21 DE ABRIL – JUEVES –
4ª – SEMANA DE PASCUA
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia
Evangelio
según san Juan 13, 16-20
Después
que Jesús lavara los pies a sus discípulos, les dijo:
“Os
aseguro: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía.
Puesto que sabéis esto, dichosos
vosotros si lo ponéis en práctica. No lo
digo por todos vosotros; yo sé bien a quién he elegido, pero tiene que
cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para
que cuando suceda creáis que yo soy. Os
lo aseguro: el que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí me
recibe, recibe al que me ha enviado”.
1. Si
pensamos detenidamente y a fondo el tema de Dios, enseguida nos damos cuenta de
que en realidad la palabra “Dios” es una palabra vacía, sin contenido. Porque
ese contenido no está a nuestro alcance, ni podemos conocerlo. Dios es, por definición, el Trascendente. Esto
quiere decir que Dios no está al alcance de la mente humana. Lo único que, tratándose de Dios, podemos
hacer los mortales es representarnos a Dios.
En otras palabras, Dios es una “proyección”
de nuestros anhelos y deseos en cuanto se refiere a todo cuanto nos trasciende.
Los humanos palpamos nuestras
limitaciones. Y queremos superarlas. Por eso, sentimos la necesidad de Dios,
buscamos a Dios, creemos en Dios.
2. Si
este asunto se piensa despacio y se analiza a fondo, sabemos que ha habido dos
grandes religiones que han comprendido el enorme problema que representa
el “Trascendente”. Se trata del Budismo y el Cristianismo. Pero lo que ha ocurrido es que el Budismo ha
sido consecuente con la trascendencia de Dios. Y por eso los budistas dicen: Dios no está a
nuestro alcance, pues entonces no hablemos de Dios.
Sin embargo,
la teología cristiana ha comprendido el problema de la trascendencia, pero, no
obstante, los teólogos cristianos hablan de Dios, de cómo es Dios, de lo que quiere
o no quiere Dios, etc. Lo cual se presta
a que, con frecuencia, hablemos, no de Dios, sino de nuestras representaciones
de Dios.
Ni podemos decir lo que Dios manda o
prohíbe: sino lo que los que tienen autoridad religiosa dictaminan, como si
hubiera sido dicho por Dios. Y así
sucesivamente.
3. Es
verdad que el cristianismo ha encontrado la solución en Jesús, como “imagen” de
Dios, como “encarnación” de Dios... Por
eso Jesús afirma: “el que recibe a mi enviado, me recibe a mí; y el que a mí me
recibe, recibe al que me ha enviado”.
Recibir a un ser humano es recibir a
Jesús. Y recibir a Jesús es recibir a Dios. Por tanto,
Dios está
presente en todo ser humano. Y nuestra
relación con Dios es, en realidad,
la relación
que tengamos y mantengamos con el ser humano, sea el que sea.
En el Budismo, esta manera de entender y
vivir el problema de Dios se plantea de forma más sencilla y quizá más
profunda: “El misterio llamado Buda, Dios o lo Sagrado está en nuestro
interior. Montes y ríos, valles y
arroyos, todo es cuerpo de Buda, manifestación de su vida. ¿Lo llamamos Buda, Dios, o Allah? El nombre no
importa” (Kotaró Suzuki).
San Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia
(1034-1109)
El ilustre historiador cardenal
Baronio llamó a nuestro Santo «la lumbrera del siglo XI y la Estrella de
Inglaterra».
Nació en la ciudad de Aosta, en el
Piamonte italiano el 1033. Su padre se llamó Gondulfo y era ambicioso,
apasionado y muy amigo del boato... Tenía puestas sus esperanzas humanas en su
hijo. Su madre de origen quizá menos noble pero enriquecida con muchas dotes
sobrenaturales y, sobre todo, muy buena educadora y una excelente cristiana.
Ella fue quien mayormente influyó en la formación del pequeño como después lo
recordará él mismo con gran alegría. Como también serán los monjes benedictinos
los que tendrán gran parte en la formación de su espíritu, llegará a decir más
tarde: «Todo lo que soy se lo debo a mi madre y a los monjes benedictinos». A
veces su madre mostrándole las enormes alturas de los Alpes que parecían cortar
los cielos en dos partes le decía: «Mira, hijo mío: Ahí comienza el reino de
Dios. A este reino estamos nosotros llamados y a él llegaremos si somos
buenos».
Su madre murió cuando más necesidad
tenía de su ayuda. Su padre suplió en parte esta educación, pero llevándolo con
demasiada dureza. Es cierto que esto le ayudó a evitar el entregarse a la vida
licenciosa que llevaban otros jóvenes de su edad, pero tampoco se sentía feliz
porque se veía coartado de vivir la vida cristiana como él creía que debía
hacerlo: como correspondía a los hijos de Dios. Tomó un criado y algunas
provisiones y marchó vagabundo probando una y otra vida hasta que llegó al
Monasterio de Bec, en Normandía, donde ya era famoso un compatriota suyo,
Lanfranco de Pavía. Pidió ser admitido religioso y vistió el hábito a los
veintisiete años. Pocos años después era nombrado Prior y después Abad de aquel
célebre Monasterio. El ejemplo que en todo daba Anselmo era maravilloso. Se
entregó a servir a todos con gran caridad. Se sentía feliz entregado a la
oración y al estudio en el que estaba muy bien preparado porque había
frecuentado las más importantes escuelas de su país.
Los años que pasó como Abad en Bec
fueron verdaderamente fecundos. Se entregó de lleno a su misión de Padre
bondadoso y de alentador de cuantas obras se realizaban en el Monasterio, pero
aún le quedaba tiempo para escribir, y dar clases hasta el punto de que cuantos
le trataban, y después por el fruto de sus obras podemos afirmar que era un
profundo filósofo, teólogo y conocedor de las ciencias de su tiempo, llegando a
ser uno de los Padres más importantes de la Edad Media. Amaba tiernamente a la
Virgen María y sobre Ella, escribió preciosos tratados. Se le llamó «el segundo
San Agustín», tan profundo era en sus escritos y en sus clases. Escribió el
Proslogion, con el célebre argumento ontológico para demostrar la existencia de
Dios.
Echó los cimientos de la Teología
escolástica con sus ya famosas palabras «No busco entender para creer, pero
creo para entender. Pues quien no cree no experimenta, y quien no experimenta,
no cree».
Luchó también para desenmascarar a
los enemigos de la Iglesia y de la fe cristianas. Refutó al racionalista
Roscelino y al famoso Guillermo el Rojo le dijo en tono profético: «No te
empeñes en uncir un toro con un cordero, porque no podrán trillar»... Esta profecía
se cumplió cuando el 1093 era elegido para gobernar la diócesis de Cantorbery.
El se opone, él es el manso cordero que todo lo quiere a las buenas y en paz.
El toro es el mismo Guillermo II, altanero, déspota y simoníaco... contra el
que deberá luchar para defender los derechos de la Iglesia. La lucha será dura
y larga. Pero no importa. La unión con la Iglesia de Roma amenaza. Él será el
adalid de la fidelidad y unión con el Papado. Con suavidad y a la vez con gran
valor y energía, defiende la unión con el Papa sin importarle que lo destierren
por dos veces. Lleno de méritos muere el 21 de abril de 1109. Es el «héroe de
la doctrina y virtud e intrépido en las lides de la fe».
No hay comentarios:
Publicar un comentario