3 DE MAYO – MARTES -
6ª ~ SEMANA DE PASCUA
Santos Felipe y Santiago, apóstoles
Evangelio
según san Juan 16, 5-11
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
“Me voy al que me envió, y ninguno me pregunta:
¿A dónde vas? Sino que, por haberos
dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os
conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor.
En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con
la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre y no
me veréis; de una condena, porque el
Príncipe de este mundo está condenado”.
1. Para
comprender este evangelio, lo primero que resulta imprescindible es recordar
que Jesús es la Palabra del Padre (Jn 1, 1. 14). La Palabra en la que Dios habló al mundo. La Palabra que le dijo al mundo todo lo que
Dios nos tenía que decir. De tal manera
que no le quedó nada más que revelar. Así lo expresa, con una profundidad inimitable,
san Juan de la Cruz, al explicar la canción tercera de La llama de amor viva. Todo lo que teníamos que saber sobre Dios, nos
lo dijo el mismo Dios en su Palabra, que es Jesús. Y ahora, lo que nos toca a nosotros, es
escuchar y acoger esa “Palabra”. Y así,
vivirla.
2. Por
eso Jesús les dijo a sus apóstoles: “os conviene que yo me vaya” (Jn 16, 7).
Con lo que
Jesús les estaba diciendo: “os conviene que yo me quite de en medio”.
Jesús ya
había dicho todo lo que teníamos que oír. Y todo lo que necesitábamos saber. Ahora, mediante el recuerdo, la “memoria subversiva”
(J. B. Metz) de su vida y su palabra, a nosotros nos corresponde y se nos exige
hacer presente el Evangelio de Jesús en la sociedad y en la cultura en que
vivimos. Y es para eso, para lo que necesitamos
la presencia y la fuerza del Espíritu.
3. Teniendo
en cuenta que la presencia del Espíritu será tanto más importante cuanto que su
misión será dejar convicto al orden presente de su pecado, de su injusticia y
de la condena que merece este “desorden establecido”. La “justicia”, en efecto, que viene de Dios, hará
patente la “injusticia” que destroza a los seres humanos, genera violencia y
sufrimiento, destruye la convivencia. He
ahí por qué es tan importante la venida y la presencia del Espíritu en el
mundo. Nos preparamos para la fiesta de
Pentecostés. No se trata de una fiesta
religiosa más. Una de tantas. Pentecostés
nos recuerda a los creyentes en Jesús que el Espíritu viene constantemente,
para renovar, actualizar y aplicar lo que sabemos que Jesús dejó dicho, de una
vez para siempre.
Santos Felipe y Santiago, apóstoles
San Felipe
era originario de Betsaida de Galilea. San Juan habla de él varias veces en el
Evangelio. Narra que el Señor Jesús llamó a Felipe al día siguiente de las
vocaciones de San Pedro y San Andrés. De los Evangelios se deduce que el Santo
respondió al llamado del Seño. Escritores de la Iglesia primitiva y Eusebio,
historiador de la Iglesia, afirman que San Felipe predicó el Evangelio en
Frigia y murió en Hierápolis. Papías, obispo de este lugar, supo por las hijas
del apóstol, que a Felipe se le atribuía el milagro de la resurrección de un
muerto.
A Santiago
se le llama "el Menor" para diferenciarlo del otro apóstol, Santiago
el Mayor (que fue martirizado poco después de la muerte de Cristo).
El
evangelio dice que era de Caná de Galilea, que su padre se llamaba Alfeo y que
era familiar de Nuestro Señor. Es llamado "el hermano de Jesús", no
porque fuera hijo de la Virgen María, la cual no tuvo sino un solo Hijo,
Nuestro Señor Jesucristo, sino porque en la Biblia se le llaman
"hermanos" a los que provienen de un mismo abuelo: a los primos, tíos
y sobrinos (y probablemente Santiago era "primo" de Jesús, hijo de
alguna hermana de la Stma. Virgen). En la S. Biblia se lee que Abraham llamaba
"hermano" a Lot, pero Lot era sobrino de Abraham. Y se le lee también
que Jacob llamaba "hermano" a Laban, pero Laban era tío de Jacob. Así
que el decir que alguno era "hermano" de Jesús no significa que María
tuvo más hijos, sino que estos llamados "hermanos", eran simplemente
familiares: primos, etc.
San Pablo
afirma que una de las apariciones de Jesús Resucitado fue a Santiago. Y el
libro de Los Hechos de los Apóstoles narra cómo en la Iglesia de Jerusalén era
sumamente estimado este apóstol. (Lo llamaban "el obispo de
Jerusalén"). San Pablo cuenta que él, la primera vez que subió a Jerusalén
después de su conversión, fue a visitar a San Pedro y no vio a ninguno de los
otros apóstoles, sino solamente a Santiago. Cuando San Pedro fue liberado por
un ángel de la prisión, corrió hacia la casa donde se hospedaban los discípulos
y les dejó el encargo de "comunicar a Santiago y a los demás", que
había sido liberado y que se iba a otra ciudad (Hech. 12,17). Y el Libro Santo
refiere que la última vez que San Pablo fue a Jerusalén, se dirigió antes que
todo "a visitar a Santiago, y allí en casa de él se reunieron todos los
jefes de la Iglesia de Jerusalén" (Hech. 21,15). San Pablo en la carta que
escribió a los Gálatas afirma: "Santiago es, junto con Juan y Pedro, una
de las columnas principales de la Iglesia". (Por todo esto se deduce que
era muy venerado entre los cristianos).
Cuando los
apóstoles se reunieron en Jerusalén para el primer Concilio o reunión de todos
los jefes de la Iglesia, fue este apóstol Santiago el que redactó la carta que
dirigieron a todos los cristianos (Hechos 15).
Hegesipo,
historiador del siglo II dice: "Santiago era llamado ‘El Santo’. La gente
estaba segura de que nunca había cometido un pecado grave. Jamás comía carne,
ni tomaba licores. Pasaba tanto tiempo arrodillado rezando en el templo, que al
fin se le hicieron callos en las rodillas. Rezaba muchas horas adorando a Dios
y pidiendo perdón al Señor por los pecados del pueblo. La gente lo llamaba: ‘El
que intercede por el pueblo’". Muchísimos judíos creyeron en Jesús,
movidos por las palabras y el buen ejemplo de Santiago. Por eso el Sumo
Sacerdote Anás II y los jefes de los judíos, un día de gran fiesta y de mucha
concurrencia le dijeron: "Te rogamos que ya que el pueblo siente por ti
grande admiración, te presentes ante la multitud y les digas que Jesús no es el
Mesías o Redentor". Y Santiago se presentó ante el gentío y les dijo:
"Jesús es el enviado de Dios para salvación de los que quieran salvarse. Y
lo veremos un día sobre las nubes, sentado a la derecha de Dios". Al oír
esto, los jefes de los sacerdotes se llenaron de ira y decían: "Si este
hombre sigue hablando, todos los judíos se van a hacer seguidores de
Jesús". Y lo llevaron a la parte más alta del templo y desde allá lo
echaron hacia el precipicio. Santiago no murió de golpe sino que rezaba de
rodillas diciendo: "Padre Dios, te ruego que los perdones porque no saben lo
que hacen".
El
historiador judío, Flavio Josefo, dice que a Jerusalén le llegaron grandes
castigos de Dios, por haber asesinado a Santiago que era considerado el hombre
más santo de su tiempo.
Este
apóstol redactó uno de los escritos más agradables y provechosos de la S.
Biblia. La que se llama "Carta de Santiago". Es un mensaje hermoso y
sumamente práctico. Ojalá ninguno de nosotros deje de leerla. Se encuentra al
final de la Biblia. Allí dice frases tan importantes como estas: "Si alguien
se imagina ser persona religiosa y no domina su lengua, se equivoca y su
religión es vana". "Oh ricos: si no comparten con el pobre sus
riquezas, prepárense a grandes castigos del cielo". "Si alguno está
triste, que rece. Si alguno se enferma, que llamen a los presbíteros y lo unjan
con aceite santo, y esa oración le aprovechará mucho al enfermo" (de aquí
sacó la Iglesia la costumbre de hacer la Unción de los enfermos). La frase más
famosa de la Carta de Santiago es esta: "La fe sin obras, está
muerta".
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