11 - DE AGOSTO – MIERCOLES –
19ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
Santa Clara de Asís
Lectura del libro del Deuteronomio (34,1-12):
En
aquellos días, Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del
Fasga, que mira a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta
Dan, el territorio de Neftall, de Efraín y de Manasés, el de Judá hasta el mar
occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó, la ciudad de las
palmeras, hasta Soar; y le dijo:
«Ésta es la tierra que
prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: "Se la daré a tu
descendencia." Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás
en ella.»
Y allí murió Moisés,
siervo del Señor, en Moab, como había dicho el Señor. Lo enterraron en el valle
de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el dia de hoy nadie ha conocido el lugar
de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años; no había perdido
vista ni había decaído su vigor. Los
israelitas lloraron a Moisés en la estepa de Moab treinta días, hasta que
terminó el tiempo del duelo por Moisés. Josué, hijo de Nun, estaba lleno del
espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos; los
israelitas le obedecieron e hicieron lo que el Señor había mandado a Moisés.
Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor
trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor
le envió a hacer en Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano
poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo
Israel.
Palabra de
Dios
Salmo: 65,1-3a.5.8.16-17
R/. Bendito sea Dios,
que me ha devuelto la vida
Aclamad
al Señor, tierra entera;
tocad en honor de su nombre,
cantad himnos a su gloria.
Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!» R/.
Venid a
ver las obras de Dios,
sus temibles proezas en favor de los hombres.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas. R/.
Fieles
de Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Mateo (18,15-20):
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si tu hermano peca,
repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si
no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede
confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la
comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un
gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo
que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la
tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros
se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del
cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos.»
Palabra del
Señor
1.
Cuando Jesús dice: "Si tu hermano peca", no se refiere a
cualquier clase de posible pecado, sino que habla del pecado "contra
ti" (eís sé). Es decir, la traducción exacta debe ser: "Si tu hermano
te ofende". Se trata, pues, del enfrentamiento entre los miembros de la
comunidad cristiana.
La cuestión, que aquí plantea el evangelio
de Mateo, no se refiere a un concepto de pecado genérico y abstracto, sino al
pecado, tal como de hecho existe, que es el acto que hace daño a alguien.
Porque
a Dios directamente, nosotros los mortales, no podemos ofenderlo, como ya dijo
Tomás de Aquino (Sum. contra gent. 122).
El pecado es siempre pecado "contra
alguien", contra otro ser humano.
Hacer daño a alguien, sea como sea, eso es
pecar.
2.
Si el pecado es ofender a otro, el perdón del pecado tiene que
realizarse mediante la reconciliación con el otro. Jesús afirma, en este
sentido e inmediatamente, "lo que atéis en la tierra quedará atado en el
cielo, y lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo".
Aquí ya no se trata, como en Mt 16, 19, de
decisiones doctrinales, sino que se trata del perdón de la ofensa. Ese perdón
se lo conceden los miembros de la comunidad unos a otros. "Los discípulos,
al perdonar o retener, atan al cielo, es decir, a Dios, no solo ahora sino
también en sus sentencias del juicio final" (Ulrich Luz).
3. La solución, que Jesús le da al problema
del perdón de los pecados, es la más lógica y razonable. No tiene sentido que
un hombre ofenda a su mujer, y luego vaya a pedirle perdón a un sacerdote. La
idea de Jesús es que, quien busca sinceramente el perdón, tiene que pedirlo a
la persona ofendida. Y así, en todo cuanto es pecado, es decir, en todo cuanto
es hacer daño a alguien, ofender a alguien.
Los confesores y sus confesionarios pueden
convertirse en justificantes engañosos de perdones que nunca se conceden. Pero ocurre que, al pasar por el
confesionario, ese ceremonial crea una falsa conciencia de perdón que, en
realidad, no se produce. Dios no puede perdonar y reconciliar a los que no se
han perdonado y reconciliado.
4.
Nunca deberíamos olvidar que el pecado ha sido utilizado por la Iglesia
como un instrumento directamente relacionado con el miedo (al infierno, a que
Dios castigue al pecador, a posibles desgracias, a verse menospreciado
socialmente...).
El "miedo de Occidente" es uno de
los grandes temas que ha estudiado la historia de la Edad Media (I Delumeau, J. M. Laboa). Pero, por otra parte,
el miedo ha sido, a su vez, el gran instrumento del poder de los "hombres
de la religión". Un poder que se ha ejercido mediante el sacramento de la
penitencia, en el que la confesión de los pecados ha tenido una fuerza de
sometimiento de lo más íntimo de cada creyente al poder sacerdotal.
Sin duda, Jesús no pensó en semejante cosa.
Ni ese poder clerical, ni ese instrumento de sumisión, tienen fundamento en el
Evangelio de Jesús. Son tradiciones que introdujo el tiempo y los intereses
clericales.
Por más que la confesión haya dado paz a
tantas personas y siga ayudando a no poca gente.
Santa Clara de Asís
Nació en Asís en el año
1193; imitó a su conciudadano Francisco, siguiéndolo por el camino de la pobreza,
y fundó la Orden de las monjas llamadas Clarisas. Su vida fue de gran
austeridad, pero rica en obras de caridad y de piedad. Murió en el año 1253
Clara significa: "vida transparente"
"El
amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre" -Santa Clara.
De
sus cartas: Atiende a la pobreza, la humildad y la caridad de Cristo
Clara
nació en Asís, Italia, en 1193. Su padre, Favarone Offeduccio, era un caballero
rico y poderoso. Su madre, Ortolana, descendiente de familia noble y feudal,
era una mujer muy cristiana, de ardiente piedad y de gran celo por el Señor.
Desde
sus primeros años Clara se vio dotada de innumerables virtudes y aunque su
ambiente familiar pedía otra cosa de ella, siempre desde pequeña fue asidua a
la oración y mortificación. Siempre mostró gran desagrado por las cosas del
mundo y gran amor y deseo por crecer cada día en su vida espiritual.
Ya
en ese entonces se oía de los Hermanos Menores, como se les llamaba a los
seguidores de San Francisco. Clara sentía gran compasión y gran amor por ellos,
aunque tenía prohibido verlos y hablarles. Ella cuidaba de ellos y les proveía
enviando a una de las criadas. Le llamaba mucho la atención como los frailes
gastaban su tiempo y sus energías cuidando a los leprosos. Todo lo que ellos
eran y hacían le llamaba mucho la atención y se sentía unida de corazón a ellos
y a su visión.
Su llamada y su encuentro con San Francisco. Cofundadora de la
orden
La
conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón
de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco
predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para
tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas
y bienes materiales. Al oír las palabras: "este es el tiempo favorable...
es el momento... ha llegado el tiempo de dirigirme hacia El que me habla al
corazón desde hace tiempo... es el tiempo de optar, de escoger..", sintió
una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.
Durante
todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más
profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a
Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al
llamado del Señor, depositando en El toda su fuerza y entereza.
Cuando
su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía
a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida era como la espada
afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver
con eso, no quiso otro señor más que el que dio la vida por todos, aquel que se
entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la
oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro
Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una
manera total y radical.
Clara
sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo
de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran
oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores
en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres
que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres
les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos
comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a
la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en
seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.
Santa
Clara se fuga de su casa el 18 de Marzo de 1212, un Domingo de Ramos, empezando
así la gran aventura de su vocación. Se sobrepuso a los obstáculos y al miedo
para darle una respuesta concreta al llamado que el Señor había puesto en su
corazón. Llega a la humilde Capilla de la Porciúncula donde la esperaban
Francisco y los demás Hermanos Menores y se consagra al Señor por manos de
Francisco.
Empiezan las renuncias
De
rodillas ante San Francisco, hizo Clara la promesa de renunciar a las riquezas
y comodidades del mundo y de dedicarse a una vida de oración, pobreza y
penitencia. El santo, como primer paso, tomó unas tijeras y le cortó su larga y
hermosa cabellera, y le colocó en la cabeza un sencillo manto, y la envió a
donde unas religiosas que vivían por allí cerca, a que se fuera preparando para
ser una santa religiosa.
Para
Santa Clara la humildad es pobreza de espíritu y esta pobreza se convierte en
obediencia, en servicio y en deseos de darse sin límites a los demás.
Días
más tardes fue trasladada temporalmente, por seguridad, a las monjas
Benedictinas, ya que su padre, al darse cuenta de su fuga, sale furioso en su
búsqueda con la determinación de llevársela de vuelta al palacio. Pero la firme
convicción de Clara, a pesar de sus cortos años, obligan finalmente al
Caballero Offeduccio a dejarla. Días más tardes, San Francisco, preocupado por
su seguridad dispone trasladarla a otro monasterio de Benedictinas situado en
San Angelo. Allí la sigue su hermana Inés, quien fue una de las mayores
colaboradoras en la expansión de la Orden y la hija (si se puede decir así)
predilecta de Santa Clara. Le sigue también su prima Pacífica.
San
Francisco les reconstruye la capilla de San Damián, lugar donde el Señor había
hablado a su corazón diciéndole, "Reconstruye mi Iglesia". Esas
palabras del Señor habían llegado a lo más profundo de su ser y lo llevó al más
grande anonadamiento y abandono en el Señor. Gracias a esa respuesta de amor,
de su gran "Si" al Señor, había dado vida a una gran obra, que hoy
vemos y conocemos como la Comunidad Franciscana, de la cual Santa Clara se
inspiraría y formaría parte crucial, siendo cofundadora con San Francisco en la
Orden de las Clarisas.
Cuando
se trasladan las primeras Clarisas a San Damián, San Francisco pone al frente
de la comunidad, como guía de Las Damas Pobres a Santa Clara. Al principio le
costó aceptarlo pues por su gran humildad deseaba ser la última y ser la
servidora, esclava de las esclavas del Señor. Pero acepta y con verdadero temor
asume la carga que se le impone, entiende que es el medio de renunciar a su
libertad y ser verdaderamente esclava. Así se convierte en la madre amorosa de
sus hijas espirituales, siendo fiel custodia y prodigiosa sanadora de las
enfermas.
Desde
que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión
que trasmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había
revelado para la Orden se viviera en plenitud.
Siempre
atenta a las necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su
atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y
son el tesoro más rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Sta. Clara acostumbraba a
tomar los trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una.
Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de
madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor
había puesto en sus manos.
Por
el testimonio de las mismas hermanas que convivieron con ella se sabe que
muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a
las que eran más delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba
por sentir que no mortificaba suficiente su cuerpo.
Cuando
hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de
las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida
entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su
gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran
firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.
Tenía
gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al
sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la
llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.
La
humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las mas grandes pruebas de
su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus
enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que
el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para
simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo
cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía mas de lo que pedía a
sus hermanas.
Hacía
los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas.
Buscaba como lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento
diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo
lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.
"En
una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso
besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y
accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había
salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo
besó."
Con
su gran pobreza manifestaba su anhelo de no poseer nada mas que al Señor. Y
esto lo exigía a todas sus hijas. Para ella la Santa Pobreza era la reina de la
casa. Rechazó toda posesión y renta, y su mayor anhelo era alcanzar de los
Papas el privilegio de la pobreza, que por fin fue otorgado por el Papa
Inocencio III.
Para
Santa Clara la pobreza era el camino en donde uno podía alcanzar mas
perfectamente esa unión con Cristo. Este amor por la pobreza nacía de la visión
de Cristo pobre, de Cristo Redentor y Rey del mundo, nacido en el pesebre.
Aquel que es el Rey y, sin embargo, no tuvo nada ni exigió nada terrenal para
si y cuya única posesión era vivir la voluntad del Padre. La pobreza alcanzada
en el pesebre y llevada a su cúlmen en la Cruz. Cristo pobre cuyo único deseo
fue obedecer y amar.
La
vida de Sta. Clara fue una constante lucha por despegarse de todo aquello que
la apartaba del Amor y todo lo que le limitara su corazón de tener como único y
gran amor al Señor y el deseo por la salvación de las almas.
La
pobreza la conducía a un verdadero abandono en la Providencia de Dios. Ella, al
igual que San Francisco, veía en la pobreza ese deseo de imitación total a
Jesucristo. No como una gran exigencia opresiva sino como la manera y forma de
vida que el Señor les pedía y la manera de mejor proyectar al mundo la
verdadera imagen de Cristo y Su Evangelio.
Siguiendo
las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que
sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas
veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus
religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas
para su convento le escribió: "Santo padre: le suplico que me absuelva y
me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la
obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo". A quienes le
decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras
de Jesús: "Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos
sabrá alimentar también a nosotros".
Mortificación de
su cuerpo
Si
hay algo que sobresale en la vida de Santa Clara es su gran mortificación.
Utilizaba debajo de su túnica, como prenda íntima, un áspero trozo de cuero de
cerdo o de caballo. Su lecho era una cama compuesta de sarmientos cubiertos con
paja, la que se vio obligada a cambiar por obediencia a Francisco, debido a su
enfermedad.
Los ayunos.
Siempre
vivió una vida austera y comía tan poco que sorprendía hasta a sus propias
hermanas. No se explicaban como podía sostener su cuerpo. Durante el tiempo de
cuaresma, pasaba días sin probar bocado y los demás días los pasaba a pan y
agua. Era exigente con ella misma y todo lo hacía llena de amor, regocijo y de
una entrega total al amor que la consumía interiormente y su gran anhelo de
vivir, servir y desear solamente a su amado Jesús.
Por
su gran severidad en los ayunos, sus hermanas, preocupadas por su salud,
informaron a San Francisco quien intervino con el Obispo ordenándole a comer,
cuando menos diariamente, un pedazo de pan que no fuese menos de una onza y
media.
La vida de Oración
Para
Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas
las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en
la vida Religiosa y su profesión.
Ella
acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al
Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en
su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el
gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o
quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes
propias y de los hombres.
Se
postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas
brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de
su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus
hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante
irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban
en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.
Hizo
fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le
preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios
para la redención, "Sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz
no habría Salvación". Ella añadía: "Hay unos que no rezan ni se
sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de
haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen.
Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por
el maligno". Santa Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.
Milagros de Santa Clara
La Eucaristía ante los
sarracenos
En
1241 los sarracenos atacaron la ciudad de Asís. Cuando se acercaban a atacar el
convento que está en la falda de la loma, en el exterior de las murallas de
Asís, las monjas se fueron a rezar muy asustadas y Santa Clara que era
extraordinariamente devota al Santísimo Sacramento, tomó en sus manos la custodia
con la hostia consagrada y se les enfrentó a los atacantes. Ellos
experimentaron en ese momento tan terrible oleada de terror que huyeron
despavoridos.
En
otra ocasión los enemigos atacaban a la ciudad de Asís y querían destruirla.
Santa Clara y sus monjas oraron con fe ante el Santísimo Sacramento y los
atacantes se retiraron sin saber por qué.
El milagro de la multiplicación
de los panes
Cuando
solo tenían un pan para que comieran cincuenta hermanas, Santa Clara lo bendijo
y, rezando todas un Padre Nuestro, partió el pan y envió la mitad a los
hermanos menores y la otra mitad se la repartió a las hermanas. Aquel pan se
multiplicó, dando a basto para que todas comieran. Santa Clara dijo:
"Aquel que multiplica el pan en la Eucaristía, el gran misterio de fe,
¿acaso le faltará poder para abastecer de pan a sus esposas pobres?"
En
una de las visitas del Papa al Convento, dándose las doce del día, Santa Clara
invita a comer al Santo Padre pero el Papa no accedió. Entonces ella le pide
que por favor bendiga los panes para que queden de recuerdo, pero el Papa
respondió: "quiero que seas tu la que bendigas estos panes". Santa
Clara le dice que sería como un irespeto muy grande de su parte hacer eso
delante del Vicario de Cristo. El Papa, entonces, le ordena bajo el voto de
obediencia que haga la señal de la Cruz. Ella bendijo los panes haciéndole la
señal de la Cruz y al instante quedó la Cruz impresa sobre todos los panes.
Larga agonía
Santa
Clara estuvo enferma 27 años en el convento de San Damiano, soportando todos
los sufrimientos de su enfermedad con paciencia heroica. En su lecho bordaba,
hacía costuras y oraba sin cesar. El Sumo Pontífice la visitó dos veces y
exclamó "Ojalá yo tuviera tan poquita necesidad de ser perdonado como la
que tiene esta santa monjita".
Cardenales y obispos iban a
visitarla y a pedirle sus consejos.
San
Francisco ya había muerto pero tres de los discípulos preferidos del santo, Fray
Junípero, Fray Angel y Fray León, le leyeron a Clara la Pasión de Jesús
mientras ella agonizaba. La santa repetía: "Desde que me dediqué a pensar
y meditar en la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, ya los dolores y
sufrimientos no me desaniman, sino que me consuelan".
El
10 de agosto del año 1253 a los 60 años y 41 años de ser religiosa, y dos días
después de que su regla sea aprobada por el Papa, se fue al cielo a recibir su
premio. En sus manos, estaba la regla bendita, por la que ella dio su vida.
Cuando
el Señor ve que el mundo está tomando rumbos equivocados o completamente
opuestos al Evangelio, levanta mujeres y hombres para que contrarresten y
aplaquen los grandes males con grandes bienes.
Podemos
ver claramente en la Orden Franciscana, en su carisma, que cuando el mundo
estaba siendo arrastrado por la opulencia, por la riqueza, las injusticias
sociales etc., suscita en dos jóvenes de las mejores familias el amor valiente
para abrazar el espíritu de pobreza, como para demostrar de una manera radical
el verdadero camino a seguir que al mismo tiempo deja al descubierto la obra de
Satanás, aplastándole la cabeza. Ellos se convirtieron en signo de
contradicción para el mundo y a la vez, fuente donde el Señor derrama su gracia
para que otros reciban de ella.
El
Señor en su gran sabiduría y siendo el buen Pastor que siempre cuida de su
pueblo y de su salvación, nunca nos abandona y manda profetas que con sus
palabras y sus vidas nos recuerdan la verdad y nos muestran el camino de
regreso a El. Los santos nos revelan nuestros caminos torcidos y nos enseñan
como rectificarlos.
Tras los pasos de Santa Clara en
Asís
En
la Basílica de Sta. Clara encontramos su cuerpo incorrupto y muchas de sus
reliquias.
En
el convento de San Damiano, se recorren los pasillos que ella recorrió. Se
entra al cuarto donde ella pasó muchos años de su vida acostada, se observa la
ventana por donde veía a sus hijas. También se conservan el oratorio, la
capilla, y la ventana por donde expulsó a los sarracenos con el poder de la
Eucaristía.
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