22 DE ABRIL - VIERNES -
4ª - SEMANA DE PASCUA
Santos Sotero y Cayo, papas
Evangelio
según san Juan 14, 1-6
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“No perdáis la calma: creed en Dios y creed
también en mí. En la casa de mi Padre
hay muchas estancias, y me voy a pre- pararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os
llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo
voy, ya sabéis el camino”.
Tomás
le dice:
“Señor,
no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”
Jesús
le responde:
“Yo
soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.
1. Aquí
comienza el último discurso de Jesús a sus compañeros y amigos más cercanos. Es un discurso de despedida. Y bien sabemos que toda despedida, sobre todo
cuando es definitiva (in 13, 33; Lc 22, 16), es un momento fuerte, duro,
costoso y propicio para las emociones intensas que turban lo más íntimo de una
persona. El verbo griego tarassó, que
aplica aquí Jesús a los discípulos y que significa “agitar”, “confundir”,
“inquietar”, “perturbar” (H. Balz), es el mismo verbo que utiliza el evangelio
de Juan para referirse a la emoción y la conmoción tremenda de Jesús ante su propia
muerte (Jn 11, 33; 13, 21; Mt 26,38).
Jesús les pide a aquellos hombres que no se
dejen llevar por tales sentimientos. Sino que “crean” en él, es decir, que “se fíen
de él”. Eso les dará la seguridad y la
paz que necesitan.
2. La
fe en Jesús no es un problema. La fe en
Jesús es la solución para resolver lo que más deseamos o lo que más nos
preocupa. Sobre todo, cuando tenemos que afrontar las situaciones más duras de
la vida. Los peligros y las amenazas,
que nos agobian, encuentran solución, fuerza y esperanza cuando nos fiamos de
Jesús.
La fe, tal como de ella hablan los evangelios,
es una confianza en Jesús, que se convierte en fuerza interior. Una fuerza que se sobrepone a las dudas, las
oscuridades, las preguntas, las inseguridades, los miedos...
3. Cuando
Jesús es la meta de los más nobles anhelos, por eso mismo es también
es camino
para alcanzar lo que anhelamos. Si
anhelamos estar siempre con alguien, ese deseo mantenido siempre, es el camino
para lograr la presencia y la intimidad que nunca acaba. En estos tiempos que vivimos, cuando tenemos
más medios para todo, tenemos también más miedos que nunca. Solo cuando la forma de vida, que siguió
Jesús, es nuestra forma de vida, entonces esa vida (así vivida) es el “camino”
del que nos habla Jesús en este evangelio. Y así, Jesús es también la “verdad” y la “vida”.
Solo de esa forma el Evangelio se hace
presente en este mundo. Y sirve para dar
sentido a la vida.
Santos Sotero y Cayo, papas
Tiempos
nada fáciles los que le tocaron vivir a San Sotero. Fue el sucesor en el
pontificado del Papa Aniceto muerto el año 165. Había nacido en la Campania
italiana, en Fondi y su padre se llamaba Concordio.
Durante su pontificado se extendió
la Iglesia ya que él mismo ordenó a bastantes diáconos, sacerdotes y obispos.
En el terreno disciplinar dictó leyes sobre el lugar de las mujeres en la
Iglesia y, sobre todo, atajó con gran valentía las herejías que se cernían
sobre la Iglesia en aquellos tiempos iniciales del cristianismo.
En su tiempo se extendió la herejía
de Montano que propugnaba un exagerado rigorismo de costumbres. La penitencia
más rigurosa y la vida más perfecta debían practicarla todos los cristianos
para no caer en pecado, sobre todo si se trataba de pecados muy graves, ya que
no se les podían perdonar porque la Iglesia carecía de poder para ello. Esta
doctrina que después defenderían Tertualiano y, sobre todo, Novaciano, fue
condenada por la Iglesia en tiempos del Papa San Sotero. Él defendió la
doctrina que siempre se había predicado y defendido en la Iglesia desde
Jesucristo, que para el pecador arrepentido no hay pecado alguno, por grande
que éste sea, que no se le pueda conceder el perdón. Así desaparecía el clima
de rigorismo y pesimismo que atormentaba a los cristianos tan en contradicción
con la doctrina del Evangelio que es de amor, perdón, alegría y esperanza...
Otra
característica de San Sotero fue su ardiente caridad para con los necesitados.
Él era todo para todos y quería que se viviera de acuerdo con lo que los Hechos
de los Apóstoles expresan de los primeros cristianos, que «todo era común entre
ellos» y que «todos eran un solo corazón y una sola alma»... San Sotero pedía
limosnas a las Iglesias más ricas para distribuirlas entre las más pobres y se
esforzaba «por tratar a todos con palabras y obras como un padre trata a sus
hijos». Durante su pontificado el emperador Marco Aurelio (161-180), persiguió
sañudamente a la Iglesia y durante este tiempo hubo abundantes mártires, entre ellos
el mismo Papa que parece murió mártir el 22 de Abril del 175.
San Cayo
vivió un siglo más tarde y a pesar de ello en la tradición cristiana han
caminado siempre unidos ambos Santos aunque nada tengan en común a no ser el
haber muerto por Cristo y el haber sido Obispos de Roma. Su vida va entretejida
de bastantes leyendas y datos poco dignos de fiar pero sabemos cierto que
sucedió en el Pontificado al Papa San Eutiquiano el año 283. La última
persecución más violenta fue la de Valeriano. Después casi todo el siglo II fue
tiempo de paz y durante él la Iglesia quedó robustecida fuertemente. San Cayo
se aprovechó de esta paz y patrocinó, sobre todo las dos escuelas célebres de
Oriente: Alejandrina y Antioquena que tantos y tan ilustres hijos produjeron. A
pesar de esta paz relativa también hubo algunos conatos de persecución y de
hecho el mismo papa San Cayo pasó temporadas oculto en las Catacumbas de San
Calixto y desde allí alentaba a los cristianos. Él, valiente, animaba a que
fueran fieles a su fe en Jesucristo y que por nada del mundo renegaran de ella.
Si no estaban dispuestos a morir por Jesucristo – les decía – que por lo menos
perseveraran ocultos entregados a la oración y buenas obras.
El año 283
empezó una nueva persecución contra los cristianos decretada por Caro que,
aunque no tan sangrienta como otras anteriores, causó graves daños a la
Iglesia, siendo muchos los hombres y mujeres que derramaron generosamente su
sangre por confesar a Jesucristo.
No son
claras las noticias sobre el martirio de San Cayo. Hay historiadores que
afirman que murió mártir, otros que a causa de las persecuciones y también
quienes niegan que fuera mártir. Desde el siglo IV se celebra este día. Murió
el 296.
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