jueves, 14 de abril de 2016

PÁRATE UN MOMENTO: EVANGELIO DEL DÍA 15 DE ABRIL –VIERNES – 3ª - SEMANA DE PASCUA San Damian de Malokai, presbítero




15 DE ABRIL –VIERNES –
3ª - SEMANA DE PASCUA
San Damian de Malokai, presbítero

       Evangelio según san Juan 6, 52-59

       En aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
        “¿Cómo puede este darnos a comer
su carne?”
       Entonces Jesús les dijo:
       “Os aseguro, que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.  Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.  El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él.  El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí.  Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre”.

       1.   Para entender este evangelio es necesario darse cuenta de la relación, que Jesús establece, entre “comer la carne” y “beber la sangre” (del mismo Jesús) con el resultado o efecto que esto produces que es “tener vida eterna” (Jn 6, 54 a).  Pero esta “vida eterna” no es la vida de los resucitados, sino que es vida en este mundo.  Ya que Jesús añade en seguida: “y yo lo resucitaré en el último día” (in 6, 54 b).
       Por tanto, lo que distingue a un creyente, que se une a Jesús, “en la comunión plena con Él”, no es que tiene una “vida celestial”, sino que lleva una “existencia humana”, que se realiza en una vida plena, sin conexión alguna con lo que sea muerte o amenaza para la vida.

       2.   A partir de este criterio, hay que entender las palabras de Jesús sobre la eucaristía.  Comer la carne de Jesús es, desde luego, integrar en la propia vida la plenitud de vida que vivió Jesús.  Pero esto nos lleva, a su vez, a la convicción de que la comunión eucarística no es solamente recibir al Señor, sino algo indeciblemente más fuerte: comulgar la “carne” (sarx) de Jesús es integrar, en la propia vida, la vida humana que asumió Dios en Jesús.

       3.   No sabemos exactamente por qué, pero el hecho es que en la Iglesia hay demasiada gente a la que le seduce la “vida divina”, al tiempo que tienen una extraña resistencia, sospecha o desprecio ante la “vida humana” y, en general a todo lo que es sencillamente “humano”.  Así, nos resulta extremadamente difícil aceptar y vivir, con todas sus consecuencias, “lo humano”, “lo laico”, “lo civil”.
       Para muchos creyentes “espirituales”, lo humano es equivalente a lo mundano, lo peligroso algo con lo que hay que tener cuidado y que se debe mantener a distancia.  Y entonces, bien puede ocurrir que nos encontremos con personas muy “espirituales” y muy “sobrenaturales”, pero que no cumplen con sus más elementales deberes cívicos.        Convenzámonos de una vez: mientras no tengamos integrado en nosotros plenamente “lo humano”, “lo laico”, “lo civil”, no podremos ser “personas religiosas”, tal como Jesús entendió y vivió la religión.

San Damián de Malokai, presbítero.


         Beato Damián de Molokai (1840-1889)

José de Veuster - el futuro P. Damián - nace en Tremelo, en Bélgica, el 3 de enero de 1840, de una familia numerosa de agricultores-comerciantes. A principios de 1859, ingresa a la Congregación de los Sagrados Corazones, iniciando su noviciado en Lovaina. Unos pocos años antes, su hermano mayor había tomado la misma decisión.
En 1863, su hermano debía partir a la misión de las Islas Hawaii, pero cae enfermo. Ya estaban listos todos los preparativos para el viaje. Damián obtiene del Superior General el permiso de sustituir a su hermano. Desembarca en Honolulu el 19 de marzo de 1864 y allí mismo recibe el sacerdocio el 21 de mayo. Sin demora, se entrega en cuerpo y alma a la vida áspera de misionero en favor de los habitantes de Hawaii, la isla más grande del archipiélago.
En aquellos días, para frenar la propagación de la lepra, el gobierno hawaiiano decide la deportación a Molokai - una isla cercana - de todos y todas cuantos estuviesen atacados por la enfermedad, en aquel entonces incurable. Su desdichada suerte preocupaba a toda la misión católica. El obispo Mons. Maigret habla de ella con sus sacerdotes. No quiere obligar a nadie ir allí en nombre de la obediencia, sabiendo que semejante orden es una condena a muerte. Se ofrecen cuatro misioneros: irán por turno a visitar y asistir a los leprosos desgraciados en su desamparo. Damián es el primero en partir: era el 10 de mayo de 1873. A petición personal y de los mismos leprosos, se queda definitivamente en Molokai.
Damián trae esperanza al infierno de la desesperación. Fue el consolador y animador de los leprosos, su pastor, médico de sus almas y de sus cuerpos, sin discriminación de raza o religión. Dio voz a los sin voz. Construyó una comunidad donde el gozo de estar juntos y la apertura al amor de Dios proporcionaba a sus miembros nuevas razones de vida.
Después de contraer la enfermedad, en 1885, pudo identificarse completamente con ellos: "Nosotros los leprosos". El P. Damián fue ante todo un testimonio del amor de Dios por los hombres. Sacaba fuerzas de la Eucaristía, de la presencia de Dios: Al pie del altar podemos encontrar la fuerza necesaria en nuestra soledad... (carta). Allí encontraba para él mismo y para los demás apoyo y estímulo, consuelo y esperanza que comunicaba a los leprosos con fe inquebrantable. Por eso pudo sentirse el misionero más feliz del mundo Murió el 15 de Abril de 1889. Su restos mortales fueron trasladados en 1936 a Bélgica y enterrados en la cripta de la iglesia de la Congregación de los Sagrados Corazones (Picpus) en Lovaina. Su fama se extendió a través del mundo entero. En 1938 se introdujo el primer proceso de beatificación en Malinas (Bélgica). El Papa Pablo VI firmó el 7 de julio de 1977 el Decreto sobre la heroicidad de sus virtudes, mientras que el 4 de junio de 1995 fue beatificado en Bruselas por el Papa Juan Pablo II.
El 11 de octubre de 2009 se celebrará en Roma la canonización del Padre Damián. 







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