26 de abril - Martes –
5º - Semana de Pascua – C
San Isidoro, obispo y doctor
de la Iglesia.
Evangelio según san Juan 14, 27-31a
En aquel tiempo,
dijo Jesús a sus discípulos:
“La paz os dejo, mi paz os doy; no os la
doy como la da el mundo. Que no tiemble
vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir:
“Me voy y vuelvo a vuestro lado”.
Si me amarais, os alegraríais de que vaya
al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que
suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se
acerca el Príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mi; pero es
necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que lo que el Padre me
da, yo lo hago”.
1. ¿Por qué Jesús, al despedirse de sus
discípulos y apóstoles, les pide que no se dejen dominar por el miedo? ¿Por qué les dijo que no permitiesen que les
temblara el corazón? Porque Jesús era consciente de que les estaba pidiendo
algo que, para personas que se mueven en ambientes de creencias religiosas, son
cosas que entrañan un enorme peligro. Se
trata del peligro que lleva consigo el hecho de desplazar la religión. Sacar la religión del templo y ponerla en la
calle, en la casa, en el lugar de trabajo, en las relaciones humanas con los
demás. Decir que el centro de la religión
está en la ética, en la conducta, en la vida que cada cual lleva... Todo eso no se puede hacer impunemente. Porque cambia la vida. Y convierte el kósmos (orden) en kaos
(desorden). Esto es muy peligroso. Lo que esto representa es una auténtica amenaza.
Y un peligro muy serio.
2. Los discípulos soportaron el peligro y la
amenaza mientras Jesús estuvo con ellos. A juicio del evangelio de Juan, el miedo se convirtió
en amenaza seria y fuerte el día que Jesús anuncio que se quitaba de en medio y
los dejaba solos. El problema de los
discípulos no era simplemente que se quedaban sin la presencia y la cercanía de
Jesús. El problema más fuerte estuvo en
que aquellos hombres eran conscientes de que les esperaba una vida que, antes o
después, terminaría como terminó la vida del propio Jesús. Esto es lo que muchos obispos no comprenden. Ni muchos sacerdotes. Ni la mayoría de los cristianos lo entendemos.
Esto es tremendo. Pero es así. “Usamos” el cristianismo. Pero “no vivimos” el cristianismo. Nos va bien con la ortodoxia y la obediencia. Con la misa del domingo. Con el rezo de siempre y las costumbres de
siempre. Con eso “nos apañamos”. Y
pensamos ingenuamente que somos creyentes respetables.
3. Un cristiano que no tiene miedo de ser
cristiano es que no se ha enterado de lo que es el Evangelio. Y de lo que exige el seguimiento de Jesús. Este es el problema más elocuente y más grave
que tiene que resolver la Iglesia.
San Isidoro, obispo y doctor
de la Iglesia.
Obispo y Doctor de la Iglesia
(560-636)
San Isidoro de
Sevilla es el último de los Padres latinos, y resume en sí todo el patrimonio
de adquisiciones doctrinales y culturales que la época de los Padres de la
Iglesia transmitió a los siglos futuros. Isidoro fue un escritor enciclopédico, muy leído
en la Edad Media, sobre todo por sus Etimologías, una «summa» muy útil de la
ciencia antigua, en la que condensó los principales resultados más con celo que
con espíritu crítico. Pero a pesar de poseer tan ricamente la ciencia antigua y
de influir considerablemente en la cultura medioeval, su gran preocupación como
obispo celoso fue la de lograr una madurez cultural y moral del clero español.
Para esto fundó un
colegio eclesiástico, prototipo de los futuros seminarios, dedicando mucho de
su laboriosa jornada a la instrucción de los candidatos al sacerdocio. La
santidad era de casa en la noble familia, oriunda de Cartagena, de la que nació
(en Sevilla) Isidoro en el 560: tres hermanos fueron obispos y santos: Leandro,
Fulgencio e Isidoro; una hermana, Florentina, fue religiosa y santa. Leandro,
el hermano mayor, fue tutor y maestro de Isidoro, que quedó huérfano cuando era
muy niño.
El futuro doctor de
la Iglesia, autor de muchos libros que tratan de todo el saber humano, desde la
agronomía hasta la medicina, de la teología a la economía doméstica, al
principio fue un estudiante poco aplicado. Como tantos otros compañeros dejaba
de ir a la escuela para ir a vagar por los campos. Un día se acercó a un pozo
para sacar agua y notó que las cuerdas habían hecho hendiduras en la dura
piedra. Entonces comprendió que también la constancia y la voluntad del hombre
pueden vencer las duras dificultades de la vida.
Regresó con amor a
sus libros y progresó tanto en el estudio que mereció ser considerado el hombre
más sabio de su tiempo. Isidoro sucedió al hermano Leandro en el gobierno de la
importante diócesis de Sevilla. Como el hermano, fue el obispo más popular y
autorizado de su tiempo, y también presidió el importante cuarto concilio de
Toledo, en el 633. Se formó con la lectura de San Agustín y de San Gregorio
Magno, y aun sin tener el vigor un Boecio o el sentido organizador de un
Casiodoro, Isidoro compartió con ellos la gloria de ser el maestro de la Europa
medioeval y el primer organizador de la cultura cristiana. Cuenta una simpática
leyenda que cuando tenía un mes de vida, un enjambre de abejas invadió su cuna
y dejó en los labios del pequeño Isidoro un poco de miel, como auspicio de la
dulce y sustanciosa enseñanza que un día saldría de esos labios. Isidoro fue
muy sabio, pero al mismo tiempo de profunda humildad y caridad; no sólo obtuvo
el título de «doctor aegregius» sino también la aureola de santo.
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