miércoles, 19 de febrero de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 21 - DE FEBERO – VIERNES – 6ª- SEMANA DE T.O. – C San Pedro Damián

 


 

21 - DE FEBERO – VIERNES –

 6ª- SEMANA DE T.O. – C

San Pedro Damián

 

   Lectura del libro del Génesis (11,1-9):

  Toda la tierra hablaba una misma lengua con las mismas palabras.
       Al emigrar los hombres desde oriente, encontraron una llanura en la tierra de Senaar y se establecieron allí.
       Se dijeron unos a otros:
      «Vamos a preparar ladrillos y a cocerlos al fuego».
       Y emplearon ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en vez de argamasa.
       Después dijeron:
      «Vamos a construir una ciudad y una torre que alcance el cielo, para hacernos un nombre, no sea que nos dispersemos por la superficie de la tierra».
       El Señor bajó a ver la ciudad y la torre que estaban construyendo los hombres.
      Y el Señor dijo:
      «Puesto que son un solo pueblo con una sola lengua y esto no es más que el comienzo de su actividad, ahora nada de lo que decidan hacer les resultará imposible. Bajemos, pues, y confundamos allí su lengua, de modo que ninguno entienda la lengua del prójimo».
       El Señor los dispersó de allí por la superficie de la tierra y cesaron de construir la ciudad.
       Por eso se llama Babel, porque allí confundió el Señor la lengua de toda la tierra, y desde allí los dispersó el Señor por la superficie de la tierra.

Palabra de Dios

 

       Salmo: 32,10-11.12-13.14-15

       R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad

       V/. El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Señor subsiste por siempre; los proyectos de su corazón, de edad en edad. R/.

        V/. Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad.
        El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. 
R/.

      V/. Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones. 
R/.

 

  Lectura del santo evangelio según san Marcos (8,34–9,1):

 

  En aquel tiempo, Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo:

  «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

  Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.

   Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?

  Quien se avergüence de mí y de mis palabras, en esta generación descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles.»

  Y añadió:

  «Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia.»

 

Palabra del Señor

 

  1.-  Jesús nos ha convencido de que seguirle a él es lo mejor que nos puede ocurrir en la vida. Este seguir a Jesús lo hemos de traducir por "el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará". Que fue lo que le sucedió a Jesús. Le mataron por ser fiel a su buena noticia, y no desdecirse del mensaje que nos había traído y así entregó su vida por amor a nosotros. Le cargaron con su cruz y murió en ella. Pero ese no fue el final. Al tercer día resucitó, salvó su vida.

    2.-  Desde aquí entendemos mejor las palabras que nos dirige Jesús: "El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Nuestra cruz ha de tener los mismos motivos que la que cargó Jesús, vivir el evangelio, vivir el "amaos unos a otros como yo os he amado".

   3.-  Jesús nos lo advierte. Salvar la vida, ser felices... no va por el camino de "ganar el mundo entero", algo que nos lleva a la ruina, sino por el camino de Jesús, el de la entrega, el de la cruz y la resurrección a la vida de total felicidad.

 

San Pedro Damián

 



 

Memoria de san Pedro Damiani (Damiano o Damián), cardenal obispo de Ostia y doctor de la Iglesia. Habiendo entrado en el eremo de Fonte Avellana, promovió denodadamente la vida religiosa y en los tiempos difíciles de la reforma de la Iglesia trabajó para que los monjes se dedicasen a la santidad de la contemplación, los clérigos a la integridad de vida y para que el pueblo mantuviese la comunión con la Sede Apostólica.

  Falleció el día 22 de febrero en Favencia, de la Romagna.

 

  Vida de San Pedro Damián

  Dante Alighieri, en el canto XXI del Paraíso, coloca a San Pedro Damián en el cielo de Saturno, destinado en su Comedia a los espíritus contemplativos. El poeta pone en los labios del santo una breve y eficaz narración autobiográfica: la predilección por los alimentos frugales y la vida contemplativa, y el abandono de la tranquila vida de convento por el cargo episcopal y cardenalicio.

  Pedro nació en Rávena en 1007; fue el último hijo de una numerosa familia, y como quedó huérfano de padre en temprana edad, fue ayudado por su hermano mayor, Damiano, y esto explica el apelativo de “Damián”.

  Después de haber estudiado en Ravena, Faenza y Padua, fue profesor de la universidad de Parma, pero pronto abandonó el cargo y entró en el monasterio calandulense de Fonte Avellana, de cuyo monasterio fue elegido prior. En ese tiempo la Iglesia estaba destrozada por las discordias y los cismas, consecuencia de ese grave perjuicio que se llama simonía, compraventa de puestos eclesiásticos, y también de la ligereza con que el clero resolvía el problema del celibato. Entonces la Iglesia necesitaba hombres íntegros y preparados como el culto y austero Pedro Damián.

  Estuvo al lado de seis Papas como “enviado mensajero de la paz”, y sobre todo colaboró con Hildebrando, el gran reformador que llegó a ser Papa con el nombre de Gregorio VII. Pedro Damián, después de varias peregrinaciones en la diócesis de Milán, en Francia y en Alemania, fue nombrado por Esteban IX cardenal y obispo de Ostia. Ya anciano, fue llamado por Ravena, su ciudad natal, para poner orden en el conflicto suscitado por los seguidores de un antipapa.

    Murió en Faenza (Favencia), en 1072, cuando regresaba de la última misión de paz. Fue venerado inmediatamente como santo y su culto oficial fue reconocido en 1828 por el Papa León XII, que también lo proclamó doctor de la Iglesia por sus numerosos escritos de contenido teológico.

 

 

 

 

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