uno de ellos: "Con escritores como éste, estamos perdidos. No hay
cómo responderle".
San
Roberto nació en Monteluciano, Toscana (Italia), en 1542. Su madre era hermana
del Papa Marcelo II. Desde niño dio muestras de poseer una inteligencia
superior a la de sus compañeros y una memoria prodigiosa. Recitaba de memoria
muchas páginas en latín, del poeta Virgilio, como si las estuviera leyendo. En
las academias y discusiones públicas dejaba admirados a todos los que lo
escuchaban. El rector del colegio de los jesuitas en Montepulciano dejó
escrito: "Es el más inteligente de todos nuestros alumnos. Da esperanza de
grandes éxitos para el futuro".
Por
ser sobrino de un Pontífice podía esperar obtener muy altos puestos y a ello
aspiraba, pero su santa madre lo fue convenciendo de que el orgullo y la
vanidad son defectos sumamente peligrosos y cuenta él en sus memorias: "De
pronto, cuando más deseoso estaba de conseguir cargos honoríficos, me vino de
repente a la memoria lo muy rápidamente que se pasan los honores de este mundo
y la cuenta que todos vamos a tener que darle a Dios, y me propuse entrar de
religioso, pero en una comunidad donde no fuera posible ser elegido obispo ni
cardenal. Y esa comunidad era la de los padres jesuitas". Y así lo hizo.
Fue recibido de jesuita en Roma en 1560, y detalles de los misterios de Dios:
él entraba a esa comunidad para no ser elegido ni obispo ni cardenal (porque
los reglamentos de los jesuitas les prohibían aceptar esos cargos) y fue el
único obispo y cardenal de los Jesuitas en ese tiempo.
Uno de
los peores sufrimientos de San Roberto durante toda la vida fue su mala salud.
En él se cumplía lo que deseaba San Bernardo cuando decía: "Ojalá que los
superiores tengan una salud muy deficiente, para que logren comprender a los
débiles y enfermos". Cada par de meses tenían que enviar a Roberto a las
montañas a descansar, porque sus condiciones de salud eran muy defectuosas.
Pero no por eso dejaba de estudiar y de prepararse.
Ya de
joven seminarista y profesor, y luego como sacerdote, Roberto Belarmino atraía
multitudes con sus conferencias, por su pasmosa sabiduría y por la facilidad de
palabra que tenía y sus cualidades para convencer a los oyentes. Sus sermones
fueron extraordinariamente populares desde el primer día. Los oyentes decían
que su rostro brillaba mientras predicaba y que sus palabras parecían
inspiradas desde lo alto.
Belarmino
era un verdadero ídolo para sus numerosos oyentes. Un superior enviado desde
Roma para que le oyera los sermones que predicaba en Lovaina, escribía luego:
"Nunca en mi vida había oído hablar a un hombre tan extraordinariamente
bien, como habla el padre Roberto".
Era el
predicador preferido por los universitarios en Lovaina, París y Roma.
Profesores y estudiantes se apretujaban con horas de anticipación junto al
sitio donde él iba a predicar. Los templos se llenaban totalmente cuando se
anunciaba que era el Padre Belarmino el que iba a predicar. Hasta se subían a
las columnas para lograr verlo y escucharlo.
Al
principio los sermones de Roberto estaban llenos de frases de autores famosos,
y de adornos literarios, para aparecer como muy sabio y literato. Pero de
pronto un día lo enviaron a hacer un sermón, sin haberle anunciado con anticipación,
y él sin tiempo para prepararse ni leer, se propuso hacer esa predicación
únicamente con frases de la S. Biblia (la cual prácticamente se sabía de
memoria) y el éxito fue fulminante. Aquel día consiguió más conversiones con su
sencillo sermoncito bíblico, que las que había obtenido antes con todos sus
sermones literarios. Desde ese día cambió totalmente su modo de predicar: de
ahora en adelante solamente predicará con argumentos tomados de la S. Biblia,
no buscando aparecer como sabio, sino transformar a los oyentes. Y su éxito fue
asombroso.
Después
de haber sido profesor de la Universidad de Lovaina y en varias ciudades más,
fue llamado a Roma, para enseñar allá y para ser rector del colegio mayor que
los Padres Jesuitas tenían en esa capital. Y el Sumo Pontífice le pidió que
escribiera un pequeño catecismo, para hacerlo aprender a la gente sencilla.
Escribió entonces el Catecismo Resumido, el cual ha sido traducido a 55
idiomas, y ha tenido 300 ediciones en 300 años (una por año) éxito únicamente superado
por la S. Biblia y por la Imitación de Cristo. Luego redactó el Catecismo
Explicado, y pronto este su nuevo catecismo estuvo en las manos de sacerdotes y
catequistas en todos los países del mundo. Durante su vida logró ver veinte
ediciones seguidas de sus preciosos catecismos.
Se
llama controversia a una discusión larga y repetida, en la cual
cada contenedor va presentando los argumentos que tiene contra el
otro y los argumentos que defienden lo que él dice.
Los
protestantes (evangélicos, luteranos, anglicanos, etc.) habían sacado una serie
de libros contra los católicos y estos no hallaban cómo defenderse. Entonces el
Sumo Pontífice encomendó a San Roberto que se encargara en Roma de preparar a
los sacerdotes para saber enfrentarse a los enemigos de la religión. El fundó
una clase que se llamaba "Las controversias", para enseñar a sus
alumnos a discutir con los adversarios. Y pronto publicó su primer tomo
titulado así: "Controversias". En ese libro con admirable sabiduría,
pulverizaba lo que decían los evangélicos y calvinistas. El éxito fue rotundo.
Enseguida aparecieron el segundo y tercer tomo, hasta el octavo, y los
sacerdotes y catequistas de todas las naciones encontraban en ellos los
argumentos que necesitaban para convencer a los protestantes de lo equivocados
que están los que atacan nuestra religión. San Francisco de Sales cuando iba a
discutir con un protestante llevaba siempre dos libros: La S. Biblia y un tomo
de las Controversias de Belarmino. En 30 años tuvieron 20 ediciones estos sus
famosos libros. Un librero de Londres exclamaba: "Este libro me sacó de
pobre. Son tantos los que he vendido, que ya se me arregló mi situación
económica".
Los
protestantes, admirados de encontrar tanta sabiduría en esas publicaciones,
decían que eso no lo había escrito Belarmino solo, sino que era obra de un
equipo de muchos sabios que le ayudaban. Pero cada libro lo redactaba él
únicamente, de su propio cerebro.
El Santo Padre, el Papa, lo
nombró obispo y cardenal y puso como razón para ello lo siguiente: "Este
es el sacerdote más sabio de la actualidad".
Belarmino
se negaba a aceptar tan alto cargo, diciendo que los reglamentos de la Compañía
de Jesús prohíben aceptar títulos elevados en la Iglesia. El Papa le
respondió que él tenía poder para dispensarlo de ese reglamento, y al fin le
mandó, bajo pena de pecado mortal, aceptar el cardenalato. Tuvo que aceptarlo,
pero siguió viviendo tan sencillamente y sin ostentación como lo había venido
haciendo cuando era un simple sacerdote.
Al
llegar a las habitaciones de Cardenal en el Vaticano, quitó las cortinas
lujosas que había en las paredes y las mandó repartir entre las gentes pobres,
diciendo: "Las paredes no sufren de frío".
Los
superiores Jesuitas le encomendaron que se encargara de la dirección espiritual
de los jóvenes seminaristas, y San Roberto tuvo la suerte de contar entre sus
dirigidos, a San Luis Gonzaga. Después cuando Belarmino se muera dejará como
petición que lo entierren junto a la tumba de San Luis, diciendo: "Es que
fue mi discípulo".
En los
últimos años pedía permiso al Sumo Pontífice y se iba a pasar semanas y semanas
al noviciado de los Jesuitas, y allá se dedicaba a rezar y a obedecer tan
humildemente como si fuera un sencillo novicio.
En la
elección del nuevo Sumo Pontífice, el cardenal Belarmino tuvo 14 votos, la
mitad de los votantes. Quizá no le eligieron por ser Jesuita (pues estos padres
tenían muchos enemigos). El rezaba y fervorosamente a Dios para que lo librara
de semejante cargo tan difícil, y fue escuchado.
Poco
antes de morir escribió en su testamento que lo poco que tenía se repartiera
entre los pobres (lo que dejó no alcanzó sino para costear los gastos de su
entierro). Que sus funerales fueran de noche (para que no hubiera tanta gente)
y se hicieran sin solemnidad. Pero a pesar de que se le obedeció haciéndole los
funerales de noche, el gentío fue inmenso y todos estaban convencidos de que
estaban asistiendo al entierro de un santo.
Murió
el 17 de septiembre de 1621. Su canonización se demoró mucho porque había una
escuela teológica contraria a él, que no lo dejaba canonizar. Pero el Sumo
Pontífice Pío XI lo declaró santo en 1930, y Doctor de la Iglesia en 1931.
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