4 de SEPTIEMBRE – MIÉRCOLES –
22ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,1-8):
Pablo, apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y el hermano
Timoteo, a los santos que viven en Colosas, hermanos fieles en Cristo. Os
deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre.
En
nuestras oraciones damos siempre gracias por vosotros a Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, desde que nos enteramos de vuestra fe en Cristo Jesús y del
amor que tenéis a todos los santos. Os anima a esto la esperanza de lo que Dios
os tiene reservado en los cielos, que ya conocisteis cuando llegó hasta vosotros
por primera vez el Evangelio, la palabra, el mensaje de la verdad.
Éste
se sigue propagando y va dando fruto en el mundo entero, como ha ocurrido entre
vosotros desde el día en que lo escuchasteis y comprendisteis de verdad la
gracia de Dios.
Fue
Epafras quien os lo enseñó, nuestro querido compañero de servicio, fiel
ministro de Cristo para con vosotros, el cual nos ha informado de vuestro amor
en el Espíritu.
Palabra
de Dios
Salmo:
51,10.11
R/.
Confío en tu misericordia, Señor, por siempre jamás
Pero yo, como verde olivo,
en la casa de Dios,
confío en la
misericordia de Dios
por siempre jamás. R/.
Te daré siempre gracias
porque has actuado;
proclamaré delante de
tus fieles:
«Tu nombre es bueno.» R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (4,38-44):
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de
Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera
algo por ella.
Él,
de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en
seguida, se puso a servirles.
Al
ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera se los llevaban; y
él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De
muchos de ellos salían también demonios, que gritaban:
«Tú
eres el Hijo de Dios.»
Los
increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al
hacerse de día, salió a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando; dieron
con él e intentaban retenerlo para que no se les fuese.
Pero
él les dijo:
«También
a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han
enviado.»
Y predicaba en las
sinagogas de Judea.
Palabra
del Señor
1.
En este relato nos encontramos con la primera narración de un conjunto
abundante de curaciones de enfermos, realizadas por Jesús.
El tema de las curaciones plantea una
serie de preguntas a las que resulta fácil dar una respuesta clara e
indiscutible.
En la Antigüedad, hablar de "milagros"
era un "género literario", que está presente en las culturas de otros
pueblos de aquel tiempo (John P. Meier, con abundante bibliografía).
En relación a estos presuntos
"milagros", se plantea una pregunta capital:
- ¿qué se nos plantea mediante estos
relatos? - ¿Su "historicidad" o su "ejemplaridad"?
De la historicidad, no podemos estar
seguros. En todo caso, lo que es indiscutible es su ejemplaridad.
- ¿Qué significa esto?
Muy sencillo y muy claro: la mayor
preocupación que tuvo Jesús fue la mayor preocupación que tenemos todos los
humanos: "nuestra salud'.
Por eso, las curaciones de enfermos
son tan frecuentes en los evangelios.
2.
En esto se ve, se palpa, la enorme humanidad de Jesús.
Jesús estaba convencido de que la
salud humana integral de las personas es lo primero en la vida. Porque eso de
dar vida, suprimir el dolor, aliviar el sufrimiento, aumentar la felicidad es
como nos acercaremos más a Dios.
En la medida en que somos más humanos.
3.
Pero es evidente que esto no se puede llevar adelante si no nos anima y
nos motiva una profunda espiritualidad. Por
eso Jesús se retiraba, con tanta
frecuencia, a la soledad. Y pasaba las noches
en oración. Dialogando constantemente con el Padre del Cielo.
La vida ejemplar, la generosidad sin
límites, eso es, ya en sí mismo, la más profunda mística que podemos vivir.
Una mística, reducida a meros
sentimientos de nuestro espíritu, puede ser un engaño.
San Bonifacio I papa
XLII Papa
Martirologio
Romano: En Roma, en el cementerio de Máximo, en
vía Salaria Nueva, sepultura de san Bonifacio I, papa, que trabajó para
solucionar muchas controversias sobre disciplina eclesiástica (422).
Etimología: Bonifacio
= que hace el bien. Viene de la lengua latina.
Elegido
el 28 diciembre del 418; falleció en Roma, el 4 de septiembre del 422. Poco se
conoce de su vida previa a su elección. El "Liber Pontificalis" lo
llama un romano, e hijo del presbítero Jocundus. Se cree que ge ordenado por el
Papa Damasus I (366-384) y que fue representante de Inocencio I en
Constantinopla (c. 405).
A la
muerte del Papa Zosimus, la Iglesia Romana entró en el quinto de sus cismas,
con el resultado de dobles elecciones papales que perturbaron su paz durante
las primeras centurias. Poco después de las exequias de Zosimus, el 27
diciembre, 418, una facción del clero romano formada principalmente por
diáconos, tomó la basílica de Lateran y eligió como papa al Archidiácono
Eulalius. El alto clero intentó entrar, pero fue violentamente rechazado por
una chusma de partidarios de Eulalian.
Al día
siguiente, ellos se reunieron en la iglesia de Theodora y eligieron como Papa,
contra su voluntad, al anciano Bonifacio, un sacerdote muy estimado por su
caridad, conocimientos, y buen carácter. El domingo 29 diciembre, fueron
consagrados los dos, Bonifacio en la Basílica de San Marcelo, apoyado por nueve
obispos provinciales y unos setenta sacerdotes; Eulalius en la basílica de
Lateran en presencia de los diáconos, unos pocos sacerdotes y el Obispo de
Ostia que fue convocado desde su lecho de enfermo para ayudar en la ordenación.
Los dos procedieron a actuar como papas, y Roma comenzó a vivir en una
tumultuosa confusión por el ruido producido por las facciones de ambos rivales.
El Prefecto de Roma, Symmachus, hostil a Bonifacio, informó el problema al
Emperador Honorius de Ravenna, y aseguró la confirmación imperial de la
elección de Eulalius. Bonifacio fue expulsado de la ciudad. Sus partidarios,
sin embargo, lograron hacerse oír por el emperador que convocó a un sínodo de
obispos italianos en Ravenna para reunir a los papas rivales y discutir la
situación (febrero, marzo, 419). Incapaz de alcanzar una decisión, el sínodo
tomó unas pocas decisiones prácticas pendientes hasta un concilio general de
obispos italianos, galos y africanos, a ser convocados en mayo para solucionar
la dificultad. Pidió que ambos demandantes dejaran Roma hasta que se alcanzara
una decisión, y prohibió el retorno bajo pena de condenación. Como Pascua, el
30 de marzo, estaba acercándose, Achilleus, Obispo de Spoleto, fue delegado
para encabezar los servicios Pascuales en la vacante sede romana. Bonifacio fue
enviado, aparentemente, al cementerio de Santa Felicitas en la Vía Salaria, y
Eulalius a Antium. El 18 marzo, Eulalius volvió audazmente a Roma, reunió a sus
partidarios avivando nuevamente la disputa, y rechazó con desprecio las órdenes
del prefecto para dejar la ciudad; tomó la basílica de Lateran el sábado Santo
(29 marzo), decidido a presidir las ceremonias pascuales. Las tropas imperiales
fueron convocadas para deponerlo y hacer posible para Achilleus dirigir los
servicios. El emperador, profundamente indignado con estos procedimientos, se
negó a considerar nuevamente las demandas de Eulalius reconociéndose a
Bonifacio como Papa legítimo (3 de abril, 418). Este último volvió a Roma el 10
abril y ge aclamado por el pueblo. Eulalius fue designado Obispo de Nepi en
Toscana o de alguna sede en Campania, según los contradictorios datos de las
fuentes del "Liber Pontificalis". El cisma había durado quince
semanas. A comienzos de 420, la crítica enfermedad del papa, animó a los
partidarios de Eulalius a hacer otro intento. Ya recuperado, Bonifacio pidió al
emperador (1o. de julio, 420) prever alguna manera de evitar un nuevo cisma en
el caso de su muerte. Honorius promulgó una ley estableciendo que, en el caso
de elecciones Papales disputadas, no debe reconocerse ningún candidato, y debe
efectuarse una nueva elección.
El
reino de Bonifacio fue marcado por el gran celo y actividad en organizar la
disciplina y la autoridad. Revirtió la política de su predecesor de dotar a
ciertos obispos Occidentales con poderes extraordinarios del vicariato papal.
Zosimus había dado a Patroclus, Obispo de Arles, extensa jurisdicción en las
provincias de Viena y Narbonne, y lo había hecho intermediario entre estas
provincias y la Sede Apostólica. Bonifacio disminuyó estos derechos primados y
restauró los poderes metropolitanos de los obispos principales de provincias.
Así él respaldó a Hilary, Arzobispo de Narbonne, en su elección de un obispo de
la sede vacante de Lodeve, contra Patroclus que intentó designar a otro (422).
Así, también, insistió para que Maximus, Obispo de Valencia, fuera juzgado por
sus supuestos crímenes, no por un primado, sino por un sínodo de obispos galos,
y prometió sostener su decisión (419). Bonifacio tuvo éxito en las dificultades
de Zosimus con la Iglesia africana con respecto a las apelaciones a Roma y, en
particular, en el caso de Apiarius. El Concilio de Cartago, habiendo escuchado
las presentaciones de los delegados de Zosimus, envió a Bonifacio el 31 mayo,
419, una carta en respuesta al commonitorium de su predecesor. Declaraba que el
concilio había sido incapaz de verificar los cánones que los delegados habían
citado como de Nicena, pero que más tarde resultaron ser de Sardican. Estaba de
acuerdo, sin embargo en observarlos hasta que pudiera efectuarse la
comprobación. Esta carta se cita a menudo para ilustrar la actitud desafiante
de la Iglesia africana ante la Sede Romana. Un estudio imparcial de la misma,
sin embargo, debe llevar a una conclusión no más extrema que la de Dom Chapman:
"fue escrita con considerable irritación, aunque en un muy estudiado tono
moderado"(Revisión de Dublín. Julio, 1901, 109-119). Los africanos estaban
irritados ante la insolencia de los delegados de Zosimus y se indignaron por
ser instados a obedecer leyes que pensaron no tenían una consistente fuerza en
Roma. Esto ellos se lo manifestaron a Bonifacio directamente; todavía, lejos de
repudiar su autoridad, le prometieron obedecer las leyes sospechosas, mientras
que reconocieron la función del Papa como guardián de la disciplina de la
Iglesia. En 422 Bonifacio recibió la apelación de Anthony de Fussula que, a
través de los esfuerzos de San Agustín, había sido depuesto por un sínodo
provincial de Numidia, y decidió que debía ser restaurado en el caso de que su
inocencia se estableciera. Bonifacio apoyó ardientemente a San Agustín en su
combate contra el Pelagianismo. Habiendo recibido dos cartas de Pelagian que
calumniaban a Agustín, se las envió. En reconocimiento de esta lealtad Agustín
dedicó a Bonifacio su respuesta, contenida en "Contra das Epístolas
Pelagianoruin Libri quatuor".
En el
Este, mantuvo celosamente su jurisdicción sobre las provincias eclesiásticas de
Illyricurn, sobre las que el Patriarca de Constantinopla estaba intentando
afianzar el mando a causa de volverse una parte del imperio Oriental. El Obispo
de Thessalonica había sido constituido vicario papal en este territorio,
mientras ejercía su jurisdicción por encima de los metropolitanos y obispos.
Por las cartas a Rufus, el titular contemporáneo de la sede, Bonifacio vigiló
estrechamente los intereses de la iglesia de Illyrian e insistió en la
obediencia a Roma. En 421, el descontento expresado por ciertos obispos, a
causa de la negativa del Papa para confirmar la elección de Perigines como
Obispo de Corinto a menos que el candidato fuera reconocido por Rufus, sirvió
como pretexto para que el joven emperador Theodosius II concediera el dominio
eclesiástico de Illyricurn al Patriarca de Constantinopla (14 julio, 421).
Bonifacio protestó ante Honorius por la violación de los derechos de su sede, y
prevaleció sobre él, que instó a Theodosius para que rescinda su promulgación.
La ley no fue promulgada, pero permaneció en los códigos de Theodosian (439) y
Justiniano (534) y causó muchos problemas a los papas subsiguientes. Por una
carta del 11 marzo, 422, Bonifacio prohibió la consagración en Illyricum de
cualquier obispo que Rufus no hubiera reconocido. Bonifacio renovó la
legislación del Papa Soter, prohibiendo a las mujeres tocar los sagrados linos
o intervenir en el quemado de incienso. Dio fuerza a las leyes que prohibían a
los esclavos ser clérigos. Fue enterrado en el cementerio de Maximus en la Vía
Salaria, cerca de la tumba de su favorito, San. Felicitas en cuyo honor y en
gratitud por su ayuda, le había erigido un oratorio encima del cementerio que
lleva su nombre.
Fuente: ar.geocities.com/misa_tridentina01
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