18 DE ABRIL – LUNES –
4ª~ SEMANA DE PASCUA
San Eusebio, Obispo
Evangelio
según san Juan 10, 1-10
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
“Os
aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que
salta por otra parte, ese es ladrón y bandido, pero el que entra por la puerta
es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su
voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha
sacado todas las suyas, camina delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque
conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen
la voz de los extraños”.
Jesús
les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por
eso añadió Jesús:
“Os
aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de
mí son ladrones y bandidos: pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la
puerta: quien entra por mi; se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará
pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar, y hacer estrago: yo he
venido para que tengan vida y la tengan abundan te”.
1. En
estos tiempos de extravagancias y violencias, andamos diciendo que hemos llegado
a donde no imaginábamos. Y es verdad. Pero también es cierto que, cuando
decimos eso, no caemos en la cuenta de que las religiones nos han enseñado a hacer
cosas extrañas, que siendo tan extrañas, las hemos visto como “lo que tenía que
ser”. Eso ha sido lo peor. Sin ir más lejos, este evangelio nos viene a
decir que, si vemos una casa, en la que hay personas que no entran por la
puerta, sino que saltan por las ventanas, lógicamente decimos: esa gente, o son
ladrones o están locos de remate. Esta es la lógica de Jesús cuando dice de sí
mismo: “yo soy la puerta”.
Al decir
esto, Jesús contrapone el “pastor” con el “ladrón”. El ladrón es que el que se apropia
de lo que no le pertenece. Por tanto, Jesús afirmó, sin rodeos, que, antes de
él, cuando él andaba por la tierra, y después de él hasta el fin de los
tiempos, la comunidad de los creyentes (el “pueblo de Dios” o la “Iglesia”) se
vio, se ve, y se verá sometida al peligro de ser asaltada por ladrones y
bandidos.
Ser asaltada y saqueada por todos los
que, invocando el título de pastores, en realidad lo que hacen es apropiarse de
lo que no es de ellos, ni les pertenece.
2. Pero,
¿qué es en realidad apropiarse de lo ajeno en la Iglesia? Es ladrón y bandido todo el que no entra por
la puerta. Y la puerta es Jesús. Por tanto, todo el que, usando el título de
pastor, no vive como vivía Jesús, ese es un bandido, en ese tipo tenemos un
ladrón, un estafador.
3. Un
ladrón es el que se apropia de lo que no le pertenece. Un cura, un religioso, un obispo o un papa,
que se sirve del titulo que tiene, para aparecer ante la gente como un hombre
importante, con poder, dinero y mando, ese es un bandido y un ladrón, en el
lenguaje que utiliza Jesús. Porque la Iglesia
no ordena a sus ministros para que se luzcan en la vida, sino para que hagan lo
que hizo Jesús. Y vivan como vivió Jesús.
Todo lo que no sea eso, es vivir en el
“bandidaje clerical”. Palabra dura.
Jesús dice
que el que no entra por la puerta, “roba”, “mata” y “hace estragos”. Eso es oficio de bandidos.
San Eusebio, Obispo
En Dólica de Siria, san Eusebio, obispo de
Samosata, que en tiempo del emperador arriano Constancio, vestido de militar,
visitaba de incógnito las iglesias de Dios para confirmarlas en la fe católica.
Posteriormente fue desterrado a Tracia por el emperador Valente, pero,
recuperada la paz de la Iglesia, regresó del exilio y volvió a recorrer las
comunidades, hasta que murió mártir herido en la cabeza por una teja que desde
una altura le arrojó una mujer arriana.
No se sabe
nada sobre el origen y la primera parte de la vida de san Eusebio. La historia
le menciona por primera vez hacia el año 361, cuando ya era obispo de Samosata
y como tal asistió al sínodo convocado en Antioquía para elegir al sucesor del
obispo Eudoxio. Precisamente por los esfuerzos del obispo Eusebio, la elección
recayó sobre san Melecio, antiguo obispo de Sebaste y un hombre muy venerado
por su piedad y sabiduría. Gran parte de los electores eran arrianos y tenían
la esperanza de que, si votaban en favor de Melecio, éste favorecería sus
doctrinas, por lo menos tácitamente. Pero los arrianos quedaron decepcionados.
En el
primer discurso que pronunció el nuevo obispo de Antioquía, en presencia del
emperador Constancio, que también era arriano, reafirmó la doctrina católica de
la Encarnación, tal como había sido expuesta en el Credo de Nicea. A raíz de
aquel sermón, los arrianos, enfurecidos, buscaron la manera de deshacerse del
obispo y el emperador Constancio envió a uno de sus funcionarios a entrevistar
a san Eusebio para pedirle que entregase las actas sinodales de la elección que
habían sido confiadas a su cuidado. San Eusebio respondió que no las entregaría
sin el previo consentimiento y autorización de todos y cada uno de los
signatarios. Se le amenazó con mandar que le cortaran la mano derecha si
persistía en su actitud, y entonces el santo extendió sus dos manos y dijo que
estaba dispuesto a perderlas, antes que faltar a la confianza que se había
depositado en él. El emperador quedó muy impresionado por el valor del obispo y
ya no insistió.
Durante
algún tiempo más, después de aquel incidente, san Eusebio tomó parte en los
concilios y conferencias de los arrianos y semiarrianos, a fin de sostener la
verdad y con la esperanza de obtener la unidad; pero, a partir del Concilio de
Antioquía, en 363, san Eusebio dejó de aparecer en las reuniones, porque
comprendió que su actitud escandalizaba a los ortodoxos. Nueve años después,
urgentemente solicitada su presencia por el anciano Gregorio de Nazianzo, fue a
Capadocia para ejercer su influencia y su experiencia en favor de san Basilio,
en la elección para ocupar la sede vacante de Cesárea. Tan notables fueron los
servicios que prestó en aquella ocasión, que el joven Gregorio, en una carta
escrita por aquel entonces, se refiere a Eusebio como «columna de la verdad,
luz del mundo, instrumento de los favores de Dios hacia su pueblo, apoyo y
gloria de toda la ortodoxia». Entre san Basilio y san Eusebio se estableció una
sincera amistad que, más tarde, se mantuvo a través de las cartas.
Al
estallar la persecución de Valente, san Eusebio, no contento con proteger a sus
propios fieles de la herejía, hizo, de incógnito, varias expediciones a Siria y
Palestina para fortalecer la fe de los católicos, para ordenar sacerdotes y
para ayudar a los obispos ortodoxos a nombrar verdaderos y meritorios pastores
que ocuparan las sedes que quedaban vacantes. Su celo extraordinario despertó
la animosidad de los arrianos y, en 374, el emperador Valente promulgó la orden
que lo condenaba al destierro en Tracia. Cuando el oficial encargado de hacer
cumplir el decreto se presentó ante Eusebio, el obispo le rogó que procediera
con discreción, porque si el pueblo veía que le arrestaban, se lanzaría sobre
los captores para matarlos. Por consiguiente, aquella noche, después de rezar
el oficio como de costumbre, salió tranquilamente de su casa cuando todos
dormían y, en compañía de uno de sus servidores, partió hacia el Eufrates y se
embarcó. A la mañana siguiente, cuando las gentes se dieron cuenta de que había
partido, se emprendió su búsqueda; algunos de sus fieles le dieron alcance y le
suplicaron, con lágrimas en los ojos, que no los abandonara. Él también lloró
ante las muestras de afecto de aquellas gentes, pero les explicó que era
necesario obedecer las órdenes del Emperador y los exhortó a confiar en Dios
para que todo llegara a arreglarse satisfactoriamente. La grey del obispo
Eusebio demostró su fidelidad y, mientras duró el exilio, se negó a tener
cualquier trato con los dos prelados arrianos que ocupaban la sede.
A la
muerte de Valente, en 378, terminó la persecución, y san Eusebio regresó a su
sede y a su rebaño. Su celo y su piedad no habían sufrido menoscabo por los
sufrimientos del destierro. Gracias a sus esfuerzos, se restableció en toda su
diócesis la unidad católica, y las sedes vecinas fueron ocupadas con prelados
ortodoxos. San Eusebio se hallaba de visita en la ciudad de Dolikha, para
instalar ahí un obispo católico, cuando una mujer arriana, oculta en la azotea
de una casa, le arrojó una pesada piedra sobre la cabeza. El golpe que recibió
fue fatal, puesto que, a consecuencias del mismo murió algunos días más tarde,
tras de obtener la promesa de sus amigos de que no perseguirían ni castigarían
a su atacante.
En el relato
que escribieron los bolandistas sobre san Eusebio de Samosata, no incluyeron
una biografía propiamente dicha; esa narración se encuentra impresa, en el Acta
Sanctorum, junio, vol. V (el 22 de junio), donde también reproducen un cierto
capítulo del historiador Tedoreto. Hay una biografía escrita en sirio que
reprodujo Bedjan en Acta Martyrum et Sanctorum, vol. VI, pp. 343-349.
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