viernes, 22 de abril de 2016

Párate un momento: evangelio del día 23 DE ABRIL – SÁBADO - 4ª - SEMANA DE PASCUA San Jorge






23 DE ABRIL – SÁBADO -
4ª - SEMANA DE PASCUA
San Jorge

       Evangelio según san Juan 14, 7-14

       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
       “Si me conocierais a mi; conoceríais también a mi Padre.  Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto”.
       Felipe le dice:
       “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
        Jesús le replica:
       “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe?  ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?
       Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia.  El Padre, que permanece en mi; él mismo hace las obras.  Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí.  Si no, creed en las obras.  Os lo aseguro: el que cree en mi; también él hará las obras que yo hago, aún mayores.  
       Porque yo me voy al Padre: y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.  Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré”.

       1.   Jesús empieza hablando del “conocimiento de Dios”.  Así, Jesús plantea —y
 resuelve— el problema más profundo que nos presenta el hecho religioso.  Dios, por definición, es el Trascendente.  Pero ser “trascendente” no significa ser “infinitamente superior”, sino simplemente ser “incomunicable” a quienes pertenecemos a un “orden absolutamente distinto” (S. Nordmann).
       Digámoslo sin miedo. Dios es el “Absolutamente Otro”.  Lo que representa que Dios no está a nuestro alcance.  Por eso es una ignorancia, una ingenuidad o una asombrosa mentira ponerse a hablar de Dios, de lo que piensa Dios, de lo que Dios quiere o de lo que manda, como si lo conociéramos al detalle.
       De aquí nacen todos los problemas que nos presenta el tema de Dios. Y las contradicciones que vemos en Dios, en “la imposible teodicea”
(J. A. Estrada).  
       Entonces, el problema de Dios ¿no tiene solución?

       2.   La solución, que ha encontrado el cristianismo, está en Jesús.  Por eso el mismo
Jesús afirma: “Si me conocéis a mí, conocéis también a mi Padre” (Jn 14, 7).  Porque
Jesús está en Dios. Y Dios está en Jesús (Jn 14, 11).  De ahí que conocer a Jesús es conocer a Dios (“el Padre”).  Por eso el gran problema del conocimiento de Dios está en el conocimiento de Jesús.
       Tal como el cristianismo resuelve todo este problema, la solución está en el conocimiento que tenemos de Jesús.  Porque Dios está en
Jesús.  Y se nos revela en Jesús.

       3.   Esto es lo que Jesús le dice a Felipe cuando este le pide a Jesús: “Muéstranos al Padre” (Jn 14, 8).  La respuesta de Jesús es sorprendente: “Felipe, ¿no me conoces?” (Jn 14, 9).
       La clave está en el conocimiento de Jesús. Pero aquí es donde está el problema práctico y concreto.  Porque el conocimiento de Jesús no se alcanza “estudiándolo”, sino “siguiéndolo”.       La clave está en el seguimiento de Jesús. Solo quienes siguen a Jesús son los que pueden conocer a Dios.  “El saber cristológico no constituye ni se transmite primariamente en el concepto, sino en los relatos de seguimiento” (J. B. Metz).
       Los discípulos no conocieron a Jesús estudiando cristología, sino viviendo con Jesús y como Jesús. Conocen a Jesús los que siguen a Jesús.
  De ahí que solamente pueden conocer a Dios quienes siguen la forma de vida que trazó Jesús en el Evangelio.

San Jorge



La vida de San Jorge se popularizó en Europa durante la Edad Media, gracias a una versión bastante "sobria" de sus actas. Según cuenta la tradición, el santo era un caballero cristiano que hirió gravemente a un dragón de un pantano que aterrorizaba a los habitantes de una pequeña ciudad. El pueblo sobrecogido de temor se disponía a huir, cuando San Jorge dijo que bastaba con que creyesen en Jesucristo para que el dragón muriese. El rey y sus súbditos se convirtieron al punto y el monstruo murió.
Por entonces estalló la cruel persecución de Diocleciano y Maximiano; el santo entonces comenzó a alentar a los que vacilaban en la fe, por lo que recibió crueles castigos y torturas, pero todo fue en vano. El emperador mandó a decapitar al santo, sentencia que se llevó a cabo sin dificultad, pero cuando Diocleciano volvía del sitio de la ejecución fue consumido por un fuego bajado del cielo. Esta versión popular de la vida del santo, induce a que en realidad San Jorge fue verdaderamente un mártir de Dióspolis (es decir Lida) de Palestina, probablemente anterior a la época de Constantino. No se sabe exactamente como llegó a ser San Jorge patrón de Inglaterra. Ciertamente su nombre era ya conocido en las islas Británicas antes de la conquista de los normandos. En todo caso, es muy probable que los cruzados especialmente Ricardo I hallan vuelto del oriente con una idea muy elevada sobre el poder de intercesión de San Jorge.



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