martes, 19 de abril de 2016

Párate un momento: evangelio del día 21 DE ABRIL – JUEVES – 4ª – SEMANA DE PASCUA San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia




21 DE ABRIL – JUEVES –
4ª – SEMANA DE PASCUA
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia

       Evangelio según san Juan 13, 16-20

       Después que Jesús lavara los pies a sus discípulos, les dijo:
       “Os aseguro: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía.  Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica.  No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quién he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”.  Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.  Os lo aseguro: el que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”.

       1.   Si pensamos detenidamente y a fondo el tema de Dios, enseguida nos damos cuenta de que en realidad la palabra “Dios” es una palabra vacía, sin contenido. Porque ese contenido no está a nuestro alcance, ni podemos conocerlo.  Dios es, por definición, el Trascendente.   Esto quiere decir que Dios no está al alcance de la mente humana.  Lo único que, tratándose de Dios, podemos hacer los mortales es representarnos a Dios.  En otras palabras, Dios es una  “proyección” de nuestros anhelos y deseos en cuanto se refiere a todo cuanto nos trasciende.
       Los humanos palpamos nuestras limitaciones.  Y queremos superarlas.  Por eso, sentimos la necesidad de Dios, buscamos a Dios, creemos en Dios.

       2.   Si este asunto se piensa despacio y se analiza a fondo, sabemos que ha habido dos grandes religiones que han comprendido el enorme problema que representa el    “Trascendente”.  Se trata del Budismo y el Cristianismo.  Pero lo que ha ocurrido es que el Budismo ha sido consecuente con la trascendencia de Dios.  Y por eso los budistas dicen: Dios no está a nuestro alcance, pues entonces no hablemos de Dios.
Sin embargo, la teología cristiana ha comprendido el problema de la trascendencia, pero, no obstante, los teólogos cristianos hablan de Dios, de cómo es Dios, de lo que quiere o no quiere Dios, etc.  Lo cual se presta a que, con frecuencia, hablemos, no de Dios, sino de nuestras representaciones de Dios.
       Ni podemos decir lo que Dios manda o prohíbe: sino lo que los que tienen autoridad religiosa dictaminan, como si hubiera sido dicho por Dios.  Y así sucesivamente.

       3.   Es verdad que el cristianismo ha encontrado la solución en Jesús, como “imagen” de Dios, como “encarnación” de Dios...  Por eso Jesús afirma: “el que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, recibe al que me ha enviado”.
       Recibir a un ser humano es recibir a Jesús. Y recibir a Jesús es recibir a Dios.  Por tanto,
Dios está presente en todo ser humano.  Y nuestra relación con Dios es, en realidad,
la relación que tengamos y mantengamos con el ser humano, sea el que sea.
       En el Budismo, esta manera de entender y vivir el problema de Dios se plantea de forma más sencilla y quizá más profunda: “El misterio llamado Buda, Dios o lo Sagrado está en nuestro interior.  Montes y ríos, valles y arroyos, todo es cuerpo de Buda, manifestación de su vida.  ¿Lo llamamos Buda, Dios, o Allah? El nombre no importa” (Kotaró Suzuki).

San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia

                                      (1034-1109)

        San Anselmo
El ilustre historiador cardenal Baronio llamó a nuestro Santo «la lumbrera del siglo XI y la Estrella de Inglaterra».
Nació en la ciudad de Aosta, en el Piamonte italiano el 1033. Su padre se llamó Gondulfo y era ambicioso, apasionado y muy amigo del boato... Tenía puestas sus esperanzas humanas en su hijo. Su madre de origen quizá menos noble pero enriquecida con muchas dotes sobrenaturales y, sobre todo, muy buena educadora y una excelente cristiana. Ella fue quien mayormente influyó en la formación del pequeño como después lo recordará él mismo con gran alegría. Como también serán los monjes benedictinos los que tendrán gran parte en la formación de su espíritu, llegará a decir más tarde: «Todo lo que soy se lo debo a mi madre y a los monjes benedictinos». A veces su madre mostrándole las enormes alturas de los Alpes que parecían cortar los cielos en dos partes le decía: «Mira, hijo mío: Ahí comienza el reino de Dios. A este reino estamos nosotros llamados y a él llegaremos si somos buenos».
Su madre murió cuando más necesidad tenía de su ayuda. Su padre suplió en parte esta educación, pero llevándolo con demasiada dureza. Es cierto que esto le ayudó a evitar el entregarse a la vida licenciosa que llevaban otros jóvenes de su edad, pero tampoco se sentía feliz porque se veía coartado de vivir la vida cristiana como él creía que debía hacerlo: como correspondía a los hijos de Dios. Tomó un criado y algunas provisiones y marchó vagabundo probando una y otra vida hasta que llegó al Monasterio de Bec, en Normandía, donde ya era famoso un compatriota suyo, Lanfranco de Pavía. Pidió ser admitido religioso y vistió el hábito a los veintisiete años. Pocos años después era nombrado Prior y después Abad de aquel célebre Monasterio. El ejemplo que en todo daba Anselmo era maravilloso. Se entregó a servir a todos con gran caridad. Se sentía feliz entregado a la oración y al estudio en el que estaba muy bien preparado porque había frecuentado las más importantes escuelas de su país.
Los años que pasó como Abad en Bec fueron verdaderamente fecundos. Se entregó de lleno a su misión de Padre bondadoso y de alentador de cuantas obras se realizaban en el Monasterio, pero aún le quedaba tiempo para escribir, y dar clases hasta el punto de que cuantos le trataban, y después por el fruto de sus obras podemos afirmar que era un profundo filósofo, teólogo y conocedor de las ciencias de su tiempo, llegando a ser uno de los Padres más importantes de la Edad Media. Amaba tiernamente a la Virgen María y sobre Ella, escribió preciosos tratados. Se le llamó «el segundo San Agustín», tan profundo era en sus escritos y en sus clases. Escribió el Proslogion, con el célebre argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios.
Echó los cimientos de la Teología escolástica con sus ya famosas palabras «No busco entender para creer, pero creo para entender. Pues quien no cree no experimenta, y quien no experimenta, no cree».
Luchó también para desenmascarar a los enemigos de la Iglesia y de la fe cristianas. Refutó al racionalista Roscelino y al famoso Guillermo el Rojo le dijo en tono profético: «No te empeñes en uncir un toro con un cordero, porque no podrán trillar»... Esta profecía se cumplió cuando el 1093 era elegido para gobernar la diócesis de Cantorbery. El se opone, él es el manso cordero que todo lo quiere a las buenas y en paz. El toro es el mismo Guillermo II, altanero, déspota y simoníaco... contra el que deberá luchar para defender los derechos de la Iglesia. La lucha será dura y larga. Pero no importa. La unión con la Iglesia de Roma amenaza. Él será el adalid de la fidelidad y unión con el Papado. Con suavidad y a la vez con gran valor y energía, defiende la unión con el Papa sin importarle que lo destierren por dos veces. Lleno de méritos muere el 21 de abril de 1109. Es el «héroe de la doctrina y virtud e intrépido en las lides de la fe».


No hay comentarios:

Publicar un comentario