20 - DE
FEBERO – JUEVES –
6ª- SEMANA DE T.O. – C
SANTOS
FRANCISCO
Y Jacinta
Marto
Lectura del libro del Génesis
(9,1-13):
DIOS bendijo a Noé y a sus hijos diciéndoles:
«Sed fecundos, multiplicaos y llenad la
tierra. Todos los animales de la tierra y todas las aves del cielo os temerán y
os respetarán; todos los reptiles del suelo y todos los peces del mar están a
vuestra disposición. Todo lo que vive y se mueve os servirá de alimento: os lo
entrego todo, lo mismo que los vegetales.
Pero no comáis
carne con sangre, que es su vida. Pediré cuentas de vuestra sangre, que es
vuestra vida; se las pediré a cualquier animal. Y al hombre le pediré cuentas
de la vida de su hermano.
Quien derrame
la sangre de un hombre, por otro hombre será su sangre derramada; porque a
imagen de Dios hizo él al hombre.
Vosotros sed fecundos y multiplicaos, moveos por la tierra y dominadla».
Dios dijo a
Noé y a sus hijos:
«Yo establezco mi alianza con vosotros y con
vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganados
y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra.
Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir
criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra».
Y Dios añadió:
«Esta es la señal de la alianza que establezco
con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones:
pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra».
Palabra de Dios
Salmo: 101,16-18.19-21.29.22-23
R/. El Señor desde el cielo se ha fijado
en la tierra
V/. Los gentiles temerán tu nombre; los reyes del mundo, tu gloria.
Cuando el Señor reconstruya Sion, y
aparezca en su gloria,
y se vuelva a las súplicas de los indefensos, y no desprecie sus
peticiones. R/.
V/. Quede esto escrito para la generación futura, y el pueblo que será creado
alabará al Señor.
Que el Señor ha mirado desde su excelso
santuario, desde el cielo se ha fijado en la tierra, para escuchar los gemidos
de los cautivos y librar a los condenados a muerte. R/.
V/. Los hijos de tus siervos vivirán seguros, su linaje durará en tu presencia.
Para anunciar en Sion el nombre del
Señor, y su alabanza en Jerusalén, cuando se reúnan unánimes los pueblos y los
reyes para dar culto al Señor. R/.
Lectura
del santo Evangelio según San Marcos (8,27-33):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de
Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros,
uno de los profetas.»
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías.»
Él les prohibió terminantemente decírselo a
nadie. Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho,
tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser
ejecutado y resucitar a los tres días. Se lo explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a
increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los
discípulos increpó a Pedro:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas
como los hombres, no como Dios!»
Palabra del Señor
1.-
El texto de la primera lectura se
sitúa en la primera parte del Génesis en que se narra la Historia de los
orígenes del mundo y la humanidad (Gn 1-11), y nos presenta dos momentos tras
el episodio del diluvio (Gn 6,5-8,22): La Bendición y la alianza.
En primer lugar, el Señor bendice a Noé y sus
hijos con la fórmula que ya había utilizado para Adán y Eva: «Sed fecundos,
multiplicaos y llenad la tierra» (Gn 9,1); «Vosotros, pues, sed fecundos y
multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella» (Gn 9,7) (cf. Gn 21,28).
Con dicha bendición, se les invita a la fecundidad y con ello a la
proliferación del ser humano hasta llenar y dominad la tierra. El verbo dominar
en hebreo no tiene la connotación peyorativa que tiene en español y que ha
llevado en ocasiones a abusar de los recursos de nuestra “Casa Común”; El
vocablo “dominad” (rādāh) se refiere a la responsabilidad del rey que cuida a
su pueblo como un pastor a su rebaño, con esmero y atendiendo las
particularidades y necesidades de cada una de las ovejas (Ez 34,1-4; Sal
72,8-14). No es un disfrute arbitrario de lo poseído sino asumir la
responsabilidad de velar por el bienestar de aquello sobre lo que se domina. El
Señor, tras el diluvio pone la casa común a disposición para que el ser humano
a imagen y semejanza de Dios colabore en la conservación y mantenimiento de la
creación, de acuerdo a las leyes de Dios impresas en la naturaleza.
2.- En un segundo momento nos encontramos
con la primera alianza que el Señor realiza, en este caso con la humanidad, no
con su pueblo. Llama la atención que es una alianza unilateral; El Señor se
compromete con el ser humano a no volver a aniquilar la tierra, pero no le pide
a éste nada a cambio. Es una alianza en clave de promesa.
Toda alianza tiene un signo, ahora el signo
será visible por cualquier persona desde cualquier parte del mundo: el arco
iris. Es un recordatorio de la primera alianza que hizo el Señor con la
humanidad, una alianza que se traduce en promesa de futuro. Cuándo lo vemos en
el cielo, ¿hacemos memoria de esa alianza? ¿Somos capaces cada día de sabernos
bendecidos por el Señor y acoger en lo más profundo de nuestro ser, su
bendición?
3.- Tu
eres… Estamos ante uno de los textos más emblemáticos del evangelio que recogen
los tres sinópticos (cf. Mt 16,13-20; Lc 9, 18-21). Jesús hace la gran
pregunta: cuál es la identidad de Jesús cuya respuesta va a desarrollar Marcos
a lo largo de todo su evangelio. En la primera parte, el Mesías (Mc 8,29) y en
la segunda, el Hijo de Dios (Mc 15,39).
En primer lugar, hace la pregunta aludiendo
a la muchedumbre: ¿Quién dice la gente que soy yo? Los discípulos recogen las
respuestas de lo que han oído, que son múltiples y variadas: Juan Bautista que
ha resucitado, Elías, el profeta que vendría al final de los tiempos. Pero
Jesús guarda para el final la gran pregunta: ¿Y vosotros quien decís que soy
yo? Ya no es una cuestión para otros, sino que es una pregunta para los
discípulos mismos, que no pueden evitar.
La
respuesta la da Pedro, en nombre de todos, reconociéndolo como el Cristo, el
Mesías. Para entender esta respuesta petrina deberíamos tener en nuestra cabeza
todo el imaginario que tenía un judío sobre el Mesías, el Ungido de Dios, el
Enviado por el Padre para salvar a su pueblo. Recordemos la promesa hecha al
rey David de un descendiente suyo que permanecería en el trono eternamente (2
Sm 7).
Pero Jesús
quiere evitar la confusión de su mesianismo, por ello, a continuación, hace el
primero de los anuncios de la pasión (Mc 8,31-33). Jesús quiere transmitir que
su mesianismo no es un mesianismo político y espectacular, sino que es un
mesianismo en la línea del siervo de Yahvé (Is 42,1-9;49,1-7; 50,4-11;
52,13-53,12), un mesianismo en la debilidad.
4.- La
pregunta queda en el aire como un aldabonazo para cada uno de nosotros: ¿Tu
quien dices que soy yo? Jesús no quiere que respondas con respuestas teórica
aprendidas y memorizadas, sino que tu respuesta nazca de tu experiencia de Él:
¿Quién es Jesús para ti? ¿Qué lugar ocupa en tu vida? ¿Qué te aporta? Te invito
a que cojas un papel y des rienda suelta a tu pluma.
SANTOS FRANCISCO
Y Jacinta Marto
Junto con su hermano, el pequeño Francisco, y su prima Lucía, Jacinta
compone la tríada de pastorcitos a los que se les apareció la Virgen María en
Fátima. Francisco nació en Ajustrel el 11 de junio de 1908, y Jacinta vino al
mundo en esa misma localidad el 11 de marzo de 1910. Lucía era la mayor, nació
el 22 de marzo de 1907. Fue la superviviente de los tres. Falleció el 13 de
febrero de 2005. Ella y los dos hermanos compartían confidencias, jugaban y
rezaban unidos mientras cuidaban del rebaño. Lucía les hablaba de Cristo. El
prodigio que aconteció con los niños se produjo entre el 13 de mayo y el 13 de
octubre de 1917. El lugar elegido por la Virgen para hacerse presente ante
ellos fue Cova da Iría. Como les sucedió a otros videntes, los pastorcitos también
sintieron su corazón henchido de amor por Dios y por la humanidad,
disponiéndose a ofrecer sus sufrimientos para rescate de los pecadores.
Sus desdichas aparecieron desde el primer instante en el que hicieron
partícipes a otros de la celeste visión. Fueron objeto de malas
interpretaciones y calumnias, perseguidos y encarcelados. Pero todo lo
soportaron con paciencia y humildad dando pruebas de heroica fortaleza, pese a
su corta edad. En particular Francisco actuó con hombría cuando fueron
amenazados de muerte, a menos que declararan falsas las apariciones. Él
infundió valor a Jacinta y a Lucía. Los tres se mantuvieron firmes: «Si
nos matan no importa; vamos al cielo». De forma específica se hizo
patente su espíritu martirial cuando le engañaron llevándose a su hermana, a la
que supuestamente iban a sacrificar: «No se preocupen, no les diré
nada; prefiero morir antes que eso». También fue palpable su inocencia
evangélica y candor en el transcurso de su enfermedad. Siempre deseó consolar a
Dios y a la Virgen en los que le pareció entrever su tristeza: «¿Nuestro
Señor aún estará triste? Tengo tanta pena de que Él este así. Le ofrezco cuanto
sacrificio yo puedo», confió a su prima. El Padre se llevó
tempranamente junto a Él a este pequeño santo el 4 de abril de 1919.
Su hermana Jacinta, impresionada también por la pavorosa visión del
infierno, oraba por la conversión de los pecadores: «¡Qué pena tengo
de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!». Ella, como
su hermano y su prima, no ahorró mortificaciones ni sacrificios. Las
apariciones pusieron al descubierto su espíritu misionero. Así como Francisco
experimentaba inclinación a consolar a Dios y a María, Jacinta quería convertir
a las almas rescatándolas del infierno. El amor a Dios la devoraba: «¡Cuánto
amo a nuestro Señor! A veces siento que tengo fuego en el corazón pero que no
me quema». Obtuvo la gracia de ver los sufrimientos del Santo Padre, que
narró a su hermano y a su prima. Entonces unieron sus oraciones y elevaron
insistentes plegarias por él, a la par que ofrecían sacrificios.
Los dos hermanos fueron testigos de hechos prodigiosos realizados por
mediación de María, que se hizo eco de sus súplicas. Cuando veían que la
atención recaía en ellos por haber sido agraciados con las visiones, actuaban
con la misma sencillez y humildad de siempre, huyendo de la notoriedad. En
concreto Jacinta fue bendecida con apariciones de la Virgen de la que no fueron
testigos ni Francisco ni Lucía. Ésta admiraba a su prima; la vio madurar
después de haberse comprometido con María a ofrecer su vida y aficiones –como
el baile que le agradaba sobremanera– por los pecadores. Antes se había dejado
llevar por un carácter voluble y oscilante que según fuesen las circunstancias
se tornaba en gozo o en llanto.
Cuando al paso de los años Lucía hizo memoria de su acontecer,
manifestó: «Jacinta fue, según me parece, aquella a quien la Santísima
Virgen comunicó mayor abundancia de gracia, conocimiento de Dios y de la
virtud. Tenía un porte siempre serio, modesto y amable, que parecería traslucir
en todos sus actos una presencia de Dios propia de personas avanzadas ya en
edad y de gran virtud. Ella era una niña solo en años […]. Es admirable cómo
captó el espíritu de oración y sacrificio que la Virgen nos recomendó. Conservo
de ella una gran estima de santidad». Otra de las características de
Jacinta fue su devoción por el Sagrado Corazón de Jesús, unida a la que sentía
por María, y una especial dilección por el Santo Padre al que tenía presente en
su ofrenda personal y en las oraciones compartidas con su hermano y con su
prima.
La Virgen había advertido a Francisco y a Jacinta que sus vidas
serían breves. Ésta padeció mucho antes de morir por una llaga abierta en el
pecho, producto de la pleuresía que se infectó por falta de higiene: «Sufro
mucho; pero ofrezco todo por la conversión de los pecadores y para desagraviar
al Corazón Inmaculado de María», confió a su prima Lucía. En una
aparición, María le aseguró que vendría a buscarla. Voló a los brazos del Padre
en un centro hospitalario de Lisboa, donde la llevaron casi in extremis
esperando que se recuperara, el 20 de febrero de 1920, a los 10 años de edad.
Ambos hermanos fueron trasladados al santuario de Fátima. Al abrir el sepulcro
de Francisco vieron que el rosario que colocaron sobre su pecho aparecía
enredado en sus dedos. En cuanto a Jacinta, al trasladarla al santuario, 15
años después de su muerte, constataron que su cuerpo estaba incorrupto. El 18
de abril de 1989 Juan Pablo II declaró venerables a los dos hermanos. El 13 de
mayo de 2000, en el transcurso de su visita a Fátima, los beatificó en
presencia de Lucía, la tercera vidente.
El 13 de
mayo de 2017 Francisco los canonizó.
Fuente: Zenit
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