9 DE MARZO – LUNES –
2 – SEMANA DE CUARESMA – A –
Lectura
de la profecía de Daniel (9,4b-10):
¡AY, mi Señor, Dios grande y terrible, que guarda la
alianza y es leal con los que lo aman y cumplen sus mandamientos!
Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado
apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos los
profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a
nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra.
Tú, mi Señor, tienes razón y a nosotros nos abruma la vergüenza, tal como
sucede hoy a los hombres de Judá, a los habitantes de Jerusalén y a todo
Israel, a los de cerca y a los de lejos, en todos los países por donde los
dispersaste a causa de los delitos que cometieron contra ti.
Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres,
porque hemos pecado contra ti.
Pero, mi Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona, aunque nos hemos
rebelado contra él. No obedecimos la voz del Señor, nuestro Dios, siguiendo las
normas que nos daba por medio de sus siervos, los profetas.
Palabra de Dios
Salmo:
78,8.9.11.13
R/.
Señor, no nos trates
como merecen nuestros pecados
V/. No recuerdes contra nosotros las culpas de nuestros
padres;
que tu compasión nos alcance pronto,
pues estamos agotados. R/.
V/. Socórrenos, Dios, Salvador nuestro,
por el honor de tu nombre;
líbranos y perdona nuestros pecados
a causa de tu nombre. R/.
V/. Llegue a tu presencia el gemido del cautivo:
con tu brazo poderoso, salva a los
condenados a muerte. R/.
V/. Nosotros, pueblo, ovejas de tu rebaño,
te daremos gracias siempre,
cantaremos tus alabanzas de generación
en generación. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (6,36-38):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y
no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis
perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada,
remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a
vosotros».
Palabra del Señor
1.
Cuando los evangelios destacan cómo tiene que ser la conducta de los
discípulos, Lucas se fija en la "misericordia", mientras que Mateo
(5, 48) habla de la "perfección".
En realidad, así lo que los evangelios
vienen a decir es que la perfección consiste en la misericordia.
Es perfecto y cabal el que es bueno de
verdad y hasta el fondo de su ser. Jesús establece aquí cuál debe ser la
actitud básica del creyente en la vida respecto a los demás. Se trata de la
actitud que se define como "compasión" o "misericordia".
Esta actitud se propone mediante el
adjetivo griego "oiktírmon", un término antiguo que aparece ya en el
griego clásico, por ejemplo en Homero, para indicar al hombre que "tiene
compasión" el que "compadece a alguien".
En definitiva, lo que Lucas viene a
decir es que, de 35 dos atributos principales de Dios, la santidad y la
compasión, Lucas escoge a compasión como cualidad que nos hace semejantes a
Dios (F. Bovon).
2.
Aquí es importante advertir que "tener compasión" no es lo
mismo que “tener lástima".
La compasión es participar de la misma
pasión, que puede ser pasión de dolor o, por el contrario, pasión de alegría.
En un sentido muy distinto, el que tiene lástima de otro es porque el otro es
un desgraciado. Saber de personas que sienten lo que yo siento es fuente de
alegría.
Saber de gente que me tiene por un
desgraciado que da lástima, eso es terrible, es humillante en extremo.
Lo que Jesús nos pide es que tengamos
un corazón sensible a la sensibilidad de los demás: a sus alegrías y a sus
penas, a sus éxitos y a sus fracasos.
3.
Lo más importante, cuando hablamos de este tema, está en caer en la
cuenta de que la misericordia tiene que ser el principio determinante y rector
de la ética. Porque una ética sin misericordia puede (y suele) terminar siendo
una dictadura.
Todos los dictadores y hasta los
tíranos, por lo general, han invocado principios éticos (la justicia, la
libertad, el amor a la patria, la defensa de las clases trabajadoras...) Para
justificar su autoritarismo, sus tiranías y los atropellos que han cometido
para someter a los pueblos, a la gente, a los débiles e indefensos.
En la vida diaria hay personas que no
paran de apelar a motivaciones éticas, pero de sobra sabemos que son personas
insoportables.
Solo cuando la misericordia rige
nuestra vida, podemos contagiar felicidad y bondad.
Santa Francisca Romana, mártir
Francisca
nació en Roma en el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades
de peregrinos a visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en
Roma y a visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama
"Torre de los Espejos".
Sus
padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en
una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas
las comodidades, pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su
mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación, sino
que le consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron
casar.
Francisca,
aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar
su vida a la oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su
cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su
tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la
vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a formar un hogar.
Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se
dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la
vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si
fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos,
Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente
ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los
dos maridos al ver que ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas,
les permitieron seguir en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a
ganarse la simpatía de las gentes de Roma por su gran caridad para con los
enfermos y los pobres. Ella tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse
querer por la gente. Fue un don que le concedió el Espíritu Santo.
En más
de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una conducta
verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar
muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guio
siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas las virtudes.
A Francisca
le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que
estando orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella
suspendía inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era
necesario. Veces hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración,
y lo hizo prontamente. Ella repetía: "Muy buena es la oración, pero la
mujer casada tiene que concederles enorme importancia a sus deberes
caseros".
Dios
permitió que a esta santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones.
Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas
lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente
rica, se vio despojada sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo
era partidario y defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los
enemigos del Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca
tuvo que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta
en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le
llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer por años y años.
Ella sabía muy bien que estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo
se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona.
Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo
que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran
paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca
se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se
curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que
sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca
obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba
malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban
peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como
buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta
santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su
ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca
fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más
necesitados. Les puso por nombre "Oblatas de María", y su casa
principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba
"Torre de los Espejos". Sus religiosas vestían como señoras
respetables. No tenían hábito especial.
Nombró
como superiora a una mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó
viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la
eligieron superiora general. En la comunidad tomó por nombre Francisca
Romana".
Había
recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas
personas para pedirle que les ayudara a solucionar los problemas de sus
familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo, por el cual sus
palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la solución de sus
dificultades.
Cuando
llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo
atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era
muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios
sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca
ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la
meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las
dudas de su alma con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad
en su trato, que bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos
para siempre. A las personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba
mayor amabilidad.
Estaba
gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una
luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras: "El ángel del
Señor me manda que lo siga hacia las alturas". Luego quedó muerta, pero
parecía alegremente dormida.
Tan
pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa
multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su agradecimiento por los
innumerables favores que les había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les
permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y así pedir la curación por su
intercesión. Los historiadores dicen que "toda la ciudad de Roma se
movilizó", para asistir a los funerales de Francisca.
Fue
sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su
cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus
funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a
llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.
Cada 9
de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias
que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas
nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y
que nos consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y
necesitados y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca:
ruégale al buen Dios que así sea.
He aquí
la descripción de una mujer admirable. "Que las gentes comenten sus muchas
buenas obras" (S. Biblia. Proverbios 31).
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