23 - DE FEBERO
– DOMINGO –
7ª-
SEMANA DE T.O. – C
San Policarpo
Lectura del primer libro de Samuel
(26,2.7-9.12-13.22-23):
En aquellos días, Saúl emprendió la bajada
hacia el páramo de Zif, con tres mil soldados israelitas, para dar una batida
en busca de David. David y Abisay fueron de noche al campamento; Saúl estaba
echado, durmiendo en medio del cercado de carros, la lanza hincada en tierra a
la cabecera. Abner y la tropa estaban echados alrededor.
Entonces
Abisay dijo a David: «Dios te pone el enemigo en la mano. Voy a clavarlo
en tierra de una lanzada; no hará falta repetir el golpe.»
Pero David
replicó:
«¡No
lo mates!, que no se puede atentar impunemente contra el ungido del Señor.»
David
tomó la lanza y el jarro de agua de la cabecera de Saúl, y se marcharon. Nadie
los vio, ni se enteró, ni se despertó: estaban todos dormidos, porque el Señor
les había enviado un sueño profundo.
David
cruzó a la otra parte, se plantó en la cima del monte, lejos, dejando mucho
espacio en medio, y gritó:
«Aquí está la lanza del rey. Que venga uno de
los mozos a recogerla. El Señor pagará a cada uno su justicia y su lealtad.
Porque él te puso hoy en mis manos, pero yo no quise atentar contra el ungido
del Señor.»
Palabra de Dios
Salmo: 102,1-2.3-4.8.10.12-13
R/. El Señor es compasivo y misericordioso
Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo
nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus
beneficios. R/.
Él perdona todas tus culpas y cura todas tus
enfermedades; él
rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. R/.
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia; no
nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R/.
Como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros
nuestros delitos; como
un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus
fieles. R/.
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios (15,45-49):
El primer hombre, Adán, fue
un ser animado. El último Adán, un espíritu que da vida. No es primero lo
espiritual, sino lo animal. Lo espiritual viene después.
El primer hombre, hecho de tierra,
era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los
hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros,
que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre
celestial.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san
Lucas (6,27-38):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A los que me escucháis os digo: Amad
a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os
maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale
la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te
pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás
como queréis que ellos os traten.
Pues, si amáis sólo a los que os
aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué
mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando
esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros
pecadores, con intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced
el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del
Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como
vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y
no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os
verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con
vosotros.»
Palabra del Señor
Amad a vuestros enemigos.
El
domingo pasado, en la primera parte del “Discurso en la llanura”, Jesús
distinguía dos antagónicos: pobres-odiados y ricos-estimados. Los primeros
recibirán en el cielo su recompensa; los segundos lo perderán todo. Pero aquí,
en la tierra, ¿cómo deben relacionarse ambos grupos? ¿Deben comenzar los pobres
una guerra contra los ricos? ¿Pueden contentarse, al menos, con maldecirlos y
desearles toda clase de desgracias? A favor de esta postura se podrían citar
numerosos salmos, textos proféticos, y la práctica contemporánea de la
comunidad de Qumrán. Pero Lucas quiere inculcar una actitud muy distinta,
basándose en la enseñanza de Jesús.
Comportamiento
con los enemigos (6,27-36)
Al
comienzo del evangelio de Lucas, Zacarías, padre de Juan Bautista, profetiza
que el descendiente de David vendrá “para que, arrancados de las manos
de los enemigos, le sirvamos [a Dios] con santidad y justicia”. Es una
falsa esperanza. La venida de Jesús no nos arranca de las manos de los
enemigos. ¿Qué hacer con ellos?
Ante
los sentimientos y palabras adversos
«A los que me escucháis os
digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Jesús
comienza dirigiéndose a “vosotros que me escucháis”, a sus
discípulos. No puede ser más duro y exigente. Ya no se trata de dos grupos
separados (pobres – ricos), cada uno viviendo su propia vida. Hay un grupo
enemigo que odia, maldice e injuria a las comunidades cristianas. Igual que hoy
día se odia, insulta y critica a la Iglesia. ¿Cómo reaccionar ante ello?
Es frecuente la autodefensa, negar las acusaciones o relativizarlas. No es eso
lo que quiere Jesús. Incluso en el caso de que el odio, la crítica o la
maldición sean injustificados, la postura del cristiano debe ser positiva. De
las cuatro cosas que indica Lucas, dos al menos son posibles en cualquier
circunstancia: hacer el bien y rezar. El “amor” no hay que entenderlo en
sentido afectivo (como el amor entre los esposos, o entre padres e hijos), sino
en el sentido práctico de “hacer el bien”. En el evangelio de Lucas, el ejemplo
concreto sería el de Jesús curando la oreja del soldado que viene a detenerlo.
Ante
las acciones
Al que te pegue en una mejilla, preséntale
la otra; al que te quite la capa, déjale también la
túnica.
A quien te pide, dale; al que te quite lo tuyo, no se lo reclames.
De
repente, del “vosotros” se cambia al “tú”. Lo que
hay que afrontar ahora no son sentimientos adversos (odio) o palabras hirientes
(maldiciones, injurias), sino acciones concretas: pegar, quitar, pedir,
llevarse. Estas frases le gustarían mucho a Gandhi. Pero a la mayoría le pueden
resultar absurdas y prestarse al chiste: “Al que te robe el móvil, dale también
el reloj”; “al empresario que intenta robarte, no se lo reclames”.
¿Hay
que tomar estas exhortaciones al pie de la letra? En el NT se escuchan dos
bofetadas: una a Jesús y otra a Pablo. Ninguno de los dos pone la otra mejilla.
Jesús reacciona: “Si he hablado mal, dime en qué. Y si no, ¿por qué me pegas?”
(Jn 18,23). Pablo, que se dirige al sumo sacerdote, es más duro: “Dios te va a
golpear a ti, pared encalada. Tú estás sentado para juzgarme según la Ley y me
mandas golpear contra la Ley” (Hch 23,3).
En cambio, con respecto al
no reclamar en caso de injusticia, hay una reflexión de Pablo muy parecida. Un
miembro de la comunidad de Corinto tuvo un pleito con otro y acudió a los
tribunales paganos. Pablo les escribe que eso debería resolverlo un experto
dentro de la comunidad. Y añade algo en la línea del evangelio que comentamos:
“Ya es bastante desgracia que tengáis pleitos entre vosotros. ¿Por qué no os
dejáis más bien perjudicar? ¿Por qué no os dejáis despojar?” (1 Cor 6,1-11).
La
regla de oro
Tratad
a los demás como queréis que ellos os traten.
El
discurso vuelve al “vosotros”. La formulación negativa de esta
famosa norma aconseja: “No hagas a otro lo que no quieres que te hagan”. Aquí
se pide algo más que no hacer daño; se pide tratar bien a cualquiera. ¿Cómo te
gusta que te trate la gente, hable de ti (por delante y por detrás), se
comporte contigo? Ponte en la piel de la otra persona y actúa como te gustaría
que ella se comportase contigo.
Motivos
para actuar así
Lucas es consciente de que
Jesús pide algo muy difícil. Por eso añade tres motivos que pueden ayudarnos a
actuar de ese modo.
1) El cristiano debe superar a
los pecadores.
Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué merito tenéis? También los
pecadores aman a los que los aman.
Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También
los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué merito tenéis? También los
pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Lo repite tres veces,
recogiendo dos verbos iniciales (amar, hacer el bien) y añadiendo uno nuevo
(prestar). Si el cristiano se limita a imitar al pecador, no tiene mérito
alguno. Se queda sin premio.
2) El premio.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el
bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del
Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Ya
al principio del discurso prometió Jesús “una recompensa abundante en el cielo”
(6,23). Ahora vuelve a mencionar esa “recompensa abundante” (6,35). Pero no
habrá que esperar a la otra vida para recibirla porque, actuando de ese modo,
“seréis hijos de Dios, que es generoso con ingratos y malvados”. Algunas
personas han pagado grandes sumas por un título nobiliario. La realidad de
“hijo de Dios” no se compra, se consigue actuando de forma benévola con los
enemigos.
3) Un buen hijo debe imitar a su padre.
Sed compasivos
como vuestro Padre es compasivo
La
compasión de Dios la confirmará más adelante la parábola de los dos hermanos,
en la que el padre abraza y festeja al hijo sinvergüenza que ha gastado su
fortuna con malas mujeres. Jesús pide mucho, pero también Dios se exige mucho a
sí mismo.
Jesús
y sus enemigos: ataque, reproche, silencio, disculpa y perdón
Los
preceptos anteriores resultan a veces muy tajantes, sin matices. Si Jesús mismo
no practicó alguno de ellos, ¿cómo debemos interpretar los otros? La respuesta
se encuentra en el resto del evangelio. Leyéndolo se advierte que el tema de
los enemigos es mucho más complejo de lo que aquí aparece. Jesús encuentra
enemigos muy distintos a lo largo de su vida: los escribas y fariseos, enemigos
continuos, que critican y condenan todo lo que hace; las autoridades religiosas
y políticas de Jerusalén (sacerdotes y ancianos), que lo condenan a muerte y se
burlan de él cuando está en la cruz; Judas, que lo traiciona; los soldados, que
se burlan de él, lo golpean y crucifican; el mal ladrón, que lo zahiere.
La
reacción de Jesús es muy distinta en cada caso. A los escribas y fariseos no
los bendice; los ataca de forma durísima, sin
desaprovechar ocasión alguna de condenarlos, insultarlos y dejarlos en
ridículo. A las autoridades les reprocha en el huerto
que vengan a apresarlo como si fuera un ladrón, luego guarda silencio. Con un
reproche reacciona también ante Judas: “¿Con un beso entregas al hijo del
hombre?”. Ante los soldados, por mucho que se burlen de él y lo hieran, no
protesta ni maldice. Pero su actitud global la representan sus palabras en la
cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, que abarcan a todos los
grupos. No solo perdona, también disculpa. Al morir por todos nosotros, estaba
cumpliendo su mandato de hacer el bien a los que nos odian.
La medida que uséis con los demás
la usará Dios con vosotros (37-38)
El
discurso cambia de tema. Deja de referirse a los enemigos para centrarse en la
conducta con los otros miembros de la comunidad.
No juzguéis, y no seréis
juzgados;
no condenéis, y
no seréis condenados;
perdonad, y
seréis perdonados;
dad, y se os
dará:
os verterán una
medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que
uséis, la usarán con vosotros.
La
primera parte comenzó con cuatro órdenes (amad, haced bien, bendecid, rezad).
Ahora encontramos dos prohibiciones (no juzguéis, no condenéis) y dos mandatos
(perdonad, dad).
Lo
novedoso es que de nuestra conducta depende la que adopte Dios con nosotros. Si
juzgamos, nos juzgará; si condenamos, nos condenará; si perdonamos, nos
perdonará; si damos, nos dará. Y aquí llega al colmo el tema de la “recompensa
abundante” que ha salido ya dos veces en el discurso; ahora se dice que será
“una medida generosa, apretada, remecida, rebosante”.
Estas
cuatro normas parecen una receta excelente para corromper a Dios y forzarle a
tratarnos bien y perdonarnos. Por desgracia, muchas veces preferimos arriesgar
su condena por el breve placer de criticar o condenar a alguien.
El
tema de no juzgar y no condenar se desarrolla a continuación, pero la liturgia
ha reservado el resto del discurso para el domingo 8º.
La 1ª
lectura (1 Samuel 26,2.7-9.12-13)
La 1ª lectura ofrece un ejemplo concreto de
perdón al enemigo, pero por debajo de lo que pide el evangelio. David,
perseguido continuamente por Saúl, tiene la posibilidad de matarlo. A eso lo
anima su compañero Abisai. David se niega a hacerlo “porque no se puede atentar
impunemente contra el Ungido del Señor”. ¿Y si no se tratara del rey? Cuando
estaba al servicio de los filisteos devastaba los pueblos vecinos “sin dejar
vivo hombre ni mujer”. David no es el modelo ideal para el modo de tratar al
enemigo. Pero podemos aplicarnos el mensaje de esta escena: si David perdonó a
Saúl por ser el rey de Israel, yo debo perdonar a cualquiera por ser hijo de
Dios.
Cuando los enemigos nos hacen un
gran favor
En
esta época en que se critica tanto a la Iglesia, conviene recordar que las
críticas y persecuciones le hacen gran bien. Tertuliano escribía en el siglo
III: “La sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
En
1870, el estado italiano se apoderó de Roma y arrebató al Papa la mayor parte
de los Estados Pontificios. Lo que muchos católicos de finales del siglo XIX
vivieron como una terrible ofensa a la Iglesia, hoy lo vemos como una bendición
de Dios. Algunos incluso piensan que Italia debería haberse quedado con todo.
San Pedro no tenía nada.
Un
propósito muy evangélico
No
enviar por las redes sociales ninguna noticia, chiste o comentario que fomente
el odio o el desprecio, que insulte o se burle de cualquier persona de
cualquier ideología.
San Policarpo
San Policarpo obispo y mártir (año 155)
Memoria de san Policarpo, obispo y mártir, discípulo de san Juan y el último
de los testigos de los tiempos apostólicos, que en tiempo de los emperadores
Marco Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, cuando contaba ya casi noventa años, fue
quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y
del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los
mártires y dejado participar del cáliz de Cristo (c. 155).
Policarpo significa: el que produce muchos frutos de buenas obras. (poli =
mucho, carpo = fruto).
San Policarpo tuvo el inmenso honor de ser discípulo del apóstol San Juan
Evangelista. Los fieles le profesaban una gran admiración. Y entre sus
discípulos tuvo a San Ireneo y a varios varones importantes más.
En una carta a un cristiano que había dejado la verdadera fe y se dedicaba a
enseñar errores, le dice así San Ireneo: "Esto no era lo que enseñaba
nuestro venerable maestro San Policarpo. Ah, yo te puedo mostrar el sitio en el
que este gran santo acostumbraba a sentarse a predicar. Todavía recuerdo la
venerabilidad de su comportamiento, la santidad de su persona, la majestad de
su rostro y las santas enseñanzas con que nos instruía. Todavía me parece
estarle oyendo contar que él había conversado con San Juan y con muchos otros
que habían conocido a Jesucristo, y repetir las palabras que había oído de
ellos. Y yo te puedo jurar que, si San Policarpo oyera las herejías que ahora
están diciendo algunos, se taparía los oídos y repetiría aquella frase que
acostumbraba a decir: Dios mío, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír
semejantes horrores? Y se habría alejado inmediatamente de los que afirman
tales cosas".
San Policarpo era obispo de la ciudad de Esmirna, en Turquía, y fue a Roma a
dialogar con el Papa Aniceto para ver si podían ponerse de acuerdo para
unificar la fecha de fiesta de Pascua entre los cristianos de Asia y los de
Europa. Y andando por Roma se encontró con un hereje que negaba varias verdades
de la religión católica. El otro le preguntó: ¿No me conoces? Y el santo le
respondió: ¡Si te conozco! ¡Tú eres un hijo de Satanás!
Cuando San Ignacio de Antioquía iba hacia Roma, encadenado para ser
martirizado, San Policarpo salió a recibirlo y besó emocionado sus cadenas. Y
por petición de San Ignacio escribió una carta a los cristianos del Asia, carta
que, según San Jerónimo, era sumamente apreciada por los antiguos cristianos.
Los cristianos de Esmirna escribieron una bellísima carta poco después del
martirio de este gran santo, y en ella nos cuentan datos muy interesantes, por
ejemplo, los siguientes:
"Cuando
estalló la persecución, Policarpo no se presentó voluntariamente a las
autoridades para que lo mataran, porque él tenía temor de que su voluntad no
fuera lo suficientemente fuerte para ser capaz de enfrentarse al martirio, y
porque sus fuerzas no eran ya tan grandes pues era muy anciano. Él se escondió,
pero un esclavo fue y contó dónde estaba escondido y el gobierno envió un
piquete de soldados a llevarlo preso. Era de noche cuando llegaron. Él se
levantó de la cama y exclamó: "Hágase la santa voluntad de Dios".
Luego mandó que les dieran una buena cena a los que lo iban a llevar preso y
les pidió que le permitieran rezar un rato. Pasó bastantes minutos rezando y
varios de los soldados, al verlo tan piadoso y santo, se arrepintieron de haber
ido a llevarlo preso.
El populacho estaba reunido en el estadio y allá fue llevado Policarpo para
ser juzgado. El gobernador le dijo:
"Declare que
el César es el Señor".
Policarpo
respondió:
"Yo sólo
reconozco como mi Señor a Jesucristo, el Hijo de Dios".
Añadió el
gobernador:
¿Y qué pierde con
echar un poco de incienso ante el altar del César? Renuncie a su Cristo y
salvará su vida.
A lo cual San
Policarpo dio una respuesta admirable. Dijo así:
"Ochenta y
seis años llevo sirviendo a Jesucristo y Él nunca me ha fallado en nada. ¿Cómo
le voy yo a fallar a Él ahora? Yo seré siempre amigo de Cristo".
El gobernador le
grita:
"Si no adora
al César y sigue adorando a Cristo lo condenaré a las llamas",.
Y el santo
responde:
"Me amenazas
con fuego que dura unos momentos y después se apaga. Yo lo que quiero es no
tener que ir nunca al fuego eterno que nunca se apaga".
En ese momento el populacho empezó a gritar:
¡Este es el jefe
de los cristianos, el que prohíbe adorar a nuestros dioses! ¡Que lo quemen! Y
también los judíos pedían que lo quemaran vivo. El gobernador les hizo caso y
decretó su pena de muerte, y todos aquellos enemigos de nuestra santa religión
se fueron a traer leña de los hornos y talleres para encender una hoguera y
quemarlo.
Hicieron un gran montón de leña y colocaron sobre él a Policarpo. Los
verdugos querían amarrarlo a un palo con cadenas, pero él les dijo:
"Por favor:
déjenme así, que el Señor me concederá valor para soportar este tormento sin
tratar de alejarme de él". Entonces lo único que hicieron fue atarle las
manos por detrás.
Policarpo, elevando los ojos hacia el cielo, oró así en alta voz:
"Señor Dios,
Todopoderoso, Padre de Nuestro Señor Jesucristo: yo te bendigo porque me has
permitido llegar a esta situación y me concedes la gracia de formar parte del
grupo de tus mártires, y me das el gran honor de poder participar del cáliz de
amargura que tu propio Hijo Jesús tuvo que tomar antes de llegar a su
resurrección gloriosa. Concédeme la gracia de ser admitido entre el grupo de
los que sacrifican su vida por Ti y haz que este sacrificio te sea totalmente
agradable. Yo te alabo y te bendigo Padre Celestial por tu santísimo Hijo
Jesucristo a quien sea dada la gloria junto al Espíritu Santo, por los siglos
de los siglos".
"Tan pronto terminó Policarpo de rezar su oración, prendieron fuego a la
leña, y entonces sucedió un milagro ante nuestros ojos y a la vista de todos
los que estábamos allí presentes (sigue diciendo la carta escrita por los
testigos que presenciaron su martirio): las llamas, haciendo una gran
circunferencia, rodearon al cuerpo del mártir, y el cuerpo de Policarpo ya no
parecía un cuerpo humano quemado sino un hermoso pan tostado, o un pedazo de
oro sacado de un horno ardiente. Y todos los alrededores se llenaron de un
agradabilísimo olor como de un fino incienso. Los verdugos recibieron la orden
de atravesar el corazón del mártir con un lanzazo, y en ese momento vimos salir
volando desde allí hacia lo alto una blanquísima paloma, y al brotar la sangre
del corazón del santo, en seguida la hoguera se apagó".
"Los judíos y paganos le pidieron al jefe de la guardia que destruyeran e
hicieran desaparecer el cuerpo del mártir, y el militar lo mandó quemar, pero
nosotros alcanzamos a recoger algunos de sus huesos y los veneramos como un
tesoro más valioso que las más ricas joyas, y los llevamos al sitio donde nos
reunimos para orar".
El día de su martirio fue el 23 de febrero del año 155.
Esta carta, escrita en el propio tiempo en que sucedió el martirio, es una
narración verdaderamente hermosa y provechosa.
ORACIÓN
Concédanos el Dios Todopoderoso poder también nosotros como San Policarpo
ser fieles a Nuestro Señor Jesucristo hasta el último momento de nuestra vida.
www.ewtn.com/spanish/saints/Policarpo.htm
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