domingo, 10 de abril de 2016

Párate un momento: Evangelio del día 11 DE ABRIL - LUNES 3ª - SEMANA DE PASCUA San Estanislao, obispo y mártir





11 DE ABRIL - LUNES
3ª - SEMANA DE PASCUA
San Estanislao, obispo y mártir

       Evangelio según san Juan 6, 22-29

       Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago, notó que allí no había más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos.  Entre tanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan (sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias).  Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y se fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús.  
       Al encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron:
       “Maestro, ¿cómo has venido aquí?
       Jesús les contestó:
       “Os lo aseguro: me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros.  Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a este lo ha señalado el Padre, Dios”.
       Ellos le preguntaron:
       “¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”.
       Respondió Jesús:
       “Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado”.

       1.   Lo que más preocupa al común de los mortales, sobre todo a la gente más necesitada, es el pan de cada día.  Y sabemos que el pan simboliza el hecho de satisfacer las necesidades más elementales y más apremiantes del ser humano.  Los animales se contentan con llenar cada día el estómago. Para los humanos, la comida no es solo una necesidad biológica.  Es, además y sobre todo, el símbolo que comparte la vida.  Eso representa lo que llamamos la “comensalía”.
       Se comprende la búsqueda que aquellas gentes emprendieron para encontrar a Jesús. Hoy, eso se verifica en la angustia de tantos millones de criaturas humanas condenadas a carecer de lo más elemental.  Y, muchos de ellos, condenados a una muerte cercana. Estamos hablando de más de mil millones de seres humanos que carecen de alimentación.  Y sobre todo de derechos.  Solos de todo en la vida.

       2.   Y sin embargo —es esto sorprendente, a primera vista—, Jesús les dijo a aquellos pobres galileos, y nos dice a nosotros ahora, que hay algo más apremiante que tener pan para un día, para un tiempo...  
       ¿Puede haber algo más urgente que eso? Jesús afirma que es más importante “creer en él”.  
       Es decir, más necesaria es la fe que el pan. Esto no nos entra en la cabeza porque tenemos una idea trastornada de lo que es la fe en Jesús. Tal como la presentan los evangelios, la fe salva. Pero salva, ¿de qué? ¿Para qué?  No es una cuestión primordialmente “religiosa”.  
Es la respuesta total a la limitación “humana”. Jesús les decía a los enfermos: “Tu fe te ha salvado”.  Es decir, la fe da vida, alivia penas y dolores, soledades y desamparos, da fuerzas para superar toda clase de dificultades. Y, sobre todo, la fe en Jesús une a las personas y nos funde a todos en uno, mediante la fusión de nuestros mejores sentimientos.  O la fe es eso.  O la fe es un cuento que no sirve para nada de lo que verdaderamente interesa y preocupa a todo ser humano.

       3.   Pues si la fe es eso y actúa así en la vida, ¿no es cierto que lo que más necesitamos todos es esa fe, esa fuerza, esa vida, esa forma de entender y de poner en práctica otra manera de organizar y gestionar nuestra convivencia?

San Estanislao, obispo y mártir

San Estanislao, nació en Szczepanow, cerca de Cracovia el día 26 de julio de 1030. Fue hijo único. Su nacimiento puede considerarse como un prodigio, pues vino al mundo después de treinta años de casados sus padres.

 Los padres, Wielislaw y Bogna, de noble alcurnia, llevaban vida austera y piadosa, siendo muy estimados por sus grandes virtudes.
 En el hogar paterno Estanislao recibió una esmerada cultura, tanto moral como intelectual; sus estudios superiores los realizó en Cracovia y en París.
 Fue ordenado sacerdote por el obispo de Cracovia, Lamberto, siendo elegido sucesor de esta sede el día 2 de febrero de 1072. Gobernó valientemente la diócesis durante ocho años, al cabo de los cuales fue martirizado.
       El día 17 de septiembre de 1253 quedó canonizado en Asís por el papa Inocencio IV. El papa Clemente VIII extendió su culto para toda la Iglesia en el año 1605.
 La muerte de San Estanislao en el pensamiento polaco significa lo mismo que la muerte de los valores con los cuales él vivía, por los que luchaba y por los que murió como mártir. Con la muerte de estos valores desaparecía también Polonia; por el contrario, con el desarrollo de estas virtudes se reavivaron las almas de los polacos, y sus méritos colmaban la nación de beneficios especiales.
 Esta idea tan acertada —es un lema de la existencia de Polonia— y de actualidad siempre en la vida del pueblo polaco, el papa Pío XII la subrayó en una carta dirigida al cardenal primado de Polonia, monseñor Esteban Wyszynski, el día 16 de julio de 1953.
       No cabe duda. La figura del Santo constituye para todo el pueblo polaco, en su marcha histórica, ideológica y natural, un magnífico ejemplar y seguro guía.
 Por otra parte, la grandeza de San Estanislao consiste en saber vivir y realizar el ideal de nuestra religión, tantas veces subrayado por San Pablo: christianus sum. Este ideal le hizo hombre de gran virtud, fundada en la confianza en Dios, que, por honrarle, por la religión verdadera, por la justicia, por la libertad y salvación de su pueblo, llegaba a despreciar todas las penas, dificultades, cruces y sufrimientos, guardando siempre en los momentos más importantes y duros de su vida el equilibrio de su espíritu, su fervorosa piedad y un alma inquebrantable.
       El primer biógrafo y famoso historiador polaco, Jan DIugosz, confirma: "Estanislao era de carácter dulce y humilde, pacífico y púdico; era muy cuidadoso en reprimir sus propias, faltas antes de hacerlo con sus prójimos; era un alma que jamás mostró soberbia ni se dejó llevar por la ira, muy atento, de naturaleza afable y humano, de gran ingenio y sabiduría, y dispuesto siempre a ayudar a quien necesitaba ayuda alguna. Odiaba la adulación e hipocresía, mostrándose siempre sencillo y de corazón abierto".
       Todo lo contrario le ocurría al rey polaco Boleslao. Era un gran guerrero, muy valiente y audaz; pero también era figura de grandes vicios y de muy débil voluntad, defectos que le oscurecieron la inteligencia y le llevaron a la mayor catástrofe de su vida. Agravaron esta situación suya los éxitos políticos y militares, hasta tal punto que en su soberbia Boleslao llegó a creer que a él, el rey, le estaba permitido todo; su conducta se manifestó entonces totalmente amoral, dando paso a un sinnúmero de crueldades y abusos que clamaron al cielo.
 San Estanislao, viendo un mal tan grande y pecados tan notorios, no pudo quedarse tranquilo; callar en esta situación significaba lo mismo que aprobar la conducta del rey. Decidió entonces intervenir. Varios eran los motivos que tenía San Estanislao para amonestar al soberano. En primer lugar, era el obispo de la capital de Polonia, vivía cerca de la corte del rey, era el obispo de la Iglesia de Cristo, que no podía quedarse mudo frente a un pecador público; era un cristiano que debía amonestar a un hermano suyo que estaba errando. Además, Estanislao era un alto dignatario de la Corona y por esto quería demostrar su disconformidad con los tímidos cortesanos.
 Sin embargo, la empresa no era fácil ni sin grandes peligros, pues Gallus Anonimus, la auténtica historia polaca de aquella época, llama al rey Boleslao "rex ferox". Se debía, por tanto, emplear la máxima prudencia.
 San Estanislao, en el cumplimiento de este deber suyo, se mostró a su debida altura. Amonestaba al rey pidiendo y rogándole que cambiase su postura, que frenase su inmoralidad, el terror y toda la ilegalidad. Actuaba paternal y pacíficamente, sin ira y sin faltar al respeto a un soberano.
 Sin embargo, todos sus esfuerzos fueron vanos. Según Jan Dlugosz, el efecto era contrario. El rey, en vez de prestar atención a los consejos de su obispo, se llenaba de furia y contestaba con amenazas, olvidándose de su propio honor. Boleslao no quiso ver en la persona del obispo de Cracovia sino a un audaz enemigo que se atrevía a reprimir al rey. En consecuencia, la justa postura del obispo de Cracovia quedó juzgada falsamente y, herido el corazón del rey, decidió su muerte. Aprovechando la ocasión de que el obispo celebraba una misa en las afueras de la ciudad, en la iglesia llamada "Na Skalce”, invadió el templo con su cuadrilla y le mató personalmente durante el santo sacrificio.
 La leyenda que siempre acompaña a hechos tan extraordinarios dice que el rey se detuvo ante la puerta de la misma iglesia, mandando entrar a sus soldados y dar la muerte al santo obispo. Estos, intentando cumplir la orden, tres veces llegaron hasta el altar y tres veces, aterrorizados por el miedo, huyeron del templo. Fue entonces cuando el furibundo rey penetró y, yéndose hasta el altar, personalmente mató al ilustre prelado. Cometido el crimen, mandó sacar el cadáver fuera de la iglesia y machacarlo con las espadas.
      Satisfecho de su éxito dejó los restos a la intemperie para que fueran pasto de las fieras. Sin embargo, era Dios mismo, prosigue la leyenda, quien se preocupó por estos santos restos mortales de un obispo mártir. En el lugar del sacrilegio aparecieron cuatro grandes águilas reales que volaron sobre estas reliquias durante el tiempo que tardó en integrarse el cuerpo de nuevo y hasta que llegaron los sacerdotes para recogerlo.
 Esta leyenda tiene mucha aceptación en Polonia, pues su símbolo profético era, y es, muy vivo. La maldad desmembró el cuerpo del obispo Estanislao, la santidad lo unió milagrosamente de nuevo. En la vida histórica de la nación varias veces la maldad desmembró a Polonia, pero era la santidad, la penitencia del pueblo, sus sacrificios y la perseverancia en sus altos valores lo que unía a Polonia de nuevo y la resucitaba. Siempre que Polonia defendía el reinado de Dios, la Verdad, la justicia y el bien de las almas era nación grande e invencible; si traicionaba estos valores caía desmembrada.
       Los amigos del rey justificaban al soberano divulgando que el castigo era justo porque el obispo de Cracovia era un traidor. Hoy día esta canción la cantan también los enemigos de Polonia. Y surge la pregunta: ¿A quién debía obedecer el obispo de Cracovia? ¿A Dios o al rey? ¿Debía, acaso, traicionar su fe y a su Dios y servir a un rey que ha traicionado todo? San Estanislao se mostró un obispo intrépido, un magno defensor de los derechos de Dios, de la moral y de la justicia. He aquí su gloria y su ejemplo para todos los cristianos.
       Dios, justo y santo, honró esta postura, pues tanto durante su vida como después de su muerte muchos milagros —el proceso de canonización revisó 36 de primera clase— glorificaron la santidad de este intrépido obispo de Cracovia.
       San Estanislao era uno de estos seres a quienes Dios, queriendo manifestar su omnipotencia, y para que sirvan de ejemplo a los demás hombres, les concede bienes sobrenaturales, con el fin de que, por ellos, la verdad de la fe y de la religión brille para la salvación y confortación de los creyentes.




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