16 - DE FEBERO
– DOMINGO –
6ª-
SEMANA DE T.O. – C
San José Allamano
Lectura
del libro de Jeremías (17,5-8):
Así dice el
Señor:
«Maldito quien confía en el hombre, y en la
carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la
estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre
e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el
Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la
corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará
verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.»
Palabra de Dios
Salmo: 1,1-2.3.4.6
R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el
Señor
Dichoso el
hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por
la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los
cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. R/.
Será como un
árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los
impíos, no así; serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura de la primera carta del apóstol san
Pablo a los Corintios (15,12.16-20):
Si anunciamos
que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros
que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo
resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís
con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra
esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados.
¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (6,17.20-26):
En aquel
tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo
grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de
la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus
discípulos, les dijo:
«Dichosos los pobres, porque vuestro es el
reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque
quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque
reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os
insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del
hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será
grande en el cielo.
Eso es lo que hacían vuestros padres con los
profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya
tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis
saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis
duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!
Eso es lo que hacían vuestros padres con los
falsos profetas.»
Palabra del Señor
Pobres y odiados – Ricos y estimados.
La
sección del evangelio de Lucas que nos ocupará los tres próximos domingos es
el “Discurso de la llanura”.
El Discurso de
la llanura (domingos 6º, 7º, 8º)
Hasta
ahora, Lucas ha hecho frecuente referencia a la actividad de Jesús como
predicador, pero solo ha ofrecido una intervención algo extensa, en la sinagoga
de Nazaret, donde se enfrentó a todo su auditorio, provocando incluso el deseo
de matarlo. En esta segunda intervención, Jesús se
dirige a sus partidarios, pero teniendo presentes a sus enemigos.
La
primera parte del discurso contrapone a estos dos grupos (domingo 6º).
Pero
no seguirá una guerra entre ellos.
La
segunda parte exhorta a amar a los enemigos (domingo 7º).
¿Y
cómo comportarse con los amigos, con los otros miembros de la comunidad?
La
tercera parte responde a esta pregunta recogiendo frases sueltas de Jesús
(domingo 8º).
En
conjunto, un discurso parecido al “Sermón del monte” del evangelio de Mateo.
Mucho más breve, con menos temas, pero de sumo interés y novedad.
Bienaventuranzas
y ayes (Lc 6, 17. 20-26) (domingo 6º)
El
“Discurso en la llanura”, igual que el “Sermón del monte”, comienza con unas
bienaventuranzas. Pero no son ocho, como en Mt, sino cuatro.
Las
cuatro declaraciones siguientes comienzan con “ay”, término usado por las
plañideras en el antiguo Israel para empezar un canto fúnebre. A los cuatro
primeros grupos se les promete una vida feliz. A los cuatro siguientes se les
anuncia la muerte.
¿Son
en realidad ocho grupos o solo dos?
La
pregunta no es absurda, y la respuesta depende de una palabrita que se repite
cuatro veces: “ahora” (nun en griego). Prescindiendo momentáneamente de
las declaraciones cuarta y octava, advertimos la siguiente estructura:
Dichosos los pobres,
los que ahora tenéis
hambre
los que ahora lloráis
¡Ay de vosotros, los ricos!,
los que ahora estáis
saciados
los que ahora reís
No se trata de seis grupos distintos, sino de
dos: pobres y ricos, caracterizados por la carencia o abundancia de comida, y
por el llanto o la risa.
Las declaraciones 4ª y 8ª no hablan de
personas distintas. Completan lo dicho a propósito de los dos grupos anteriores
fijándose en cómo son tratados por “los hombres”.
En
resumen, solo tenemos dos grupos: el de los pobres, que pasan hambre, lloran y
son odiados; y el de los ricos, saciados y sonrientes, alabados por la gente.
Al primero lo tratan mal, como a los antiguos profetas; al segundo bien, como a
los falsos profetas.
Pobres y
odiados
“Dichosos los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios”. Sin el matiz: “de espíritu”, que
añade Mateo, y que se presta a interminables disquisiciones. Los pobres, sin
más. Los que pasan hambre y lloran. Declararlos “dichosos”, precisamente por
eso, suena casi a blasfemia. Pero las desgracias no terminan aquí. Al hambre y
el llanto se añaden las persecuciones. A diferencia de las primeras
declaraciones, muy breves, la cuarta admira por su extensión: “Dichosos
vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y
proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos
ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas”.
Ahora no hay que esperar
a la otra vida para recibir el consuelo. Ya en esta, cuando se experimenta el
odio, la exclusión, el insulto, la descalificación, por ser discípulos de Jesús
y querer seguirlo, ese mismo día, el cristiano debe alegrarse y saltar de gozo.
¿Está
loco Jesús? ¿Es un masoquista consigo mismo y un sádico con sus discípulos?
Volviendo a releer el evangelio, en su nacimiento van unidas la suma pobreza
(“no había sitio para ellos en la posada”) y la inmensa alegría (“os anuncio un
gran gozo”, dice el ángel a los pastores). Al comienzo de su actividad, en
Nazaret, experimenta el odio y la exclusión, sin que eso lo desanime.
No se
trata de locura, masoquismo ni sadismo, sino de una visión distinta de la
realidad.
Para
Jesús, lo esencial no es la situación presente, sino la futura. La primera
bienaventuranza promete el Reino de Dios; la cuarta, “una recompensa grande en
el cielo”. Aquí, en la tierra, queda el consuelo de ser tratados como los
antiguos profetas.
Las primeras comunidades
cristianas experimentaron también la pobreza, el hambre y la persecución, sin
que esto les impidiese estar alegres. La de Jerusalén debió solicitar la ayuda
de comunidades más ricas para poder sobrevivir a la hambruna en tiempos del
emperador Claudio. Las comunidades de Macedonia, a pesar de su “extrema
pobreza” desbordaban de alegría (2 Corintios 8,2). Y los apóstoles, después ser
azotados, “marcharon del tribunal contentos de haber sido considerados dignos
de sufrir desprecios por su nombre [de Jesús]” (Hch 5,41).
Aunque he interpretado las
cuatro primeras bienaventuranzas como dirigidas a las primeras comunidades
cristianas (y a las actuales que se les parecen), esto no excluye la
interpretación individual. “Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”
anticipa lo que contará Lucas poco después de dos mujeres que lloran por
motivos muy distintos: la viuda de Naim, que ha perdido a su único hijo, y una
prostituta anónima necesitada de perdón y de consuelo. Ambas historias tienen
un final feliz, ya en esta vida, antes de la llegada del Reinado de Dios.
Ricos y
alabados
Algunos
pueden pagar 100.000 euros (¡cien mil!) por una noche en un hotel de Macao. Si
su presupuesto no da para tanto, puede contentarse con una noche en Cannes por
25.000. Naturalmente, la cena debe pagarla aparte: bastarán 2.000 euros. Y
mientras come puede mirar la hora en un reloj que le ha costado dos millones
(Cristiano Ronaldo). Son casos extremos, pero hay millones de personas que
pueden permitirse una vida de lujo y comodidad.
¿Se
refiere el último “ay” a este mismo grupo? “¡Ay si todo el mundo habla bien de
vosotros!” No parece que “todo el mundo” hable bien de esas personas, aunque
sigan sus andanzas en las revistas del corazón, la televisión y las redes
sociales.
Salvadas
las distancias, los escribas aparecen en el evangelio de Lucas como ejemplo de
personas que desean ser estimadas y amantes del dinero: “Guardaos de los
escribas, que gustan de pasear con hábitos amplios, aman los saludos por la
calle y los primeros puestos en sinagogas y banquetes; que devoran las fortunas
de las viudas con pretexto de largas oraciones. Su sentencia será más severa”
(Lc 20,46).
Y que
la riqueza puede ser causa de tristeza, ya en esta vida, lo demuestra el
episodio del personaje importante incapaz de renunciar a lo que Jesús le pide:
“Al oírlo, se entristeció, porque era muy rico” (Lc 18,23).
El mejor
comentario: la parábola del rico y Lázaro
A
propósito de las tres primeras bienaventuranzas y los tres primeros “ay”, el
mejor comentario lo ofrece Lucas en esta parábola. Comienza por el final, por
el rico que viste con lujo y banquetea espléndidamente todos los días; sigue el
pobre, cubierto de llagas, ansioso de comer las migajas que caen de la mesa del
rico.
María
alabó a Dios en el Magníficat porque “a los pobres los colma de bienes, y a los
ricos los despide vacíos”. Si alguien piensa que eso va a ser en esta vida, se
equivoca. Jesús deja que Lázaro muera de hambre, en la miseria. Será después de
muerto cuando entre en el Reino de Dios para ser eternamente feliz, mientras el
rico suspirará por una simple gota de agua, atormentado para siempre. «¡Ay
de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.»
¿Está
condenado el rico?
La
respuesta, de acuerdo con la técnica de Lucas, no la encontrará el lector hasta
mucho más adelante, en el episodio de Zaqueo. El rico también es hijo de
Abrahán, puede acoger a Jesús en su casa y dar a los pobres la mitad de sus
bienes.
Una reflexión
¿Por
qué puede expresarse Jesús de forma tan radical, proclamando dichosos a los
pobres, los que pasan hambre, los que lloran, los perseguidos?
Por
dos motivos:
1)
porque Él también era pobre, vivió de limosna y sufrió persecución hasta la
muerte;
2)
porque creía firmemente en la recompensa futura en el Reino de Dios, donde
quedaría saciada el hambre y enjugado el llanto.
Una
advertencia
Las
cuatro bienaventuranzas se dirigen a comunidades pobres o a los pobres como
Lázaro. Las comunidades ricas o las personas que no carecemos de nada no
podemos apropiárnoslas; no podemos utilizarlas para tranquilizar nuestra
conciencia pensando en la dicha futura de los pobres.
Se ha
elegido este texto por motivos literarios, para indicar que la contraposición
de bienaventuranzas y ayes es algo conocido por los profetas, aunque Jeremías
usa términos distintos: maldito y bendito. Pero los temas y las metáforas se
oponen perfectamente. Es una forma de animar a confiar en Dios, no en los
hombres.
Así dice el Señor:
«Maldito quien
confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del
Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la
aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su
confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa
raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de
sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.
2ª lectura (1
Corintios 15, 12. 16-20)
Aunque
no está elegida buscando una relación con el evangelio, la esperanza en la
resurrección encaja muy bien con la recompensa grande en el cielo de la que
habla Jesús.
Hermanos: Si anunciamos que Cristo resucitó de
entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no
resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo
no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y
los que murieron con Cristo se han perdido.
Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta
vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre
los muertos: el primero de todos.
San José Allamano
En Turín, en Italia, beato José Allamano,
presbítero, que, lleno de fervor, para propagar la fe cristiana fundó las
congregaciones de hombres y de mujeres denominadas de las Misiones de la
Consolata.
Vida
José Allamano nace en Castelnuovo d'Asti un
21 de enero de 1851 en el seno de una familia campesina. Fue el cuarto de cinco
hijos, a los tres años se quedaron huérfanos de padre. Además de la madre, tres
personas tienen un papel fundamental en su formación: su maestra Benedetta
Savio, San José Cafasso (su tío) y San Juan Bosco.
El 20 de septiembre de 1873 se ordena
sacerdote. Tiene 22 años. Los seis primeros años de sacerdote los pasa de
formador en el seminario, pero su mayor deseo es ir a una parroquia.
En 1880 se le abren nuevos caminos... el
arzobispo busca un rector para el Santuario de la Consolata, patrona de Turín y
piensa en él.
En 1882, junto a su amigo el p. Santiago
Camisassa, comienza la recuperación del Santuario y del Convictorio
eclesiástico, donde se formarán los jóvenes sacerdotes.
En 1900 cae gravemente enfermo, y gracias al
empuje del Cardenal Richelmy y las oraciones a la Consolata se cura
milagrosamente. Diez años antes Allamano había escrito una carta pidiendo la
fundación de un instituto misionero... Pero la autorización no llegó hasta el
29 de enero de 1901, justo un año después de su milagrosa curación.
Rondando los 20 años de edad parten los
cuatro primeros misioneros para Kenia: P. Gays, Hno. L. Falda, P. F. Perlo,
Hno. C. Lusso.
La fundación de las Misioneras de la
Consolata será nueve años más tarde, el 29 de enero de 1910. La audiencia con
el Papa Pío X, en 1909, le ayudó a ver claramente la voluntad de Dios
"...si no tiene vocación para fundar religiosas, te la doy yo". A
mediados de 1913, sale ya el primer grupo de monjas para las misiones.
Hoy día los dos institutos están formados por
hombres y mujeres unidos por la misma vocación misionera, el mismo fundador, la
misma madre -la Consolata- el mismo fin: la evangelización.
Consagrados para la evangelización en la
obediencia, castidad y pobreza para la formación de comunidades adultas, visita
a las familias, diálogo, promoción humana, justicia y paz, comunión...
La Eucaristía y María Consolata son el centro
de nuestra espiritualidad que se centra en el "Espíritu de familia,
Espíritu de fe, Espíritu de caridad, Espíritu de sacrificio". Y se resume
en palabras de San José Allamano: "primero santos, después
misioneros".
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