lunes, 30 de mayo de 2016

Párate un momento: El Evangelio del día 1 DE JUNIO - MIÉRCOLES 9ª – Semana del T. O.-C San Justino, mártir.




1 DE JUNIO - MIÉRCOLES
9ª – Semana del T. O.-C
San Justino, mártir.

       Evangelio según san Marcos 12, iS-27

       En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que dicen que no hay
Resurrección, y le preguntaron:
       ¡” Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano! dejando mujer, pero no hijos, “cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”.
       Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y se murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos.
        Por último, murió la mujer.  Cuando llegue la resurrección y vuelva a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? porque los siete han estado casados con ella”.
       Jesús les respondió:
       “Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán; serán como ángeles del cielo.  Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”?
       No es Dios de muertos sino de VIVOS.
       Estáis muy equivocados”.

       1.   Se sabe que en el A. T., excepto en casos contados y tardíos Os 26, 19; Dan 12, 1-3; Sal 73, 24), no se habla de “otra vida” (después de la muerte) que merezca el nombre de vida (J. Gnilka).
       En este silencio bíblico se basaban los saduceos para rechazar la resurrección. Además, seguramente no tenían claro que una cosa es “revivir” (volver a esta vida) y otra cosa es resucitar” (trascender esta vida).
       En la pregunta que le hacen a Jesús, apelan a la “ley del levirato” (Deut 25, 5-10), una palabra que viene del latín “levir” (cuñado) y que en las culturas antiguas tenía la finalidad de perpetuar el nombre (y las propiedades de la familia).
       Esto es lo que utilizaron los saduceos recordando un hipotético caso extravagante, como argumento contra la resurrección.

       2.   Puesto que los saduceos apelan a la ley del levirato, ya se ha dicho que esa ley tenía la finalidad de perpetuar la descendencia masculina de la familia y mantener el patrimonio de la misma (cf. Gen 38 y Rut 2,20; 3, 12) U. Dheilly).
       Como es lógico, tal finalidad no tiene sentido alguno en una vida después de esta vida.
       La unión de un hombre y una mujer tiene una finalidad procreadora. Y tiene, sobre todo, la finalidad de unir a las personas en un amor que las funde en la máxima felicidad.
       La finalidad de procrear (ley del levirato) no se perpetua.  La finalidad del amor sin límites trasciende este mundo y conduce a una felicidad que nos sobrepasa.

       3. Tal como lo presenta Jesús, el Padre no es Dios de muertos. Es siempre Dios de vida. Por tanto, si realmente existe la resurrección, la muerte no es sino el instante en que el ser humano se transforma y empieza a vivir la plenitud de la felicidad.
       Las ideas corrientes que circulan sobre la muerte y los muertos nada tienen que ver con el Padre de Jesús.
       Dios solo está con la vida. Nunca está donde se produce muerte.

San Justino, mártir.

Martirologio Romano: Memoria de san Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la pena capital (c. 165)
Etimológicamente: Justino = Aquel que obra con justicia, es de origen latino.

Filósofo cristiano y cristiano filósofo, como con razón fue definido, Justino (que nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana) pertenece a ese gran número de pensadores que en todo período de la historia de la Iglesia han tratado de hacer una síntesis de la provisional sabiduría humana y de las inalterables afirmaciones de la revelación cristiana. El itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica. De aquí el desemboque casi inevitable, o mejor providencial, hacia la Verdad integral del cristianismo.
El mismo cuenta que, insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas filosofías, se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar, y que un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.
Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo este feliz descubrimiento, escribió sus dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, por lo menos unas ocho. Entre ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica anti judaica en la literatura cristiana. Pero las dos Apologías siguen siendo el documento más importante, pues gracias a estos escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la Eucaristía. Aquí no se encuentran argumentos filosóficos, sino testimonios conmovedores de vida en la primitiva comunidad cristiana, de la que Justino está feliz de pertenecer: “Yo, uno de ellos...”. Semejante afirmación podía costarle la vida. Y, en efecto, Justino pagó con la vida su pertenencia a la Iglesia.
Había ido a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.



Párate un momento: El Evangelio del día 31 de Mayo –Martes – 9ª – Semana del Tiempo Ordinario – C “LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA”



31 de Mayo –Martes –
9ª – Semana del Tiempo Ordinario – C
“LA VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA”

       Evangelio según san Lucas 1, 39-56

       En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
       En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
       “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
       En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.        Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”   María dijo:
       “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
       Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
       Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
       Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de
Abrahán y su descendencia por siempre.”        María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

       1.   La fiesta de hoy nos coloca ante la alegría que experimentan dos mujeres embarazadas.  Y ante un himno que ciertamente es revolucionario.
       Este canto podría haber sido reconstruido sobre los recuerdos de María de Nazaret.
       Nada tiene de extraño que ella improvisara este canto si se tiene en cuenta la facilidad improvisadora propia de las mujeres orientales, sobre todo si se trata, como es
el caso, de un cañamazo de textos del Antiguo Testamento, muy próximo al canto de Ana, la madre de Samuel.

       2.   Contemplando el Magníficat, estamos frente a un espejo del alma de María, una mujer que albergó en su seno al mismísimo Dios.
       Ella, vaso espiritual, vaso digno de honor, vaso insigne de devoción, emerge ante propios y extraños con la belleza que aporta la humildad de los grandes: ella es Torre de marfil, Torre de David, Casa de Oro, Arca de la Alianza.

       3.   La Virgen María es la discípula más perfecta, la flor más bella surgida de la creación aparecida en la plenitud del tiempo, cuando Dios, mandando a su Hijo, entregó al mundo una nueva primavera.

Catequesis mariana
Santo Padre Juan Pablo II
2 de octubre de 1996

En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.
El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, use el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se use en los evangelios pare indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8, 31; 9, 9. 31; Lc 24, 7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5, 27¬28; 15, 18. 20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.
El texto evangélico refiere, además, que María realice el viaje "con prontitud" (Lc 1, 39). También la expresión "a la región montañosa" (Lc 1, 39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: "¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: 'Ya reina tu Dios'!" (Is 52, 7).
Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10, 15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.
La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9, 51).
En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.
El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: "Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel" (Lc 1, 40).
San Lucas refiere que "cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno" (Lc 1, 41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y "quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: 'Bendita tu entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno'" (Lc 1, 41¬42).
En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
La exclamación de Isabel "con gran voz" manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo.
Isabel, proclamándola "bendita entre las mujeres" indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.
Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye pare ella su visita: "De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?" (Lc 1, 43). Con la expresión "mi Señor", Isabel reconoce la dignidad real, más aun, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba pare dirigirse al rey (cf. IR 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110, 1). El ángel había dicho de Jesús: "EI Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1, 32). Isabel, "llena de Espíritu Santo", tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20, 28; Hch 2, 34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: "Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno" (Lc 1, 44). La intervención de María produce, junto con el don del Espíritu Santo, como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.


sábado, 28 de mayo de 2016

Párate un momento. El evangelio del día 30 DE MAYO – LUNES – 9ª- SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO San Fernando






30 DE MAYO – LUNES –
9ª- SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
San Fernando

       Evangelio según san Marcos 12, 1-12

       En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los
letrados y a los senadores:
        “Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. A su tiempo envió un criado a los labradores, para percibir su tanto del fruto de la viña.      Ellos lo agarraron, lo apalearon y lo despidieron con las manos vacías.
       Les envió otro criado: a este lo insultaron y lo descalabraron.
       Envió a otro y lo mataron; y a otros muchos, los apalearon y los mataron.
       Le quedaba uno, su hijo querido, y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían.  
       Pero los labradores se dijeron:
       “Este es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia”.
       Y agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
       ¿Qué hará el dueño de la viña?
       Acabará con los labradores y arrendará la viña a otros.
       ¿No habéis leído aquel texto: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular?  ¿Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”?   Intentaron echarle mano, porque veían que la parábola iba por ellos; pero temieron a la gente, y se marcharon.

       1.   Esta parábola ha tenido, desde sus orígenes, una importancia notable en la Iglesia. Prueba de ello es que la recogen los tres sinópticos y el Evangelio de Tomás, el más autorizado de los apócrifos (Mc 12, 1-12; Mt 21, 33-46; Lc 20, 9-19; Ev. Tom.65-66) Y está también en el Pastor de Hermas (Sim. V, 2, 1-8) (Kurt Aland, 379).
       Esto es elocuente por sí solo.
       Pero, ¿por qué interesó tanto esta parábola en los orígenes de la Iglesia?
       Posiblemente para dejar claro que el enfrentamiento de Jesús no fue con el Pueblo de Israel, sino con sus dirigentes, el Sanedrín.     Y también es posible que las primeras comunidades vieran ya algo de la pretensión de apoderarse de la Iglesia en los primitivos dirigentes.
       Su inclinación a gobernar como déspotas quedó recogida en la primera carta de Pedro (5, 1-7).

       2.   Llama la atención la peligrosa libertad que demuestra aquí Jesús.  Cuando más tensa era la situación —y él lo sabía muy bien, como consta por los tres anuncios de la pasión y muerte—, Jesús les dice, a quienes querían y podían matarlo, que eran unos ladrones y unos asesinos.  Se lo dice en su cara y en público.
       La Iglesia naciente vio en esto algo muy serio. ¿Por qué?

       3.   Lo que la parábola deja fuera de duda es que “los labradores” (que representan a las autoridades religiosas) se apropiaron de lo que no les pertenecía.
       Se apropiaron de lo ajeno con tal y tanta pasión, que persiguieron y asesinaron.
       Su codicia se tradujo en violencia brutal.   Pero es evidente que, desde la violencia, se hace imposible transmitir la memoria de Jesús y la ejemplaridad de su evangelio.
       Esto, por lo menos, tendría que palparse en cada parroquia, en cada diócesis, en la curia
Vaticana, en cualquier rincón del mundo donde esté —o pretenda estar presente la Iglesia.
       Y queda claro que esta lección es importante, no solo para sacerdotes y religiosos, sino para todos los que decimos que creemos en Jesús.

San Fernando
Fernando III de Castilla, llamado «el
Santo» (Peleas de Arriba, 1199 o 24 de junio de 12011 – Sevilla, 30 de mayo de 1252), fue rey de Castilla entre 1217 y 1252 y de Leóna entre 1230 y 1252. Hijo de Berenguela, reina de Castilla, y de Alfonso IX, rey de León, unificó definitivamente durante su reinado las coronas castellana y leonesa, que habían permanecido divididas desde la época de Alfonso VII «el Emperador», quien a su muerte las repartió entre sus hijos, los infantes Sancho y Fernando.

Durante su reinado fueron conquistados, en el marco de la Reconquista, el Reino de Jaén, el Reino de Córdoba, el Reino de Sevilla y Extremadura, obligando con ello a retroceder a los reinos musulmanes. Al finalizar el reinado de Fernando III, únicamente poseían en la Andalucía el Reino de Niebla, Tejada y el Reino de Granada, este último como feudo castellano. El infante Alfonso, futuro Alfonso X, sería enviado por Fernando a la conquista del Reino de Murcia, capitulando los moros, dejando la región como un señorío castellano, tras lo cual Alfonso conquistó las plazas de Mula y Cartagena. Cuando Fernando accedió al trono, en 1217, su reino no rebasaba apenas 150 000 kilómetros cuadrados; en 1230, al heredar León, añade otros 100 000 kilómetros cuadrados y, a base de conquistas ininterrumpidas, logrará hacerse con 120 000 kilómetros cuadrados más.1

Fue canonizado en 1671, siendo papa Clemente X, y reinando en España Carlos II.




Párate un momento: El Evangelio del día 29 de Mayo -Domingo - Fiesta del Corpus Christi. Ciclo C.




29 de Mayo -Domingo -
Fiesta del Corpus Christi. Ciclo C.

Lectura del libro del Génesis (14,18-20):

En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino y bendijo a Abran, diciendo:
«Bendito sea Abrahán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.»
Y Abran le dio un décimo de cada cosa.

Salmo 109,1.2.3.4

R/. Tú eres sacerdote eterno, según el  
        rito de Melquisedec

·     Oráculo del Señor a mi Señor:
«Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies.» R/.

·     Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla
a tus enemigos. R/.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora.» R/.

·     El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.» R.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (11,23-26):

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.»
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.»
 Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Evangelio según san Lucas (9,11b-17):

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
«Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó:
«Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron:
«No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
«Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.


Las tres lecturas

La primera, del libro del Génesis, ha sido elegida porque habla del pan y del vino que el rey de Jerusalén ofreció a Abrán (no es una errata, el nombre se lo cambió más tarde Dios en el de Abrahán). Parece un poco traída por los pelos, pero los Padres de la Iglesia y los artistas han visto siempre en esta escena un anuncio de la eucaristía, como la mejor ofrenda que se nos puede hacer.

            En aquellos días, Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y bendijo a Abrán, diciendo:
            ‒ «Bendito sea Abrán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos.»
            Y Abrán le dio un décimo de cada cosa.

La segunda, de la carta a los Corintios, cuenta lo ocurrido en la última cena. Lo más típico de Pablo es la advertencia final: cuando celebráis la cena del Señor, no estáis celebrando una comida normal y corriente, en la que algunos se emborrachan o se hartan de comer mientras otros pasan hambre (como ocurría de hecho en la comunidad); estáis recordando el momento último de la vida de Jesús, su entrega a la muerte por nosotros. Celebrar la eucaristía es recordar el mayor acto de generosidad y de amor, incompatible con una actitud egoísta.

Hermano: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

En el evangelio, Lucas, siguiendo a Marcos con pequeños cambios, describe una escena muy viva, en la que la iniciativa la toman los discípulos. Le indican a Jesús lo que conviene hacer y, cuando él ofrece otra alternativa, objetan que tienen poquísima comida. La orden de recostarse en grupos de cincuenta simplifica lo que dice Marcos, que divide a la gente en grupos de cien y de cincuenta. Esta orden tan extraña se comprende recordando la organización del pueblo de Israel durante la marcha por el desierto en grupos de mil, cien, cincuenta y veinte (Éx 18,21.25; Dt 1,15). También en Qumrán se organiza al pueblo por millares, centenas, cincuentenas y decenas (1QS 2,21; CD 13,1). Es una forma de indicar que la multitud que sigue a Jesús equivale al nuevo pueblo de Israel y a la comunidad definitiva de los esenios.
            Jesús realiza los gestos típicos de la eucaristía: alza la mirada al cielo, bendice los panes, los parte y los reparte. Al final, las sobras se recogen en doce cestos.

            En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
            ‒ «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
            Él les contestó:
            ‒ «Dadles vosotros de comer.»
            Ellos replicaron:
            ‒ «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»
            Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos:
            ‒ «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
            Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

¿Cómo hay que interpretar la multiplicación de los panes?

            Podría entenderse como el recuerdo de un hecho histórico que nos enseña sobre el poder de Jesús, su preocupación no sólo por la formación espiritual de la gente, sino también por sus necesidades materiales.
            Esta interpretación histórica encuentra grandes dificultades cuando intentamos imaginar la escena. Se trata de una multitud enorme, cinco mil personas, sin tener en cuenta que Lucas no habla de mujeres y niños, como hace Mateo. En aquella época, la “ciudad” más grande de Galilea era Cafarnaúm, con unos mil habitantes. Para reunir esa multitud tendrían que haberse quedados vacíos varios pueblos de aquella zona. Incluso la propuesta de los discípulos de ir a los pueblos cercanos a comprar comida resulta difícil de cumplir: harían falta varios Hipercor y Carrefour para alimentar de pronto a tanta gente.
            Aun admitiendo que Jesús multiplicase los panes y peces, su reparto entre esa multitud, llevado a cabo por sólo doce personas (a unas mil por camarero, si incluimos mujeres y niños) plantea grandes problemas. Además, ¿cómo se multiplican los panes?, ¿en manos de Jesús, o en manos de Jesús y de cada apóstol?, ¿tienen que ir dando viajes de ida y vuelta para recibir nuevos trozos cada vez que se acaban? Después de repartir la comida a una multitud tan grande, ya casi de noche, ¿a quién se le ocurre ir a recoger las sobras en mitad del campo? ¿No resulta mucha casualidad que recojan precisamente doce cestos, uno por apóstol? ¿Y cómo es que los apóstoles no se extrañan lo más mínimo de lo sucedido?
            Estas preguntas, que parecen ridículas, y que a algunos pueden molestar, son importantes para valorar rectamente lo que cuenta el evangelio. ¿Se basa el relato en un hecho histórico, y quiere recordarlo para dejar claro el poder y la misericordia de Jesús? ¿Se trata de algo puramente inventado por los evangelistas para transmitir una enseñanza?

El trasfondo del Antiguo Testamento

            Lucas, muy buen conocedor del Antiguo Testamento vería en el relato la referencia clarísima a dos episodios bíblicos.
            En primer lugar, la imagen de una gran multitud en el desierto, sin posibilidad de alimentarse, evoca la del antiguo Israel, en su marcha desde Egipto a Canaán, cuando es alimentado por Dios con el maná y las codornices gracias a la intercesión de Moisés. Pero hay también otro relato sobre Eliseo que le vendría espontáneo a la memoria. Este profeta, uno de los más famosos de los primeros tiempos, estaba rodeado de un grupo abundante de discípulos de origen bastante humilde y pobre. Un día ocurrió lo siguiente:

«Uno de Baal Salisá vino a traer al profeta el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo:
― Dáselos a la gente, que coman.
El criado replicó:
― ¿Qué hago yo con esto para cien personas?
Eliseo insistió:
― Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.
Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor»
(2 Re 4,42-44).

            Lucas podía extraer fácilmente una conclusión: Jesús se preocupa por las personas que le siguen, las alimenta en medio de las dificultades, igual que hicieron Moisés y Eliseo antiguamente. Al mismo tiempo, quedan claras ciertas diferencias. En comparación con Moisés, Jesús no tiene que pedirle a Dios que resuelva el problema, él mismo tiene capacidad de hacerlo. En comparación con Eliseo, su poder es mucho mayor: no alimenta a cien personas con veinte panes, sino a varios miles con solo cinco, y sobran doce cestos. La misericordia y el poder de Jesús quedan subrayados de forma absoluta.

¿Sigue saciando Jesús nuestra hambre?

            Aquí entra en juego un aspecto del relato que parece evidente: su relación con la celebración eucarística en las primeras comunidades cristianas. Jesús la instituye antes de morir con el sentido expreso de alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed”.

Los cristianos saben que con ese alimento no se sacia el hambre física; pero también saben que ese alimento es esencial para sobrevivir espiritualmente. De la eucaristía, donde recuerdan la muerte y resurrección de Jesús, sacan fuerzas para amar a Dios y al prójimo, para superar las dificultades, para resistir en medio de las persecuciones e incluso entregarse a la muerte. Lucas volverá sobre este tema al final de su evangelio, en el episodio de los discípulos de Emaús, cuando reconocen a Jesús “al partir el pan” y recobran todo el entusiasmo que habían perdido.