3 de Abril - Segundo domingo de
Pascua -
Domingo de la Divina Misericordia
Libro de los Hechos de los
Apóstoles 5,12-16.
Los Apóstoles hacían muchos signos y
prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse
unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro
se atrevía a unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy
bien de ellos.
Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos.
La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban curados.
Salmo 118(117),2-4.22-24.25-27a.
Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos.
La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban curados.
Salmo 118(117),2-4.22-24.25-27a.
R/ Dad gracias al Señor porque es
bueno,
porque
es eterna su misericordia.
·
Que lo diga
la casa de Israel:
¡es eterna su misericordia!
Que lo diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia!
¡es eterna su misericordia!
Que lo diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia!
Que lo digan los fieles del Señor:
¡es eterna su misericordia! R/
¡es eterna su misericordia! R/
·
La piedra que
desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/
·
Señor, danos
la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor;
Os bendecimos desde la casa del Señor;
El Señor es Dios, el nos ilumina. R/
Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19.
Yo,
Juan, hermano y compañero, en la tribulación, en el Reino y la espera perseverante
en Jesús, estaba exiliado en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y
del testimonio de Jesús.
El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía:
"Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea".
Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro,
y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro.
Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: "No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro.
El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía:
"Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea".
Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro,
y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro.
Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: "No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro.
Evangelio según San Juan 20,19-31.
Al atardecer de ese
mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar
donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y
poniéndose en medio de ellos, les dijo:
"¡La
paz esté con vosotros!".
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo:
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo:
"¡La paz esté con
vosotros! Como el Padre me envió a mí,
yo también os envío a vosotros".
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
"Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados y a
los que retengáis, les quedan retenidos".
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con
ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!".
Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!".
El les respondió:
"Si no veo la
marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos
y la mano en su costado, no lo creeré".
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:
"¡La paz esté con
vosotros!".
Luego dijo a Tomás:
Luego dijo a Tomás:
"Trae aquí tu
dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante
no seas incrédulo, sino creyente".
Tomas respondió:
Tomas respondió:
"¡Señor mío y Dios
mío!".
Jesús le dijo:
Jesús le dijo:
"Ahora
crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber
visto!".
Jesús realizó además
muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran
relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengáis Vida en su Nombre.
Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengáis Vida en su Nombre.
“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”.
Todas las apariciones de Jesús resucitado son
peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren:
mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena,
María la de Cleofás y Salomé) y también tres en Lucas, pero distintas (María
Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y
en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde
lo han puesto»).
En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado
dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la
tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos
refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús.
Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos.
Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para
que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más
interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan 20,19-31).
Las peculiaridades de este relato de Juan
1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que
se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta
cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde
contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi
todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien
que los defienda si salen a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la
referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda
raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús
«paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos
saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam
aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros»
sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo
más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en
Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a
los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una
fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en
este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última
cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis
ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos,
el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su
vida y especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de
Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le
abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús
caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece
a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de
palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un
trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a
Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para
demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en
el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los
milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los
evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber
visto».
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste
con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los
discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más
tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En
cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante
la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os
llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos
no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios
hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este
caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío
yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una
cadena que se remonta hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de
Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo
con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este
poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica
posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está
estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o
retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo,
dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.
7. “Dichosos los que
crean a pesar de lo que ven”
En este pasaje del evangelio se da un importante cambio en los
destinatarios. En la primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les
saluda con la paz, a ellos los envía en misión y les da el Espíritu. En la
segunda se dirige a Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se
dirige a todos nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
Podríamos añadir: “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Digo esto a
propósito de lo ocurrido hace pocos días en el accidente de Tarragona, donde
perdieron la vida siete muchachas italianas, estudiantes de Erasmus. El padre
de una de ellas comentó, hablando de él y de su esposa: “Antes creíamos en
Dios; ahora no podemos creer. No podemos creer que en un Dios que hace una cosa
así”.
Las muertes ocurridas al día siguiente en Bruselas pueden haber provocado la
misma reacción en otras personas. A menudo creemos en un Dios cuya misión
principal es resolver nuestros problemas. Olvidamos el mensaje de la Semana
Santa: creemos en un Dios que nos entrega a su propio hijo, y en un hijo
dispuesto a morir por nosotros. Como Tomás, debemos meter nuestros dedos en las
llagas, en las huellas del sufrimiento humano, para terminar, confesando:
“Señor mío y Dios mío”.
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