sábado, 2 de abril de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 3 de Abril Domingo de la Divina Misericordia




3 de Abril - Segundo domingo de Pascua -
Domingo de la Divina Misericordia

       Libro de los Hechos de los Apóstoles 5,12-16. 

       Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo.  Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón,  pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos.
Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mujeres.  Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos.
       La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban curados.

Salmo 118(117),2-4.22-24.25-27a. 

R/ Dad gracias al Señor porque es bueno,
       porque es eterna su misericordia.  

·     Que lo diga la casa de Israel:
¡es eterna su misericordia!
Que lo diga la casa de Aarón:
 eterna es su misericordia!
Que lo digan los fieles del Señor:
¡es eterna su misericordia! R/

·     La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor:
sea nuestra alegría y nuestro gozo. R/

·     Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor;
Os bendecimos desde la casa del Señor;
El Señor es Dios, el nos ilumina. R/


       Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19. 

       Yo, Juan, hermano y compañero, en la tribulación, en el Reino y la espera perseverante en Jesús, estaba exiliado en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús.
       El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía:
       "Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete iglesias: a Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea".
       Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro,
y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro.
       Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: "No temas: yo soy el Primero y el Ultimo, el Viviente.  Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo.  Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro.

       Evangelio según San Juan 20,19-31. 
      
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo:
       "¡La paz esté con vosotros!".
       Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
       Jesús les dijo de nuevo:
"¡La paz esté con vosotros!  Como el Padre me envió a mí, yo también os envío a vosotros".
       Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió:
"Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados y a los que retengáis, les quedan retenidos". 
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
       Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!".
El les respondió:
"Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré".
       Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás.  Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo:
"¡La paz esté con vosotros!".
       Luego dijo a Tomás:
"Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino creyente".
       Tomas respondió:
"¡Señor mío y Dios mío!".
       Jesús le dijo:
       "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". 
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengáis Vida en su Nombre. 

“Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”.

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé) y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»).  
En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos.
Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo (Juan 20,19-31).

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.
2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».
4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita. 
        7.  “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”
            En este pasaje del evangelio se da un importante cambio en los destinatarios. En la primera parte, Jesús se dirige a los once: a ellos les saluda con la paz, a ellos los envía en misión y les da el Espíritu. En la segunda se dirige a Tomás, invitándolo a no ser incrédulo. En la tercera se dirige a todos nosotros: “Dichosos los que crean sin haber visto”.
            Podríamos añadir: “Dichosos los que crean a pesar de lo que ven”. Digo esto a propósito de lo ocurrido hace pocos días en el accidente de Tarragona, donde perdieron la vida siete muchachas italianas, estudiantes de Erasmus. El padre de una de ellas comentó, hablando de él y de su esposa: “Antes creíamos en Dios; ahora no podemos creer. No podemos creer que en un Dios que hace una cosa así”.
            Las muertes ocurridas al día siguiente en Bruselas pueden haber provocado la misma reacción en otras personas. A menudo creemos en un Dios cuya misión principal es resolver nuestros problemas. Olvidamos el mensaje de la Semana Santa: creemos en un Dios que nos entrega a su propio hijo, y en un hijo dispuesto a morir por nosotros. Como Tomás, debemos meter nuestros dedos en las llagas, en las huellas del sufrimiento humano, para terminar, confesando: “Señor mío y Dios mío”.





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