17 - DE
FEBERO – LUNES –
6ª- SEMANA DE T.O. – C
LOS SIETE SANTOS
FUNDADORES SERVITAS
Lectura
del libro del Génesis (4,1-15.25):
EL hombre conoció a
Eva, su mujer, que concibió y dio a luz a Caín. Y ella dijo:
«He
adquirido un hombre con la ayuda del Señor».
Después
dio a luz a Abel, su hermano. Abel era pastor de ovejas, y Caín cultivaba el
suelo.
Pasado un tiempo, Caín ofreció al Señor dones de los frutos del suelo;
también Abel ofreció las primicias y la grasa de sus ovejas.
El
Señor se fijó en Abel y en su ofrenda, pero no se fijó en Caín ni en su
ofrenda; Caín se enfureció y andaba abatido.
El
Señor dijo a Caín:
«Por
qué te enfureces y andas abatido? ¿No estarías animado si obraras bien?; pero,
si no obras bien, el pecado acecha a la puerta y te codicia, aunque tú podrás
dominarlo».
Caín
dijo a su hermano Abel:
«Vamos
al campo».
Y,
cuando estaban en el campo, Caín atacó a su hermano Abel y lo mató.
El
Señor dijo a Caín:
«Dónde
está Abel, tu hermano?».
Respondió
Caín:
«No
sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano?».
El
Señor le replicó:
«¿Qué
has hecho? La sangre de tu hermano me está gritando desde el suelo. Por eso te maldice ese
suelo que ha abierto sus fauces para recibir de tus manos la sangre de tu
hermano.
Cuando
cultives el suelo, no volverá a darte sus productos. Andarás errante y perdido
por la tierra».
Caín
contestó al Señor:
«Mi
culpa es demasiado grande para soportarla. Puesto que me expulsas hoy de este
suelo, tendré que ocultarme de ti, andar errante y perdido por la tierra, y
cualquiera que me encuentre me matará».
El
Señor le dijo:
«El
que mate a Caín lo pagará siete veces».
Y el Señor puso una señal a
Caín para que, si alguien lo encontraba, no lo matase.
Adán
conoció otra vez a su mujer, que dio a luz un hijo y lo llamó Set, pues dijo:
«Dios
me ha dado otro descendiente en lugar de Abel, asesinado por Caín».
Palabra de Dios
Salmo:
49,1.8.16bc-17.20-21
R/.
Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza
V/. El Dios de los dioses,
el Señor, habla: convoca la tierra de oriente a occidente.
«No te reprocho tus
sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí. R/.
V/. ¿Por qué recitas
mis preceptos, y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza y te echas a la
espalda mis mandatos? R/.
V/. Te sientas a hablar
contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre.
Esto haces, ¿y me voy a
callar? ¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré
en cara». R/.
Lectura
del santo evangelio según san Marcos (8,11-13):
EN aquel tiempo, se
presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a
prueba, le pidieron un signo del cielo.
Jesús
dio un profundo suspiro y dijo:
«Por
qué esta generación reclama un signo? En verdad os digo que no se le dará un
signo a esta generación».
Los
dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.
Palabra del Señor
1.- La envidia es aquello que se siembra
en el corazón por falta de logros personales... algunas veces se maquilla de
amabilidad, se pone perfume de cortesía y sale a la calle disfrazada de Buena
Voluntad. Es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.
El envidioso se molesta ante la satisfacción ajena. Solamente se siente
tranquilo al contemplar la miseria de otros. Por lo tanto, es estéril todo
empeño en satisfacerlo. La envidia no siempre es lo material, a veces la gente
siente celos por tu personalidad, tu espíritu, tu esfuerzo, tu risa, tus ganas
de salir adelante, tu alegría. Cuando una persona progresa, alégrate de sus
frutos y verás como mañana con esfuerzo y sin envidia, conseguirás el
doble.
2.- Caín mata por envidia a su hermano.
Siete veces, para que no se nos olvide, repite el texto como una letanía la
palabra HERMANO. Tener un hermano es sentir que alguien comparte nuestra misma
raíz, descubrir la misma sangre en otro y disfrutar de lo distinto, para dar
riqueza a un mismo hogar, Caín se da cuenta que es distinto a su hermano Abel,
en edad, en oficio y en ofrenda a Dios. Ese sentimiento de frustración llena su
vida de amargura camina abatido, no comparte la diferencia y abre la puerta a
los pensamientos que enfurecen a los envidiosos. Caín se hace ruin y se olvida
de la unión inmensa con Abel. No lo ve, ni lo vive, ni lo siente como hermano.
Entonces busca el lugar de los cobardes, la estrategia de los recelosos,
confiando en que el otro no puede ni imaginar lo que es capaz un corazón lleno
de celos y envidia.
El primer
crimen de la humanidad se ejecuta por no aceptar las diferencias. Pudo más el
orgullo y la ambición que la realidad de ser hermanos. Y resuena la pregunta
estremecedora de un Dios dolido en busca de un hijo sin vida a manos de un
hermano, que, a tenor de la respuesta, no le importa la fraternidad ni se
considera guardián de nadie. Que tristeza desentenderse por envidia de un
hermano.
3.- Muchos creen
que sólo queda esconderse, vivir errante tras el lamento de una conciencia
señalada por la marca de Caín. Vagar con el eco del salmista que nos habla de
un Señor que no se calla, que no es como nosotros. que nos echa en cara nuestra
falta de lealtad. Pero hay otros que, aún con esa señal, a la espera
de la misericordia no cesan de ofrecer un sacrificio de alabanza. Aprenden de
los errores y aceptan que en la diferencia está la riqueza y que hay que romper
la espiral de violencia respetando la vida y la dignidad de cada persona.
4.- Mientras
los fariseos pierden el tiempo en discutir pidiendo signos en el cielo, Jesús suspira
profundamente. Por muchos signos que vean ya están predispuestos a no creer.
Marcha a la otra orilla buscando corazones nobles, limpios, acogedores de los
signos nuevos del Reino. Con quienes tientan a Dios, mejor responder con
claridad y sin engaños. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Jesús
dejaba huellas de cielo en quienes se cruzaron en su camino, signos de la
presencia misma de Dios en él y en su Palabra. Cada día derramaba la abundancia
divina en quienes se ofrecían para hacer la voluntad del Padre.
Hoy nos interpela esta palabra. Uno de los
grandes males que nos azota y que late detrás de tantas situaciones de
injusticia es el corazón envidioso del hombre. La envidia es calumniar,
difamar, juzgar, traicionar...matar la dignidad del otro, del hermano. También
es un mal entre los seguidores de Jesús que provoca heridas y deja cicatrices.
Un cristiano envidioso es un antitestimonio pues su vida está muy alejada del
Evangelio. De igual manera que la de aquellos que aún siguen pidiendo signos
para creer. Dichosos los que crean sin haber visto.
LOS
SIETE SANTOS FUNDADORES SERVITAS
Estos siete varones
florentinos llevaron primero una vida eremítica en el monte Senario, con
particular dedicación al culto de la Virgen. Después se dedicaron a predicar
por toda la Toscana y fundaron la Orden de Siervos de Santa María Virgen,
«Servitas», reconocida por la Santa Sede en el año 1304. Su memoria anual se
celebra este día, en el que, según se dice, murió uno de ellos, san Alejo
Falconieri, en el año 1310.
Eran siete amigos,
comerciantes de la ciudad de Florencia, Italia. Sus nombres: Alejo, Amadeo,
Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan.
Pertenecían a una
asociación de devotos de la Virgen María, que había en Florencia, y poco a poco
fueron convenciéndose de que debían abandonar lo mundano y dedicarse a la vida
de santidad. Vendieron sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y se fueron
al Monte Senario a rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a
santificarse les llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la Stma.
Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento de
Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la devoción a la Madre de
Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus angustias. A tan buena Madre le
encomendaron que les ayudara a convertirse de sus miserias espirituales y que
bendijera misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse
"Siervos de María" o "Servitas".
En el monte Senario se
dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron la
visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó que
no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran
a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a
propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes,
menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como
simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron
de la Stma. Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su
Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser muy llena de bondad y
de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes
que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación
religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus
religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a
muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad. Su
especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les conseguía
maravillosos favores de Dios.
El más anciano de ellos fue
nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su ancianidad
y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana,
mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe
Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y
quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores,
Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus
discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de
San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos
encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan al decir estas
palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en
edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de
hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de santo.
El cuarto, que era
Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir se sintió todo
el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que
de la habitación del difunto salía una luz brillante y subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y
Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad.
Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían.
Después tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar.
Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión
general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el
largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y
bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que
les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a
acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio,
vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas
azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los
dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que
Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a
aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa
amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos
hermanos.
El último en morir fue el
hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo
conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los
Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de
todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen
ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis
compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.
Que estos Santos Fundadores
nos animen a aumentar nuestra devoción a la Virgen Santísima y a no cansarnos
nunca de propagar la devoción a la Madre de Dios.
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