miércoles, 27 de abril de 2016

Párate un momento: El evangelio del día 28 DE ABRIL – JUEVES – 5ª ~ SEMANA DE PASCUA – C San Pedro Chanel, presbítero




28 DE ABRIL – JUEVES –
5ª ~ SEMANA DE PASCUA – C
San Pedro Chanel, presbítero

       Evangelio según san Juan 15, 9-11

       En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
       “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor.  
       Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
       Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”.

       1.   Lo más íntimo de una persona es la relación de amor que tiene con otra. Hablar de esta relación con claridad y seguridad es el indicador más patente de que las personas, así relacionadas (por amor), se conocen mutuamente hasta el fondo de su ser y de sus vidas.
        Pues bien, si Jesús afirma sin titubeos que entre el Padre y él existe esa identidad, ese mutuo conocimiento, eso quiere decir que Jesús conoce al Padre, o sea a Dios, hasta lo más íntimo, hasta el fondo.  Jesús, al decir esto, estaba asegurando que Dios y él se conocían mutuamente hasta los detalles más profundos. Es exactamente lo mismo que, mucho antes, había dicho la fuente Q en los evangelios de Mateo y Lucas (Mt 11, 27; Lc 10, 22).

       2.   ¿Qué quiere decir esto?  Jesús es conocible para nosotros.  Porque somos humanos, como humano era él.  Dios no es conocible para nosotros.  Porque Dios es “trascendente” y no está a nuestro alcance.
       Por tanto, si Jesús conocía así a Dios y podía hablar así de Dios, lo más seguro que eso nos está diciendo es que Jesús nos revela a
Dios.  Y que, en Jesús, conocemos a Dios.  Aquí, y en esto, radica la importancia insustituible de los evangelios.  En esos relatos, aparentemente tan sencillos,  se contiene la teología más profunda sobre Dios.  La teología que nunca se nos podría haber ocurrido a los mortales.  En la vida, en las costumbres, en los hechos y en las palabras de Jesús, nos habla Dios, se nos da a conocer Dios mismo.
       Jesús es el revelador de Dios. Como es también la revelación de Dios.

       3.   Seguramente nunca hemos pensado detenidamente las consecuencias enormes que entraña esta manera de entender el contenido de los evangelios.  Porque sin ellos  —y según la tradición cristiana—  no podríamos conocer a Dios.  Es decir, no podríamos saber quién es Dios ni cómo es Dios.  Solamente podríamos hacer “representaciones” humanas de Dios. Que es lo que en realidad hacen los teólogos, los clérigos y todos los que van por la vida explicando a Dios, sin saber lo que explican, ni entender de lo que dicen que saben.
       Los evangelios tienen que ser el punto de partida de la teología.  Porque de Dios solo podemos saber lo que sabemos de Jesús.
       “La divinidad se revela en una persona, hijo del hombre e hijo de Dios.  La deidad deja de ser inalcanzable cuando la vida y muerte de Jesús son la mediación para llegar a ella” (Juan A. Estrada).

San Pedro Chanel, presbítero



Pedro Chanel nació en un pueblo francés llamado Cuet, diócesis de Lyon, el 12 de julio de 1803, en el seno de una familia acomodada. Hizo la Primera Comunión a los 15 años y entonces sintió la vocación misionera. Dos años después entró en el seminario. En 1823 quiso acompañar a un profesor suyo, que partía hacia las misiones de América del Norte, junto con otros dos compañeros de estudios, pero no fue posible porque aún le faltaba un año de filosofía.
Pedro fue ordenado sacerdote en 1827 y pidió a su Obispo que lo enviara a las misiones. El Obispo le respondió que su diócesis estaba tan necesitada de evangelización que podía empezar siendo misionero en su propia tierra.
Hacia 1830 se unió a un grupo de sacerdotes con vocación misionera. Formaban la Sociedad de María, o Maristas. A finales de 1836 partió hacia la Polinesia un grupo de maristas en el que figuraba el Padre Pedro Chanel. Por el camino se dividieron en dos grupos, y el Padre Pedro y otro hermano desembarcaron en Futuna el 12 de noviembre de 1837. La isla se hallaba dominada por dos tribus que siempre estaban guerreando. No conocían el cristianismo y había allí un comerciante inglés que estimulaba la beligerancia de los nativos. Pronto estalló una guerra y el rey de la tribu vencedora obligó a los misioneros a vivir cerca de su casa para tenerlos bien vigilados. Pese a todo, Pedro se las arregló para predicar y empezó a convertir a los nativos. En febrero de 1839 un huracán arrasó la isla y las dos tribus firmaron una tregua; pero en agosto la rompieron y una tribu casi aniquiló a la otra en una matanza sin precedentes.
El rey vencedor acabó creyendo que aquellos cristianos estaban introduciendo supersticiones que molestaban a sus propios dioses y decidió acabar con el Padre Pedro. El 28 de abril de 1841, un grupo capitaneado por Musumusu, yerno del rey, fue a buscar a Pedro; lo sacaron de su cabaña y Musumusu le abrió la cabeza de un hachazo. Pedro fue beatificado en 1889 y proclamado mártir y Patrón de Oceanía en 1954.



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