18 de SEPTIEMBRE - MIÉRCOLES –
24ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo (3,14-16):
Aunque espero ir a verte pronto, te escribo esto por si me
retraso; quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir,
en la asamblea de Dios vivo, columna y base de la verdad.
Sin
discusión, grande es el misterio que veneramos: Manifestado en la carne,
justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, predicado a los
paganos, creído en el mundo, llevado a la gloria.
Palabra
de Dios
Salmo: 110,1-2.3-4.5-6
R/.
Grandes son las obras del Señor
Doy gracias al Señor de todo corazón,
en compañía de los
rectos, en la asamblea.
Grandes son las obras
del Señor,
dignas de estudio para
los que las aman. R/.
Esplendor y belleza son su obra,
su generosidad dura por
siempre;
ha hecho maravillas
memorables,
el Señor es piadoso y
clemente. R/.
Él da alimento, a sus fieles,
recordando siempre su
alianza;
mostró a su pueblo la
fuerza de su obrar,
dándoles la heredad de
los gentiles. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (7,31-35):
En aquel tiempo, dijo el Señor:
«¿A
quién se parecen los hombres de esta generación?
¿A
quién los compararemos?
Se
parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: "Tocarnos
la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis."
Vino
Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio;
viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y
qué borracho, amigo de publicanos y pecadores."
Sin
embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.»
Palabra
del Señor
1.
En realidad, lo que aquí se relata es una parábola original y
elocuente. Se trata de la parábola de
los dos grupos de niños que juegan en la plaza de un pueblo (Mt 11, 16-19).
Esta parábola no es la acusación que
Jesús hace contra los "hombres de aquella generación", sino la
enseñanza de la parábola en sí.
Porque, en ese relato tan breve, lo
que se nos presenta es el hecho de dos proyectos de vida. Dos formas de buscar a Dios. Es decir, dos
caminos hacia Dios, pero que son contradictorios.
Se trata del camino de Juan Bautista,
por
una parte. Y del camino de Jesús (el Hijo del
Hombre), por otra parte.
Dos programas ejemplares, absolutamente
opuestos, y que, por supuesto, dan que pensar.
2.
La cuestión es la siguiente. En la plaza (se supone, de un pueblo o
aldea), un grupo de niños toca la flauta, que era la música característica de
las bodas; en tanto que otro grupo de
chiquillos cantan lamentaciones, el canto que acompañaba los entierros. Hasta
aquí, todo normal.
Pero lo sorprendente es que Jesús
asocia el entierro con la forma de vida que llevó Juan Bautista, "que ni
comía ni bebía", mientras que la boda la asocia con la vida que llevaba el
propio Jesús, "que come y bebe".
Lo que menos nos interesa a nosotros es la maldad que había en las
gentes que dijeron que el Bautista estaba endemoniado, al tiempo que, de Jesús
lo que dijeron es que era "un comilón y un borracho".
Evidentemente esto quiere decir que
aquellas gentes rechazaron lo mismo a Juan
que a Jesús. Pero, insistamos en que eso no es lo que a nosotros nos
interesa.
Entonces, ¿qué nos viene a decir esta
pequeña historia?
3.
La cosa está clara. El Evangelio presenta dos caminos para buscar a
Dios.
El camino de la "boda" y el del
"entierro". La boda es vida, felicidad, alegría, fiesta. El entierro
es muerte, tristeza, sufrimiento. Juan Bautista, con su vida de asceta se
asocia a un entierro. Jesús, con sus amistades, comidas y banquetes, se asocia
a una boda. Lo que el Evangelio nos enseña es que el camino que traza Jesús no
es el camino de la ascética y todo lo que eso lleva consigo de
dureza y privaciones, sino el camino de la
convivencia gozosa, compartiendo la alegría de vivir. Y compartiendo esa
alegría precisamente con quienes casi nadie quiere compartir la amistad, con
"publicanos y pecadores", o sea, con las gentes marginales, los peor
vistos por la sociedad puritana y que se considera a sí misma como intachable.
En la medida en que todo esto crea
divisiones y exclusiones, despreciadores y
despreciados, Jesús no quiere ese camino.
Más dura que la "ascética
ejemplar" es la "felicidad compartida con todos" aun a costa de
ser visto por algunos como un individuo
sospechoso o incluso escandaloso.
Pero lo que importa y lo que Dios quiere es que pasemos
por la vida contagiando felicidad a quienes se
relacionan con nosotros a lo largo de la vida.
San José de Cupertino
1603 -1663
José nació en 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino. Sus
padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo
pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar
las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.
Murió el papá, y entonces la mamá, ante la situación de extrema pobreza en
que se hallaba, trataba muy ásperamente al pobre niño y este creció debilucho y
distraído. Se le olvidaba hasta comer. A veces pasaba por las calles con la
boca abierta mirando tristemente a la gente, y los vecinos le pusieron por
sobrenombre el "boquiabierta". Las gentes lo despreciaban y lo creían
una poca cosa. Pero lo que no sabían era que en sus deberes de piedad era
extraordinariamente agradable a Dios, el cual le iba a responder luego de
maneras maravillosas.
A los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero no fue admitido. Pidió
que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero
después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba
caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios
que le habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por
inútil lo mandaron para afuera.
Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era
rico, pero él declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo
echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio
de su casa. La mamá no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante
"inútil", y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un
pariente que era franciscano, para que lo recibieran al muchacho como mandadero
en el convento de los padres franciscanos.
Sucedió entonces que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo
recibieron los padres como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y
empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le
encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de
penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio
de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa
comunidad, fue admitido como religioso franciscano.
Lo pusieron a estudiar para presentarse al sacerdocio, pero le sucedía que
cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder.
Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del
evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice:
"Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al
empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el
evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar".
Y salió precisamente la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente:
"Bendito sea el fruto de tu vientre".
Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes sí serían
ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan
maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen
diciendo: ¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan
formidablemente preparados?" y por ahí estaba haciendo turno para que lo
examinaran, el José de Cupertino, temblando de miedo por si lo iban a
descalificar. Y se libró de semejante catástrofe por casualidad.
Ordenado sacerdote en 1628, se dedicó a tratar de ganar almas por medio de
la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para
predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo
grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni
bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con
gran esfuerzo y consagración a los trabajos manuales del convento (que era para
lo único que se sentía capacitado).
Desde el día de su ordenación sacerdotal su vida fue una serie no
interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un
grado tal que no se conocen en cantidad semejante con ningún otro santo.
Bastaba que le hablaran de Dios o del cielo para que se volviera insensible a
lo que sucedía a su alrededor. Ahora se explicaban por qué de niño andaba tan
distraído y con la boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se
encontró un corderito, se lo echó al hombro y al pensar en Jesús, Buen Pastor,
se fue elevando por los aires con cordero y todo.
Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por el campo, se
ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy
atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de
su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.
Sabemos que la Iglesia Católica llama éxtasis a un estado de elevación del
alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente
del influjo de los sentidos, para contemplar lo que pertenece a la divinidad.
San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la Santa
Misa, cuando estaba rezando los salmos de la S. Biblia. Durante los 17 años que
estuvo en el convento de Grotella sus compañeros de comunidad presenciaron 70
éxtasis de este santo. El más famoso sucedió cuando 10 obreros deseaban llevar
una pesada cruz a una montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por
los aires con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.
Como estos sucesos tan raros podían producir movimientos de exagerado fervor
entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a
rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban
los otros ahí, y concurrir a otras sesiones públicas de devoción.
Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos
y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único
que lo hacía volver en sí era oír la voz de su superior que lo llamaba a que
fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a
sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por estos ‘ataques de mareo’ que me
dan".
En la Iglesia han sucedido levitaciones a más de 200 santos. Consisten en
elevar el cuerpo humano desde el suelo, sin ninguna fuerza física que lo esté
levantando. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy
espirituales. San José de Cupertino tuvo numerosísimas levitaciones.
Un día llegó el embajador de España con su esposa y mandaron llamar a Fray
José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya
iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo
más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito se fue elevando por el
aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su
esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El
santo rezó unos momentos, y luego descendió suavemente al suelo, y como
avergonzado, subió corriendo a su habitación y ya no bajó más ese día.
En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás
religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a
tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y ahí junto a la
Madre y al Niño se quedó un rato rezando con intensa emoción, suspendido por
los aires.
El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su
muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los
aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos
presenciaron este suceso.
Muchos enemigos empezaron a decir que todo eso eran meros inventos y lo
acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en
Roma y este al darse cuenta de que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que
no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano
VIII, el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los
éxtasis y las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa,
quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire. El Duque de Hannover, que
era protestante, al ver a José en éxtasis se convirtió al catolicismo.
El Papa Benedicto XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro nada
que no fuera en verdad milagro, estudió cuidadosamente la vida de José de
Cupertino y declaró: "Todos estos hechos no se puede explicar sin una
intervención muy especial de Dios".
Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos
muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. La gente descubría donde estaba
y corrían hacia allá. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún. El
sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero
después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a
la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba
siempre un remedio: "Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es
sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que pide, recibe".
Murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.
Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que Él siempre
enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y bendiciones.
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