jueves, 5 de septiembre de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 6 de SEPTIEMBRE – VIERNES – 22ª – SEMANA DEL T. O. – C – San Zacarías profeta




6 de SEPTIEMBRE – VIERNES –
22ª – SEMANA DEL T. O. – C –
San Zacarías profeta

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses (1,15-20):

Cristo Jesús es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

Palabra de Dios

Salmo: 99,2.3.4.5

R/. Entrad en la presencia del Señor con vítores

Aclama al Señor, tierra entera,
servid al Señor con alegría,
entrad en su presencia con vítores. R/.

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño. R/.

Entrad por sus puertas con acción de gracias,
por sus atrios con himnos,
dándole gracias
y bendiciendo su nombre. R/.

«El Señor es bueno,
su misericordia es eterna,
su fidelidad por todas las edades.» R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,33-39):

En aquel tiempo, dijeron a Jesús los fariseos y los escribas:
«Los discípulos de Juan ayunan a menudo y oran, y los de los fariseos también; en cambio, los tuyos, a comer y a beber.»
Jesús les contestó:
 «¿Queréis que ayunen los amigos del novio mientras el novio está con ellos?
Llegará el día en que se lo lleven, y entonces ayunarán.»
Y añadió esta parábola:
«Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo.
Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos.
Nadie que cate vino añejo quiere del nuevo, pues dirá: "Está bueno el añejo."»

Palabra del Señor

1.  Se confrontan, en este episodio, dos    modelos de religión, que brotan de dos proyectos de vida y, en última instancia, dos caminos para buscar y encontrar a Dios.
El modelo tradicional, el de los fariseos y escribas, que entraña la
mortificación y la oración. Y el modelo de Jesús, que es proyecto de felicidad, de gozo y alegría, de disfrute del amor que se celebra en una boda.

2.  La explicación de esta diferencia tan radical está en que la religión tradicional cree en un Dios que está en el cielo y al que hay que acercarse mediante
privaciones y plegarias. Por el contrario, la religión de Jesús cree en un Dios que está en la tierra, presente en cada ser humano, fundido y confundido con lo humano.  De ahí que el proyecto de la religiosidad tradicional centra sus
esfuerzos en sacrificar lo humano, en tanto que la religiosidad de Jesús tiene su centro en hacer felices a los humanos.

3.  Si este doble proyecto se mira con superficialidad, sin duda habrá quien
piense que de esta manera la religión se degrada, se descompone y termina siendo un humanismo más de tantos como en el mundo han sido.
Sin embargo, si el tema se piensa despacio, pronto se advierte que el proyecto de Jesús es mucho más exigente. Porque la felicidad no se predica, ni se impone mediante leyes, prohibiciones y preceptos.  La felicidad se contagia: el que
es feliz contagia felicidad, de la misma manera que el que es un amargado o un resentido inevitablemente contagia su amargura y su resentimiento.
Vivir siempre (en la prosperidad y en la adversidad) en condiciones de contagiar siempre felicidad a los demás, en la prosperidad y en la adversidad, eso supone mucha profundidad humana y vivir siempre, no para lo que uno piensa o
le gusta, sino para lo que piensan y les gusta a los otros.

San Zacarías profeta

 
Profeta bíblico que desplegó su actividad profética hacia los años 520-518 a. de C. y al que se atribuye la autoría del Libro de Zacarías, libro del Antiguo Testamento perteneciente a los Libros Proféticos, concretamente al grupo de los llamados Libros de los Profetas Menores.

El Libro de Zacarías se divide en dos secciones: capítulos 1-8 y 9-14. En general, se piensa que tan sólo la primera parte es obra propiamente de Zacarías, mientras que la segunda, añadida posteriormente, es obra de un autor o autores anónimos. En la primera parte, Zacarías es llamado el hijo de Baraquías, hijo de Ado, lo cual da a entender que pertenecía a una familia sacerdotal. Así se explica el impulso que da al proceso iniciado por Ezequiel en favor del sacerdocio, impulso que más tarde desembocaría en el sometimiento de la función profética a la sacerdotal. Zacarías se muestra como un hombre de firme esperanza y de lenguaje claro. Por eso proclama sus visiones mirando hacia el futuro, en un estilo apocalíptico (1,7-6.8). Nunca, sin embargo, logró la independencia que caracterizó a los profetas anteriores al exilio.
La primera parte del Libro de Zacarías se inicia con una exhortación al arrepentimiento y a la conversión, a la que siguen un conjunto de ocho visiones nocturnas que el profeta experimentó en el 518 a.C. y una colección de oráculos. En la exhortación se pone de manifiesto su exigencia de pureza y moralidad interiores, pues no se contenta con condenar los errores rituales, sino que en sus palabras se descubre el sentido de pecado y de malicia; la transformación de la ciudad debe llevar a la transformación del pueblo. Las visiones nocturnas, interpretadas por un ángel para Zacarías, predicen la inminente llegada de una era mesiánica.
A diferencia de la primera, la segunda parte carece de alusiones históricas, y falta toda precisión en torno a fechas y nombres; tampoco existe la preocupación por la construcción del templo, constante en la primera parte. Mientras que el estilo de la primera parte es prosaico y redundante, el de la segunda es poético y a menudo de difícil interpretación. No obstante, el espíritu apocalíptico de la primera continúa en ésta y alcanza en el capítulo 14 su más alta expresión. Más que la obra de un determinado autor, esta segunda parte parece la expresión final de una tradición inspirada. Su composición se debió prolongar a lo largo del primer siglo de la época helenista (a partir del 332, probablemente antes del 200 a.C.), pues en el Eclesiástico ya se mencionan los doce profetas menores.
En esta segunda parte se distinguen tres secciones: en la primera el oráculo se dirige a los pueblos sirio, fenicio y filisteo, de los que Dios sacará un resto que le servirá (9,1-11,3); la segunda es una especie de acción simbólica en la imagen del pastor para expresar el abuso de los malos pastores y la venganza que sobre ellos tomará el Señor, a quien han menospreciado (11,4-17 con 13,7-9); finalmente, la tercera es una exposición de diecisiete unidades escatológicas, introducidas todas con la expresión "aquel día". El mensaje de esta segunda parte se centra en la doctrina mesiánica: se anuncia el resurgimiento de la estirpe del rey David y la llegada de un Mesías humilde. Estos rasgos se armonizan en la persona de Jesucristo, razón por la cual el Nuevo Testamento hará referencia frecuente al profeta Zacarías.

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