4 - DE AGOSTO
– MIERCOLES –
18ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Juan María Vianney, Cura de Ars
Lectura del libro de los
Números (13,1-2.25–14,1.26-30.34-35):
En
aquellos días, el Señor dijo a Moisés en el desierto de Farán: «Envía gente a explorar el país de Canaán, que
yo voy a entregar a los israelitas: envía uno de cada tribu, y que todos sean
jefes.»
Al cabo de cuarenta
días volvieron de explorar el país; y se presentaron a Moisés, a Aarón y a toda
la comunidad israelita, en el desierto de Farán, en Cadés. Presentaron su informe a toda la comunidad y
les enseñaron los frutos del país.
Y les contaron:
«Hemos entrado en el
país adonde nos enviaste; es una tierra que mana leche y miel; aquí tenéis sus
frutos. Pero el pueblo que habita el país es poderoso, tienen grandes ciudades
fortificadas (hemos visto allí hijos de Anac).
Amalec vive en la
región del desierto, los hititas, jebuseos y amorreos viven en la montaña, los
cananeos junto al mar y junto al Jordán.»
Caleb hizo callar al
pueblo ante Moisés y dijo:
«Tenemos que subir y
apoderarnos de esa tierra, porque podemos con ella.»
Pero los que habían
subido con él replicaron:
«No podemos atacar al
pueblo, porque es más fuerte que nosotros.»
Y desacreditaban la
tierra que habían explorado delante de los israelitas:
«La tierra que hemos
cruzado y explorado es una tierra que devora a sus habitantes; el pueblo que
hemos visto en ella es de gran estatura. Hemos visto allí gigantes, hijos de
Anac: parecíamos saltamontes a su lado, y así nos veían ellos.»
Entonces toda la
comunidad empezó a dar gritos, y el pueblo lloró toda la noche.
El Señor dijo a Moisés
y Aarón: «¿Hasta cuándo seguirá esta
comunidad malvada protestando contra mí? He oído a los israelitas protestar de
mí.
Pues diles:
"Por mi vida
–oráculo del Señor–, que os haré lo que me habéis dicho en la cara; en este
desierto caerán vuestros cadáveres, y de todo vuestro censo, contando de veinte
años para arriba, los que protestasteis contra mí no entraréis en la tierra
donde juré que os establecería. Sólo
exceptúo a Josué, hijo de Nun, y a Caleb, hijo de Jefoné. Contando los días que
explorasteis la tierra, cuarenta días, cargaréis con vuestra culpa un año por
cada día, cuarenta años.
Para que sepáis lo que
es desobedecerme. Yo, el Señor, juro que trataré así a esa comunidad perversa
que se ha amotinado contra mí: en este desierto se consumirán y en él morirán.»
Palabra de
Dios
Salmo
105,6-7a.13-14.21-22.23
R/. Acuérdate de mí, Señor,
por amor a tu pueblo
Hemos
pecado con nuestros padres,
hemos cometido maldades e iniquidades.
Nuestros padres en Egipto
no comprendieron tus maravillas. R/.
Bien
pronto olvidaron sus obras,
y no se fiaron de sus planes:
ardían de avidez en el desierto
y tentaron a Dios en la estepa. R/.
Se
olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en el país de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.
Dios
hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.
Lectura del
santo evangelio según san Mateo (15,21-28):
En aquel
tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer
cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi
hija tiene un demonio muy malo.»
Él no le respondió
nada.
Entonces los discípulos
se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene
detrás gritando.»
Él les contestó:
«Sólo me han enviado a
las ovejas descarriadas de Israel.»
Ella los alcanzó y se
postró ante él, y le pidió:
«Señor, socórreme.»
Él le contestó:
«No está bien echar a
los perros el pan de los hijos.»
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor;
pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es
tu fe: que se cumpla lo que deseas.»
En aquel momento quedó
curada su hija.
Palabra del
Señor
1.
Ante este relato, son muchas las personas que, de entrada, se sienten
mal.
Porque
no es propio de una persona bien educada responder a una mujer que pide ayuda,
lo que dice este evangelio que respondió Jesús. Por eso cabe preguntarse si
efectivamente este episodio sucedió tal y como se cuenta.
2.
Para comprender lo que este evangelio quiere enseñar, hay que tener
presente que la mujer, que acude a Jesús, era cananea. Es decir, era una mujer
pagana. Esto supuesto, la clave de interpretación del relato está en que
primero hay un rechazo del paganismo (representado por la mujer), y después
hace un elogio de lo que antes se ha rechazado.
Sucediera o no sucediera tal como se
cuenta, el hecho es que, en Jesús, se produce un cambio: el pasa del exclusivismo religioso a la
aceptación y el elogio de la fe de quien pertenece a otra religión.
3.
Por tanto, Jesús representa el fin del exclusivismo religioso. Que no
solamente es la aceptación de la tolerancia y el respeto a quien tiene otras
creencias y otras prácticas religiosas. Es, sobre todo, el elogio de quien,
tenga creencias, que tenga, tiene una profunda humanidad, que se manifiesta en
el
cariño
a su hija, la preocupación por ella, la bondad del que soporta un rechazo
humillante y, sobre todo, la fe-confianza en Jesús, es decir, fiarse de quien
puede poner fin al sufrimiento. Jesús no le pidió a la mujer que cambiara
religión. Jesús solo se fijó en la humanidad de aquella madre.
San Juan María Vianney, Cura de Ars
Martirologio Romano: Memoria de san Juan María Vianney,
presbítero, que durante más de cuarenta años se entregó de una manera admirable
al servicio de la parroquia que le fue encomendada en la aldea de Ars, cerca de
Belley, en Francia, con una intensa predicación, oración y ejemplos de
penitencia. Diariamente catequizaba a niños y adultos, reconciliaba a los
arrepentidos y con su ardiente caridad, alimentada en la fuente de la
Eucaristía, brilló de tal modo, que difundió sus consejos a lo largo y a lo
ancho de toda Europa y con su sabiduría llevó a Dios a muchísimas almas (†1859).
Breve Biografía
Uno
de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianney,
llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo:
"Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a
los grandes".
Era
un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de
1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió
ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir
a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los
agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los
que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la
hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un
pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban
a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa
que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las
autoridades.
Juan
María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen
obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además, no era
fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en
guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y
llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo
llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar,
se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo
llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás
se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a
alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. "Sígame,
que yo lo llevaré a donde debe ir". Lo siguió y después de mucho caminar
se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se
encontraban totalmente lejos del batallón.
Y al
llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La
ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que
era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar,
y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y
escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí
grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor
el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se
habían fugado del ejército, y Vianney pudo volver otra vez a su hogar.
Trató
de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba
aprender nada. Los profesores exclamaban: "Es muy buena persona, pero no
sirve para estudiante No se le queda nada". Y lo echaron.
Se
fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis,
viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con
la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no
dejarse desanimar por las dificultades. El año siguiente, recibió el sacramento
de la confirmación, que le confirió todavía mayor fuerza para la lucha; en él
tomó Juan María el nombre de Bautista.
El
Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a
Vianney. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre
muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba, Pero su conducta era
tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen
Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al
sacerdocio.
Después
de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo
presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a
las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado:
negativa total a que fuera ordenado de sacerdote.
Su
gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde
sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado
para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio,
que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus
apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr.
Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianney es
de buena conducta? - Ellos le respondieron: "Es excelente persona. Es un
modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más
santo" "Pues si así es - añadió el prelado - que sea ordenado de
sacerdote, pues, aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios
suplirá lo demás".
Y así
el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener
menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el
más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan
Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su
gran amigo y admirador.
Unos
curitas muy sabios habían dicho por burla: "El Sr. Obispo lo ordenó de
sacerdote, pero ahora se va a encartar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar,
que haga un buen papel?".
Y el
9 de febrero de 1818 fue enviado a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba
Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y
algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: "Las gentes de esta parroquia
en lo único en que se diferencian de los ancianos, es en que ... están
bautizadas". El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí
estará Juan Vianney de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo
transformará todo.
El
nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes
de su desarrapada parroquia. Rezar mucho. Sacrificarse lo más posible, y hablar
fuerte y duro. ¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa
falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo
Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos?
Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para
convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas
papas cocinadas. Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran
hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se
alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los
bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que
él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí
si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus
feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el
diablo quiere perderlos.
Cuando
el Padre Vianney empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a
criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga
que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo
noticias malas y buenas.
El
prelado le pregunta: "¿Tienen algún defecto los sermones del Padre
Vianney? - Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo,
son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los
pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo". - ¿Y
tienen también alguna cualidad estos sermones? - pregunta Monseñor-. "Si,
tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y
empiezan una vida más santa de la que llevaban antes".
El
Obispo satisfecho y sonriente exclamó: "Por esa última cualidad se le
pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos".
Los
primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando,
para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más
horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado,
para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el
Santísimo Sacramento en el altar, encomendando al Señor lo que iba decir al
pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo
que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes
conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos
santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San
Juan Vianney. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas
le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba
de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación. Lo despertaba con
ruidos espantosos. Una vez le gritó: "Faldinegro odiado. Agradézcale a esa
que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo".
Un
día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jóvenes dijeron que eso de
las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianney. El párroco
los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el
famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos
diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a
volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo
tomaba con toda calma y con humor y decía: "Con el patas hemos tenido ya
tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches". Pero no dejaba de
quitarle almas y más almas al maldito Satanás.
Cuando
concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: "Que
sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para
ese oficio". Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo
mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que
vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que
nos infla y nos llena de tonto orgullo.
Tenía
que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante
el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de
anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes.
Desde
1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia
a confesarse con el humilde sacerdote Vianney. El último año de su vida los
peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había
varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.
A las
12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de
la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de
penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis
de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su
devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo
oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se
tomara una taza de leche.
De
ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas
las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que
le hacían inmenso bien a los oyentes.
A las
doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a
visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que
la gente había traído. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y
le hacían consultas.
De
una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran
muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía
los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la
borrachera y otros vicios.
En
el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de
frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando
como si nada estuviera sufriendo. Decía: "El confesionario es el ataúd
donde me han sepultado estando todavía vivo". Pero ahí era donde conseguía
sus grandes triunfos en favor de las almas.
Por
la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las
doce de la noche y seguir confesando.
Cuando
llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un
hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.
En
Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo.
Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco.
Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas
se volvieron mucho mejores.
Siempre
se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A
un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima
pidiéndole perdón por todo, como si él hubiera sido quién hubiera ofendido al
otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso
poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso
colocar. Decía con humor: "Es el colmo: el gobierno condecorando a un
cobarde que desertó del ejército". Y Dios premió su humildad con
admirables milagros.
El
4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.
Fue
beatificado el 8 de enero de 1905 por el Papa San Pío X, y canonizado por S.S.
Pío XI el 31 de mayo de 1925.
Fuente: EWTN.com
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