29 - DE
AGOSTO – DOMINGO –
22ª – SEMANA DEL T. O. – B –
MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
Lectura del libro del Deuteronomio
(4,1-2.6-8):
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Ahora, Israel, escucha los mandatos
y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entraréis a tomar posesión
de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
No añadáis nada a lo que os mando ni
suprimáis nada; así cumpliréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os
mando hoy. Ponedlos por obra, que ellos son vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos
ellos, dirán:
"Cierto que esta gran nación es
un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan
grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros,
siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos
sean tan justos como toda esta ley que hoy os doy?»
Palabra de Dios
Salmo:14,2-3a.3bc-4ab.5
R/. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu
tienda?
El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones leales
y no calumnia con su lengua. R/.
El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R/.
El que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R/.
Lectura de la carta del
apóstol Santiago (1,17-18.21b-22.27):
Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del
Padre de los astros, en el cual no hay fases ni períodos de sombra. Por propia
iniciativa, con la palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la
primicia de sus criaturas.
Aceptad dócilmente la palabra que ha
sido plantada y es capaz de salvaros. Llevadla a la práctica y no os limitéis a
escucharla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los
ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y
no mancharse las manos con este mundo.
Palabra de Dios
Lectura del santo
evangelio según san Marcos (7,1-8.14-15.21-23):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con
algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos
impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos,
no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la
tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes,
y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)
Según eso, los fariseos y los
escribas preguntaron a Jesús:
«¿Por qué comen tus discípulos con
manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»
Él les contestó:
«Bien profetizó Isaías de
vosotros, hipócritas, como está escrito: "Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío,
porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos." Dejáis a un lado el
mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»
Entonces llamó de nuevo a la gente y
les dijo:
«Escuchad y entended todos: Nada que
entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que
hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los
malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad.
Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»
Palabra del Señor
Las manos sucias y el corazón limpio.
Después de cinco domingos leyendo el
evangelio de Juan, volvemos al de Marcos, base de este ciclo B. Durante un mes
nos ha ocupado el tema de comer el pan de vida. Este domingo el problema no
será comer el pan, sino comer con las manos sucias. Una pregunta malintencionada
de los fariseos y de los doctores de la ley (los escribas) provoca la respuesta
airada de Jesús, una enseñanza algo misteriosa a la gente, y la explicación
posterior a los discípulos. El texto de la liturgia ha suprimido algunos
versículos, empobreciendo la acusación de Jesús y uniendo lo que dice a la
gente con la explicación a los discípulos. Un ejemplo magnífico de lo que no se
debe hacer con los textos bíblicos.
Evangelio: Marcos 7,1-8.14-15.21-23.
…Llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended
bien: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que
sale de dentro es lo que puede manchar al hombre…
Antes de dar la palabra a los
fariseos y escribas es interesante recordar lo que cuenta Marcos inmediatamente
antes. Después de la multiplicación de los panes y los peces, Jesús ha cruzado
a la región de Genesaret, recorriendo pueblos, aldeas y campos, acogido con
enorme entusiasmo por gente sencilla, que busca y encuentra en él la curación
de sus enfermedades.
La intervención de los fariseos y
escribas
De repente, el idilio se rompe con la
llegada desde Jerusalén de fariseos (seglares superpiadosos) y de algunos
escribas (doctores de la ley de Moisés). No todos los escribas pertenecían al
grupo fariseo, pero sí algunos de ellos, como aquí se advierte. Para ellos, lo
importante es cumplir la voluntad de Dios, observando no solo los mandamientos,
sino también las normas más pequeñas transmitidas por sus mayores. Lo esencial
no es la misericordia, sino el cumplimiento estricto de lo que siempre se ha
hecho. Por eso, no les conmueve que Jesús cure a un enfermo; pero les irrita
que lo haga en sábado.
Con esta mentalidad, cuando se
acercan al lugar donde está Jesús, advierten, escandalizados, que algunos de
los discípulos están comiendo con las manos sucias. El lector moderno,
instintivamente, se pone de su parte. Le parece lógico, incluso necesario, que
una persona se lave las manos antes de comer, y que se lave la vajilla después
de usarla. Es cuestión elemental de higiene. Sin embargo, aunque en su origen
quizá también fuese cuestión de higiene entre los judíos, los grupos más
estrictos terminaron convirtiéndola en una cuestión religiosa. Lo que está en
juego es la pureza ritual. Por eso, los fariseos no se quejan de que los
discípulos coman con las manos sucias, sino con las manos impuras,
saltándose con ello la tradición de los mayores. Aunque el Antiguo
Testamento contiene numerosas normas, algunas de carácter higiénico, nunca
menciona la obligación de lavarse las manos ni de lavar copas, jarros y
bandejas; esto forma parte de «las tradiciones de los mayores», tan sagradas
para los fariseos como las costumbres de la madre fundadora o del padre
fundador para algunas congregaciones religiosas, o de cualquier minucia
litúrgica para algunos ritualistas.
La respuesta airada de Jesús
La reacción de Jesús es durísima.
Tras llamarlos hipócritas, les hace tres acusaciones:
1) su corazón está lejos de Dios;
2) enseñan como doctrina divina lo
que son preceptos humanos;
3) dejan de observar los mandamientos
de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres.
Estas acusaciones resultan durísimas
a cualquier persona, pero especialmente a un fariseo, que desea con todas sus
fuerzas estar cerca de Dios, agradarle cumpliendo su voluntad.
El problema, según Jesús, es que el
fariseo termina dando a esas tradiciones más importancia que a los mandamientos
de Dios. Incluso las utiliza para dejar de hacer lo que Dios quiere y quedarse
con la conciencia tranquila. Para demostrarlo, Jesús cita un ejemplo que la
liturgia ha suprimido. [También nuestro Señor ha sido víctima de la censura
eclesiástica.] Dios ordena honrar a los padres, es decir, sustentarlos en caso
de necesidad. Imaginemos un fariseo con suficientes bienes materiales. Puede
atender a sus padres económicamente. Pero su comunidad le dice que esos bienes
los declare qorbán, consagrados al Señor. A partir de ese momento,
no puede emplearlos en beneficio de sus padres, pero sí de su grupo. «Y así
invalidáis el precepto de Dios en nombre de vuestra tradición. Y de ésas hacéis
otras muchas».
Un lector critico podría acusar a
Marcos de tratar un tema tan complejo de forma ligera y demagógica. Conociendo
a los fariseos de aquel tiempo (bastante parecidos a los de ahora), la reacción
de Jesús es comprensible y su acusación justificada. Sobre todo, para los
primeros cristianos, que sufrían los continuos ataques de estos que presumían
de religiosos.
Enseñanza a la gente
Como los fariseos y escribas no
responden, aquí podría haber terminado todo. Sin embargo, Jesús aprovecha la
ocasión para enseñar algo a la gente a propósito de la pureza e impureza: «Nada
que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que
puede manchar al hombre.»
La explicación a los discípulos
No sabemos si Jesús se quedó contento
de esta breve enseñanza. Lo que es seguro es que la gente no la entendió, y los
discípulos tampoco. Por eso, cuando llegan a la casa (nuevo detalle suprimido
por la liturgia), le preguntan qué ha querido decir. Y él responde que lo que
entra por la boca no llega al corazón, sino al vientre, y termina en el
retrete. Entra y sale sin contaminar a la persona. Lo que la contamina no es lo
que entra en el vientre, sino lo que sale del
corazón. Para aclararlo, enumera trece realidades que brotan del corazón.
[Resulta raro que Marcos no cite catorce, número de plenitud (2 x 7), pero
ningún asistente a misa va a notarlo, y el predicador probablemente tampoco].
Esta enseñanza de que el peligro no
viene de fuera, sino de dentro, resultará a algunos muy discutible. ¿No vienen
de fuera la pornografía, la droga, las invitaciones a la violencia terrorista?
¿No nos influyen de forma perniciosa el cine, la televisión, la literatura?
Lo anterior es cierto. Pero Jesús no entra en estas cuestiones,
se refiere al caso concreto de los alimentos. Otra de las frases del evangelio
suprimidas en la liturgia de hoy dice que Jesús, con su enseñanza de que lo que
entra en el vientre no contamina al hombre, «declaró puros todos los
alimentos». Por eso los cristianos podemos comer carne de cerdo, de liebre, de
avestruz, gambas (camarones en ciertos países de América Latina), cigalas,
langostinos y cualquier alimento que nos apetezca, según nuestra costumbre y
nuestra economía. Un cambio revolucionario, porque todas las religiones obligan
a observar una serie de normas dietéticas.
Por otra parte, aunque Jesús se
centre en los alimentos, su enseñanza tiene un valor más general y desvelan
nuestra comodidad e hipocresía. El Papa Francisco habría caído en el error de
los fariseos si hubiera culpado de la pederastia y los abusos sexuales en la
Iglesia a los influjos externos, a la cultura del goce y el libertinaje. El mal
no viene de fuera, sale de dentro. Y con el mismo criterio debe enjuiciar cada
uno de nosotros su realidad. Nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. No
echemos la culpa a los demás.
1ª lectura: Deuteronomio 4,1-2.6-8.
La importancia que concede Jesús a la
ley de Dios frente a las tradiciones humanas ha animado a elegir este texto del
Deuteronomio como paralelo al evangelio. Pienso que los responsables de la
elección no han caído en la cuenta de un problema. Moisés ordena: «No añadiréis
ni suprimiréis nada de las prescripciones que os doy». Y Jesús añadió y
suprimió. Por ejemplo, a propósito de los alimentos puros e impuros, como acabo
de indicar; tanto el Levítico como el Deuteronomio contienen una extensa lista
de animales impuros, que no se pueden comer (Lv 11; Dt 14,3-21). Esta primera
lectura no debe interpretarse como una aceptación radical y absoluta de la ley
mosaica, porque Jesús se encargó de interpretarla y modificarla.
Habló Moisés al pueblo diciendo: «Y ahora, Israel, escucha las
leyes y prescripciones que te voy a enseñar y ponlas en práctica, para que
tengáis vida y entréis a tomar posesión de la tierra que os da el Señor, el
Dios de vuestros padres. No añadiréis ni suprimiréis nada de las prescripciones
que os doy, sino que guardaréis los mandamientos del Señor, vuestro Dios, tal
como yo os los prescribo hoy. Guardadlos y ponedlos por obra, pues ello os hará
sabios y sensatos ante los pueblos…
2ª
lectura: Carta de Santiago 1,17-18.21-27.
Los cristianos tenemos el mismo
peligro que los fariseos de engañarnos, dando más valor a cosas menos
importantes. El final de esta breve lectura ofrece un ejemplo muy interesante.
¿En qué consiste la religión verdadera, la que agrada a Dios? ¿En oír misa
diaria, rezar el rosario, hacer media hora de lectura espiritual? Eso es bueno.
Pero lo más importante es preocuparse por las personas más necesitadas; el
autor, siguiendo una antigua tradición, las simboliza en los huérfanos y las
viudas. Cuando recordamos la parábola del Juicio Final («porque tuve hambre…»)
se advierte que el autor de esta carta piensa igual que Jesús.
…Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla,
engañándoos a vosotros mismos. La práctica religiosa pura y sin mancha delante
de Dios, nuestro Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en
sus tribulaciones y en guardarse de los vicios del mundo.
MARTIRIO DE SAN JUAN BAUTISTA
La fiesta del día de
hoy originalmente recordaba la consagración de la Basílica de San Juan el Bautista
en Sebaste (Samaría), en donde fueron probablemente guardados sus restos. En el
siglo IV, la Basílica fue destruida por los paganos. San Marcos nos cuenta, en
el capítulo 6, los detalles de este martirio.
El evangelista Juan
nos explica, en el capítulo 3,22-30, el motivo por el que Juan el Bautista no
tenía miedo de atacar en público la vida escandalosa del rey Herodes Antipas.
Juan sabía que reprender a los poderosos era arriesgar la propia vida.
En el espectáculo
sangriento de la muerte del profeta inocente vemos toda la perversión del
hombre caído y de la mujer sin Dios. Juan defendió especialmente la santidad
del matrimonio.
El evangelio de
San Marcos nos narra de la siguiente manera la muerte del gran precursor, San
Juan Bautista: "Herodes había mandado poner preso a Juan Bautista, y lo
había llevado encadenado a la prisión, por causa de Herodías, esposa de su
hermano Filipos, con la cual Herodes se había ido a vivir en unión libre.
Porque Juan le decía a Herodes: "No le está permitido irse a vivir con la
mujer de su hermano". Herodías le tenía un gran odio por esto a Juan
Bautista y quería hacerlo matar, pero no podía porque Herodes le tenía un
profundo respeto a Juan y lo consideraba un hombre santo, y lo protegía y al
oírlo hablar se quedaba pensativo y temeroso, y lo escuchaba con gusto".
"Pero llegó el día oportuno, cuando Herodes en su cumpleaños dio un
gran banquete a todos los principales de la ciudad. Entró a la fiesta la hija
de Herodías y bailó, el baile le gustó mucho a Herodes, y le prometió con
juramento: "Pídeme lo que quieras y te lo daré, aunque sea la mitad de mi
reino".
La muchacha fue
donde su madre y le preguntó: "¿Qué debo pedir?". Ella le dijo:
"Pida la cabeza de Juan Bautista". Ella entró corriendo a donde
estaba el rey y le dijo: "Quiero que ahora mismo me des en una bandeja, la
cabeza de Juan Bautista".
El rey se llenó de
tristeza, pero para no contrariar a la muchacha y porque se imaginaba que debía
cumplir ese vano juramento, mandó a uno de su guardia a que fuera a la cárcel y
le trajera la cabeza de Juan. El otro fue a la prisión, le cortó la cabeza y la
trajo en una bandeja y se la dio a la muchacha y la muchacha se la dio a su
madre. Al enterarse los discípulos de Juan vinieron y le dieron sepultura (S.
Marcos 6,17).
Herodes Antipas había cometido un pecado que escandalizaba a los judíos porque esta muy prohibido por la Santa Biblia y por la ley moral. Se había ido a vivir con la esposa de su hermano. Juan Bautista lo denunció públicamente. Se necesitaba mucho valor para hacer una denuncia como esta porque esos reyes de oriente eran muy déspotas y mandaban matar sin más ni más a quien se atrevía a echarles en cara sus errores.
Herodes al principio se contentó solamente con poner preso a Juan, porque
sentía un gran respeto por él. Pero la adúltera Herodías estaba alerta para
mandar matar en la primera ocasión que se le presentara, al que le decía a su
concubino que era pecado esa vida que estaban llevando.
Cuando pidieron la
cabeza de Juan Bautista el rey sintió enorme tristeza porque estimaba mucho a
Juan y estaba convencido de que era un santo y cada vez que le oía hablar de
Dios y del alma se sentía profundamente conmovido. Pero por no quedar mal con
sus compinches que le habían oído su tonto juramento (que en verdad no le podía
obligar, porque al que jura hacer algo malo, nunca le obliga a cumplir eso que
ha jurado) y por no disgustar a esa malvada, mandó matar al santo precursor.
Este es un caso
típico de cómo un pecado lleva a cometer otro pecado. Herodes y Herodías
empezaron siendo adúlteros y terminaron siendo asesinos. El pecado del
adulterio los llevó al crimen, al asesinato de un santo.
Juan murió mártir
de su deber, porque él había leído la recomendación que el profeta Isaías hace
a los predicadores: "Cuidado: no vayan a ser perros mudos que no ladran
cuando llegan los ladrones a robar". El Bautista vio que llegaban los
enemigos del alma a robarse la salvación de Herodes y de su concubina y habló
fuertemente. Ese era su deber. Y tuvo la enorme dicha de morir por proclamar
que es necesario cumplir las leyes de Dios y de la moral. Fue un verdadero
mártir.
Una antigua
tradición cuenta que Herodías años más tarde estaba caminando sobre un río
congelado y el hielo se abrió y ella se consumió hasta el cuello y el hielo se
cerró y la mató. Puede haber sido así o no. Pero lo que sí es histórico es que
Herodes Antipas fue desterrado después a un país lejano, con su concubina. Y
que el padre de su primera esposa (a la cual él había alejado para quedarse con
Herodías) invadió con sus Nabateos el territorio de Antipas y le hizo enormes
daños. Es que no hay pecado que se quede sin su respectivo castigo.
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