16 DE ABRIL – SÁBADO –
3ª – SEMANA DE PASCUA –
Santa Engracia y compañeros mártires.
Evangelio
según san Juan 6,60-69
En
aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús al oírlo, dijeron:
“Este
modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”
Advirtiendo
Jesús que sus discípulos lo criticaban les dijo:
“¿Esto
os hace vacilar? ¿Y si vierais al Hijo
del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no
sirve para nada. Las palabras que os he
dicho son espíritu y vida. Y con todo,
algunos de vosotros no creen”.
(Pues
Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar). Y dijo:
“Por
eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Desde entonces, muchos discípulos suyos
se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”
Simón
Pedro le contestó:
“Señor,
¿a quién vamos a acudir? Tú tienes
palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado
por Dios”.
1. Quizá
lo más iluminador, para entender este evangelio, es tener presente que una cosa
es “el hecho” de la presencia de Jesús en la eucaristía; y otra cosa es “la explicación”
de ese hecho que se ha intentado dar en la historia de la Iglesia.
El hecho de la presencia no se ha puesto
nunca en duda entre los cristianos. Es
decir, nunca se ha cuestionado que, en el pan de la eucaristía, está presente
Jesús.
Otra cosa es explicar cómo se debe entender
esa presencia.
Esta presencia se ha explicado desde
diversos puntos de visto. Y aquí es
donde se han presentado las dificultades y las discusiones teológicas.
2. parece
lógico afirmar que muchos de los oyentes de Jesús, en la sinagoga de Cafarnaúm,
pensaron que Jesús estaba diciendo que “se lo tenían que comer”, en el sentido
más material y burdo de esa expresión.
Es evidente que Jesús no quiso decir eso.
Además, es importante saber que, en la larga historia de los diez primeros
siglos de la Iglesia, no hubo ni una controversia seria sobre este asunto. Y eso que, como sabemos, en aquellos siglos
existió una gran diversidad y libertad entre los autores cristianos más
reconocidos cuando explican al pueblo cómo está Jesús en el pan eucarístico.
Por ejemplo, es seguro que, hoy en día,
la Congregación de la Doctrina de la Fe pondría muy serios reparos para admitir
las explicaciones que san Agustín daba, en sus catequesis o al comentar el
evangelio de Juan, sobre la eucaristía. Hoy, el lenguaje de san Agustín sobre la
presencia de Cristo en la eucaristía sería un escándalo.
3. Y
es que los autores de aquellos tiempos utilizaban el lenguaje “simbólico” de
Platón. Mientras que, a partir del s. XI, se empezó a
utilizar el pensamiento metafísico de Aristóteles. De ahí que, ya en el s. IX, cuando un monje de
las Galias, Pascasio Radberto, se puso a decir que, al comulgar, nos comemos la
misma carne que nació de María o que murió en la cruz, aquello fue motivo de
escándalo.
El obispo de
Maguncia, al enterarse, dijo que jamás había oído semejante disparate. Estas discusiones arreciaron en el s. Xl, con Berengario
de Tours. Hasta que el concilio de
Trento, al rechazar
la doctrina de Lutero, definió que la presencia de Cristo en la eucaristía es
verdadera, real y sustancial. En
definitiva, Jesús está en la eucaristía. Y, al comulgar, nos unimos a él. A su vida y su proyecto. Esto es lo fundamental.
Santa Engracia y compañeros mártires.
Portuguesa, nació en
Braga, hacia el año 284. De familia noble, la fama de su belleza y virtud,
llegó hasta la Galia Narbonense, cuyo jefe militar la solicitó por esposa.
Emprendió el camino hacia la Galia, pero se detuvo en Zaragoza en los días en
que el gobernador Daciano se ensañaba con los cristianos.
Engracia
osó presentarse ante él para reprocharle su crueldad. Daciano dio orden de
prenderla y la sometió a un martirio muy cruel, en el año †304. patrona de
Zaragoza- y sus compañeros fueron al martirio en el año 304. Era ella una noble
joven que visitaba a Zaragoza procedente de otras tierras. Por su fidelidad a
Cristo sufrió grandes torturas.
La
azotaron asida a una columna, fue arrastrada por la ciudad atada a la cola de
un caballo y por fin le hincaron un garfio de hierro en la frente. El cuerpo de
la Santa fue sepultado honrosamente en una urna de mármol y los dieciocho
compañeros fueron puestos en un sepulcro contiguo. Junto a la basílica que se
construyó en este lugar para honrar a los mártires, se fundó un monasterio en
el 592 A.D.
Aquí estudió
San Eugenio y San Braulio fundó su "escuela episcopal". El rey de
Aragón, Juan II agradeció a la santa por su exitosa operación de cataratas y
como agradecimiento construyó el Monasterio de Santa María de las Santas Masas.
Esta es la segunda iglesia de Zaragoza, después de la Basílica del Pilar.
En ella se
conservó el culto a pesar de la dominación musulmana. En 1389, al excavar una zanja, se
descubrieron nuevamente los sagrados enterramientos con los restos de los
santos mencionados y muchos otros. Los ejércitos de Napoleón invadieron desde
Francia causando la destrucción del monasterio, pero no pudo destruir la
veneración a los mártires que siguen victoriosos su misión de ser testigos
ejemplares de la vida cristiana.
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