viernes, 20 de marzo de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 21 DE MARZO – SÁBADO – 3 – SEMANA DE CUARESMA – A – San Nicolás de Flüe






21 DE MARZO – SÁBADO –
3 – SEMANA DE CUARESMA – A –
San Nicolás de Flüe

Lectura de la profecía de Oseas (6,1-6):

VAMOS, volvamos al Señor.
Porque él ha desgarrado, y él nos curará; él nos ha golpeado,
y él nos vendará.
En dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir; viviremos en su presencia y comprenderemos.
Procuremos conocer al Señor.
Su manifestación es segura como la aurora.
Vendrá como la lluvia, como la lluvia de primavera que empapa la tierra».
¿Qué haré de ti, Efraín, qué haré de ti, Judá?
Vuestro amor es como nube mañanera, como el rocío que al alba desaparece.
Sobre una roca tallé mis mandamientos; los castigué por medio de los profetas con las palabras de mi boca.
Mi juicio se manifestará como la luz.
Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.

Palabra de Dios

Salmo: 50,3-4.18-19.20-21ab

R/. Quiero misericordia, y no sacrificios

V/. Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado. R/.

V/. Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.

V/. Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):

EN aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh, Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

Palabra del Señor

1.  En tiempo de Jesús había fariseos. Y ahora los sigue habiendo, aunque no se llamen así. Los motivos que movilizan al fariseo son motivos religiosos.
Por eso, es fariseo todo individuo en el que se dan tres características:

1) Se ve a sí mismo como "bueno": ortodoxo en sus ideas, cumplidor de sus deberes, observante y sumiso a lo que está mandado.

2) Se siente "seguro" de sí mismo: de sus ideas, de su forma de vivir, de su buena familia y sus buenas   costumbres.

3) "Desprecia" a los que no piensan y no viven como él.

2.  El fariseo entra "erguido" en el templo. Va por la vida con la cabeza alta. No se reprocha nada y solo tiene motivos para dar gracias a Dios. Porque él "no es
como los demás".
Da miedo pensar en la cantidad de fariseos que hay ahora. Y, sobre todo, da mucho miedo pensar en el destrozo que están haciendo en la Iglesia. Porque la han roto, la han dividido, la han partido por la mitad. Por eso en esta Iglesia no hay manera de vivir unidos, como no sea sometiéndose a las ideas y a la forma de vida que nos quieren imponer los fariseos de ahora.
Y conste que aquí todos somos fariseos.

3.  En este momento, como en tiempo de Jesús, hay   muchos "publicanos": son todos los que, por el motivo que sea, "no se atreven a levantar los ojos al cielo". Se sienten avergonzados, humillados y, a veces, también despreciados.
Los publicanos de hoy son los divorciados, los homosexuales, los enfermos de sida... y todos los que no encuentran más solución que el recurso a la misericordia de Dios. Porque ni pueden cambiar de vida, ni la religión y sus representantes los toleran.  A no ser que se pongan a llevar una "doble vida".

4.  Uno de los problemas más serios, que todos tenemos que afrontar, está en "matar al fariseo" que todos llevamos incorporado, por el hecho de ser humanos y, por tanto, dotados de una fuerte tendencia a sentirnos seguros de nuestra propia conducta. De ahí, el desprecio que sentimos hacia quienes vemos como inferiores a nosotros.
Una de las grandes tareas de la vida es vencer el sentimiento de superioridad sobre otras personas a las que vemos o miramos como gente "inferior" o "despreciable".

San Nicolás de Flüe


Suiza, en los siglos XIV y XV, está empapada de corrientes espirituales que son propicias para la ascesis y para las visiones. Y no solamente se dan entre los clérigos o en los claustros de los monasterios; han trascendido también al laicado y en cualquier esquina o iglesia puede uno toparse con gente que transmita experiencias sobrenaturales habidas en la intimidad de la oración.
Nicolás de Flüe es un santo suizo y de esta época. Soporta sobre su figura, no legendaria sino bien probada por la historia, la dignidad nacional tanto por parte de los protestantes como de los católicos, dada la curiosa complejidad que desde siglos lleva consigo el pueblo suizo, aunque ciertamente unos y otros lo tienen como personaje emblemático por distintos motivos; los que se llaman reformadores lo miran desde la cara política y los católicos añaden el matiz espiritual.
Nació en el 1417, justo el año en que termina el Cisma de Occidente con la elección de Martín V como Papa por el concilio de Constanza. En familia de católicos campesinos, se ocupa de los trabajos del campo, pero es asiduo a la oración y practica el ayuno como cosa habitual cuatro días por semana. Se casa cuando tiene treinta años con Dorotea Wyss. La unidad familiar dura veinte años, tienen 10 hijos, uno de ellos llega a frecuentar la universidad y el mayor consigue ser presidente de la Confederación. Siendo Nicolás un hombre de paz, tuvo que intervenir en tres guerras, en la de liberación de Nüremberg, en la vieja de Zurich y en la de Turgovia contra Segismundo.
En el año 1467 da comienzo la parte de su vida que, aunque llena de contradicciones, es la forja de su santidad y de su fecundidad política. Veámosla. Tiene cincuenta años y con el permiso de su esposa y de sus hijos se retira a vivir como eremita en la garganta de Ranft. Vive entregado a la meditación preferentemente de la Pasión del Señor que contempla siguiendo los distintos episodios, como hicieron Juan Ruysbroeck y Enrique Suso. Obtiene un alto y profundo conocimiento de la Santísima Trinidad. Hace notable penitencia y practica riguroso ayuno. La celda que le han construido los paisanos solo dispone de una ventana para ver los oficios del sacerdote y otra para contemplar la naturaleza de Unterwald. El obispo de Constanza va a bendecir el lugar, que se convierte en centro de peregrinación. El contenido será el culto a la Eucaristía y el motivo el hecho milagroso del ayuno absoluto y prolongado de Nicolás. No prueba bocado en veinte años; solo ingiere la Eucaristía y una vez come porque lo manda su obispo para probar su obediencia, humildad y el carácter sobrenatural del ayuno. Aquí tiene visiones sobrenaturales y de aquí arranca su energía y acierto para enfocar los asuntos políticos que darán a Suiza estabilidad y forma de gobierno peculiar.
El místico pacificador y salvador de la patria suiza fue juez y consejero en su cantón; también Diputado en la Dieta federal en 1462 y rechazó la jefatura del Estado. En 1473 propicia y consigue se firme el tratado de paz perpetua con Austria. En la Dieta de Stans del 1478 evita la guerra civil, consiguiendo el milagro de la reconciliación. Su obra política no fue solo coyuntural, sino que hizo técnicamente posible la realidad de la patria común suiza.
Se cierra su vida con una enfermedad cargada de dolor y de sufrimiento que lleva con paciencia tan grande como su pobreza. Después de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, muere el 21 de marzo de 1487.
Desde el siglo XVI, tanto los protestantes como los católicos requieren su patronazgo; unos por sus recomendaciones de mantenerse dentro de las fronteras, por los razonamientos que les ayudan a no mezclarse en políticas extranjeras y por la cuasi prohibición de mostrar interés por la política europea; los otros, por ser un gran político que saca su genio de la condición de santo y fiel.
Sea como sea, Nicolás supo articular, unir y compaginar de un modo asombrosamente original lo que a la mayoría de los mortales nos parece un imposible contradictorio: cuidó con esmero las cosas de la tierra y amó intensamente las del cielo; fue un hombre con una actividad incansablemente eficaz, sin dejar de ser contemplativo; es a la vez casado y eremita; resulta al mismo tiempo el primer político y el más grande santo; tiene la extraña sabiduría que valora lo poco nuestro y la inmensidad de lo divino.
Los católicos comenzaron en el 1591 el proceso de canonización que no llega a promulgarse –un dato contradictorio más– hasta el 1947 por el papa Pío XII, el mismo día de la Ascensión. Han pasado más de 350 años y es que la santidad, antes de ser oficialmente reconocida, está supeditada a las contingencias históricas.

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