15 DE ABRIL –VIERNES –
3ª - SEMANA DE PASCUA
San Damian de Malokai, presbítero
Evangelio
según san Juan 6, 52-59
En
aquel tiempo, disputaban los judíos entre sí:
“¿Cómo puede este darnos a comer
su carne?”
Entonces
Jesús les dijo:
“Os
aseguro, que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros. El que come
mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día. Mi carne es verdadera comida y mi
sangre verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por
el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no
como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan
vivirá para siempre”.
1. Para
entender este evangelio es necesario darse cuenta de la relación, que Jesús
establece, entre “comer la carne” y “beber la sangre” (del mismo Jesús) con el
resultado o efecto que esto produces que es “tener vida eterna” (Jn 6, 54 a). Pero esta “vida eterna” no es la vida de los
resucitados, sino que es vida en este mundo.
Ya que Jesús añade en seguida: “y yo lo resucitaré en el último día” (in
6, 54 b).
Por tanto, lo que distingue a un
creyente, que se une a Jesús, “en la comunión plena con Él”, no es que tiene
una “vida celestial”, sino que lleva una “existencia humana”, que se realiza en
una vida plena, sin conexión alguna con lo que sea muerte o amenaza para la
vida.
2. A
partir de este criterio, hay que entender las palabras de Jesús sobre la eucaristía.
Comer la carne de Jesús es, desde luego,
integrar en la propia vida la plenitud de vida que vivió Jesús. Pero esto nos lleva, a su vez, a la convicción
de que la comunión eucarística no es solamente recibir al Señor, sino algo
indeciblemente más fuerte: comulgar la “carne” (sarx) de Jesús es integrar, en
la propia vida, la vida humana que asumió Dios en Jesús.
3. No
sabemos exactamente por qué, pero el hecho es que en la Iglesia hay demasiada
gente a la que le seduce la “vida divina”, al tiempo que tienen una extraña
resistencia, sospecha o desprecio ante la “vida humana” y, en general a todo lo
que es sencillamente “humano”. Así, nos
resulta extremadamente difícil aceptar y vivir, con todas sus consecuencias,
“lo humano”, “lo laico”, “lo civil”.
Para muchos creyentes “espirituales”, lo
humano es equivalente a lo mundano, lo peligroso algo con lo que hay que tener
cuidado y que se debe mantener a distancia. Y entonces, bien puede ocurrir que nos
encontremos con personas muy “espirituales” y muy “sobrenaturales”, pero que no
cumplen con sus más elementales deberes cívicos. Convenzámonos de una vez: mientras no tengamos integrado en
nosotros plenamente “lo humano”, “lo laico”, “lo civil”, no podremos ser
“personas religiosas”, tal como Jesús entendió y vivió la religión.
San Damián de Malokai, presbítero.
Beato Damián de Molokai (1840-1889)
José de
Veuster - el futuro P. Damián - nace en Tremelo, en Bélgica, el 3 de enero de
1840, de una familia numerosa de agricultores-comerciantes. A principios de
1859, ingresa a la Congregación de los Sagrados Corazones, iniciando su
noviciado en Lovaina. Unos pocos años antes, su hermano mayor había tomado la
misma decisión.
En 1863,
su hermano debía partir a la misión de las Islas Hawaii, pero cae enfermo. Ya
estaban listos todos los preparativos para el viaje. Damián obtiene del
Superior General el permiso de sustituir a su hermano. Desembarca en Honolulu
el 19 de marzo de 1864 y allí mismo recibe el sacerdocio el 21 de mayo. Sin
demora, se entrega en cuerpo y alma a la vida áspera de misionero en favor de
los habitantes de Hawaii, la isla más grande del archipiélago.
En
aquellos días, para frenar la propagación de la lepra, el gobierno hawaiiano
decide la deportación a Molokai - una isla cercana - de todos y todas cuantos
estuviesen atacados por la enfermedad, en aquel entonces incurable. Su
desdichada suerte preocupaba a toda la misión católica. El obispo Mons. Maigret
habla de ella con sus sacerdotes. No quiere obligar a nadie ir allí en nombre
de la obediencia, sabiendo que semejante orden es una condena a muerte. Se
ofrecen cuatro misioneros: irán por turno a visitar y asistir a los leprosos
desgraciados en su desamparo. Damián es el primero en partir: era el 10 de mayo
de 1873. A petición personal y de los mismos leprosos, se queda definitivamente
en Molokai.
Damián
trae esperanza al infierno de la desesperación. Fue el consolador y animador de
los leprosos, su pastor, médico de sus almas y de sus cuerpos, sin
discriminación de raza o religión. Dio voz a los sin voz. Construyó una
comunidad donde el gozo de estar juntos y la apertura al amor de Dios
proporcionaba a sus miembros nuevas razones de vida.
Después de
contraer la enfermedad, en 1885, pudo identificarse completamente con ellos:
"Nosotros los leprosos". El P. Damián fue ante todo un testimonio del
amor de Dios por los hombres. Sacaba fuerzas de la Eucaristía, de la presencia
de Dios: Al pie del altar podemos encontrar la fuerza necesaria en nuestra
soledad... (carta). Allí encontraba para él mismo y para los demás apoyo y
estímulo, consuelo y esperanza que comunicaba a los leprosos con fe
inquebrantable. Por eso pudo sentirse el misionero más feliz del mundo Murió el
15 de Abril de 1889. Su restos mortales fueron trasladados en 1936 a Bélgica y
enterrados en la cripta de la iglesia de la Congregación de los Sagrados
Corazones (Picpus) en Lovaina. Su fama se extendió a través del mundo entero.
En 1938 se introdujo el primer proceso de beatificación en Malinas (Bélgica).
El Papa Pablo VI firmó el 7 de julio de 1977 el Decreto sobre la heroicidad de
sus virtudes, mientras que el 4 de junio de 1995 fue beatificado en Bruselas
por el Papa Juan Pablo II.
El 11 de octubre de 2009 se celebrará en Roma la canonización del Padre Damián.
El 11 de octubre de 2009 se celebrará en Roma la canonización del Padre Damián.
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