martes, 17 de marzo de 2020

Párate un momento: El Evangelio del dia 18 DE MARZO – MIÉRCOLES – 3 – SEMANA DE CUARESMA – A – SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor






18 DE MARZO – MIÉRCOLES –
3 – SEMANA DE CUARESMA – A –

Lectura del libro del Deuteronomio (4,1.5-9):

MOISÉS habló al pueblo, diciendo:
«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos, como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais a entrar para tomar posesión de ella.
Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán:
“Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta gran nación”.
Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?
Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?
Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y a tus nietos».

Palabra de Dios

Salmo: 147,12-13.15-16.19-20

R/. Glorifica al Señor, Jerusalén

V/. Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.

V/. Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz;
manda la nieve como lana,
esparce la escarcha como ceniza. R/.

V/. Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,17-19):

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».

Palabra del Señor

1.  Para comprender la importancia y el significado de la advertencia sobre la ley, que aquí hace Jesús, conviene recordar que, en la formación del judaísmo, es determinante la reforma que llevó a cabo Esdras y que se afianzó en los siglos IV y III.
El punto capital de esta reforma consistió en establecer la Ley como el elemento constitutivo de la comunidad judía, toda ella fundamentada en la observancia exacta de la Ley (Torá) (J. Bright).
Por eso Jesús advierte que él no ha venido a abolir la Ley. Jesús era judío. Y, de no haber dejado muy clara su postura respeto a la Ley, el judaísmo del s. I ni le habría prestado atención.

2.  Pero el planteamiento de Jesús va mucho más lejos.  Porque afirma que "no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento".
El verbo "pleróo", que utiliza este evangelio para hablar del   "cumplimiento", significa dos cosas:

1) Hacer respetar la Ley.

2) Modificar la Ley mediante sus enseñanzas (G. Strecker, H. Hübner).

Jesús, en efecto, fue siempre un buen israelita. Pero no solo eso. Además, Jesús subordinó la observancia de la Ley a las necesidades y carencias de los seres humanos.
Las curaciones de enfermos son características en este sentido. Jesús curó enfermos precisamente en los días que eso estaba prohibido por la Ley religiosa.
Para Jesús, el problema humano de la salud estaba antes que el problema religioso de la observancia de la Ley Sagrada.
Para Jesús, lo más sagrado es el bien del ser humano.

3. ¿Qué significa esto? Este comportamiento de Jesús, y sus enseñanzas a este respecto, entrañan un criterio y un principio de acción, que es decisivo en la vida, a saber: la ética sin misericordia lleva directamente a la dictadura.
Así es. Todos los dictadores y tiranos, que en el mundo han sido, oprimieron, maltrataron y hasta mataron a la gente, explicando semejante conducta y justificando sus atrocidades con argumentos éticos de la más alta significación: la defensa de la justicia, de los derechos, del bien de la patria, de la dignidad de las clases trabajadoras, la protección de la propiedad, el fomento de la fe y de la religión, etc.
Pero de sobra sabemos que, cuando todo eso se hace sin entrañas de misericordia hacia cada ser humano en su situación concreta, lo que se impone no es la ética, sino la barbarie, que machaca literalmente a los individuos y a los pueblos.
Lo decisivo, para Jesús, no fue la ética, sino la misericordia.

SAN CIRILO DE JERUSALEN, Obispo y Doctor


Le tocó vivir en una de las épocas más difíciles de la historia de la Iglesia. Justo las de las controversias cristológicas en torno a la divinidad de Jesucristo. Se hacía cada vez más necesario llegar a fórmulas que precisaran los conceptos que se discutían; y esto no siempre se hizo en clima de seriedad científica, ni con espíritu apostólico buscando el bien de los cristianos. Se enredaron unos y otros en la controversia, poniendo excesivo énfasis en la defensa de los prestigios personales, tantas veces enmarañados con el afán de poder y de influencia; subieron de tono las envidias, los odios y rencores con evidente falta de respeto a la caridad, a la dignidad de las personas, a la veneración a los pastores. No fue precisamente una etapa que pueda presentarse como modélica y ejemplar en los comportamientos. Hubo santos como Cirilo y herejes también. Los apasionamientos hicieron que el estilo no fuera irreprochable.
Cirilo nació en Jerusalén alrededor del año 315. Sin que se sepa mucho más de su niñez, se le conoce como monje dedicado al estudio de la Sagrada Escritura y a la vida de oración y penitencia. Alrededor de sus treinta años se ordenó sacerdote; pronto pasó a ser obispo de Jerusalén, a la muerte de san Máximo, su predecesor; fue amigo de Hilario de Poitiers en Seleucia y de Atanasio. También san Jerónimo habla de él, pero con datos no excesivamente conformes con la historia.
Sus primeros años de obispo jerosolimitano fueron de una actividad intensa constatada por Basilio en Grande, que describe el estado floreciente de aquella Iglesia cuando la visitó, en el 357.
Después de un decenio de paz, comenzó para Cirilo un verdadero calvario. Se vio envuelto en una controversia con el metropolita de Cesarea, llamado Acacio. Era la disputa por la jurisdicción entre las dos sedes; pero aquello desembocó en una lucha doctrinal. Por medio estaba el pasado concilio de Nicea, y del mismo modo que Cirilo era incondicional al concilio, Acacio era enemigo acérrimo. Vinieron sínodos y apelaciones al emperador Constancio y el empleo de la fuerza; el resultado fue que Cirilo tiene que salir a su primer destierro camino de Antioquía. La recuperó en el año 362, siendo ya emperador Juliano el Apóstata; las tensiones entre Cesarea y Jerusalén volvieron a ponerse de manifiesto a la muerte de Acacio por el hecho de nombrar Cirilo un sucesor legítimo que no aceptaron los arrianos; así que, en el 367, comenzó un nuevo destierro, esta vez por once años. Al subir Graciano al Imperio pudo regresar Cirilo a su sede jerosolimitana, a finales del 378, para intentar poner en su sitio las piedras rotas por tanta desunión y herejía, procurando que la diócesis y sus fieles recuperaran el antiguo fervor.
Murió el peregrino errante en el año 386, después de haber conseguido pacificar algo las turbulencias y conseguir la unión con la Iglesia de algunos grupos separados.
Los sufrimientos no solo fueron físicos, sino también morales; en el apasionamiento de las peleas y diatribas no faltó quien le tachó de arriano, viendo en algunos actos de su prudencia concesiones a la galería de los separados; pero Cirilo se mostró siempre como defensor sin fisura de la fe que profesaba la Iglesia de Roma y estuvo incondicionalmente unido a ella.
eso que tenía un espíritu pacífico y conciliador, más amigo de enseñar que de polemizar. Su mejor elogio es el permanente odio de los arrianos, que en todo tiempo vieron en él un enemigo implacable.
Nombrado doctor de la Iglesia en 1882 por su enseñanza firme y constante, sin concesiones, con toda la precisión terminológica que cabía esperar en un catequista más que en un teólogo. Sus escritos son principalmente catequesis –obras maestras en su género– y pertenecen al primer período de paz en su sede de Jerusalén: una exposición sencilla y pastoral de la fe cristiana. Caben distinguirse las Catequesis que predicó a sus fieles de Jerusalén en la Cuaresma del año 384; unas, concretamente dieciocho, las dirigió a los catecúmenos, en la basílica de la Resurrección –esa que construyó Constantino sobre el lugar donde estuvo el sepulcro del Señor– y los temas desarrollados versan sobre el pecado, la penitencia y el bautismo, con algunos comentarios sistemáticos sobre los diversos artículos del Símbolo; otras –las que se llaman Mistagógicas– las predicó en la capilla del Santo Sepulcro, durante la semana de Pascua de ese mismo año y las dirigió a los neófitos –cristianos recién bautizados–, explicándoles las ceremonias del bautismo, e instruyéndoles sobre la Eucaristía y la liturgia de la Iglesia.

Quien piense que la historia de la Teología y de la Liturgia se ha escrito por maniáticos que ocuparon sendos despachos bien montados se equivoca; detrás de cada tratado o de cada disposición cultual hay toda una complicada trama forjada con la vida de hombres que decidieron ser fieles a los datos revelados, aunque eso les llevara a soportar las mayores penalidades.


No hay comentarios:

Publicar un comentario