11 DE ABRIL - LUNES
3ª - SEMANA DE PASCUA
San Estanislao, obispo y mártir
Evangelio
según san Juan 6, 22-29
Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado
del lago, notó que allí no había más que una lancha y que Jesús no había embarcado
con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entre tanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron
cerca del sitio donde habían comido el pan (sobre el que el Señor pronunció la
acción de gracias). Cuando la gente vio
que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y se fueron a
Cafarnaúm en busca de Jesús.
Al
encontrarlo en la otra orilla del lago le preguntaron:
“Maestro,
¿cómo has venido aquí?
Jesús
les contestó:
“Os
lo aseguro: me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan
hasta saciaros. Trabajad no por el
alimento que perece, sino por el alimento que perdura, el que os dará el Hijo
del Hombre; pues a este lo ha señalado el Padre, Dios”.
Ellos
le preguntaron:
“¿Cómo
podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?”.
Respondió
Jesús:
“Este
es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado”.
1. Lo
que más preocupa al común de los mortales, sobre todo a la gente más
necesitada, es el pan de cada día. Y sabemos
que el pan simboliza el hecho de satisfacer las necesidades más elementales y
más apremiantes del ser humano. Los
animales se contentan con llenar cada día el estómago. Para los humanos, la
comida no es solo una necesidad biológica. Es, además y sobre todo, el símbolo que
comparte la vida. Eso representa lo que
llamamos la “comensalía”.
Se comprende la búsqueda que aquellas
gentes emprendieron para encontrar a Jesús. Hoy, eso se verifica en la angustia
de tantos millones de criaturas humanas condenadas a carecer de lo más elemental.
Y, muchos de ellos, condenados a una muerte
cercana. Estamos hablando de más de mil millones de seres humanos que carecen
de alimentación. Y sobre todo de
derechos. Solos de todo en la vida.
2. Y
sin embargo —es esto sorprendente, a primera vista—, Jesús les dijo a aquellos pobres
galileos, y nos dice a nosotros ahora, que hay algo más apremiante que tener pan
para un día, para un tiempo...
¿Puede haber algo más urgente que eso? Jesús
afirma que es más importante “creer en él”.
Es decir, más necesaria es la fe que el pan.
Esto no nos entra en la cabeza porque tenemos una idea trastornada de lo que es
la fe en Jesús. Tal como la presentan los evangelios, la fe salva. Pero salva, ¿de
qué? ¿Para qué? No es una cuestión
primordialmente “religiosa”.
Es la
respuesta total a la limitación “humana”. Jesús les decía a los enfermos: “Tu
fe te ha salvado”. Es decir, la fe da
vida, alivia penas y dolores, soledades y desamparos, da fuerzas para superar
toda clase de dificultades. Y, sobre todo, la fe en Jesús une a las personas y nos
funde a todos en uno, mediante la fusión de nuestros mejores sentimientos. O la fe es eso. O la fe es un cuento que no sirve para nada de
lo que verdaderamente interesa y preocupa a todo ser humano.
3. Pues
si la fe es eso y actúa así en la vida, ¿no es cierto que lo que más necesitamos
todos es esa fe, esa fuerza, esa vida, esa forma de entender y de poner en práctica
otra manera de organizar y gestionar nuestra convivencia?
San Estanislao, obispo y mártir
San
Estanislao, nació en Szczepanow, cerca de Cracovia el día 26 de julio de 1030.
Fue hijo único. Su nacimiento puede considerarse como un prodigio, pues vino al
mundo después de treinta años de casados sus padres.
Los
padres, Wielislaw y Bogna, de noble alcurnia, llevaban vida austera y piadosa,
siendo muy estimados por sus grandes virtudes.
En
el hogar paterno Estanislao recibió una esmerada cultura, tanto moral como
intelectual; sus estudios superiores los realizó en Cracovia y en París.
Fue
ordenado sacerdote por el obispo de Cracovia, Lamberto, siendo elegido sucesor
de esta sede el día 2 de febrero de 1072. Gobernó valientemente la diócesis
durante ocho años, al cabo de los cuales fue martirizado.
El día 17 de septiembre de 1253 quedó canonizado en Asís por el
papa Inocencio IV. El papa Clemente VIII extendió su culto para toda la Iglesia
en el año 1605.
La
muerte de San Estanislao en el pensamiento polaco significa lo mismo que la
muerte de los valores con los cuales él vivía, por los que luchaba y por los
que murió como mártir. Con la muerte de estos valores desaparecía también
Polonia; por el contrario, con el desarrollo de estas virtudes se reavivaron
las almas de los polacos, y sus méritos colmaban la nación de beneficios
especiales.
Esta
idea tan acertada —es un lema de la existencia de Polonia— y de actualidad
siempre en la vida del pueblo polaco, el papa Pío XII la subrayó en una carta
dirigida al cardenal primado de Polonia, monseñor Esteban Wyszynski, el día 16
de julio de 1953.
No cabe duda. La figura del Santo constituye para todo el
pueblo polaco, en su marcha histórica, ideológica y natural, un magnífico
ejemplar y seguro guía.
Por
otra parte, la grandeza de San Estanislao consiste en saber vivir y realizar el
ideal de nuestra religión, tantas veces subrayado por San Pablo: christianus
sum. Este ideal le hizo hombre de gran virtud, fundada en la confianza en Dios,
que, por honrarle, por la religión verdadera, por la justicia, por la libertad
y salvación de su pueblo, llegaba a despreciar todas las penas, dificultades,
cruces y sufrimientos, guardando siempre en los momentos más importantes y
duros de su vida el equilibrio de su espíritu, su fervorosa piedad y un alma
inquebrantable.
El primer biógrafo y famoso historiador polaco, Jan DIugosz,
confirma: "Estanislao era de carácter dulce y humilde, pacífico y púdico;
era muy cuidadoso en reprimir sus propias, faltas antes de hacerlo con sus
prójimos; era un alma que jamás mostró soberbia ni se dejó llevar por la ira,
muy atento, de naturaleza afable y humano, de gran ingenio y sabiduría, y
dispuesto siempre a ayudar a quien necesitaba ayuda alguna. Odiaba la adulación
e hipocresía, mostrándose siempre sencillo y de corazón abierto".
Todo lo contrario le ocurría al rey polaco Boleslao. Era un
gran guerrero, muy valiente y audaz; pero también era figura de grandes vicios
y de muy débil voluntad, defectos que le oscurecieron la inteligencia y le
llevaron a la mayor catástrofe de su vida. Agravaron esta situación suya los
éxitos políticos y militares, hasta tal punto que en su soberbia Boleslao llegó
a creer que a él, el rey, le estaba
permitido todo; su conducta se manifestó entonces totalmente amoral, dando paso
a un sinnúmero de crueldades y abusos que clamaron al cielo.
San
Estanislao, viendo un mal tan grande y pecados tan notorios, no pudo quedarse
tranquilo; callar en esta situación significaba lo mismo que aprobar la
conducta del rey. Decidió entonces intervenir. Varios eran los motivos que
tenía San Estanislao para amonestar al soberano. En primer lugar, era el obispo
de la capital de Polonia, vivía cerca de la corte del rey, era el obispo de la
Iglesia de Cristo, que no podía quedarse mudo frente a un pecador público; era
un cristiano que debía amonestar a un hermano suyo que estaba errando. Además,
Estanislao era un alto dignatario de la Corona y por esto quería demostrar su
disconformidad con los tímidos cortesanos.
Sin
embargo, la empresa no era fácil ni sin grandes peligros, pues Gallus Anonimus,
la auténtica historia polaca de aquella época, llama al rey Boleslao "rex
ferox". Se debía, por tanto, emplear la máxima prudencia.
San
Estanislao, en el cumplimiento de este deber suyo, se mostró a su debida
altura. Amonestaba al rey pidiendo y rogándole que cambiase su postura, que
frenase su inmoralidad, el terror y toda la ilegalidad. Actuaba paternal y
pacíficamente, sin ira y sin faltar al respeto a un soberano.
Sin
embargo, todos sus esfuerzos fueron vanos. Según Jan Dlugosz, el efecto era
contrario. El rey, en vez de prestar atención a los consejos de su obispo, se
llenaba de furia y contestaba con amenazas, olvidándose de su propio honor.
Boleslao no quiso ver en la persona del obispo de Cracovia sino a un audaz
enemigo que se atrevía a reprimir al rey. En consecuencia, la justa postura del
obispo de Cracovia quedó juzgada falsamente y, herido el corazón del rey,
decidió su muerte. Aprovechando la ocasión de que el obispo celebraba una misa
en las afueras de la ciudad, en la iglesia llamada "Na Skalce”, invadió el
templo con su cuadrilla y le mató personalmente durante el santo sacrificio.
La
leyenda que siempre acompaña a hechos tan extraordinarios dice que el rey se
detuvo ante la puerta de la misma iglesia, mandando entrar a sus soldados y dar
la muerte al santo obispo. Estos, intentando cumplir la orden, tres veces
llegaron hasta el altar y tres veces, aterrorizados por el miedo, huyeron del
templo. Fue entonces cuando el furibundo rey penetró y, yéndose hasta el altar,
personalmente mató al ilustre prelado. Cometido el crimen, mandó sacar el
cadáver fuera de la iglesia y machacarlo con las espadas.
Satisfecho de su éxito dejó
los restos a la intemperie para que fueran pasto de las fieras. Sin embargo,
era Dios mismo, prosigue la leyenda, quien se preocupó por estos santos restos
mortales de un obispo mártir. En el lugar del sacrilegio aparecieron cuatro
grandes águilas reales que volaron sobre estas reliquias durante el tiempo que
tardó en integrarse el cuerpo de nuevo y hasta que llegaron los sacerdotes para
recogerlo.
Esta
leyenda tiene mucha aceptación en Polonia, pues su símbolo profético era, y es,
muy vivo. La maldad desmembró el cuerpo del obispo Estanislao, la santidad lo
unió milagrosamente de nuevo. En la vida histórica de la nación varias veces la
maldad desmembró a Polonia, pero era la santidad, la penitencia del pueblo, sus
sacrificios y la perseverancia en sus altos valores lo que unía a Polonia de
nuevo y la resucitaba. Siempre que Polonia defendía el reinado de Dios, la
Verdad, la justicia y el bien de las almas era nación grande e invencible; si
traicionaba estos valores caía desmembrada.
Los amigos del rey justificaban al soberano divulgando que el
castigo era justo porque el obispo de Cracovia era un traidor. Hoy día esta
canción la cantan también los enemigos de Polonia. Y surge la pregunta: ¿A
quién debía obedecer el obispo de Cracovia? ¿A Dios o al rey? ¿Debía, acaso,
traicionar su fe y a su Dios y servir a un rey que ha traicionado todo? San
Estanislao se mostró un obispo intrépido, un magno defensor de los derechos de
Dios, de la moral y de la justicia. He aquí su gloria y su ejemplo para todos
los cristianos.
Dios, justo y santo, honró esta postura, pues tanto durante su
vida como después de su muerte muchos milagros —el proceso de canonización
revisó 36 de primera clase— glorificaron la santidad de este intrépido obispo de
Cracovia.
San Estanislao era uno de estos seres a quienes Dios, queriendo
manifestar su omnipotencia, y para que sirvan de ejemplo a los demás hombres,
les concede bienes sobrenaturales, con el fin de que, por ellos, la verdad de
la fe y de la religión brille para la salvación y confortación de los
creyentes.
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