sábado, 21 de agosto de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 23 - DE AGOSTO – LUNES – 21ª – SEMANA DEL T. O. – B – Santa Rosa de Lima

 


23 - DE AGOSTO – LUNES –

21ª – SEMANA DEL T. O. – B –

Santa Rosa de Lima

      Comienzo de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (1,1-5.11b-12):

Pablo, Silvano y Timoteo a los tesalonicenses que forman la Iglesia de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos; y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente, y vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno, sigue aumentando. Esto hace que nos mostremos orgullosos de vosotros ante las Iglesias de Dios, viendo que vuestra fe permanece constante en medio de todas las persecuciones y luchas que sostenéis. Así se pone a la vista la justa sentencia de Dios, que pretende concederos su reino, por el cual bien que padecéis.

Nuestro Dios os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; para que así Jesús, nuestro Señor, sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo.

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 149,1-2.3-4.5-6a.9b

 

R/. El Señor ama a su pueblo

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,

resuene su alabanza en la asamblea de los fieles;

que se alegre Israel por su Creador,

los hijos de Sión por su Rey. R/.

 

Alabad su nombre con danzas,

cantadle con tambores y cítaras;

porque el Señor ama a su pueblo

y adorna con la victoria a los humildes. R/.

 

Que los fieles festejen su gloria

y canten jubilosos en filas:

con vítores a Dios en la boca;

es un honor para todos sus fieles. R/.

 

      Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,13-22):

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo:

 «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros!

¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: "Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga"?

¡Necios y ciegos!  - ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro? O también: "Jurar por el altar no obliga, jurar por la ofrenda que está en el altar sí obliga." ¡Ciegos! - ¿Qué, es más, la ofrenda o el altar que consagra la ofrenda?

Quien jura por el altar jura también por todo lo que está sobre él; quien jura por el templo jura también por el que habita en él; y quien jura por el cielo jura por el trono de Dios y también por el que está sentado en él.»

 

Palabra del Señor

 

1.  La serie de denuncias que este capítulo de Mateo pone en boca de Jesús todas empiezan con un "¡Ay!" Esta especie de grito no se ha de interpretar como el lamento por una situación triste. Se trata, más bien, del anuncio un castigo, incluso una maldición (E. Haenchen).

Maldición que anuncia y avisa que lo determinante en la vida no son las palabras, sino únicamente las obras, (Mt 7, 21-23; 12, 49-50; 25, 31-46). En este caso concreto, el enorme engaño que representa usar la religión (rezos, misas, funciones solemnes de culto…) para sacarle el dinero a las personas más desamparadas, las viudas de aquel tiempo o las gentes de buena voluntad, que dan a la Iglesia o pagan una boda, un entierro, quitándoselo de la boca.

 

2.  El hecho común y repetido, en estas obras o formas de conducta, era siempre lo mismo.  Se trataba de verdaderas aberraciones que se producían en torno al culto religioso y a las prácticas sagradas: templo, altar, juramentos ofrendas… Pero lo más importante es que tales aberraciones se llevaban a cabo de manera que todo aquello era la justificación de formas de conducta

en las que se anteponían las "observancias religiosas" al "bien de las personas"

Lo importante era cumplir con la religión y tener buena imagen ante la gente.

El sufrimiento de quienes lo pasaban mal era un asunto para el que -con demasiada frecuencia- los hombres de la religión no tenían especial sensibilidad.

 

3.  Jesús insiste en el tema de la ceguera en que viven estos hombres de la piedad, la observancia y la sumisión religiosa: "¡Ay de vosotros, guías ciegos!"

(Mt 23, 16).

Jesús convirtió con frecuencia a los ciegos en videntes (Mt 9, 27-31; 11, 5; 12, 22-24; 15, 31; 20, 29-34; 21, 14). Cuando Jesús le abría los ojos a la gente, para que viera la realidad de lo que estaba sucediendo en Israel y de lo que hacían los expertos en las cosas de la religión, los observantes del Templo (fariseos) decían que aquello era cosa del diablo (Mt 9, 34; 12, 24; in 9).

La religión no soporta que le pongan sus engaños al descubierto.  Con demasiada frecuencia, la religión vive de las medias verdades y del ocultamiento de sus numerosos engaños.


Santa Rosa de Lima

 


(Isabel Flores de Oliva; Lima, 1586 - 1617)

Religiosa peruana de la orden de los dominicos que fue la primera santa de América. Tras haber dado signos de una intensa precocidad espiritual, a los veinte años tomó el hábito de terciaria dominica, y consagró su vida a la atención de los enfermos y niños y a las prácticas ascéticas, extendiéndose pronto la fama de su santidad.

Venerada ya en vida por sus visiones místicas y por los milagros que se le atribuyeron, en poco más de medio siglo fue canonizada por la Iglesia católica, que la declaró patrona de Lima y Perú, y poco después de América, Filipinas e Indias Orientales.

 

Biografía

Santa Rosa de Lima nació el 20 de abril de 1586 en la vecindad del hospital del Espíritu Santo de la ciudad de Lima, entonces capital del virreinato del Perú. Era hija de Gaspar Flores (un arcabucero de la guardia virreinal natural de San Juan de Puerto Rico) y de la limeña María de Oliva, que en el curso de su matrimonio dio a su marido otros doce hijos. Recibió bautismo en la parroquia de San Sebastián de Lima, siendo sus padrinos Hernando de Valdés y María Orozco.

En compañía de sus numerosos hermanos, la niña Rosa se trasladó al pueblo serrano de Quives (localidad andina de la cuenca del Chillón, cercana a Lima) cuando su padre asumió el empleo de administrador de un obraje donde se refinaba mineral de plata. Las biografías de Santa Rosa de Lima han retenido vivamente el hecho de que, en Quives, que era doctrina de frailes mercedarios, la futura santa recibió en 1597 el sacramento de la confirmación de manos del arzobispo de Lima, Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, quien efectuaba una visita pastoral en la jurisdicción.

Aunque había sido bautizada como Isabel Flores de Oliva, en la confirmación recibió el nombre de Rosa, apelativo que sus familiares empleaban prácticamente desde su nacimiento por su belleza y por una visión que tuvo su madre, en la que el rostro de la niña se convirtió en una rosa. Santa Rosa asumiría definitivamente tal nombre más tarde, cuando entendió que era "rosa del jardín de Cristo" y adoptó la denominación religiosa de Rosa de Santa María.

Ocupándose de la "etapa oscura" en la biografía de Santa Rosa de Lima, que corresponde precisamente a sus años de infancia y primera adolescencia en Quives, Luis Millones ha procurado arrojar nueva luz mediante la interpretación de algunos sueños que recogen los biógrafos de la santa. Opina Millones que ésa pudo ser la etapa más importante para la formación de su personalidad, no obstante, el hecho de que los autores han preferido hacer abstracción del entorno económico y de las experiencias culturales que condicionaron la vida de la familia Flores-Oliva en la sierra, en un asiento minero vinculado al meollo de la producción colonial. Probablemente esa vivencia (la visión cotidiana de los sufrimientos que padecían los trabajadores indios) pudo ser la que dio a Rosa la preocupación por remediar las enfermedades y miserias de quienes creerían luego en su virtud.

 

En Lima

Ya desde su infancia se había manifestado en la futura santa su vocación religiosa y una singular elevación espiritual. Había aprendido música, canto y poesía de la mano de su madre, que se dedicaba a instruir a las hijas de la nobleza. Se afirma que estaba bien dotada para las labores de costura, con las cuales ayudaría a sostener el presupuesto familiar. Con el regreso de la familia a la capital peruana, pronto destacaría por su abnegada entrega a los demás y por sus extraordinarios dones místicos.

Por aquel entonces, Lima vivía un ambiente de efervescencia religiosa al que no fue ajeno Santa Rosa: era una época en que abundaban las atribuciones de milagros, curaciones y todo tipo de maravillas por parte de una población que ponía gran énfasis en las virtudes y el ideal de vida cristiano. Alrededor de sesenta personas fallecieron en "olor de santidad" en la capital peruana entre finales del siglo XVI y mediados del XVIII. Ello originó una larga serie de biografías de santos, beatos y siervos de Dios, obras muy parecidas en su contenido, regidas por las mismas estructuras formales y por análogas categorías de pensamiento.

En la adolescencia, Santa Rosa se sintió atraída con singular fuerza por el modelo de la dominica Santa Catalina de Siena (mística toscana del siglo XIV); siguiendo su ejemplo, se despojó de su atractiva cabellera e hizo voto de castidad perpetua, contrariando los planes de su padres, cuya idea era casarla. Tras mucha insistencia, los padres desistieron de sus propósitos y le permitieron seguir su vida espiritual. Quiso ingresar en la orden dominica, pero al no haber ningún convento de la orden en la ciudad, en 1606 tomó el hábito de terciaria dominica en la iglesia limeña de Santo Domingo.

Nunca llegaría a recluirse en un convento; Rosa siguió viviendo con sus familiares, ayudando en las tareas de la casa y preocupándose por las personas necesitadas. Bien pronto tuvo gran fama por sus virtudes, que explayó a lo largo de una vida dedicada a la educación cristiana de los niños y al cuidado de los enfermos; llegó a instalar cerca de su casa un hospital para poder asistirlos mejor. En estos menesteres ayudó al parecer a un fraile mulato que, como ella, estaba destinado a ser elevado a los altares: San Martín de Porres.

Fueron muy contadas las personas con quienes Rosa llegó a tener alguna intimidad. En su círculo más estrecho se hallaban mujeres virtuosas como doña Luisa Melgarejo y su grupo de "beatas", junto con amigos de la casa paterna y allegados al hogar del contador Gonzalo de la Maza. Los confesores de Santa Rosa de Lima fueron mayormente sacerdotes de la congregación dominica. También tuvo trato espiritual con religiosos de la Compañía de Jesús. Es asimismo importante el contacto que desarrolló con el doctor Juan del Castillo, médico extremeño muy versado en asuntos de espiritualidad, con quien compartió las más secretas minucias de su relación con Dios. Dichos consejeros espirituales ejercieron profunda influencia sobre Rosa.

No sorprende desde luego que su madre, María de Oliva, abominase de la cohorte de sacerdotes que rodeaban a su piadosa hija, porque estaba segura de que los rigores ascéticos que ella misma se imponía eran "por ser de este parecer, ignorante credulidad y juicio de algunos confesores", según recuerda un contemporáneo. La conducta estereotipada de Santa Rosa de Lima se hace más evidente aun cuando se repara en que, por orden de sus confesores, anotó las diversas mercedes que había recibido del Cielo, componiendo así el panel titulado Escala espiritual. No se conoce mucho acerca de las lecturas de Santa Rosa, aunque es sabido que encontró inspiración en las obras teológicas de Fray Luis de Granada.

 

Últimos años

Hacia 1615, y con la ayuda de su hermano favorito, Hernando Flores de Herrera, construyó una pequeña celda o ermita en el jardín de la casa de sus padres. Allí, en un espacio de poco más de dos metros cuadrados (que todavía hoy es posible apreciar), Santa Rosa de Lima se recogía con fruición a orar y a hacer penitencia, practicando un severísimo ascetismo, con corona de espinas bajo el velo, cabellos clavados a la pared para no quedarse dormida, hiel como bebida, ayunos rigurosos y disciplinas constantes.

Sus biógrafos cuentan que sus experiencias místicas y estados de éxtasis eran muy frecuentes. Según parece, semanalmente experimentaba un éxtasis parecido al de Santa Catalina de Ricci, su coetánea y hermana de hábito; se dice que cada jueves por la mañana se encerraba en su oratorio y no volvía en sí hasta el sábado por la mañana. Se le atribuyeron asimismo varios dones, como el de la profecía (según la tradición, profetizó su muerte un año antes); la leyenda sostiene que incluso salvó a la capital peruana de una incursión de los piratas.

Santa Rosa de Lima sufrió en ese tiempo la incomprensión de familiares y amigos y padeció etapas de hondo vacío, pero todo ello fructificó en una intensa experiencia espiritual, llena de éxtasis y prodigios, como la comunicación con plantas y animales, sin perder jamás la alegría de su espíritu (aficionado a componer canciones de amor con simbolismo místico) y la belleza de su rostro. Llegó así a alcanzar el grado más alto de la escala mística, el matrimonio espiritual: la tradición cuenta que, en la iglesia de Santo Domingo, vio a Jesucristo, y éste le pidió que fuera su esposa. El 26 de marzo de 1617 se celebró en la iglesia de Santo Domingo de Lima su místico desposorio con Cristo, siendo Fray Alonso Velásquez (uno de sus confesores) quien puso en sus dedos el anillo simbólico en señal de unión perpetua.

Con todo acierto, Rosa había predicho que su vida terminaría en la casa de su bienhechor y confidente Gonzalo de la Maza (contador del tribunal de la Santa Cruzada), en la que residió en estos últimos años. Pocos meses después de aquel místico desposorio, Santa Rosa de Lima cayó gravemente enferma y quedó afectada por una aguda hemiplejía. Doña María de Uzátegui, la madrileña esposa del contador, la admiraba; antes de morir, Santa Rosa solicitó que fuese ella quien la amortajase. En torno a su lecho de agonía se hallaba el matrimonio de la Maza-Uzátegui con sus dos hijas, doña Micaela y doña Andrea, y una de sus discípulas más próximas, Luisa Daza, a quien Santa Rosa de Lima pidió que entonase una canción con acompañamiento de vihuela. La virgen limeña entregó así su alma a Dios, el 24 de agosto de 1617, en las primeras horas de la madrugada; tenía sólo 31 años.


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