28 DE ABRIL – JUEVES –
5ª ~ SEMANA DE PASCUA – C
San Pedro Chanel, presbítero
Evangelio
según san Juan 15, 9-11
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“Como
el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor.
Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he
guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os
he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría
llegue a plenitud”.
1. Lo
más íntimo de una persona es la relación de amor que tiene con otra. Hablar de
esta relación con claridad y seguridad es el indicador más patente de que las
personas, así relacionadas (por amor), se conocen mutuamente hasta el fondo de
su ser y de sus vidas.
Pues bien, si Jesús afirma sin titubeos que
entre el Padre y él existe esa identidad, ese mutuo conocimiento, eso quiere decir
que Jesús conoce al Padre, o sea a Dios, hasta lo más íntimo, hasta el fondo. Jesús, al decir esto, estaba asegurando que
Dios y él se conocían mutuamente hasta los detalles más profundos. Es exactamente
lo mismo que, mucho antes, había dicho la fuente Q en los evangelios de Mateo y
Lucas (Mt 11, 27; Lc 10, 22).
2. ¿Qué
quiere decir esto? Jesús es conocible
para nosotros. Porque somos humanos,
como humano era él. Dios no es conocible
para nosotros. Porque Dios es
“trascendente” y no está a nuestro alcance.
Por tanto, si Jesús conocía así a Dios y
podía hablar así de Dios, lo más seguro que eso nos está diciendo es que Jesús
nos revela a
Dios. Y que, en Jesús, conocemos a Dios. Aquí, y en esto, radica la importancia insustituible
de los evangelios. En esos relatos, aparentemente
tan sencillos, se contiene la teología
más profunda sobre Dios. La teología que
nunca se nos podría haber ocurrido a los mortales. En la vida, en las costumbres, en los hechos y
en las palabras de Jesús, nos habla Dios, se nos da a conocer Dios mismo.
Jesús es el revelador de Dios. Como es
también la revelación de Dios.
3. Seguramente
nunca hemos pensado detenidamente las consecuencias enormes que entraña esta
manera de entender el contenido de los evangelios. Porque sin ellos —y según la tradición cristiana— no podríamos conocer a Dios. Es decir, no podríamos saber quién es Dios ni
cómo es Dios. Solamente podríamos hacer
“representaciones” humanas de Dios. Que es lo que en realidad hacen los
teólogos, los clérigos y todos los que van por la vida explicando a Dios, sin
saber lo que explican, ni entender de lo que dicen que saben.
Los evangelios tienen que ser el punto de
partida de la teología. Porque de Dios
solo podemos saber lo que sabemos de Jesús.
“La divinidad se revela en una persona,
hijo del hombre e hijo de Dios. La
deidad deja de ser inalcanzable cuando la vida y muerte de Jesús son la mediación
para llegar a ella” (Juan A. Estrada).
San Pedro Chanel, presbítero
Pedro Chanel nació en un pueblo francés llamado Cuet, diócesis de
Lyon, el 12 de julio de 1803, en el seno de una familia acomodada. Hizo la
Primera Comunión a los 15 años y entonces sintió la vocación misionera. Dos
años después entró en el seminario. En 1823 quiso acompañar a un profesor suyo,
que partía hacia las misiones de América del Norte, junto con otros dos
compañeros de estudios, pero no fue posible porque aún le faltaba un año de
filosofía.
Pedro fue ordenado sacerdote en 1827 y pidió a su Obispo que lo
enviara a las misiones. El Obispo le respondió que su diócesis estaba tan
necesitada de evangelización que podía empezar siendo misionero en su propia
tierra.
Hacia 1830 se unió a un grupo de sacerdotes con vocación
misionera. Formaban la Sociedad de María, o Maristas. A finales de 1836 partió
hacia la Polinesia un grupo de maristas en el que figuraba el Padre Pedro
Chanel. Por el camino se dividieron en dos grupos, y el Padre Pedro y otro
hermano desembarcaron en Futuna el 12 de noviembre de 1837. La isla se hallaba
dominada por dos tribus que siempre estaban guerreando. No conocían el
cristianismo y había allí un comerciante inglés que estimulaba la beligerancia
de los nativos. Pronto estalló una guerra y el rey de la tribu vencedora obligó
a los misioneros a vivir cerca de su casa para tenerlos bien vigilados. Pese a
todo, Pedro se las arregló para predicar y empezó a convertir a los nativos. En
febrero de 1839 un huracán arrasó la isla y las dos tribus firmaron una tregua;
pero en agosto la rompieron y una tribu casi aniquiló a la otra en una matanza
sin precedentes.
El rey vencedor acabó creyendo que aquellos cristianos estaban
introduciendo supersticiones que molestaban a sus propios dioses y decidió
acabar con el Padre Pedro. El 28 de abril de 1841, un grupo capitaneado por
Musumusu, yerno del rey, fue a buscar a Pedro; lo sacaron de su cabaña y
Musumusu le abrió la cabeza de un hachazo. Pedro fue beatificado en 1889 y
proclamado mártir y Patrón de Oceanía en 1954.
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