1 DE JUNIO - MIÉRCOLES
9ª – Semana del T. O.-C
San Justino, mártir.
Evangelio
según san Marcos 12, iS-27
En aquel tiempo se acercaron a Jesús unos saduceos, de los que
dicen que no hay
Resurrección, y le preguntaron:
¡”
Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano! dejando mujer,
pero no hijos, “cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano”.
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y se murió
sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo
el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos.
Por último, murió la
mujer. Cuando llegue la resurrección y
vuelva a la vida, ¿de cuál de ellos será mujer? porque los siete han estado
casados con ella”.
Jesús les respondió:
“Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el
poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán;
serán como ángeles del cielo. Y a
propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés,
en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el
Dios de Isaac, el Dios de Jacob”?
No es Dios de muertos sino de VIVOS.
Estáis muy equivocados”.
1. Se
sabe que en el A. T., excepto en casos contados y tardíos Os 26, 19; Dan 12, 1-3;
Sal 73, 24), no se habla de “otra vida” (después de la muerte) que merezca el nombre
de vida (J. Gnilka).
En este silencio bíblico se basaban los
saduceos para rechazar la resurrección. Además,
seguramente no tenían claro que una cosa es “revivir” (volver a esta vida) y
otra cosa es resucitar” (trascender esta vida).
En la pregunta que le hacen a Jesús,
apelan a la “ley del levirato” (Deut 25, 5-10), una palabra que viene del latín
“levir” (cuñado) y que en las culturas antiguas tenía la finalidad de perpetuar
el nombre (y las propiedades de la familia).
Esto es lo que utilizaron los saduceos
recordando un hipotético caso extravagante, como argumento contra la
resurrección.
2. Puesto
que los saduceos apelan a la ley del levirato, ya se ha dicho que esa ley tenía
la finalidad de perpetuar la descendencia masculina de la familia y mantener el
patrimonio de la misma (cf. Gen 38 y Rut 2,20; 3, 12) U. Dheilly).
Como es lógico, tal finalidad no tiene
sentido alguno en una vida después de esta vida.
La unión de un hombre y una mujer tiene
una finalidad procreadora. Y tiene, sobre todo, la finalidad de unir a las
personas en un amor que las funde en la máxima felicidad.
La finalidad de procrear (ley del
levirato) no se perpetua. La finalidad
del amor sin límites trasciende este mundo y conduce a una felicidad que nos
sobrepasa.
3. Tal como lo presenta Jesús, el Padre
no es Dios de muertos. Es siempre Dios de vida. Por tanto, si realmente existe
la resurrección, la muerte no es sino el instante en que el ser humano se
transforma y empieza a vivir la plenitud de la felicidad.
Las ideas corrientes que circulan sobre
la muerte y los muertos nada tienen que ver con el Padre de Jesús.
Dios solo está con la vida. Nunca está
donde se produce muerte.
San Justino, mártir.
Martirologio Romano: Memoria de san
Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica
sabiduría conocida en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres,
enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al
emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión
cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico y, por confesar que era
cristiano, fue condenado a la pena capital (c. 165)
Etimológicamente:
Justino = Aquel que obra con justicia, es de origen latino.
Filósofo
cristiano y cristiano filósofo, como con razón fue definido, Justino (que nació
a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en
Samaria, de familia pagana) pertenece a ese gran número de pensadores que en
todo período de la historia de la Iglesia han tratado de hacer una síntesis de
la provisional sabiduría humana y de las inalterables afirmaciones de la
revelación cristiana. El itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de
la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica. De aquí el
desemboque casi inevitable, o mejor providencial, hacia la Verdad integral del
cristianismo.
El mismo
cuenta que, insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas
filosofías, se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar, y que
un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna
filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por
sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.
Así fue
como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en
convencido predicador y, para proclamar al mundo este feliz descubrimiento,
escribió sus dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador
Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano.
Escribió otras obras, por lo menos unas ocho. Entre ellas la más importante es
la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica
anti judaica en la literatura cristiana. Pero las dos Apologías siguen siendo
el documento más importante, pues gracias a estos escritos sabemos cómo se
explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos
litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la
Eucaristía. Aquí no se encuentran argumentos filosóficos, sino testimonios
conmovedores de vida en la primitiva comunidad cristiana, de la que Justino
está feliz de pertenecer: “Yo, uno de ellos...”. Semejante afirmación podía
costarle la vida. Y, en efecto, Justino pagó con la vida su pertenencia a la
Iglesia.
Había ido
a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino
había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era
un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el
magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos
condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan
actas auténticas del martirio de Justino.