2 DE ABRIL – SÁBADO –
OCTAVA DE PASCUA
Evangelio
según san Marcos 16,9-1
Jesús,
resucitado al amanecer del primer día de la semana, se apareció primero a María
Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a anunciárselo a sus compañeros que
estaban tristes y llorando. Ellos,
al oírla decir que estaba vivo y que lo había visto, no la creyeron. Después se apareció en figura de otro a dos de
ellos que iban caminando a una finca. También
ellos fueron a anunciarlo a los demás, pero no les creyeron. Por último se apareció Jesús a los Once,
cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de
corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado. Y les dijo:
“Id
al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación”.
1. Los
relatos evangélicos de la resurrección y del Resucitado nos ayudan a pensar mejor
el tema central del cristianismo, que consiste en la “relación” y la “unión”
que, en Jesús, se da entre “lo divino” y “lo humano’, “lo trascendente” y “lo
inmanente”.
Por esto el evangelio de Marcos destaca
dos cosas: 1) El hecho de la
resurrección
de Jesús. 2) La resistencia de los discípulos para
aceptar que era verdad ese hecho.
Estos dos hechos siguen adelante en la
historia. Y son motivo de confusión para
no pocos cristianos. En este asunto, es
importante distinguir que no es lo mismo “realidad” que “historicidad”. Lo real no coincide con lo histórico. Por ejemplo, Dios es una realidad (que se
acepta por la fe, no por la evidencia). Pero
Dios no es realidad histórica. Porque la historia está determinada por las
coordenadas del espacio y el tiempo. Pero
Dios no está ni limitado por el espacio, ni fijado por el paso del tiempo. Por tanto, se puede y se debe decir que Jesús
resucitó realmente, pero que la resurrección no es un hecho histórico.
2. La
resurrección trasciende la historia. En
la mañana del domingo de Pascua, Jesús no regresó al espacio y el tiempo, sino
que trascendió el espacio y el tiempo.
Lo cual explica las resistencias de los discípulos
a creer en el Resucitado. Ellos sabían que
estaba vivo. Pero no le veían, ni sabían
dónde estaba, ni cuándo lo verían. Y es que,
para creer en la resurrección, es decisivo tener presente que hay otra forma de
existencia, que no conocemos, pero que es tan real como la nuestra. Es la forma decisiva y sin fin que nos
espera, la que tenemos prometida. Esto es lo capital para nosotros cuando pensamos
en Jesús el Viviente.
3. Al
no estar condicionado por el espacio y el tiempo, Jesús está presente en el mundo,
en la vida, en cada ser humano y en la naturaleza entera de una forma que nosotros
no podemos ni imaginar. Jesús está vivo
y presente en todo lo que es vida, belleza, felicidad, esperanza, paz,
humanidad.
Creer en el Resucitado es asumir lo mejor
de nuestra humanidad y contagiarlo a los demás. Esto es lo que distingue al auténtico creyente
en Jesús y su Evangelio.
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