30 de SEPTIEMBRE – LUNES –
26ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
de la profecía de Zacarías (8,1-8):
En aquellos días, vino la palabra del Señor de los ejércitos:
«Así
dice el Señor de los ejércitos:
Siento
gran celo por Sión, gran cólera en favor de ella.
Así
dice el Señor:
Volveré
a Sión y habitaré en medio de Jerusalén. Jerusalén se llamará Ciudad Fiel, y el
monte del Señor de los ejércitos, Monte Santo.
Así
dice el Señor de los ejércitos:
De
nuevo se sentarán en las calles de Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que,
de viejos, se apoyan en bastones.
Las
calles de Jerusalén se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en la
calle.
Así
dice el Señor de los ejércitos:
Si
el resto del pueblo lo encuentra imposible aquel día, ¿será también imposible a
mis ojos? –oráculo del Señor de los ejércitos–.
Así
dice el Señor de los ejércitos:
Yo
libertaré a mi pueblo del país de oriente y del país de occidente, y los traeré
para que habiten en medio de Jerusalén. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su
Dios con verdad y con justicia.»
Palabra
de Dios
Salmo:
101,16-18.19-21.29.22-23
R/. El Señor reconstruyó
Sión, y apareció en su gloria
Los gentiles temerán tu nombre,
los reyes del mundo, tu
gloria.
Cuando el Señor
reconstruya Sión,
y aparezca en su gloria,
y se vuelva a las
súplicas de los indefensos,
y no desprecie sus
peticiones. R/.
Quede esto escrito para la generación futura,
y el pueblo que será creado
alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado
desde su excelso santuario,
desde el cielo se ha
fijado en la tierra,
para escuchar los
gemidos de los cautivos
y librar a los
condenados a muerte. R/.
Los hijos de tus siervos vivirán seguros,
su linaje durará en tu
presencia,
para anunciar en Sión el
nombre del Señor,
y su alabanza en
Jerusalén,
cuando se reúnan
unánimes los pueblos
y los reyes para dar
culto al Señor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (9,46-50):
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era
el más importante.
Jesús,
adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les
dijo:
«El
que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge
al que me ha enviado.
El
más pequeño de vosotros es el más importante.»
Juan
tomó la palabra y dijo:
«Maestro,
hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los
nuestros, se lo hemos querido impedir.»
Jesús
le respondió:
«No
se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
Palabra
del Señor
1.
Si nos atenemos al evangelio de Lucas, impresiona el contraste entre el anuncio
de la Pasión, que Jesús les hace a los discípulos, y la discusión que los discípulos
tienen sobre el tema de la importancia de cada uno de ellos.
Estos dos relatos comparados entre sí,
dan la impresión de que los apóstoles de Jesús no se enteraron ni palabra del proyecto
de Jesús, de lo que representa el Evangelio y del fin que le esperaba a Jesús.
Y es que Jesús hablaba de sufrimiento y fracaso.
Los apóstoles hablaban de
importancia y superioridad. Allí empezó
la contradicción en que vive la Iglesia.
2.
La afirmación central de este relato está en la identificación que establece Jesús entre el niño, él mismo y el
Padre del cielo: "El que acoge a este niño..., me acoge a mí; y el que me
acoge a mí, acoge al que me ha enviado", que es el Padre. Se afirma, pues, una identificación entre
Dios, Jesús y el niño. Esta misma idea
se repite mediante los verbos "acoger", "escuchar",
"rechazar" (Mt 10, 40; Mc 9, 37; Mt 18, 5; Lc 10, 16; 9, 48; Jn 13,
20).
Se trata, pues, de un criterio central
en los cuatro evangelios y que se expresa de formas variadas. Pero es siempre con el mismo pensamiento de
fondo. El mismo Dios, que está en su Trascendencia, se identifica con la
realidad de Jesús, que está en la Inmanencia humana. Y, bajando aún más, está
también en cualquier ser humano.
3.
Esto último, que es lo más llamativo y significante, lo afirma Jesús
recurriendo a la presencia de un niño.
En las culturas antiguas, el niño,
como el esclavo, eran los seres humanos sin derechos, lo más bajo e
insignificante en
la escala social.
- ¿Qué tenía un niño, en aquellas
condiciones?
Solamente su humanidad. Era un ser humano, lo mínimamente humano, lo
que es común a todos los humanos.
Bueno, pues ahí, en eso y en ese ser humano está presente Jesús. Y está presente y viviente
Dios mismo.
4.
¿Qué nos viene a decir esto?
Algo que no acabamos de integrar en
nuestras vidas como creyentes, como personas religiosas que han integrado en sus
vidas la religiosidad de Jesús.
Se trata de esto: el Trascendente se
nos ha revelado, se nos comunica o lo encontramos en lo Inmanente. Porque no podemos encontrarlo de otra manera,
ni por otro camino.
Lo Trascendente es lo que nos trasciende,
lo que no está a nuestro alcance. De
Dios, por tanto, solo podemos saber lo
que aprendemos en Jesús. Y lo que de Él aprendemos en un niño, en cualquier
niño, en todo ser humano desvalido, en el que ya solo queda eso, su
humanidad.
Por eso, el cristianismo es una
"religión laica". Y una "religión ética". Una religión que
es religión "a su manera". Como lo fue Jesús, un hombre profundamente
religioso, que buscó y encontró al Padre en cada ser humano al que amó, al que
se entregó y por el que dio su misma vida.
SAN JERÓNIMO
Nació en
Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en Roma y allí fue bautizado.
Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue ordenado presbítero. Volvió a
Roma y fue secretario del papa Dámaso. Fue en esta época cuando empezó su
traducción latina de la Biblia. También promovió la vida monástica.
Más tarde, se estableció en Belén,
donde trabajó mucho por el bien de la Iglesia. Escribió gran cantidad de obras,
principalmente comentarios de la sagrada Escritura. Murió en Belén en el año
420. L
Jerónimo
quiere decir: el que tiene un nombre sagrado. (Jero = sagrado. Nomos = nombre).
Dicen que
este santo ha sido el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la S.
Biblia.
Nació San Jerónimo en Dalmacia
(Yugoslavia) en el año 342. Sus padres tenían buena posición económica, y así
pudieron enviarlo a estudiar a Roma.
En Roma estudió latín bajo la
dirección del más famoso profesor de su tiempo, Donato, el cual hablaba el
latín a la perfección, pero era pagano. Esta instrucción recibida de un hombre
muy instruido pero no creyente, llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran
latinista y muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco
conocedor de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días leyendo
y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón, Virgilio,
Horacio y Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón, pero no dedicaba
tiempo a leer libros religiosos que lo pudieran volver más espiritual.
En una carta
que escribió a Santa Eustoquia, San Jerónimo le cuenta el diálogo aterrador que
sostuvo en un sueño o visión. Sintió que se presentaba ante el trono de
Jesucristo para ser juzgado, Nuestro Señor le preguntaba: "¿A qué religión
pertenece? Él le respondió: "Soy cristiano – católico", y Jesús le
dijo: "No es verdad". Que borren su nombre de la lista de los cristianos
católicos. No es cristiano sino pagano, porque sus lecturas son todas paganas.
Tiene tiempo para leer a Virgilio, Cicerón y Homero, pero no encuentra tiempo
para leer las Sagradas Escrituras". Se despertó llorando, y en adelante su
tiempo será siempre para leer y meditar libros sagrados, y exclamará
emocionado: "Nunca más me volveré a trasnochar por leer libros
paganos". A veces dan ganas de que a ciertos católicos les sucediera una
aparición como la que tuvo Jerónimo, para ver si dejan de dedicar tanto tiempo
a lecturas paganas e inútiles (revistas, novelas) y dedican unos minutos más a
leer el libro que los va a salvar, la Sagrada Biblia.
Jerónimo
dispuso irse al desierto a hacer penitencia por sus pecados (especialmente por
su sensualidad que era muy fuerte, y por su terrible mal genio y su gran
orgullo). Pero allá, aunque rezaba mucho y ayunaba, y pasaba noches sin dormir,
no consiguió la paz. Se dio cuenta de que su temperamento no era para vivir en
la soledad de un desierto deshabitado, sin tratar con nadie.
El mismo
en una carta cuenta cómo fueron las tentaciones que sufrió en el desierto (y
esta experiencia puede servirnos de consuelo a nosotros cuando nos vengan horas
de violentos ataques de los enemigos del alma). San Francisco de Sales recomendaba
leer esta página de nuestro santo porque es bellísima y provechosa: Dice así:
"En el desierto salvaje y árido, quemado por un sol tan despiadado y
abrasador que asusta hasta a los que han vivido allá toda la vida, mi
imaginación hacía que me pareciera estar en medio de las fiestas mundanas de
Roma. En aquel destierro al que por temor al infierno yo me condené
voluntariamente, sin más compañía que los escorpiones y las bestias salvajes,
muchas veces me imaginaba estar en los bailes de Roma contemplando a las
bailarinas. Mi rostro estaba pálido por tanto ayunar, y sin embargo los malos
deseos me atormentaban noche y día. Mi alimentación era miserable y desabrida,
y cualquier alimento cocinado me habría parecido un manjar exquisito, y no
obstante las tentaciones de la carne me seguían atormentando. Tenía el cuerpo
frío por tanto aguantar hambre y sed, mi carne estaba seca y la piel casi se me
pegaba a los huesos, pasaba las noches orando y haciendo penitencia y muchas
veces estuve orando desde el anochecer hasta el amanecer, y aunque todo esto
hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar. Hasta que al fin, sintiéndome
impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé llorando ante Jesús
crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados, y le supliqué que tuviera
compasión de mí, y ayudándome el Señor con su poder y misericordia, pude
resultar vencedor de tan espantosos ataques de los enemigos del alma. Y yo me
pregunto: si esto sucedió a uno que estaba totalmente dedicado a la oración y a
la penitencia, ¿qué no les sucederá a quienes viven dedicados a comer, beber,
bailar y darle a su carne todos los gustos sensuales que pide?".
Vuelto a la
ciudad, sucedió que los obispos de Italia tenían una gran reunión o Concilio
con el Papa, y habían nombrado como secretario a San Ambrosio. Pero este se
enfermó, y entonces se les ocurrió nombrar a Jerónimo. Y allí se dieron cuenta
de que era un gran sabio que hablaba perfectamente el latín, el griego y varios
idiomas más. El Papa San Dámaso, que era poeta y literato, lo nombró entonces
como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice enviaba,
y algo más tarde le encomendó un oficio importantísimo: hacer la traducción de
la S. Biblia.
Las
traducciones de la Biblia que existían en ese tiempo tenían muchas
imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o traducciones no muy
exactas.
Jerónimo, que
escribía con gran elegancia el latín, tradujo a este idioma toda la S. Biblia,
y esa traducción llamada "Vulgata" (o traducción hecha para el pueblo
o vulgo) fue la Biblia oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos.
Únicamente en los últimos años ha sido reemplazada por traducciones más
modernas y más exactas, como por ej. La Biblia de Jerusalén y otras.
Casi de 40
años Jerónimo fue ordenado de sacerdote. Pero sus altos cargos en Roma y la
dureza con la cual corregía ciertos defectos de la alta clase social le
trajeron envidias y rencores (Él decía que las señoras ricas tenían tres manos:
la derecha, la izquierda y una mano de pintura... y que a las familias
adineradas sólo les interesaba que sus hijas fueran hermosas como terneras, y
sus hijos fuertes como potros salvajes y los papás brillantes y mantecosos,
como marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo duro de corregir, lo cual
le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa Sixto V cuando vio un cuadro
donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de pecho con una piedra, exclamó:
"¡Menos mal que te golpeaste duramente y bien arrepentido, porque si no
hubiera sido por esos golpes y por ese arrepentimiento, ¡la Iglesia nunca te
habría declarado santo, porque eras muy duro en tu modo de corregir!".
Sintiéndose
incomprendido y hasta calumniado en Roma, donde no aceptaban el modo fuerte que
él tenía de conducir hacia la santidad a muchas mujeres que antes habían sido
fiesteras y vanidosas y que ahora por sus consejos se volvían penitentes y
dedicadas a la oración, dispuso alejarse de allí para siempre y se fue a la
Tierra Santa donde nació Jesús.
Sus últimos
35 años los pasó San Jerónimo en una gruta, junto a la Cueva de Belén. Varias
de las ricas matronas romanas que él había convertido con sus predicaciones y
consejos, vendieron sus bienes y se fueron también a Belén a seguir bajo su
dirección espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad
un convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los
peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio donde
nació Jesús.
Allí,
haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la oración y días y semanas y
años al estudio de la S. Biblia, Jerónimo fue redactando escritos llenos de
sabiduría, que le dieron fama en todo el mundo.
Con tremenda
energía escribía contra los herejes que se atrevían a negar las verdades de
nuestra santa religión. Muchas veces se extralimitaba en sus ataques a los
enemigos de la verdadera fe, pero después se arrepentía humildemente.
La Santa
Iglesia Católica ha reconocido siempre a San Jerónimo como un hombre elegido
por Dios para explicar y hacer entender mejor la S. Biblia. Por eso ha sido
nombrado Patrono de todos los que en el mundo se dedican a hacer entender y
amar más las Sagradas Escrituras. El Papa Clemente VIII decía que el Espíritu
Santo le dio a este gran sabio unas luces muy especiales para poder comprender
mejor el Libro Santo. Y el vivir durante 35 años en el país donde Jesús y los
grandes personajes de la S. Biblia vivieron, enseñaron y murieron, le dio
mayores luces para poder explicar mejor las palabras del Libro Santo.
Se cuenta que
una noche de Navidad, después de que los fieles se fueron de la gruta de Belén,
el santo se quedó allí solo rezando y le pareció que el Niño Jesús le decía:
"Jerónimo ¿qué me vas a regalar en mi cumpleaños?". Él respondió:
"Señor te regalo mi salud, mi fama, mi honor, para que dispongas de todo
como mejor te parezca". El Niño Jesús añadió: "¿Y ya no me regalas
nada más?". Oh mi amado Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya
mis bienes entre los pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las
Sagradas Escrituras... ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi
cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo por
Ti". El Divino Niño le dijo: "Jerónimo: regálame tus pecados para
perdonártelos". El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y
exclamaba: "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!". Y
se dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los pecadores es
un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por las faltas
cometidas.
El 30 de
septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo estaba debilitado por tantos
trabajos y penitencias, y la vista y la voz agotadas, y Jerónimo parecía más
una sombra que un ser viviente, entregó su alma a Dios para ir a recibir el
premio de sus fatigas. Se acercaba ya a los 80 años. Más de la mitad los había
dedicado a la santidad.
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