22 - DE AGOSTO – DOMINGO –
21ª –
SEMANA DEL T. O. – B –
Santa María Reina
Lectura del libro de Josué
(24,1-2a.15-17.18b):
En aquellos
días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de
Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el
Señor.
Josué habló al pueblo:
«Si no os parece bien servir al Señor,
escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros
antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país
habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.»
El pueblo respondió:
«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor
para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a
nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra
vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos
los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es
nuestro Dios!»
Palabra de Dios
Salmo: 33,2-3.16-17.18-19.20-21.22-23
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al
Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Los ojos del
Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R/.
Cuando uno
grita, el Señor lo escucha
y lo libra fe sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R/.
Aunque el
justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará. R/.
La maldad da
muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R/.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (5,21-32):
Sed sumisos
unos a otros con respeto cristiano. Las mujeres, que se sometan a sus maridos
como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es
cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia
se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres corno
Cristo amó a su Iglesia. Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla,
purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí
gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e
inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos
suyos que son. Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado
su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la
Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso abandonará el hombre a su padre
y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.» Es éste un
gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Juan
(6,60-69):
En aquel
tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién
puede hacerle caso?»
Adivinando Jesús que sus discípulos lo
criticaban, les dijo:
«¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais
al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la
carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con
todo, algunos de vosotros no creen.»
Pues Jesús sabía desde el principio
quiénes no creían y quién lo iba a entregar.
Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede
venir a mí, si el Padre no se lo concede.» Desde entonces, muchos discípulos
suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis
marcharos?»
Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo
consagrado por Dios.»
Palabra del Señor
Abandono, seguimiento y traición.
Si
el domingo pasado no hubiera coincidido con la fiesta de la Asunción, habríamos
terminado de leer el debate de Jesús sobre el pan de vida. Lo curioso, y
extraño, es que el evangelista no cuenta la reacción final del auditorio.
Anteriormente, en dos ocasiones, ha interrumpido a Jesús mostrando su
desacuerdo. Ahora no dice nada, como si no mereciera la pena seguir
discutiendo. Sin embargo, se cuenta la reacción de los discípulos, con dos
posturas muy distintas (unos lo abandonan, otros lo siguen) y el aviso de la
traición de uno de ellos.
Evangelio (Jn 6, 60-69)
“…discípulos de Jesús, al oírlo,
dijeron: «Esto que dice es inadmisible. ¿Quién puede admitirlo?».
…Las palabras que os he dicho son
espíritu y vida. Pero entre vosotros hay algunos que no creen». (Jesús ya sabía
desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar).
Y añadió: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no le es dado por
el Padre».
- Desde
entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban con él.
- Jesús preguntó a
los doce:
«¿También vosotros queréis iros?».
- Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes
palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de
Dios».
Abandono
«Desde entonces muchos de sus
discípulos se volvieron atrás y no andaban con él.»
Es un momento de crisis muy fuerte.
Hasta ahora, los discípulos de Jesús no han tenido ningún problema, aunque
debemos reconocer que las noticias del cuarto evangelio sobre ellos son escasas
hasta este momento. Ha contado la vocación de los cinco primeros (Juan,
Andrés, Pedro, Felipe, Natanael), pero no la de los otros muchos que se fueron
agregando, ni siquiera la elección del grupo de los Doce. Las referencias de
pasada son positivas. En las bodas de Caná se dice que «creyeron en él» (Jn 2,11).
Cuando purifica el templo, se acordaron de lo que dice un salmo («El celo por tu casa me devora») y
justifican su actitud violenta (Jn 2,17). No lo conocen todavía muy a fondo,
porque cuando les dice: «Yo tengo un alimento que
vosotros no conocéis», lo único que
se les ocurre pensar es que alguien le ha traído de comer (Jn 4,32-33). En el
importante episodio de la curación del enfermo de la piscina, con el largo
discurso posterior de Jesús, el evangelista ni siquiera los menciona (Jn 5).
Tras este extraño silencio, en la multiplicación de los
panes y los peces y el debate en la sinagoga de Cafarnaúm, los discípulos
adquieren gran protagonismo. Pero divididos en dos grupos: la mayoría y los
Doce.
La mayoría abandona a Jesús. ¿Por qué? Ellos lo
justifican diciendo que «este
discurso» (o` lo,goj
ou-toj) es duro, intolerable, inadmisible. No se refieren solo a la idea de
comer su carne y beber su sangre; se refieren a todo lo que ha dicho Jesús
sobre sí mismo: que es el enviado de Dios, que ha bajado del cielo, que
resucitará el último día a quien crea en él, que él es el verdadero pan de
vida. En el fondo, comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús equivalen
a «tragárselo», a aceptarlo tal como él dice que es. Y eso, la mayoría de
los discípulos, no está dispuesto a admitirlo. Lo han visto hacer milagros,
pero eso no les extraña. También en el Antiguo Testamento se habla de
personajes milagrosos. Sin embargo, ninguno de ellos, ni siquiera Moisés, dijo
haber bajado del cielo y ser capaz de resucitar a alguien.
Jesús interpreta el abandono desde un punto de vista
muy distinto. Empieza echando leña al fuego: si se escandalizan de lo que ha
dicho, podría darles más motivos de escándalo. El problema es que enfocan todo
desde un punto de vista humano, carnal; y para creer en él hay que dejarse
guiar por el espíritu. Pero esto solo lo consigue aquel a quien el Padre se lo
concede. Estas palabras de Jesús resultan desconcertantes: por una parte,
cargan la culpa sobre los discípulos que se sitúan ante él con una mirada
puramente humana; por otra, responsabiliza a Dios Padre, ya que solo él puede
conceder el acceso a Jesús («nadie puede
venir a mí si no le es dado por el Padre»).
Quizá el evangelista está pensando en los cristianos que han
abandonado la comunidad a causa de las persecuciones o por cualquier otro
motivo. ¿Qué les ha pasado a esas personas? ¿Es solo culpa suya? ¿Hay un
aspecto misterioso, en el que parte de la culpa parece recaer sobre Dios?
Pensando en la gente que conocemos y cómo han evolucionado en su vida de fe,
estas preguntas siguen siendo de enorme actualidad.
Seguimiento
El momento más dramático se cuenta con enorme concisión. Tras
el abandono de muchos solo quedan los Doce. La pregunta de Jesús («¿También vosotros queréis iros»), sugiere
cosas muy distintas: desilusión, esperanza, sensación de fracaso… La respuesta
inmediata de Pedro, como portavoz de los Doce, recuerda a su confesión en
Cesarea de Filipo, según la cuentan los Sinópticos: «Tú eres el Mesías».
Pero hay unas diferencias interesantes. Pedro no
comienza confesando, sino preguntándole: «Señor, ¿a
quién iremos?» Abandonar a
Jesús y volver a sus trabajos es algo que no se les pasa por la cabeza.
Necesitan un maestro, alguien que los guíe. ¿Dónde van a encontrar uno mejor
que él? ¿Uno cuya palabra te hace sentirte vivo? Lo primero que hace Pedro es
reconocer que necesitan a Jesús, no pueden vivir sin él. Luego sigue la
confesión de fe. Pero no dice que Jesús sea el Mesías, sino «el Santo de Dios».
No queda claro que quiere decir Pedro con este título,
que solo aparece una vez en el Antiguo Testamento, aplicado al sumo sacerdote
Aarón, con sentido honorífico o por su estrecha relación con el culto (Sal
106,16). En el Nuevo Testamento, Mc y Lc lo ponen en boca del endemoniado de la
sinagoga de Cafarnaúm, que lo aplica a Jesús (Mc 1,24 = Lc 4,34; Mt omite este
pasaje). Sin duda, Pedro confiesa que Jesús está en una relación especial con
Dios, sin meterse a discutir si ha bajado del cielo.
Traición
En el texto litúrgico, este
tema solo aparece de pasada: Jesús sabía «quien lo iba a traicionar». Si
no hubiesen mutilado el evangelio, quedaría mucho más claro. Porque,
inmediatamente después de la intervención de Pedro, Jesús añade: «“¿No os he elegido yo a los Doce?
Pero uno de vosotros es un diablo.” Lo
decía por Judas Iscariote, uno de los Doce, que lo iba a entregar.»
Con ello surge una nueva pregunta y un nuevo misterio:
¿por qué Judas no abandona a Jesús en este momento, cuando tantos otros lo han
hecho? ¿Por qué Jesús, si lo sabe, lo mantiene en el grupo? ¿Cómo puede llegar
alguien a desilusionarse de Jesús hasta el punto de traicionarlo?
1ª lectura: el compromiso de los
israelitas con Dios (Josué 24,1-2.15-18)
Estamos en el capítulo final del libro de Josué. Los
israelitas, a las órdenes de Josué, han conquistado todo el territorio que Dios
les había prometido (es preferible no recordar cómo lo consiguieron, porque lo
que ocurre actualmente en la frontera de Gaza resulta un juego entretenido). En
ese momento, Josué reúne a todas las tribus en Siquén, les recuerda los
beneficios pasados de Dios y les ofrece la alternativa de servir o no servir a
Yahvé. Es un diálogo espléndido, dramático, en el que Josué, contra lo que
cabría esperar, se esfuerza por convencer al pueblo de que no sirva a Yahvé. Es
un dios celoso que no los perdonará si lo traicionan. Sin embargo, los
israelitas porfían en que quieren servirlo, y todo termina con la alianza entre
el pueblo y Dios.
Quienes han seleccionado el texto han demostrado, una
vez más, que no les entusiasma la Biblia: han mutilado la intervención de
Josué, el diálogo con el pueblo, y el final. De 28 versículos, solo se han
salvado 6.
Si se hubiera leído completo, el texto ofrecería una
relación más estrecha con el evangelio. Tanto Josué como Jesús hablan de manera
clara y dura, como queriendo desanimar a sus seguidores. La gran diferencia
radica en la diversa reacción de los oyentes. El texto de Josué ofrece un final
feliz, ajeno por completo a la realidad: los israelitas siguieron sirviendo a
otros dioses y abandonando a Yahvé. El evangelio traza un cuadro más realista,
incluso pesimista: muchos discípulos abandonan a Jesús; solo quedan doce, y uno
de ellos será un traidor.
2ª lectura: ¿Sería mejor suprimirla? (Efesios 5,21-32)
Este es el texto que ninguna novia
quiere que se lea el día de su boda. En los tiempos que corren, decirle
que «sea sumisa a su marido», que «le debe estar sujeta en todo»,
porque no hay igualdad entre ambos, sino que «el marido es la cabeza de la
mujer», no es lo más agradable. Aunque luego le diga al marido que ame a su
esposa como a su propio cuerpo. De esta segunda parte de la lectura, ni se
entera.
Me limito a dos aclaraciones.
1) Este texto, que tanta crítica le ha valido a Pablo de retraído y machista, no es suyo. La carta a los Efesios no la escribió él, sino un discípulo suyo. «Al Cesar lo que es del César».
2) Esta mentalidad sobre el matrimonio, que hoy día nos
escandaliza, era progresista en el siglo I. Basta mirar lo que ocurre en
algunos países árabes. La mujer acepta con naturalidad estar sometida al
marido. Pero el marido no siempre es consciente del cariño y delicadeza con que
debe tratar a su mujer. La corrupción moral, tan extendida en el siglo I,
explica que el autor exija a los matrimonios cristianos un comportamiento
fundado en el respeto mutuo, por fidelidad a Cristo. Ojalá en todos los
matrimonios cristianos actuales hubiera ese mismo respeto.
Hermanos, respetaos unos a otros por fidelidad a Cristo.
Santa María Reina
María es Reina por ser
Madre de Jesús, Rey del Universo
Martirologio
Romano: Memoria de la Bienaventurada Virgen María, Reina, que engendró al Hijo de
Dios, Príncipe de la paz, cuyo reino no tendrá fin, y que es saludada por el
pueblo cristiano como Reina del cielo y Madre de misericordia.
El 22 de agosto
celebramos a la Santísima Virgen María como Reina. María es Reina por ser Madre
de Jesús, Rey del Universo.
Un poco de historia
La fiesta de hoy fue
instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual
que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le
corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre.
María ha sido elevada
sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo.
Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.
María fue elegida para
ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con alegría. Por esta
razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud
ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.
María está sentada en
el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene,
entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la
que más cerca está de Él.
La Iglesia la proclama
Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los
profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las
vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del
Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de
Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y
amor los ángeles y todos los santos.
La realeza de María no
es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta se celebra,
no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo
una verdad capaz de traer remedio a sus males.
Fuente: Catholic.net
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