viernes, 8 de abril de 2016

PÁRATE UN MOMENTO: EVANGELIO DEL DÍA 9 DE ABRIL - SÁBADO - 2ª ~ SEMANA DE PASCUA Stª Casilda, virgen





9 DE ABRIL - SÁBADO -
2ª ~ SEMANA DE PASCUA
Stª Casilda, virgen

       Evangelio según san Juan 6, 16-21

       Al oscurecer, los discípulos de Jesús bajaron al lago, embarcaron y empezaron a atravesar hacia Cafarnaúm.  Era ya noche cerrada y todavía Jesús no los había alcanzado;  soplaba un viento fuerte y el lago se iba encrespando.  Habían remado unos cinco o seis kilómetros, cuando vieron a Jesús que se acercaba a la barca, caminando sobre el lago, y se asustaron.  Pero él les dijo:
       “Soy yo, no temáis”.
       Querían recogerlo a bordo, pero la barca tocó tierra enseguida, en el sitio a donde iban.

       1.   El relato de la multiplicación de los panes, tal como lo cuenta Juan, termina diciendo que la multitud, al ver el prodigio que había hecho Jesús (saciar el hambre de tanta gente), quisieron proclamarlo rey inmediatamente.  La respuesta de Jesús fue despedir a la gente y quitarse de en medio, para irse a rezar solo.  Jesús no quería poder político.  Porque la solución radical no viene de los “cargos de arriba”, sino de las “convicciones de abajo”.

       2.   Lo que cambia el mundo no es la ciencia, no es la técnica, no es la economía...
Lo que cambia el mundo son las convicciones de la gente. El que está convencido de una cosa, la hace.  Y si no la hace, es que no está convencido.  La ciencia, la tecnología, la economía son fundamentales.  Pero no son lo determinante.  Lo que cambia la vida son las convicciones que tiene la gente. Porque “una convicción es una regla de comportamiento; pero no el comportamiento determinado por la costumbre” (Habermas).  
       Es el comportamiento que supera incluso el fracaso ante la realidad (Ch. Peirce) y así se impone y muestra su autenticidad.  Aquí está el nudo y el meollo del Evangelio.  Y por eso el Evangelio es más fuerte que todo lo demás.

       3.   Esto no se hace sino por la fuerza de Jesús como “forma de vida” que determina nuestras convicciones.  Por eso Jesús, en la oscuridad de la noche, tranquiliza a los asustados apóstoles con una afirmación estremecedora: “Soy yo.  No temáis”.  
       En la Iglesia se le teme a Jesús.  Se prefiere al Señor de la Gloria.  Por supuesto, Jesús asegura que nunca le tengamos miedo a él. Pero esa afirmación va indeciblemente más lejos.  En el evangelio de Juan, se repite, por lo menos, 23 veces la afirmación de Jesús: “YO
SOY” (Jn 4, 26; 6, 20. 35.41.48. 51; 8, 12. 18.24. 28. 58; 9,7.9. 14; 11, 25; 13, 13; 14, 6; 15,
1. 5; 18, 5. 6. 8. 37 b).  Esta afirmación es el nombre de Dios revelado a Moisés (Ex 3,
14)       (R. E. Brown).  Pero no es una definición ontológica de Dios (G. Von Rad). Expresa “cómo actúa” Dios, qué convicciones tiene Dios.  Es el Dios que actúa liberando a su pueblo de la esclavitud (Ex 3, 7-10).  Eso es creer en el Evangelio: actuar desde la convicción de que podemos liberar a los esclavos.  “No tengáis miedo”, nos dice Jesús.
       Vivid convencidos de que podéis liberar a los hambrientos, a los que nadie quiere.

Stª Casilda, virgen



En el cerro que domina el valle, en el santuario actual, descansan desde el 1750 las reliquias de Santa Casilda, -"la virgen mora que vino de Toledo", muy venerada en Burgos, en la urna, obra de Diego de Siloé, rematada por su propia imagen yacente. El lugar ha sido centro de peregrinación durante siglos y no deja de frecuentarlo la piedad de nuestros contemporáneos.
En torno a santa Casilda todo lo que encontramos es incierto, confuso y contradictorio. Pero su figura tiene el encanto de la sencillez y el sabor de lo heroico en el amor. Cautivó al pueblo cristiano medieval y le animó a la fidelidad. Su propio nombre -casida en árabe significa cantar- es como un verso con alas de canción.
Ni siquiera se conoce con exactitud el nombre de su padre, rey moro de Toledo, al que se nombra como Almacrin o Almamún. Sobre su condición, unos lo describen como un sanguinario perseguidor de los cristianos, mientras que otros lo presentan como apacible y bondadoso.
La princesita mora tiene un natural abundante en clemencia y ternura. Rodeada de todo tipo de comodidades y atenciones en la fastuosidad de la corte, no soporta la aflicción de los desafortunados que están en las mazmorras. Siente una especial piedad con los cautivos pobres y los intenta consolar llevándoles viandas en el hondón de su falda. Un día, cuando realizaba esta labor misericordiosa, fue sorprendida por su padre que le preguntó por lo que transportaba, contestando ella que "rosas" y ¡rosas aparecieron al extender la falda!
Quizá fueron los mismos cautivos cristianos quienes, viendo lo recto de su conducta, le hablaron de Cristo; posiblemente correspondieron a sus múltiples delicadezas y dádivas de la mejor manera que podían, instruyéndola en la fe cristiana.
Pero, aunque en su corazón era ya de Cristo, ¿cómo podría recibir ella el Bautismo con los lazos tan fuertes del Islam que la rodeaban?
Comienza una grave dolencia. El flujo de sangre aumenta y la ciencia médica de palacio es incapaz de curarla. El Cielo le revela que encontrará remedio en las aguas milagrosas de San Vicente, allá por la Castilla cristiana. Almamún prepara el viaje de su hija con comitiva real. En Burgos recibe Casilda el Bautismo y marcha luego a los lagos de San Vicente, junto al Buezo, cerca de Briviesca. Recuperada la salud según se le dijo, decide consagrar a Cristo la virginidad de su cuerpo milagrosamente curado y resuelve pasar el resto de sus días en la soledad, dedicada a la oración y a la penitencia.
Murió de muy avanzada edad, siendo sepultada en la misma ermita que ella mandó construir. Pronto se convirtió en lugar de peregrinación. Cuentan que los caminantes sintieron desde entonces su especial protección y las mujeres la invocan contra el flujo de sangre, y hasta dicen que basta que una mujer pruebe las aguas y eche una piedra al lago para tener asegurada la descendencia.
Se juntan la historia, la imaginación del pueblo sencillo y la bruma del misterio en torno a la santa. Resta aprender la lección del ejemplo. El amor a Cristo hace posible el trueque del regalo propio de la corte morisca por la aspereza de una vida austera y penitente.





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