30 - DE
AGOSTO – LUNES –
22ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
San Pamaquio de Roma
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Tesalonicenses (4,13-18):
No queremos
que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres
sin esperanza. Pues sí creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo
modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.
Esto es lo que os decimos como palabra
del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no
aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a
la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los
muertos en Cristo resucitarán en primer lugar.
Después nosotros, los que aún vivimos,
seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y
así estaremos siempre con el Señor.
Consolaos, pues, mutuamente con estas
palabras.
Palabra de Dios
Salmo 95,1.3.4-5.11-12a.12b-13
R/. El Señor llega a regir la tierra
Cantad al
Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
Porque es
grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R/.
Alégrese el
cielo, goce la tierra, retumbe el mar
y cuanto lo llena; vitoreen los campos
y cuanto hay en ellos. R/.
Aclamen los
árboles del bosque,
delante del Señor, que ya llega, ya llega
a regir la tierra: regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Lucas (4,16-30):
En aquel
tiempo, fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como
era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura.
Le entregaron el libro del profeta
Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres,
para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para dar
libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al
que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Y él se puso a decirles:
«Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír.»
Y todos le expresaban su aprobación y se
admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
«¿No es éste el hijo de José?»
Y Jesús les dijo:
«Sin duda me recitaréis aquel refrán:
"Médico, cúrate a ti mismo" y' "haz también aquí en tu tierra lo
que hemos oído que has hecho en Cafarnaún".»
Y añadió:
«Os aseguro que ningún profeta es bien
mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos
de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una
gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías,
más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos
habla en Israel en tiempos de] profeta Elíseo; sin embargo, ninguno de ellos
fue curado, más que Naamán, el sirio.»
Al oír esto, todos en la sinagoga se
pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un
barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
Palabra del Señor
1. Para entender este
relato de Lucas, al comienzo de la vida pública
Jesús, hay que saber que, en el mundo romano del siglo primero, a nadie se
ocurría pensar que la religión y la política estuvieran separadas. Roma
afirmaba que su imperio era tal por mandato de los dioses. Aquellos a quienes
consideramos jefes religiosos con sede en Jerusalén, sumos sacerdotes y
escribas, eran en realidad los jefes políticos de Judea y aliados de Roma
(Josefo, Ant. 20. 251). Por esto es por lo que Lucas empieza el relato de la
actividad de Jesús recordando el primer enfrentamiento de Jesús con los
fanáticos que quisieron matar a Jesús porque había presentado el amor de Dios
con los extranjeros y los que no pertenecían a los "elegidos" (cf.
Warren Carter).
2. Por esto se comprende el
texto de Lucas, que centra su interés en el tema
de la "libertad": liberación de los esclavos y de los encarcelados.
El evangelio presenta a Jesús como el
libertador de los que sufren en su cuerpo y en su espíritu. A fin de cuentas,
salud y libertad son dos de los bienes que más apreciamos y necesitamos los
humanos.
Los vecinos de Nazaret no comprendían
que Jesús, un hijo de aquel pueblo, viniera para decir que los profetas Elías y
Eliseo cuidaran de los extranjeros antes que de los israelitas.
3. En el caso del evangelio
de Lucas, que hoy se recuerda, hay que notar el contraste de lo que ocurrió en
la sinagoga de Nazaret.
Jesús anuncia la liberación de los
oprimidos. Y todos los oyentes sufrían, sin duda, opresión. Pero —sea cual sea
la lectura que se haga de la mejor traducción del texto griego original— el
hecho es que el anuncio esperanzador de Jesús terminó en conflicto y, por
poco,
aquello acaba en un homicidio.
El texto, en efecto, relata que los
vecinos de Nazaret quisieron despeñar a Jesús por un tajo.
¿Por qué?
Sin duda alguna, porque había herido sus
sentimientos nacionalistas y xenófobos.
La cosa está clara: hay gente que
antepone el nacionalismo a la libertad.
Jesús rechaza todo tipo de conductas
que, en definitiva, anteponen "lo propio" a "lo humano", lo
que a todos nos une.
Los nazarenos se creían superiores a los
extranjeros. Pero Jesús es precisamente eso lo que no tolera. Esta postura, por
poco, no le costó la vida.
San Pamaquio de Roma
Perteneció a la
familia de los Camilos cuyas posesiones en el norte de África les hacían
inmensamente ricos. Probablemente, Pamaquio fue cristiano de toda la vida.
Recibió una esmerada educación en retórica, elocuencia y literatura sagrada.
Fue en la juventud compañero de Jerónimo y mantuvieron la amistad incluso más
allá de la interrupción que supuso la marcha al desierto de Jerónimo en el año
370, fecha en torno a la cual pasa Pamaquio a formar parte del Senado.
Quizá no entendió
del todo aquel brote de generosidad en la oración y, posiblemente, juzgó como
extremoso el rigor de la penitencia que el grupo jeronimiano propiciaba con
tanto énfasis. De hecho, bastantes cristianos de Roma lo juzgaron excesivo y
criticaron abundantemente al santo, bien por error, bien porque la
incondicional actitud evangélica de un pequeño círculo cristiano era una
crítica muda para su cómoda mediocridad.
El caso es que
contrajo matrimonio con Paulina, hija de santa Paula, aquella mujer asceta que
siguió junto con Eustoquia al santo penitente al desierto.
Con su olfato
cristiano, Pamaquio detectó y puso de manifiesto los errores doctrinales de
Joviniano y tuvo la valentía de exponerlos con claridad al papa Siricio, que se
vio obligado a condenar la herejía unos años más tarde, en el 390. Para poder
hacerse con seguridad cargo de los peligros que encerraba la enseñanza
joviniana, se vio necesitado de recurrir frecuentemente con consultas
específicas a Jerónimo.
A la muerte
de Paulina por un mal parto, en el año 393, cuando llevaban solamente cinco
años de matrimonio, comenzó Pamaquio a desarrollar una caridad con obras
altamente llamativas. Organizó un banquete para los pobres; no lloró, sino que
se dedicó a hacer; no se lamentó, pero llenó sus días con obras de
misericordia. Tomando lección de la Sagrada Escritura, meditada a diario, se
convenció de que la caridad cubre la multitud de los pecados. Los cojos,
ciegos, paralíticos y tullidos son los herederos de Paulina. Y como las voces
vuelan, continuamente se le ve por Roma acompañado de una nube de pobres a su
alrededor.
Este hombre de la
caridad levantó en el puerto romano un hospital para atender a los extranjeros,
donde él mismo, con sus propias manos, curaba y atendía a los enfermos y
moribundos. Quizá influyó en Pamaquio la clara y animosa ayuda de su amigo
Jerónimo quien le dice por carta que no se contente con «ofrecer a Cristo tu
dinero, sino a ti mismo. Fácilmente se desecha lo que solo se nos pega por
fuera, pero la guerra intestina es más peligrosa; si ofrecemos a Cristo nuestros
bienes con nuestra alma, los recibe de buena gana, pero, si damos lo de fuera a
Dios y lo de dentro al Diablo, el reparto no es justo».
Preocupado no solo
por los cuerpos, sino principalmente de las almas, ejerció un ordenado
apostolado epistolar, escribiendo frecuentes y sólidas cartas dirigidas a los
que administran sus posesiones en Numidia y atienden sus tierras para sacarlos
de la herejía de Donato, que había hecho estragos entre los cristianos poco
cultos o débiles en la fe; fue una labor altamente encomiada por Agustín de
Hipona que le agradece su intervención en una carta escrita en el año 401.
Murió en el año
410, poco antes del dramático saco de Roma.
Pamaquio
permaneció seglar –laico– toda su vida, dando un testimonio claro de amor a
Dios y de coherencia de fe cristiana. Prestó servicio a la sociedad desde los
más altos cargos profesionales y administró rectamente los bienes patrimoniales
no mirando solo el provecho propio, sino teniendo en cuenta las necesidades de
sus contemporáneos. Un ejemplo para la mayor parte de los fieles cristianos de
todos los tiempos.
Archimadrid.org
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