15 DE MARZO – DOMINGO – 3 – SEMANA
DE CUARESMA – A –
Sta. María Luisa de Marillac, viuda
Lectura
del libro del Éxodo (17,3-7):
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed,
murmuró contra Moisés:
«¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a
nuestros hijos y a nuestros ganados?»
Clamó Moisés al Señor y dijo:
«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.»
Respondió el Señor a Moisés.
«Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel;
lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí
estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella
agua para que beba el pueblo.»
Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre
a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos Israel y porque habían
tentado al Señor, diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»
Palabra de Dios
Salmo:
94,1-2.6-7.8-9
R/.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
Entrad, postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él
guía. R/.
Ojalá escuchéis hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en
Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a
prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis
obras.» R/.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,1-2.5-8):
Ya que hemos recibido la justificación por la fe,
estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos
obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos,
apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no
defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo
señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por
un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; más la prueba
de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros.
Palabra de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Juan (4,5-42):
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria
llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el
manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al
manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice:
«Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice:
«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?»
Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó:
«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice:
«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?;
¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron
él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó:
«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que
yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de
él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.»
La mujer le dice:
«Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice:
«Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta:
«No tengo marido».
Jesús le dice:
«Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es
tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo:
«Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este
monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en
Jerusalén.»
Jesús le dice:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén
daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros
adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se
acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero
adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto
así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y
verdad.»
La mujer le dice:
«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá
todo.»
Jesús le dice:
«Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los
samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos
que él es de verdad el Salvador del mundo.»
Palabra del Señor
Jesús
en Samaria.
Una
historia en cuatro actos.
Acto I: Jesús
y la mujer
Al alzarse el
telón, se ve un valle, no muy grande, entre dos montes; a la derecha el Ebal, a
la izquierda el Garizim. En el centro un pozo. Los discípulos han ido al pueblo
a comprar provisiones. Solo se ve a Jesús, sentado en el brocal, con aspecto
cansado. Entra por el fondo una mujer con un cántaro. Lo mira un momento, deja
el cántaro en tierra y se dispone a sacar agua del pozo. Jesús, sin ningún
preámbulo, sin saludar siquiera, le dice.
― Dame de beber.
(La mujer lo
mira sorprendida y le responde con tono irónico.)
― ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?
Los judíos no se tratan con los samaritanos.
(Jesús sonríe
ligeramente y le habla con igual ironía)
― Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le
pedirías tú, y él te daría agua viva.
(La mujer lo
mira con recelo, pensando que se trata de un loco inofensivo. Ata la soga al
cubo y se dispone a tirarlo al pozo)
― Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua
viva? ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él
bebieron él y sus hijos y sus ganados?
― El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del
agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá
dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
(Se oye el
golpe seco del cubo contra el agua. Al cabo de un momento, la mujer comienza a
tirar mientras le dice sonriendo).
― Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí
a sacarla.
(Jesús
también sonríe. Cuando la mujer apoya el cubo en el brocal, antes de que
empiece a llenar el cántaro, le dice)
― Anda, llama a tu marido y vuelve.
― No tengo marido.
― Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de
ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
(La mujer lo
mira sorprendida)
― Señor, veo que tú eres un profeta.
(Su actitud
cambia por completo, ya no lo mira como a un bicho raro ni le habla en broma.
Se siente desconcertada y curiosa. Cuando termina de llenar el cántaro mira a
la montaña que tiene enfrente, el Garizim, y le comenta).
― Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el
sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
― Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en
Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis;
nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto
verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le
den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en
espíritu y verdad.
(La mujer no
se ha enterado de mucho, pero no pide aclaraciones).
― Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá
todo.
― Soy yo, el que habla contigo.
(La
mujer lo mira con una mezcla de asombro y miedo. Está a punto de decir algo,
pero en ese momento comienzan a entrar los discípulos. Coge el cántaro, pero
cuando se lo lleva a la cintura, se detiene un momento y lo deja en tierra,
junto al pozo. Sale apresurada sin llevárselo.)
Acto II: La
mujer y sus paisanos
(La escena se
desarrolla en Sicar, pueblecito cercano al pozo. Pocas casas, niños pequeños
jugando. La mujer entra corriendo y llama a las vecinas.)
― Venid a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho.
(Una vecina,
irónica)
― ¿Todo?
― Sí, todo. Que he tenido cinco maridos.
― ¿Y te ha dicho algo del que tienes ahora?
― Sí. También lo sabe. ¿Será éste el Mesías?
(Comienzan a
entrar hombres que vuelven del campo. La mujer les repite lo ocurrido)
― Está en el pozo. Si queréis, vamos a verlo.
(Todos se
ponen en marcha)
Acto III:
Jesús y los discípulos
El
mismo escenario del primer acto. Jesús sigue sentado en el brocal del pozo. Los
discípulos le ofrecen pan y queso, pero no los toca. Ellos se sientan en el
suelo y empiezan a comer. Al cabo de un rato, Pedro y Juan se acercan a Jesús.
― Maestro, come.
(Jesús no se
dirige a ellos, habla a todo el grupo)
― Yo tengo por comida un alimento que vosotros no conocéis.
(Andrés le
comenta a Santiago)
― ¿Le habrá traído alguien de comer?
― Como no haya sido la mujer que estaba aquí cuando
llegamos… Pero ésa sólo llevaba un cántaro cuando nos la cruzamos por
el camino.
(Jesús oye el
comentario y se dirige de nuevo a todos)
― Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término
su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía cuatro meses para la cosecha?
Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya
dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando
fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con
todo, tiene razón el proverbio: «Uno siembra y otro siega». Yo os envié a
segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y vosotros recogéis el fruto de
sus sudores.
(Felipe mira
a Tomás)
― ¿Te has enterado de algo?
― De nada. Bueno, de lo primero que dijo: que cumplir la voluntad de
Dios le alimenta tanto como el pan y el queso.
― Pues tiene mérito. Ya lo quisiera yo para mí.
Acto IV:
Jesús y los samaritanos
Van
entrando los habitantes de Sicar con la mujer al frente y rodean a Jesús
mientras lo miran con curiosidad. La mujer le habla esta vez con enorme
respeto.
― Señor,
nos gustaría que te quedaras unos días en nuestro pueblo.
(Jesús
los mira con una sonrisa irónica)
― ¿Cómo vosotros, que sois samaritanos, le pedís a un judío que se
quede en el pueblo?
― La mujer dice que tú lo sabes todo. Y que la salvación viene de
los judíos.
(Jesús guarda
silencio mientras los del pueblo lo miran expectantes)
― Está bien. Me quedaré con vosotros dos días.
― ¿No pueden ser más? ¿Tanta prisa tienes?
― Yo no tengo que enseñarlo todo. Como dice el proverbio: «Uno
siembra y otro siega». Más adelante vendrán algunos de éstos a recoger el
fruto de lo que yo he sudado.
Final
Han pasado
los dos días. En el centro de la escena un grupo numeroso de samaritanos rodea
a la mujer mientras contemplan cómo Jesús y sus discípulos desaparecen camino
de Galilea.
― ¿Llevaba yo razón cuando os dije que podía ser el Mesías?
― Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído
y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.
COMENTARIO
Los evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de
Cuaresma del ciclo A, tomados de san Juan, presentan a Jesús como fuente de
agua viva (Samaritana), luz del mundo (ciego de nacimiento) y vida
(resurrección de Lázaro). Son tres símbolos de nuestras necesidades más
fuertes (agua, luz, vida), y de cómo Jesús puede llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua
Las lecturas del domingo 3º hablan de tres
personajes famosos (Jacob, Moisés, Jesús) relacionándolos con el don del agua.
En gran parte del mundo, beber un vaso de agua no plantea problemas: basta
abrir el grifo o servirse de una jarra. Pero quedan todavía muchos millones de
personas que viven la tragedia de la sed y saben el don maravilloso que supone
una fuente de agua.
En el evangelio, la samaritana recuerda
que el patriarca Jacob les regaló un pozo espléndido, del que se puede seguir
sacando agua después de tantos siglos. En la primera lectura, Moisés sacia la
sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta al evangelio, Jesús promete un
manantial que dura eternamente.
Aparentemente, el mismo problema y la
misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de Jacob dura siglos,
pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco tiempo, en un momento
concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota de él y se transforma
en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es infinitamente superior al de
Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de hablar con Jesús, deja el
cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita esa agua que es preciso
recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial interior.
Interpretación histórica y comunitaria
Quizá la intención primaria del
relato era explicar cómo se formó la primera comunidad cristiana en Samaria.
Aquella región era despreciada por los judíos, que la consideraban corrompida
por multitud de cultos paganos. De hecho, en el siglo VIII a.C., los asirios
deportaron a numerosos samaritanos y los sustituyeron por cinco pueblos que
introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes 17,30-31); serían los cinco maridos que
tuvo anteriormente la samaritana, y el sexto (“el que tienes ahora no es tu
marido”) sería Zeus, introducido más tarde por los griegos. Sin embargo,
mientras los judíos odian y desprecian a los samaritanos, Jesús se presenta en
su región y él mismo funda allí la primera comunidad. Los samaritanos terminan
aceptándolo y le dan un título típico de ellos, que sólo se usa aquí en el
Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En esa primera comunidad samaritana
se cumple lo que dice Jesús a los discípulos: «uno es el que siembra, otro el
que siega». Él mismo fue el sembrador, y los misioneros posteriores recogieron
el fruto de su actividad. Y en esa labor misionera tendría especial valor la
actividad de aquella mujer que puso en contacto a sus paisanos con la persona
de Jesús.
Interpretación individual
Pero el mensaje de este evangelio no se
limita a esta interpretación. Hay dos detalles que obligan a completar la
lectura comunitaria con una lectura más personal.
-El primero es la curiosa referencia al
cántaro de la samaritana. Lo ha traído para buscar agua, pero al final, después
de hablar con Jesús, lo deja en el pozo. Jesús le ha dado un agua distinta, que
se ha convertido dentro de ella en un manantial.
- El segundo detalle es la relación estrecha
entre la promesa de Jesús de dar agua, su invitación posterior, durante la
fiesta en Jerusalén: «el que tenga sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38),
y lo que ocurre en el calvario, cuando lo atraviesan con la lanza y de su
costado brota sangre y agua (Juan 19,34).
El tema central no es ahora la fundación
de una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él. La
persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario
de buscarse el agua, pero que siente una distinta, una insatisfacción que sólo
se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él.
Otra agua y otro pan
Un último detalle sobre la enorme riqueza simbólica
de este episodio. La samaritana se olvida de beber. Jesús se olvida de comer.
Aunque los discípulos le animen a hacerlo, él tiene otro alimento, igual que la
mujer tiene otra agua.
¿Cuál es esa agua que Jesús ha dado a la
samaritana?
Releyendo el relato, se advierte que la mujer
va cambiando su imagen de Jesús. Al principio lo considera un simple judío, que
no le merece gran respeto. Luego lo descubre como profeta, conocedor de cosas
ocultas. Más tarde se pregunta si no será el Mesías, alguien que merece toda su
consideración, aunque destruya sus convicciones religiosas precedentes; alguien
que le revela la recta relación con Dios.
En el Antiguo Testamento se usa a veces la
metáfora de la sed y del agua para expresar el deseo de Dios: «Como suspira la
cierva por las corrientes de agua, así suspira mi alma por ti, Dios mío» (Sal
42). Ese nuevo conocimiento de Dios y de Jesús es el agua que se ha llevado la
samaritana, la que no necesita el viejo cántaro, que puede quedar olvidado
junto al pozo de Jacob.
Sta. María Luisa de Marillac, viuda
Santa
Luisa de Marillac
Fundadora
de las Hermanas Vicentinas
(año
1660)
Santa Luisa
de Marillac: Nació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años,
sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud, y su
débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo:
"Probablemente,
Nuestro Señor te ha destinado a formar un hogar".
Se casó
entonces con Antonio Le Grass, secretario de la reina de Francia, María de
Médicis.
Dicen sus
biógrafos: "Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y amabilidad
logró transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo que en su
casa todos rezaran en común las oraciones de cada día.
Dios le
concedió un hijo, al cual amó de tal manera que San Vicente le escribió
diciéndole: "Jamás he visto una madre tan madre como usted".
Y en
otra carta le dice el santo: "Que felicidad nos debe traer el pensar que
somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto muchísimo más grande
que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo no he visto en ninguna otra
madre un amor tan grande por el propio hijo, como el que Usted tiene hacia el
suyo".
A los 34
años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. "Ya he servido
bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a Dios".
Claro está que en la vida "mundana" que había tenido se había comportado
tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo en afirmar que lo
más probable es que ella no cometió ni siquiera un solo pecado mortal en toda
su vida.
Esta santa
mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores espirituales a dos santos
muy famosos y extraordinariamente guías de almas: San Francisco de Sales y San
Vicente de Paúl. Con San Francisco de Sales tuvo frecuentes conversaciones
espirituales en París en 1618 (tres años antes de la muerte del santo) y con
San Vicente de Paúl trabajó por treinta años, siendo su más fiel y perfecta
discípula y servidora.
San Vicente
de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a ayudar a los pobres,
atender a los enfermos e instruir a los ignorantes. Estos grupos de caridad
existían en los numerosos sitios en donde San Vicente había predicado misiones,
pero sucedía que cuando el santo se alejaba los grupos disminuían su fervor y
su entusiasmo. Se necesitaba alguien que los coordinara y los animara. Y esa
persona providencial iba a ser Santa Luisa de Marillac.
Cuando Luisa
se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de caridad, el santo se
entusiasmó y le escribió diciendo: "Vaya en nombre del Señor. Que Dios la
acompañe. Que Él sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las dificultades".
En aquellos
tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los caminos eran largos, las
comidas malas, y los alojamientos incómodos. La santa tenía una constitución
muy débil, pero San Vicente exclamaba: "Su salud es poca, sus
tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe la
fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene".
Dicen sus
biógrafos que Luisa recorría el país visitando las asociaciones de caridad y
que llevaba siempre gran cantidad de ropas y medicinas para regalar y que casi
todo lo compraba con dinero que ella misma por sus propios esfuerzos había
conseguido.
Apenas
llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la caridad, les
recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes formaban parte de
aquella asociación, las entusiasmaba con sus recomendaciones y se esforzaba por
conseguir nuevas socias. Ella misma visitaba a los enfermos e instruía a los
ignorantes y repartía ayuda a los pobres, y esto lo hacía con tal entusiasmo y
tan grande bondad, que cuando marchaba de ahí, quedaba todo renovado y
rejuvenecido.
La familia
Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó en desgracia del rey
Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros fueron a la cárcel. Luisa,
aunque sufría mucho a causa de esto, no permitía que nadie hablara mal en su
presencia contra el rey, y su primer ministro Richelieu que tanto los habían
hecho padecer.
En 1633, el
25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de pobreza, castidad y
obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la más grande comunidad
femenina que existe, las Hermanas Vicentinas, Hijas de la Caridad.
San Vicente
les hizo este reglamento: "Por monasterio tendrán las casas de los
enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán las calles
donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la obediencia. Puerta y
muro de defensa será el temor de ofender a Dios. El velo protector será la
modestia o castidad"
En aquellos
años de 1633, Francia estaba pasando por una situación dificilísima de guerras,
miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces cuando guiadas por el incansable
San Vicente de Paúl, las Hijas de la Caridad se dedicaron a colaborar en todos
los frentes posibles, para socorrer a los más necesitados.
Santa Luisa
consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros y los ponía a
trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a hacer diversas obras
manuales. Así los fue transformando en personas útiles a la sociedad. La
alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso asilo ocupado por la mayoría de
los mendigos de París. Y las Vicentinas los atendían con exquisita caridad.
Consiguió
otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y a base de una buena
alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con sus religiosas los atendía
esmeradísimamente, y lograba en muchísimos casos su recuperación.
En 1655, el
Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva Comunidad. Y San
Vicente reúne a sus religiosas y les dice: "De hoy en adelante llevarán
siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven este título que es el más
hermoso que puedan tener".
De Santa
Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de Santa Teresa:
"Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer cómo fueron las
religiosas que ella formó y las obras que escribió". Las religiosas
formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y alma y por toda la
vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus escritos causan asombro
al considerar de dónde sacó tiempo para escribir centenares de cartas con
consejos muy prácticos y provechosos, y para resumir las numerosas conferencias
que dictaba San Vicente, copiarlas y hacerlas circular, y para hacer extractos
de las meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba el Santo, y
formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de una
actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e ignorantes.
Trece años
antes de que ella muriera, dijo San Vicente: "La hermana Luisa, por su
debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al verla, parece
que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan pálido su
rostro. Pero, sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el
cansancio".
San Vicente
no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la muerte porque él se
hallaba también muy enfermo, pero le escribió una nota diciéndole: "Usted
se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto, y nos
volveremos a ver en el cielo". Y así sucedió.
El 15 de
Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y la gangrena de un
brazo murió santamente, dejando fundada y muy extendida la más grande comunidad
de religiosas. (San Vicente murió el 27 de Septiembre de ese mismo año).
Las 33,000
religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de 3,300 casas en el
mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora, en París, allí mismo
sucedieron las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a la vicentina
Santa Catalina Labouré. Las religiosas fundadas por Santa Luisa se dedican
exclusivamente a obras de caridad.
El Papa
Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo Pontífice Juan
XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario