4 de Abril – Lunes –
Solemnidad de la Anunciación del Señor
Primera lectura Isaías 7, 1O-14; 8,1O
En
aquel tiempo, el Señor habló a Acaz: “Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo
hondo del abismo o en lo alto del cielo”.
Respondió
Acaz:
“No
la pido, no quiero tentar al Señor”. Entonces
dijo Dios:
“Escucha,
casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi
Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os
dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.
Salmo 39
Aquí
estoy, Señor, para hacer tu
voluntad. R/
• Tú no
quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído;
no
pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: “Aquí estoy”. R/
• “Como está escrito en mi libro
para
hacer tu voluntad”.
Dios
mío, lo quiero,
y llevo en las entrañas. R/
·
He
proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú
lo sabes.
R/
·
No me he
guardado en el pecho tu defensa,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea.
Segunda
Lectura: Hebreos, 10, 4-10
Hermanos
es imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los
pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo dijo:
“Tú
no quieres sacrificios ni ofrendas pero me has preparado un cuerpo; no aceptas
holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces
yo dije lo que esta escrito en el libro: «Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu
voluntad»”.
Primero
dice:
“No
quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas
expiatorias”, que se ofrecen según la Ley.
Después
añade:
“Aquí
estoy yo para hacer tu voluntad”. Niega
lo primero para afirmar lo segundo.
Y
conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo
de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Evangelio
según san Lucas 1, 26-38
A
los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la
estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El
ángel, entrando en su presencia, dijo:
“Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo”.
Ella
se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El
ángel le dijo:
“No
temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.
Concebirás
en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el
Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin”.
Y
María dijo al ángel:
“¿Cómo
será eso, pues no conozco a varón?”.
El
ángel le contestó:
“El
Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí
tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y
ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible”.
María
contestó:
“Aquí
está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.
Y
la dejó el ángel.
1. La “Anunciación del Señor” representa un
misterio tan profundo, que no es comprensible si no se tiene en cuenta que Dios
es Dios porque es el Trascendente. Ahora
bien, la trascendencia no significa simplemente que Dios es “infinitamente
superior” al ser humano. Significa
propiamente que Dios es “incomunicable” a nosotros, “de un orden absolutamente otro” a todo cuanto los mortales podemos alcanzar
(Sophie Nordmann).
Esto supuesto, nosotros podemos conocer a
Dios y relacionarnos con Él porque Dios,
al “encarnarse” (Jn 1, 14) en un ser humano, Jesús, se no ha dado a conocer.
Esto es lo que nos enseña la “Anunciación del Señor”.
2. Todo
esto significa que el hijo de María, Jesús, no es una mera “representación” de Dios,
sino que en Jesús vemos, oímos y tocamos a Dios mismo, como les dijo Jesús a
sus discípulos (Jn 14, 8-11). Por eso
Jesús pudo decir que su relación con el Padre es enteramente única y exclusiva (Mt
11, 27). Desde este punto de vista,
se puede asegurar que la presencia de Jesús es el hecho más profundo y
revolucionario que los humanos podemos imaginar. Jesús es la revelación de Dios y la presencia
de Dios entre los humanos.
3. Pero
todo esto nos viene a decir también que el Evangelio, y su presencia entre
nosotros a lo largo de los siglos, no es propiamente hablando una religión más.
El Evangelio es el gran relato de la
presencia de Dios y del encuentro con Dios, vivido en un ser humano y divino a
la vez, en cuanto que su vida humana es, para nosotros, el encuentro con Dios.
Lo que Jesús nos dejó no es una
“religión”, sino que es un “proyecto de vida”.
La vida que llevó Jesús es la vida que
hemos de llevar nosotros, si es que queremos encontrar a Dios.
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