8 - DE AGOSTO
– DOMINGO –
19ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
Santo Domingo de Guzmán
Lectura del primer libro de los Reyes
(19,4-8):
En aquellos días,
Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó
bajo una retama y se deseó la muerte:
«¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no
valgo más que mis padres!»
Se echó bajo la retama y se durmió.
De pronto un ángel lo tocó y le dijo:
«¡Levántate, come!»
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan
cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero
el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:
«¡Levántate, come!, que el camino es
superior a tus fuerzas.»
Elías se levantó, comió y bebió, y, con la
fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el
Horeb, el monte de Dios.
Palabra de
Dios
Salmo: 33,2-3.4-5.6-7.8-9
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor
Bendigo al Señor
en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo
la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R/.
Contempladlo, y
quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor,
él lo escucha y lo salva de sus angustias. R/.
El ángel del Señor
acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno, es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (4,30–5,2):
No pongáis triste
al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación
final. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda
la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os
perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el
amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y
víctima de suave olor.
Palabra de
Dios
Lectura del santo evangelio según san
Juan (6,41-51):
En aquel tiempo,
los judíos criticaban a Jesús porque había dicho:
«Yo soy el pan bajado del cielo»,
y decían:
«¿No es este Jesús, el hijo de José?
¿No conocemos a su padre y a su madre?
¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo:
«No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si
no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán
todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y
aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que
procede de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida
eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres
comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo.»
Palabra del
Señor
Tres
tipos de pan.
La primera lectura y el evangelio nos
hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da
fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús). Pero
comencemos recordando lo ocurrido en la sinagoga de Cafarnaúm.
Desarrollo de Juan 6,42-52
El pasaje es complicado porque mezcla
diversos temas.
1. Objeción
de los judíos: ¿Cómo puede este haber bajado del cielo?
2. Respuesta
de Jesús: si creyerais en mí, lo entenderíais.
- Pero
solo cree en mí aquel a quien el Padre atrae.
- Mejor dicho: Dios enseña a todos, pero no todos quieren aprender.
- Atención:
El que Dios enseñe a todos no significa que lo veamos.
3. Jesús y
el maná: el pan que da la vida y el pan que no la garantiza.
4. Final sorprendente:
el pan es mi carne.
Exposición del contenido
El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan
infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que
ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la
reacción de los judíos ante esta afirmación. - ¿Cómo puede
haber bajado del cielo uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y
a su madre?
Jesús no responde directamente a esta pregunta. Ataca
el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es
porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha
llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios:
solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después se
añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el
que acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del
cielo. Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús.
La idea de que Dios instruye a todos cabe interpretarla
como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que pueden ver.
No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús.
Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y
la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da
la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una
afirmación más escandalosa aún: «el pan que yo daré es mi carne por la
vida del mundo». La reacción de los judíos no se hace esperar: «¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne?». La solución, el próximo domingo.
Tres notas al evangelio
1. El auditorio cambia. Ya no se trata de los galileos que presenciaron el
milagro, sino de los judíos. En el cuarto evangelio, los
judíos representan generalmente a las autoridades que se oponen a
Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su madre») no
encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que no estamos
ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta fidelidad, sino de
una elaboración polémica.
2. El tema de la fe interrumpe lo relativo a Jesús como pan bajado del cielo, pero es
fundamental. Solo quien cree en Jesús puede aceptar eso. Lo curioso, en este
caso, es cómo se llega a la fe: por acción del Padre, que nos lleva a Jesús.
Normalmente pensamos lo contrario: es Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo
soy el camino… nadie puede ir al Padre sino por mí». Aquí se advierte, como en
todo el evangelio de Juan, la acción recíproca del Padre y de Jesús.
3. Tras este
inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su
pan. En la primera
parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los
galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del
cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del
cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían;
su pan da la vida eterna.
El pan de Elías (1ª lectura: 1 Reyes
19,4-8).
El siglo IX a.C. fue de profunda crisis
religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel,
muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios,
al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y
la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el
pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a
los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia
el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías
se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come
dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta
noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés.
Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha
elegido para este domingo.
Tres clases de panes
Las lecturas de hoy sugieren una
reflexión.
Antes de la reforma de Pío X, la
comunión no era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la
semana; normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de
Elías, que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos
largo de tiempo.
Con la reforma de Pío X, a comienzos del
siglo XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. Es como el
maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene repetirlo al siguiente.
El evangelio de Juan nos hace caer en la
cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza
la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la
fe y de la acción del Padre.
Una anécdota
Cuenta san Ignacio de Loyola en su Autobiografía
(§ 96) que «estando un día, algunas millas antes de llegar a Roma, en
una iglesia, y haciendo oración, sintió tal mutación en su alma y vio tan
claramente que Dios Padre le ponía con Cristo, su Hijo, que no tendría ánimo
para dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo». Una experiencia
que encaja perfectamente con el evangelio de hoy y nos invita a pedir lo mismo.
La vida eterna en la vida diaria (2ª
lectura: Efesios 4,30-5,2)
Se cuenta en el libro del Éxodo que, en
la noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel
y las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al
castigar a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta
costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera
sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para
preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia.
El autor de la carta a los Efesios
recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello
para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos
para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos
anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos
vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo.
Santo Domingo de Guzmán
Nació en Caleruega
(España), alrededor del año 1170. Estudió teología en Palencia y fue nombrado
canónigo de la Iglesia de Osma.
Con su predicación y con su vida ejemplar, combatió con éxito la herejía
albigense.
Con los compañeros que se le adhirieron en esta empresa, fundó la Orden de
Predicadores (los dominicos).
Murió en Bolonia el día 6 de agosto del año 1221
Domingo
de Guzmán dejó un testamento de paz, como herederos de lo que fue la pasión de
su vida: vivir con Cristo y aprender de Él la vida apostólica. Configurarse con
Cristo, esa fue la santidad de Domingo: su ardiente deseo que la Luz de Cristo
brillara para todos los hombres, su compasión por un mundo sufriente llamado a
nacer a su verdadera vida, su celo en servir a una Iglesia que ensanchara su
tienda hasta alcanzar las dimensiones del mundo.
Nacimiento
Nació
en Caleruega (Burgos) en 1170, en el seno de una familia profundamente creyente
y muy encumbrada. Sus padres, don Félix de Guzmán y doña Juana de Aza,
parientes de reyes castellanos y de León, Aragón, Navarra y Portugal,
descendían de los condes-fundadores de Castilla. Tuvo dos hermanos, Antonio y
Manés.
Educación
Durante
siete años fue educado por su tío el Arcipreste don Gonzalo de Aza, hasta los
catorce años en que fue a vivir a Palencia: seis cursos estudiando Artes
(Humanidades superiores y Filosofía); cuatro, Teología; y otros cuatro como
profesor del Estudio General de Palencia. Al terminar la carrera de Artes en
1190, recibida la tonsura, se hizo Canónigo Regular en la Catedral de Osma. Fue
en el año 1191, ya en Palencia, cuando en un rasgo de caridad heroica vende sus
libros, para aliviar a los pobres del hambre que asolaba España.
Santo
Domingo vivió una época de cambio con numerosos desafíos a los que intentó dar
respuesta
Al finalizar sus cuatro
cursos de docencia y Magisterio universitario, con veintiocho años, se recogió
en su Cabildo, en el que enseguida, por sus relevantes cualidades intelectuales
y morales, el Obispo le encomienda la presidencia de la comunidad de canónigos
y del gobierno de la diócesis en calidad de Vicario General de la misma.
Misión en el Langüedoc
En
1205, por encargo del Rey Alfonso VIII de Castilla, acompaña al Obispo de Osma,
Diego, como embajador extraordinario para concertar en la corte danesa las
bodas del príncipe Fernando. Con este motivo, tuvo que hacer nuevos viajes, y
en sus idas y venidas a través de Francia, conoció los estragos que en las
almas producía la herejía albigense. De acuerdo con el Papa Inocencio III, en
1206, al terminar las embajadas, se estableció en el Langüedoc como predicador
de la verdad entre los cátaros. Rehúsa a los obispados de Conserans, Béziers y
Comminges, para los que había sido elegido canónicamente.
El origen de la Orden de
Predicadores
Para
remediar los males que la ignorancia religiosa producía en la sociedad, en 1215
establece en Tolosa la primera casa de su Orden de Predicadores, cedida a
Domingo por Pedro Sella, quien con Tomás de Tolosa se asocia a su obra. En 1215
asiste al Concilio de Letrán donde solicita la aprobación de su Orden. Será un
año después, el 22 de Diciembre de 1216, cuando reciba del Papa Honorio III la
Bula “Religiosam Vitam” por la que confirma la Orden de Frailes Predicadores.
Al
año siguiente retorna a Francia y en el mes de Agosto dispersa a sus frailes,
enviando cuatro a España y tres a París, decidiendo marchar él a Roma. Meses
después enviará los primeros Frailes a Bolonia.
Últimos años
En
la Fiesta de Pentecostés de 1220 asiste al primer Capítulo General de la Orden,
celebrado en Bolonia. En él se redactan la segunda parte de las Constituciones.
Un año después, en el siguiente Capítulo celebrado también en Bolonia, acordará
la creación de ocho Provincias.
Con
su Orden perfectamente estructurada y más de sesenta comunidades en
funcionamiento, agotado físicamente, tras breve enfermedad, murió el 6 de
agosto de 1221, a los cincuenta y un años, en el convento de Bolonia, donde sus
restos permanecen sepultados. En 1234, su gran amigo y admirador, el Papa
Gregorio IX, lo canonizó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario