23 DE MARZO – LUNES –
4 – SEMANA DE CUARESMA – A –
Lectura
del libro de Isaías (65,17-21):
ESTO dice el Señor:
«Mirad: voy a crear un nuevo cielo
y una nueva tierra:
de las cosas pasadas
ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento.
Regocijaos, alegraos por siempre
por lo que voy a crear:
yo creo a Jerusalén “alegría”,
y a su pueblo, “júbilo”.
Me alegraré por Jerusalén
y me regocijaré con mi pueblo,
ya no se oirá en ella ni llanto ni
gemido;
ya no habrá allí niño
que dure pocos días,
ni adulto que no colme sus años,
pues será joven quien muera a los cien
años,
y quien no los alcance se tendrá por
maldito.
Construirán casas y las habitarán,
plantarán viñas y comerán los frutos».
Palabra de Dios
Salmo:
29,2.4.5-6.11-12a.13b
R/.
Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
V/. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían
de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la
fosa. R/.
V/. Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R/.
V/. Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por
siempre. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Juan (4,43-54):
EN aquel tiempo, salió Jesús de Samaría para Galilea.
Jesús mismo había atestiguado:
«Un profeta no es estimado en su propia patria».
Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían
visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también
ellos habían ido a la fiesta.
Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en
vino.
Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo
que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verlo, y le pedía que bajase
a curar a su hijo que estaba muriéndose.
Jesús le dijo:
«Si no veis signos y prodigios, no creéis».
El funcionario insiste:
«Señor, baja antes de que se muera mi niño».
Jesús le contesta:
«Anda, tu hijo vive».
El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando,
cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo vivía. Él les
preguntó a qué hora había empezado la mejoría. Y le contestaron:
«Ayer a la hora séptima lo dejó la fiebre».
El padre cayó en la cuenta de que esa era la hora en que Jesús le había
dicho: «Tu hijo vive». Y creyó él con toda su familia.
Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
Palabra del Señor
1. Se discute si este relato del IV evangelio es
una variante, con ligeras diferencias, del que se encuentra en Mateo y Lucas,
en los que se relata la curación del siervo del centurión romano (Mt 8, 5-13;
Lc 7, 1-10). La diferencia principal entre este relato de Juan y los de Mateo y
Lucas está en que aquí se habla de "funcionario real", de nacionalidad
y religión judía, mientras que en los otros evangelios se trata de un militar
pagano (J. D. G. Dunn).
2. Lo que menos importa, en la redacción de este
episodio, es precisar si se trata de variantes del mismo suceso o se habla de
casos distintos. En definitiva,
lo mismo da que Jesús curase al criado (o al hijo) de
un judío o de un romano.
Lo importante es la
preocupación de aquel personaje por la curación y la vida
del muchacho. Y el correspondiente interés de Jesús
por remediar el sufrimiento del enfermo y todo lo que aquello llevaba consigo.
3. Con frecuencia ocurre -sobre todo en el
estudio y explicación de los evangelios- que interesan más algunos detalles
(sociales, históricos...) que los problemas más graves y apremiantes de la
vida. No caemos en la cuenta de que
las tres grandes preocupaciones de Jesús fueron: 1) la
salud; 2) la alimentación;
3) las relaciones humanas.
Es urgente que la
teología y los teólogos sepan centrarse en lo fundamental, en las cuestiones
que más interesaron a Jesús, que no fueron las ceremonias del Templo y los
rituales de los sacerdotes, sino los problemas que nos llevan derechamente al
fondo de la felicidad o al sufrimiento de las personas.
Santo
Toribio de Mogrovejo
Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima, que siendo
laico, de origen español y licenciado en leyes, fue elegido para esta sede y se
dirigió a América donde, inflamado en celo apostólico, visitó a pie varias
veces la extensa diócesis, proveyó a la grey a él encomendada, fustigó en sínodos
los abusos y los escándalos en el clero, defendió con valentía la Iglesia,
catequizó y convirtió a los pueblos nativos, hasta que finalmente en Saña, del
Perú, descansó en el Señor.
Vida de Santo Toribio de Mogrovejo
Toribio, arzobispo de Lima, es uno de los eminentes
prelados de la hora de la evangelización. El concilio plenario americano del
1900 lo llamó "totius episcopatus americani luminare maius", que en
vernácula hispana quiere decir "la lumbrera mayor de todo el episcopado
americano". Era la hora de llevar la fe cristiana al imperio inca peruano
lo mismo que en México se cristianizaba a los aztecas.
Nació en Mayorga (Valladolid), el 16 de noviembre de 1538.
No se formó en seminarios, ni en colegios exclusivamente eclesiásticos, como era
frecuente entonces; Toribio se dedicó de modo particular a los estudios de
Derecho, especialmente del Canónico, siendo licenciado en cánones por Santiago
de Compostela y continuó luego sus estudios de doctorado en la universidad de
Salamanca. También residió y enseñó dos años en Coimbra.
En Diciembre de 1573 fue nombrado por Felipe II para el
delicado cargo de presidente de la Inquisición en Granada, y allí continuó
hasta 1579; pero ya en agosto de 1578 fue presentado a la sede de Lima y
nombrado para ese arzobispado por Gregorio XIII el 16 de marzo de 1579, siendo
todavía un brillante jurista, un laico, o sólo clérigo de tonsura, cosa tampoco
infrecuente en aquella época.
Recibió las órdenes menores y mayores en Granada; la
consagración episcopal fue en Sevilla, en agosto de 1579.
Llegó al Perú en el 1581, en mayo. Se distinguió por su
celo pastoral con españoles e indios, dando ejemplo de pastor santo y
sacrificado, atento al cumplimiento de todos sus deberes. La tarea no era
fácil. Se encontraba con una diócesis tan grande como un reino de Europa, con
una población nativa india indócil y con unos españoles muy habituados a vivir
según sus caprichos y conveniencias.
Celebró tres concilios provinciales Limense: el III
(1583), el IV (1591) y el V (1601). Sobresalió por su importancia el III
Limense, que señaló pautas para el mexicano de 1585 y que en algunas cosas
siguió vigente hasta el año 1900. Fue de los pocos que intentaron poner al pie
de la letra las disposiciones del concilio de Trento; pero se vio imposibilitado
para cumplirlas todas, como la de los sínodos anuales, en aquellas
circunstancias por la imposibilidad de las comunicaciones.
Aprendió el quechua, la lengua nativa, para poder
entenderse con los indios. Se mostró como un perfecto organizador de la
diócesis. Reunió trece sínodos diocesanos. Ayudó a su clero dando normas
precisas para que no se convirtieran en servidores comisionados de los civiles.
Visitó tres veces todo su territorio, confirmando a sus fieles y consolidando
la vida cristiana en todas partes. Alguna de sus visitas a la diócesis duró
siete años.
Prestó muy pacientemente atención especial a la formación
de los ya bautizados que vivían como paganos. Llevado de su celo pastoral,
publicó el Catecismo en quechua y en castellano; fundó colegios en los que
compartían enseñanzas los hijos de los caciques y los de los españoles; levantó
hospitales y escuelas de música para facilitar el aprendizaje de la doctrina
cristiana, cantando.
No se vio libre de los inevitables roces con las autoridades
en puntos de aplicación del Patronato Real en lo eclesiástico; es verdad que
siempre se comportó con una dignidad y con unas cualidades humanas y cristianas
extraordinarias; pero tuvo que poner en su sitio a los encomenderos, proteger
los derechos de los indios y defender los privilegios eclesiásticos.
Atendido por uno de sus misioneros, murió en Saña,
mientras hacía uno de sus viajes apostólicos, en 1606. Fue beatificado en 1679
y canonizado en 1726.
Quien tenga la suerte de tener entre sus manos un facsímil
del catecismo salido del Tercer Concilio Limense, aprenderá a llamar mejor
evangelización que colonización a la principal obra de España en el continente
recién descubierto.
https://www.santopedia.com/
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