3 DE MARZO – MARTES –
1 – SEMANA DE CUARESMA – A –
Lectura del libro de Isaías (55,10-11):
ESTO dice el Señor:
«Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino
después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come, así será mi palabra
que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y
llevará a cabo mi encargo».
Palabra de Dios
Salmo:
33,4-5.6-7.16-17.18-19
R/.
El Señor libra de sus angustias a los justos
V/. Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
V/. Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
El afligido invocó al Señor,
él lo escuchó y lo salvó de sus
angustias. R/.
V/. Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los
malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.
V/. Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Mateo (6,7-15):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se
imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro
Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
Vosotros orad así:
“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu reino, hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona
nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no
nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro
Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre
perdonará vuestras ofensas».
Palabra del Señor
1.
La oración es, antes que ninguna otra cosa, la expresión de un deseo.
Por tanto, lo que importa es la oración y lo que realmente pedimos en ella es
lo que deseamos. Pero eso no depende de
que la oración sea repetitiva, rezando "de
carrerilla" plegarias que uno se imagina
que, por repetirla mucho, van a ser más eficaces.
Es verdad que Jesús oraba toda la
noche (Mt 14, 23-25) o repetidamente (Mt 26, 36-46). Pero lo que aquí se
rechaza es la idea de los que piensan que serán oídos precisamente por la
fuerza de sus muchas jaculatorias, sus muchos salmos, las largas letanías. En
la piedad judía, se prevenía contra la tentación de los rezos prolongados (Ecl
5, 2-3; Is 1, 15; Edo 7, 14).
Lo determinante no es el mucho tiempo
que se reza, sino la sinceridad, la verdad, la transparencia de nuestro
"deseo" hecho oración.
2.
El "Padre nuestro" es una oración comunitaria. Todo en ella está dicho en plural, de forma
que el centro de cuanto se desea no es el "yo", sino el "nosotros".
O sea, el orante no es una persona
centrada en sí misma, en lo que a ella le conviene, lo que le interesa o lo que
teme. Lo central, en la vida del discípulo de Jesús, es lo que afecta al grupo
humano, a la sociedad, al mundo.
Esta creciente apertura a los demás, a
los otros en general, es específica de quien cree en Jesús. Esto significa que
la fe en Jesús supera lo meramente instintivo, que tiene su centro en el yo.
Lo determinante, en la vida del
creyente, no es "lo propio", sino "lo común". Solo cuando
este espíritu se va haciendo vida, en nuestra vida, solo entonces podemos rezar
con sentido el "Padre nuestro".
3. Las tres primeras peticiones
conciernen a Dios: tu nombre, tu reinado, tu voluntad. Es decir:
1) Que el nombre de Dios sea respetado
y no se use jamás para lo que no se debe usar.
2) Que Dios reine de verdad, por
encima de otros intereses o poderes.
3) Que hagamos las cosas como Dios
quiere, no como nos interesan a nosotros.
Las tres peticiones siguientes conciernen a
los orantes: nuestro pan, nuestras ofensas, nuestras tentaciones.
La comida, las relaciones mutuas, las
fuerzas que nos inclinan a hacer daño, todo eso, que se tenga, se desarrolle o
se supere según lo que más necesitamos, lo que nos da vida y felicidad, lo que
nos hace más buenas personas, más honrados, más útiles para lo que realmente
conviene a este mundo.
Estos han de ser los contenidos de lo
que deseamos y le pedimos a Dios. Orar es expresar lo que se desea. Pues bien,
se trata de que nuestros deseos estén siempre orientados al bien de todos y no
a las conveniencias propias.
Santos Emeterio y Celedonio de Calahorra, mártires
Vida de San Emeterio y san Celedonio de Calahorra
En verso recogió por escrito los relatos
de su muerte el poeta hispano Prudencio.
Calahorra está unida a estos soldados por
el hecho de su martirio y quizás también por ser el lugar de su nacimiento.
Otros señalan a León como cuna por los libros de rezos leoneses -antifonarios,
leccionarios y breviarios del siglo XIII- al interpretar «ex legione» como
lugar de su proveniencia, cuando parece ser que la frase latina es mejor
referida a la Legión Gemina Pia Felix a la que pertenecieron y que estuvo
acampada cerca de la antigua Lancia, hoy León, según se encuentra en el documento
histórico denominado "Actas de Tréveris" del siglo VII.
En la parte alta de Calahorra está la
iglesia del Salvador -probablemente en testimonio perpetuante del hecho
martirial- por donde antes estuvo un convento franciscano y antes aún la
primitiva catedral visigótica que debió construirse, según la costumbre de la
época, junto a la residencia real, para defensa ante posibles invasiones y que
fue destruida por los musulmanes en la invasión del 923, según consta en el
códice primero del archivo catedralicio.
No se conocen las circunstancias del
martirio de estos santos; no las refiere Prudencio. ¡Qué pena que el emperador
Diocleciano ordenara quemar los códices antiguos y expurgar los escritos de su
tiempo! Con ello intentó, por lo que nos refiere Eusebio, que no quedara
constancia ni sirviera como propaganda de los mártires y evitar que se
extendiera el incendio. Tampoco hay en el relato nombres que faciliten una
aproximación. ¿Fue al comienzo del siglo IV en la persecución de Diocleciano?
Parece mejor inclinarse con La Fuente por la mitad del siglo III, en la de
Valeriano, contando con que algún otro retrotrae la historia hasta el siglo II.
Cierto es que Prudencio nació hacia el 350, deja escrita en su verso la
historia antes del 401, cuando se marcha a Italia, hablando de ella como de
suceso muy remoto y no debe referirse con esto al tiempo de Daciano (a. 304)
porque esta época ya fue conocida por los padres del poeta. Es bueno además no
perder de vista que el narrador antiguo no es tan exacto en la datación de los
hechos como la actual crítica, siendo frecuente toparse con anacronismos poco
respetuosos con la historia.
El caso es que Emeterio y Celedonio
-hermanos de sangre según algunos relatores- que fueron honrados con la
condecoración romana de origen galo llamada torques por los méritos al valor,
al arrojo guerrero y disciplina marcial, ahora se ven en la disyuntiva de
elegir entre la apostasía de la fe o el abandono de la profesión militar. Así
son de cambiantes los galardones de los hombres. Por su disposición sincera a
dar la vida por Jesucristo, primero sufren prisión larga hasta el punto de
crecerles el cabello. En la soledad y retiro obligados bien pudieron ayudarse
entre ellos, glosando la frase del Evangelio, que era el momento de «dar a Dios
lo que es de Dios» después de haberle ya dado al César lo que le pertenecía. Su
reciedumbre castrense les ha preparado para resistir los razonamientos,
promesas fáciles, amenazas y tormentos. En el arenal del río Cidacos se fija el
lugar y momento del ajusticiamiento. Cuenta el relato que los que presencian el
martirio ven, asombrados, cómo suben al cielo el anillo de Emeterio y el
pañuelo de Celedonio como señal de su triunfo señero.
Muy pronto el pueblo calagurritano
comenzó a dar culto a los mártires. Sus restos se llevaron a la catedral del
Salvador; con el tiempo, las iglesias de Vizcaya y Guipúzcoa con otras hispanas
y medio día de Francia dispusieron de preciosas reliquias. Junto al arenal que
recogió la sangre vertida se levanta la catedral que guarda sus cuerpos. Hoy
Emeterio y Celedonio, los santos cantados por su paisano Prudencio, y
recordados por sus compatriotas Isidoro y Eulogio son los patronos de Calahorra
que los tiene por hermanos o de sangre o -lo que es mayor vínculo- de patria,
de ideal, de profesión, de fe, de martirio y de gloria.
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