9 - DE FEBERO
– DOMINGO –
5ª- SEMANA DE T.O. – C
Santa Apolonia de Alejandría
Lectura del libro de Isaías (6,1-2a.3-8):
El año de la
muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la
orla de su manto llenaba el templo.
Junto a él estaban los serafines, y se
gritaban uno a otro diciendo:
«¡Santo, santo, santo es el Señor del
universo, llena está la tierra de su gloria!».
Temblaban las jambas y los umbrales al clamor
de su voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo dije:
«¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de
labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con
mis ojos al Rey, Señor del universo».
Uno de los seres de fuego voló hacia mí con una ascua en la mano, que
había tomado del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo:
«Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu
culpa, está perdonado tu pecado».
Entonces escuché la voz del Señor, que decía:
«A quién enviaré? ¿Y quién irá por
nosotros?».
Contesté:
«Aquí estoy, mándame».
Palabra de Dios
Salmo: 137
R/. Delante de los
ángeles tañeré para ti, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi
boca;
delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario. R/.
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R/.
Que te den gracias, Señor, los reyes de
la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,
porque la gloria del Señor es
grande. R/.
Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R/.
Lectura de la
primera carta de san Pablo a los Corintios (15,1-11):
Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros
aceptasteis, en el que además estáis fundados,
y que os está salvando, si os mantenéis
en la palabra que os anunciamos; de lo contrario, creísteis en vano.
Porque yo os
transmití en primer lugar, lo que también yo recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al
tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los
Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de
los cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más
tarde a todos los apóstoles; por último, como a un aborto, se me apareció
también a mí.
Porque yo soy
el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he
perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que
soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he
trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios
conmigo. Pues bien; tanto yo como ellos predicamos así, y así lo creísteis
vosotros.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(5,1-11):
En aquel
tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios.
Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la
orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a
una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de
tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para
la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche
y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan
grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas
a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles
una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se
hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies
de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre
pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él
y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo
mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de
Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de
hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y,
dejándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor
Tres vocaciones muy distintas:
Isaías, Pablo, Pedro.
Después
del fracaso en Nazaret (que leímos el domingo pasado), la liturgia dominical
omite algunos episodios y pasa a la vocación de los primeros discípulos, aunque
el relato de Lucas podríamos titularlo, con más razón, “La vocación de Pedro”.
Como paralelo del Antiguo Testamento, la primera lectura cuenta la vocación de
Isaías. Y la segunda, aunque se centra en el contenido de la primera
predicación cristiana, hace una referencia clara a la vocación de Pablo. Buen
tema de reflexión en una época en la que tanto nos preocupa la escasez de
vocaciones.
A
propósito de la visita de Jesús a Nazaret vimos que Lucas se basa en el
evangelio de Marcos, pero lo modifica para enfocar el episodio de forma nueva.
Hoy ocurre lo mismo con la vocación de los primeros discípulos. Para comprender
el relato de Lucas conviene recordar el de Marcos.
El
escueto relato de Marcos sobre la vocación de los primeros discípulos
Caminando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que
echaban las redes al lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Veníos
conmigo y os haré pescadores de hombres”. Al punto, dejando las redes, le
siguieron.
Un trecho más adelante vio a Santiago de Zebedeo y a su hermano Juan, que
arreglaban las redes en la barca. Inmediatamente los llamó. Y ellos dejando a
su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron con él.
El
relato no puede ser más breve. Parecen simples notas para ser desarrolladas por
Marcos en su comunidad. Dos parejas de hermanos, un lago, unas redes, una
barca, el padre de dos de ellos, unos jornaleros. En este ambiente tan sencillo
y cotidiano, Jesús se encuentra por primera vez con estos cuatro muchachos, los
llama, y ellos lo siguen dejándolo todo. Una reacción que desconcierta a
cualquier lector atento.
La versión de Lucas
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la
palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que
estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando
las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara, un poco de
tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar,
dijo a Simón:
- Remad mar adentro, y echada las redes para pescar.
Simón contestó:
- Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero,
por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba
la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a
echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se
hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
- Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro- se había apoderado de él y de los que estaban con él,
al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y
Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
- No temas; desde ahora serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Los tres cambios que introduce Lucas
1. Pretende
hacer más comprensible el seguimiento de los discípulos. No es la primera vez
que se encuentran con Jesús. Él ya ha estado antes en Cafarnaúm, incluso ha
comido en casa de Simón y ha curado a su suegra. Luego ha seguido su vida de
predicador itinerante y solitario, pero, cuando vuelve a Cafarnaúm, no es un
desconocido. Es un maestro famoso y la gente se agolpa para escucharle. El
lector no se extraña de que lo sigan.
2. Centra su atención en Pedro, no en los cuatro discípulos, hasta el punto de que
ni siquiera nombra a su hermano Andrés. Jesús sube a la barca de Simón, le pide
que se aleje un poco de tierra; con él dialoga después de hablar a la multitud,
ordenándole adentrarse en el lago y echar las redes; y Simón Pedro es el único
que reacciona arrojándose a los pies de Jesús y reconociéndose pecador. Aunque
luego se menciona a Santiago y Juan, que también seguirán a Jesús, las palabras
finales y decisivas las dirige Jesús solo a Simón: “No temas; desde ahora serás
pescador de hombres”.
3. Subraya
la importancia de Jesús. No se limita a pasear por el lago (como cuenta Marcos)
sino que está predicando a la gente, que se agolpa a su alrededor hasta el
punto de necesitar subirse a una barca. Luego, Simón le da el título de
“Maestro” y le obedece, volviendo a pescar, aunque parece absurdo. Finalmente,
Simón cae de rodillas y lo reconoce como un personaje santo, no un pobre
pecador como él. La vocación de los discípulos supone un mayor conocimiento de
Jesús.
¿Qué pretende decirnos Lucas con estos cambios?
La
finalidad del primero es clara: hacer más comprensible el seguimiento de los
discípulos.
El
segundo pone de relieve la figura de Pedro. Lo mismo hace Lucas al final de su
evangelio, cuando pone en boca de los discípulos estas palabras: “Realmente ha
resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón” (Lc 24,34). Simón protagonista
al comienzo y al final del evangelio de Lucas. Es posible que algunos
cristianos, basándose en el duro ataque de Pablo a Pedro en Antioquía (contado
en la carta a los Gálatas), pusiesen en discusión su autoridad, y Lucas
quisiera ponerla a salvo.
El
tercero nos recuerda que cualquier vocación sirve para conocer mejor a Jesús.
El relato de Marcos dice que Jesús no es un francotirador cuya obra
desaparecerá con su muerte; quiere y busca colaboradores que continúen su
misión. Lucas añade el aspecto de la enseñanza y la autoridad. Pero sugiere
también algo mucho mayor: es un personaje santo, que provoca en Simón un
sentimiento de indignidad. Para comprender este aspecto hay que recordar la
vocación de Isaías, primera lectura de este domingo.
El relato
de la vocación de Isaías (1ª lectura)
El año de la muerte del rey
Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto y excelso: la orla de su manto
llenaba el templo. Y vi serafines en pie junto a él. Y se gritaban uno a otro,
diciendo: “¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está
llena de su gloria!” Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de su
voz, y el templo estaba lleno de humo.
Yo
dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en
medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de
los ejércitos.”
Y
voló hacia mí uno de los serafines, con una ascua en la mano, que había cogido
del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: “Mira; esto ha
tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado.”
Entonces,
escuché la voz del Señor, que decía: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?”
Contesté:
“Aquí estoy, mándame.”
Retrocedamos
ocho siglos, al año 739 a.C., cuando muere el rey Ozías. En ese momento sitúa
Isaías su vocación. Pero la cuenta de un modo muy distinto. En ese encuentro
inicial con Dios lo que más le llama la atención es su majestad y soberanía,
que destaca mediante tres contrastes. El primero con Ozías, muerto; del rey
mortal se pasa al rey inmortal. El segundo, con los serafines, a los que
describe detenidamente, mientras de Dios solo puede decir que “la orla de su
manto llenaba el templo”. El tercero, con Isaías, que se siente impuro ante el
Señor. Tenemos tres binomios que subrayan la soberanía de Dios (vida-muerte,
invisibilidad-visibilidad, santidad-impureza). Todo esto, enmarcado en un
terremoto que hace temblar los umbrales y llena de humo el templo.
Basándose
en la queja de Isaías (“soy un hombre de labios impuros”), un serafín purifica
sus labios, como símbolo de la purificación de toda la persona. Por eso, la
consecuencia final no es que Isaías ya tiene los labios puros, sino que “ha
desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Cuando Dios pregunte “¿A
quién mandaré? ¿Quién irá de mi parte?”, Isaías podrá ofrecerse
voluntariamente: “Aquí estoy, mándame”.
La vocación de Isaías y la
vocación de Simón
Lucas,
gran conocedor del Antiguo Testamento, parece ofrecer en su relato de la
vocación de Simón Pedro una relectura de la vocación de Isaías. Al menos es
interesante advertir las diferencias.
El escenario. La vocación de
Isaías tiene lugar en el ámbito sagrado del templo, con Dios en un trono alto y
excelso, rodeado de serafines. La de Pedro, en una barca dentro del lago,
rodeado de los compañeros y jornaleros.
La persona que llama. En el caso de
Isaías se subraya la majestad y santidad de Dios. A Jesús se le presenta
inicialmente de forma muy humana, aunque capaz de congregar a una multitud y de
convencer a Pedro para que vuelva a pescar. Solo después de la pesca advertirá
Pedro que se encuentra ante un personaje excepcional.
La reacción inicial del llamado. En ambos casos el
protagonista se siente pecador. La reacción de Isaías es más trágica (“estoy
perdido”) porque parte de la idea de que nadie puede ver a Dios y seguir con
vida. Pedro se reconoce simplemente ante un personaje sagrado junto al cual no
puede estar (“apártate de mí”).
La preparación del enviado. A Isaías, un
serafín lo purifica como paso previo para poder realizar su misión. Jesús no
realiza nada parecido con Pedro. La forma de prepararse es seguir a Jesús.
“Dejándolo todo lo siguieron”.
La misión. La liturgia ha suprimido la parte final del relato de
Isaías, donde recibe la desconcertante misión de endurecer el corazón del
pueblo judío y cegar sus ojos; la misión principal de Isaías consistirá en
transmitir un mensaje durísimo. En cambio, la de Pedro será positiva, “pescador
de hombres”.
La reacción final del
elegido. Aquí no hay diferencia. En ambos casos se advierte la
misma disponibilidad, aunque en los discípulos se subraya que lo dejan todo
para seguir a Jesús.
La breve
referencia de Pablo a su vocación (2ª lectura)
Al
enumerar las apariciones de Jesús, Pablo no evita una referencia a sí mismo:
“por último, como a un aborto, se me apareció también a mí”. La gran diferencia
con Isaías y Pedro es que Pablo ha sido un perseguidor de la iglesia. Pero
también él recibe una misión, y ha respondido con toda generosidad. Incluso con
cierto orgullo confiesa: “he trabajado más que todos ellos”. Para corregirse
inmediatamente: “Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.
Reflexión y
pregunta
La
generosidad de los cuatro primeros discípulos, dejándolo todo para seguir a
Jesús, nos recuerda a tantas personas que siguen dejando todo, incluso la
familia y la patria, a veces para ser “pescadores de hombres”, otras para
ayudar a cualquiera que lo necesite, incluso de religión distinta. Un ejemplo
que sirve de estímulo y demuestra el poder de la llamada de Jesús.
La
pregunta: ¿Cuántas veces a la semana cumplo su mandato: “Rogad al Señor de la
mies que envíe obreros a su mies”?
En Alejandría,
en Egipto, conmemoración de santa Apolonia, virgen y mártir, la cual, después
de haber sufrido muchos y crueles tormentos por parte de los perseguidores,
para no verse obligada a proferir palabras impías prefirió entregarse al fuego
antes que ceder en su fe.
Vida de Santa Apolonia de Alejandría
Sucedió en tiempos
del emperador Felipe que es una época suave en la práctica de la fe cristiana.
El lugar de los acontecimientos es Alejandría y por el año 248, previo a la
persecución de Decio.
Sale a la calle un poeta con aires de profeta de males futuros; practicaba
la magia, según se dice; va por las vías y plazas alejandrinas publicando, como
agorero de males, las catástrofes y calamidades que van a sobrevenir a la
ciudad si no se extermina de ella a los cristianos. No se sabe qué cosas dieron
motivo para predecir esos tiempos aciagos, pero la verborrea produjo su efecto.
El obispo Dionisio Alejandrino es el que relata el comienzo de la persecución.
Tomaron violentamente al anciano Metro, sin respetar sus canas; le exigen
blasfemias contra Jesucristo, se desalientan con su firmeza y acaban moliéndolo
a palos y lapidándolo a las afueras de la ciudad. Luego van a por la matrona
Cointa que es atada, arrastrada y también muerta a pedradas. Ahora la ciudad
parece en estado de guerra; han crecido los tumultos; la gente va loca
asaltando las casas donde puede haber cristianos. Se multiplican los incendios,
los saqueos y la destrucción.
En Alejandría vive una cristiana bautizada desde pequeña y educada en la fe
por sus padres; en los tiempos de su juventud decidió la renuncia voluntaria al
matrimonio para dar su vida entera a Jesús. Se llama Apolonia y ya es entrada
en años; los que la conocen saben mucho de sus obras de caridad, de su sólida
virtud y de su retiro en oración; incluso presta ayuda a la iglesia local como
diaconisa, según se estila en la antigüedad. Las hordas incontroladas la
secuestran y pretenden obligarla a blasfemar contra Jesucristo. Como nada sale
de su boca, con una piedra le destrozan los dientes. Después la llevan fuera de
la ciudad amenazándola con arrojarla a una hoguera, si no apostata. Pide un
tiempo para reflexionar. Se abisma en oración. Luego, ella misma es la que, con
desprecio a la vida que sin Dios no vale, con paso decidido, pasa ante sus
asombrados verdugos y entra en las llamas donde murió.
Los cristianos recogieron de entre las cenizas lo poco que quedó de sus
despojos. Los dientes fueron recogidos como reliquias que distribuyeron por las
iglesias.
Su representación iconográfica posterior la presenta sufriendo martirio de
manos de un sayón que tiene una gran piedra en la mano para impartir el golpe
que le destrozó la boca. Por eso es abogada contra los males de dientes y
muelas.
También a nosotros nos asombra la decisión de santa Apolonia por parecerse a
al suicidio. Algún magnánimo escritor habla de que «eso sólo es lícito hacerlo
bajo una inspiración de Dios». Desde luego es susceptible de más de una glosa.
Sólo que los santos, tan extremosamente llenos de Dios, adoptan en ocasiones
actitudes inverosímiles y desconcertantes bajo el aguijón del Amor y ¡quién
sabe si esas son «locuras» sólo para quien no tiene tanto amor! Al fin y al
cabo, cada santo es el misterio de responder sin cuento a Dios.
(Fuente: archimadrid.es)
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