22 DE MARZO – DOMINGO –
4 – SEMANA DE CUARESMA – A –
San Bienvenido Scotivoli
San Bienvenido Scotivoli
Lectura del primer libro de Samuel (16,1b.6-7.10-13a):
En aquellos días, el Señor dijo a Samuel:
«Llena
la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre
sus hijos me he elegido un rey.»
Cuando
llegó, vio a Eliab y pensó:
«Seguro,
el Señor tiene delante a su ungido.»
Pero
el Señor le dijo:
«No
te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no
ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón.»
Jesé
hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo:
«Tampoco
a éstos los ha elegido el Señor.»
Luego
preguntó a Jesé:
«¿Se
acabaron los muchachos?»
Jesé
respondió:
«Queda
el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas.»
Samuel
dijo:
«Manda
por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue.»
Jesé
mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen
tipo.
Entonces
el Señor dijo a Samuel:
«Anda, úngelo, porque es éste.»
Samuel
tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento,
invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.
Palabra de Dios
Salmo: 22,1-3a.3b-4.5.6
R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R/.
Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R/.
Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R/.
Tu bondad y tu misericordia
me acompañan todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,8-14):
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como
hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz–, buscando
lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las
tinieblas, sino más bien denunciadlas. Pues hasta da vergüenza mencionar las
cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz, denunciándolas, las pone al
descubierto, y todo lo descubierto es luz.
Por
eso dice:
«Despierta,
tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan (9,1.6-9.13-17.34-38):
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y
escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y
le dijo:
«Ve
a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él
fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo
pedir limosna preguntaban:
«¿No
es ése el que se sentaba a pedir?»
Unos
decían:
«El
mismo.»
Otros
decían:
«No
es él, pero se le parece.»
Él
respondía:
«Soy
yo.»
Llevaron
ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo
barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había
adquirido la vista.
Él
les contestó:
«Me
puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos
de los fariseos comentaban:
«Este
hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros
replicaban:
«¿Cómo
puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y
estaban divididos.
Y
volvieron a preguntarle al ciego: «Y tú,
¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él
contestó:
«Que
es un profeta.»
Le
replicaron:
«Empecatado
naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo
expulsaron.
Oyó
Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
«¿Crees
tú en el Hijo del hombre?»
Él
contestó:
«¿Y
quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús
le dijo:
«Lo
estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él
dijo:
«Creo,
Señor.» Y se postró ante él.
Palabra del Señor
El caso del testigo condenado. Domingo 4º de Cuaresma.
De nuestro
corresponsal en Jerusalén
«A
mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y,
al final, lo condenaron como culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?»
Me lo dice el padre de un ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las
autoridades. Un caso que tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la
gran fiesta.
Todo
comenzó el sábado pasado, cuando un muchacho ciego de nacimiento fue curado de
su ceguera por un galileo llamado Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se
planteó la discusión de si era ciego por culpa propia o de sus padres. Jesús
dijo que nadie tenía la culpa, se agachó a recoger un poco de polvo, escupió
sobre él y untó el barro en los ojos del ciego. Luego le mandó lavarse en la
piscina de Siloé. Lo hizo y comenzó a ver.
Este
corresponsal ha intentado ponerse en contacto con el ciego, pero le ha
resultado imposible. Tampoco hay noticias de Jesús, que parece haber abandonado
la ciudad. Según algunos, este galileo se considera superior a Abrahán y Moisés
y no se siente obligado a observar el sábado. Las autoridades, preocupadas por
el escándalo que está provocando en la población, convocaron al ciego como
testigo de cargo contra Jesús. Según su padre, se comportó de manera imprudente
y de testigo terminó en acusado y condenado. No se extrañen. Jerusalén no es
Alejandría. En Jerusalén todo es posible.
Un relato en seis
escenas
La
curación del ciego de nacimiento en una joya literaria, por su dinamismo,
diálogo, ironía. Podemos distinguir siete escenas: 1) Jesús, los
discípulos y el ciego. 2) El ciego y sus vecinos. 3) El ciego y
los fariseos. 4) Los judíos y los padres del ciego. 5) Los judíos
y el ciego. 6) Jesús y el ciego. 7) Los fariseos y Jesús
1ª escena: Jesús,
los discípulos y el ciego
En aquel tiempo, al
pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.Y sus discípulos le
preguntaron:
—Maestro, ¿quién pecó:
éste o sus padres, para que naciera ciego?
Jesús contestó:
—Ni éste pecó ni sus
padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo.
Dicho esto, escupió en
la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le
dijo:
—Ve a lavarte a la
piscina de Siloé (que significa Enviado). El fue, se lavó, y volvió con
vista.
La relación entre pecado y castigo estaba muy difundida en el antiguo
Israel (y también entre bastantes de nosotros). Jesús mismo ha dicho poco antes
al paralítico: «no peques para que no te ocurra algo peor». Sin embargo,
en este caso, niega cualquier relación de la enfermedad con un hipotético
pecado del ciego o de sus padres. Nació ciego «para que se manifiesten en
él las obras de Dios». Una respuesta que puede escandalizar a más de uno. ¿Es
preciso que una persona sufra para que Dios manifieste su poder? Dejemos de
momento este tema.
En
la respuesta de Jesús a los discípulos hay unas palabras esenciales, claves
para entender todo el relato:
«Mientras
estoy en el mundo, soy la luz del mundo». ¿Cómo ilumina Jesús? ¿En qué consiste
esa luz?
Lo descubriremos al final.
La
forma de realizar el milagro es desconcertante a primera vista. En el evangelio
de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo
demostrará sobre todo poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple
orden: «Lázaro, sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un
método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y
lo envía a la piscina del Enviado (Siloé). El barro en los ojos recuerda a la
curación del ciego de Betsaida que cuenta Marcos, donde Jesús le aplica saliva
en los ojos y luego le aplica las manos (Mc 8,22-25). La idea de lavarse en la
piscina recuerda la orden de Eliseo a Naamán de bañarse siete veces en el
Jordán.
¿Se
trata de la reminiscencia de un gesto mágico? La clave está en la cuádruple
referencia al barro, unida a la indicación: «era sábado el día que Jesús
hizo barro». Una contravención expresa del descanso sabático, igual que ocurrió
en la curación del paralítico de la piscina. Una de las acusaciones más fuertes
que se hacen a Jesús en el cuarto evangelio.
En
esta primera escena el ciego no dice nada. Se limita a obedecer.
2ª escena: el
ciego y los vecinos
Diálogo
cargado de ironía. En el conjunto, es importante advertir que el ciego sabe que
el hombre que lo ha curado se llama Jesús, pero no sabe dónde está.
Y los vecinos y los que
antes solían verlo pedir
limosna preguntaban:
limosna preguntaban:
—¿No es ése el que se
sentaba a pedir?
Unos decían: —El
mismo.
Otros decían: —No
es él, pero se le parece.
El respondía: —Soy
yo.
Y le
preguntaban: —¿Y cómo se te han abierto los ojos?
El contestó: —Ese
hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que
fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.
Le
preguntaron: —¿Dónde está él?
Contestó: —No sé.
3ª escena:
los fariseos y el ciego
Llevaron ante los
fariseos al que había sido ciego. (Era sábado el día que Jesús hizo
barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la
vista.
barro y le abrió los ojos.) También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la
vista.
El les contestó:
—Me puso barro en los
ojos, me lavé y veo.
Algunos de los fariseos
comentaban:
—Este hombre no viene
de Dios, porque no guarda el sábado.
Otros replicaban:
—¿Cómo puede un pecador
hacer semejantes signos?
Y estaban divididos. Y
volvieron a preguntarle al ciego:
—Y tú ¿qué dices del
que te ha abierto los ojos?
El contestó:
—Que es un profeta.
Plantea
el problema del sábado. Comienza advirtiendo el evangelista que «era
sábado el día que Jesús hizo barro», y algunos fariseos concluyen:
«Este hombre no viene de Dios porque no
guarda el sábado». Sin embargo, otros se sienten desconcertados, como le
ocurrió a Nicodemo: «¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?».
El
ciego habla poco. Repite la curación, pero con menos palabras que cuando la
contó a sus vecinos. En cambio, su visión de Jesús ha mejorado notablemente. Ya
no lo considera «un hombre» sino «un profeta». Lo mismo que dijo
la samaritana, aunque por motivos distintos: ella, porque Jesús conocía toda su
vida; el ciego, porque Jesús ha realizado un prodigio sorprendente.
4ª escena:
los judíos y los padres del ciego
Pero los judíos no se
creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que
llamaron a sus padres y les preguntaron:
—¿Es éste vuestro hijo,
de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora
ve?
ve?
Sus padres contestaron:
—Sabemos que éste es
nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo
sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos,
nosotros tampoco lo sabemos.
Preguntádselo a él, que
es mayor y puede explicarse.
Sus padres respondieron
así porque tenían miedo a los judíos: porque los judíos ya habían acordado
excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso
sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»
Esta escena,
que la liturgia permite suprimir, es esencial para comprender el mensaje del
episodio a finales del siglo I. En la época de Jesús los fariseos no tenían
poder para expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la
caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio
perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del
siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a
enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y
expulsándolos de la sinagoga. El relato de Juan refleja muy bien, a través de
los padres del ciego, el miedo de muchos judíos piadosos a sufrir ese castigo
si reconocían a Jesús como Mesías. Y las tensiones dentro de la familia cuando uno
de sus miembros se hacía cristiano.
5ª escena:
los fariseos y el ciego
Llamaron por segunda
vez al que había sido ciego y le dijeron:
—Confiésalo ante
Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.
Contestó él:
—Si es un pecador, no
lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo:
Le preguntan de nuevo:
—¿Qué te hizo? ¿cómo te
abrió los ojos?
Les contestó:
—Os le he dicho ya, y
no me habéis hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez?, ¿también
vosotros queréis haceros discípulos suyos?
Ellos lo
llenaron de improperios y le dijeron:
—Discípulo de ése lo
serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a
Moisés le habló Dios, pero ese no sabemos de dónde viene.
Replicó él:
—Pues eso es lo raro:
que vosotros no sabéis de dónde viene, y, sin embargo, me ha abierto los
ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso
y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un
ciego de nacimiento, si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.
Le replicaron:
—Empecatado naciste tú
de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?
Y lo expulsaron.
El ciego
terminó su declaración anterior diciendo que Jesús es «un profeta». Los
fariseos le exigen ahora que reconozca que «ese hombre es un pecador».
Ante esa acusación, el ciego no lo defiende con argumentos teológicos sino de
orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora
veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si
también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una
apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría
ningún poder.»
La tensión
entre cristianos y judíos a finales del siglo I queda clara en las palabras de
los fariseos: ellos se consideran «discípulos de Moisés», al que Dios
habló, no de Jesús, del que «no sabemos de dónde viene». Resuena aquí un
tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Es una pregunta
ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede
salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías)
sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los
fariseos no pueden aceptarlo. Por eso, Jesús es para ellos un pecador, aunque
realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones
que ellos le imponen. Por eso, terminan expulsado al ciego de la sinagoga.
6ª escena:
Jesús y el ciego
Oyó Jesús que lo habían
expulsado, lo encontró y le dijo:
—¿Crees tú en el Hijo
del hombre?
Él contestó:
—¿Y quién es, Señor,
para que crea en él?
Jesús le dijo:
—Lo estás viendo: el
que te está hablando ese es.
Él dijo:
—Creo, Señor.
Y se postró ante él.
Hasta
ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Él lo
considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe
venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la visión completa la recupera
en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se
postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros,
casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús,
creer en él y adorarlo.
7ª escena:
Jesús y los fariseos
Dijo Jesús:
—Para un juicio he
venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean, y los que
ven, se queden ciegos.
ven, se queden ciegos.
Los fariseos que
estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
—¿También nosotros
estamos ciegos?
Jesús les contestó:
—Si estuvierais ciegos,
no tendríais pecado; pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.
La
reacción del ciego da paso a la enseñanza final de Jesús. Al principio dijo que
él era la luz del mundo. Ahora aclara en qué consiste su misión: «que los
que no ven, vean, y los que ven, se queden ciegos». Volviendo a la situación de
finales del siglo I, «los que ve» son los fariseos, las autoridades
religiosas de Israel, que no dudan de nada y niegan que Jesús sea el
Mesías; «los que no ven» son los judíos y paganos de buena voluntad
que pueden descubrir poco a poco la persona de Jesús y creer en él.
Si
tenemos en cuenta el valor simbólico de la figura del ciego, resulta más fácil
entender las palabras iniciales de Jesús de que nació ciego «para que se
manifiesten en él las obras de Dios». No se trata de ceguera física, sino de la
ceguera espiritual de no conocer a Jesús.
La samaritana y el ciego
Hay
un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan.
En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y
en ambos casos el descubrimiento los lleva a la acción. La samaritana difunde
la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los
fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe
sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por
no observar el sábado.
Relación con la primera lectura
Sin la ayuda
de Dios, Samuel es incapaz de ver cuál es la persona elegida como rey de
Israel. Sin la ayuda de Jesús, el hombre es incapaz de reconocerlo como su
salvador.
Relación con la segunda lectura
La
luz que recibimos de Jesús debe manifestarse en nuestra forma de
vivir, «como hijos de la luz»: con bondad, justicia, verdad.
San Bienvenido Scotivoli
En Osimo, en el Piceno, san Bienvenido Scotivoli, obispo, que, elegido por el papa Urbano IV para esta sede, promovió la paz entre los ciudadanos y, según el espíritu de los Hermanos Menores, quiso morir sobre tierra desnuda († 1282).
Breve Biografía
Bienvenido Scotívoli nació en Ancona en 1188; estudió derecho en Bolonia bajo la guía de San Silvestre Guzzolini, canónigo de Osimo, después fundador de los monjes Silvestrinos.
Nombrado capellán pontificio, luego arcediano de Ancona. El 1 de agosto de 1263 fue nombrado administrador de la diócesis de Osimo, que había sido unida a la Numana por Gregorio IX en castigo por su adhesión al partido de Federico II. Restablecida la sede el 13 de marzo de 1264 Urbano IV le confió su gobierno a Bienvenido, que en 1267 fue también encargado por Clemente IV del gobierno de la Marca de Ancona.
En este período ordenó sacerdote a san Nicolás de Tolentino. Fue devotísimo de San Francisco, acogió en su diócesis a los Hermanos Menores y pidió pertenecer a la primera Orden. Vistió con fervor el hábito y se empeñó en vivir el espíritu seráfico.
Bienvenido fue un gran reformador. Por una disposición del 15 de enero de 1270 prohibió al monasterio de San Florencio de Pescivalle, del cual era administrador, enajenar los bienes.
En un sínodo habido el 7 de febrero de 1273 prohibió la venta de las propiedades eclesiásticas y en 1274 puso en marcha las reformas del capítulo de la catedral y defendió los derechos de la diócesis sobre la ciudad de Cingoli.
En su ministerio episcopal siempre tuvo como única meta promover la gloria de Dios, despreciar las riquezas y las cosas del mundo, trabajar intensamente por el bien de su alma y de las almas confiadas a sus cuidados.
En su actuación sabía unir la fortaleza y la suavidad de los modales, para el triunfo de la justicia y de la paz en el vínculo del amor. Fue un verdadero y buen pastor de su rebaño y vigilante custodio de las leyes de Dios y de la Iglesia. Celoso en la predicación evangélica y en la instrucción catequística, muchas veces visitó la diócesis, celebró un sínodo diocesano en el cual dictó sabias normas para promover la disciplina eclesiástica. Promovió la cultura y la formación de los nuevos levitas, que preparaba para el sacerdocio, con palabra inspirada, con el buen ejemplo, y con su vida santa.
Bienvenido murió el 2 de marzo de 1282, a los 94 años. Fue sepultado en la iglesia catedral de Osimo en un noble mausoleo, por disposición del clero y el pueblo. Sobre su sepulcro tuvieron lugar gracias y milagros. Martín IV reconoció el culto en 1284, sin haber sido canonizado.
http://es.catholic.net
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